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La Lucha continúa

VIAJE AL INTERIOR DEL PAÑUELO BLANCO

Sobre la superficie del pañuelo blanco, las Madres de Plaza de Mayo han escrito textos diversos que borran y contienen al anterior. El discurso del vacío, el del encuentro individual con los hijos, el de la reivindicación colectiva. Palimpsesto forjado en punto cruz y tela batista: del blanco inicial al nombre y la fecha de cada hijo o hija desaparecidos, luego, el pequeño gran paso de un camino de incontables leguas, bordar allí la consigna aparición con vida como anagrama imaginario y persistente de los hijos.
Pero esta fluencia de una a otra escritura no encierra un devenir calmo, viene atravesada de contradicciones, luchas, desgarros, de asunción de nuevos compromisos y de una combatida terquedad.
Además de su interior profundo, el pañuelo es muchos pañuelos y antes que nada, pañal: identificación para sí y frente a otros, encuentro con la lucha de los hijos, lazo de unión solidaria con el mundo y el país, pancarta lado a lado de la Av. de Mayo, logo, ofrenda a quienes se ama y respeta, disparo acusatorio contra los verdugos, bandera.

Un símbolo rodeado de símbolos

La lucha de las Madres de Plaza de Mayo se ha constituido con asiento en una dimensión simbólica poderosa, contundente, inconfundible.
Al hablar de dimensión simbólica no me refiero a un despliegue profuso de sentidos ideales, pero con poca resonancia práctica, como a veces se interpreta la recurrencia a estos términos. En primer lugar, con ellos englobamos una serie de prácticas que articulan, al menos, tres aspectos: una materialidad específica, un prisma de sentidos conceptuales y una considerable carga emotiva. La instancia emotiva juega aquí en dos direcciones: evocando (trayendo a escena) un sentido especialmente valorado, y por otra parte, proyectando ese sentido en una práctica concreta que, como tal, vuelve a reunir en una nueva secuencia temporal, materialidad, sentido y emoción.
Las prácticas simbólicas características de las Madres, como el pañuelo, la marcha circular, las consignas, surgen en relación directa con una realidad material irreductible: la represión genocida, por un lado, la propia vida parida por ellas de manera incontrastable, por el otro. De este modo, en las condiciones de producción de sus símbolos está presente no sólo un sentido ideal sino también un sentido material. Al mismo tiempo, esas prácticas simbólicas acompañan y son parte de combativas políticas de resistencia y denuncia. Por esta doble causa de estar imbricadas a la realidad material, concreta, estas prácticas simbólicas son profundamente transformadoras y nunca "meramente simbólicas" o sustitutivas del cambio real.
Por el contrario, incluso en un sentido más amplio, definimos con estos términos (prácticas simbólicas) un campo específico de la actividad humana, que alcanza sus propias intensidades, que triunfa o fracasa, produciendo y valiéndose de un lenguaje propio, y que forma parte inescindible de la realidad misma.
En otro orden de consideraciones, esta dimensión simbólica no escapa a la incidencia de las relaciones de poder y por ese motivo aparece en el centro de las luchas, entreverada por contradicciones menores y mayores, realidades móviles por las cuales discurre y a las cuales contribuye a plasmar en instantes de historia, es decir, en hechos político-culturales, que al mismo tiempo que surgen, definidos e irrepetibles, comienzan a transformarse.
El pañuelo blanco de las Madres se inscribe en la creativa producción simbólica que este movimiento social no ha cesado de proveer al patrimonio cultural de la resistencia contra la opresión.
Ese fragmento simbólico, si bien tiene su propia gestación y su propio desarrollo dentro de la gestación más amplia del movimiento de las Madres, brota rodeado de otros símbolos, igualmente particulares en su nacimiento y evolución, los que entre abril y diciembre de 1977, irán otorgándole identidad al grupo de mujeres que ha resuelto una acción pública y colectiva contra la represión y el ocultamiento de los dictadores. 1
Esos fragmentos se concatenan en la acción, creando un universo de significaciones de gran impacto político: La Plaza de Mayo como dimensión espacial e histórica donde ubicarse frente a un agresor que simula no tener rostro; los días jueves como ritmo temporal que permite establecer una frecuencia y, con ella, un regreso; la marcha circular como desafío a la lógica represiva y, por el trasdós, como determinación ética plena de resignificaciones en su esencial permanencia; el mismo nombre adjudicado, las Madres locas de la Plaza de Mayo, un poco estigma de los opresores, un poco descripción veraz de la situación horrorosa a que las ha arrojado el secuestro de sus seres queridos; el silencio inicial, desnudo, luego rodeado y enriquecido por la expresión a viva voz de sus demandas, paulatinamente organizadas en consignas, sobre todo a partir de los meses posteriores al Mundial de Fútbol de 1978.
Todos estos fragmentos simbólicos interactúan con la adopción del pañuelo blanco, en una práctica social y política que se irá descubriendo inédita y decisiva en la ruptura del régimen de terror implantado por los militares. Esta visión multifacética e interactiva de los procesos identificatorios que estoy consignando, pretende resaltar la perspectiva de construcción en el análisis de la identidad político-cultural del movimiento. Contrariamente a lo que cierta naturalización surgida del contacto actual con sus manifestaciones puede sugerir, esa identidad que observamos, tan delineada, contundente, no nació completa y resuelta de una sola vez, se ha ido construyendo en la lucha (y el proceso de construcción, como la lucha misma, no termina...). Cada uno de esos fragmentos simbólicos, aislados artificialmente para su análisis, es fruto de una interacción dialéctica y colectiva con la realidad, cada uno de ellos, para alcanzar ese particular status de singularizar una lucha y un sujeto colectivo único, debió pasar por la prueba endogrupal de su aprobación, de su eficacia, de su potencialidad.
De la cruz al punto cruz
Un tiempo antes de la adopción del pañuelo blanco, surgió entre ellas la idea de portar un clavo enganchado en sus ropas, evocando los clavos de Cristo y estableciendo una relación directa entre aquel sufrimiento de la crucifixión y el que las afligía. Avistando ese clavo, las madres que empezaban a congregarse en la Plaza de Mayo y que no se conocían aún, podían ubicarse y entablar un diálogo con mayor confianza. Este símbolo, de una fuerza dramática y comunicativa innegable, que cumplía una misión práctica precisa y, además, resumía y liberaba un dolor extremo, sin embargo, tuvo poca vigencia dentro del grupo. No pasó la prueba de la aceptación colectiva e, insospechadamente, permitió construir identidad en torno a otro símbolo -el pañuelo blanco-, cuando las circunstancias volvieron a reclamarles una forma eficaz de identificación entre la multitud y los desconocidos.
Parece evidente que, en el deslinde grupal de esta forma identificatoria (el pañuelo/pañal en vez del clavo de Cristo), está en ciernes uno de los rasgos fundamentales en la configuración ideológico-política de las Madres: la preferencia de las representaciones de la vida por sobre las de la muerte. Y esto, tan temprano como octubre de 1977.
Dos acontecimientos fechados ese año dan inicio a la práctica del pañuelo blanco. Tanto la participación en la procesión anual de la Iglesia Católica a la basílica de Luján (octubre/1977) como la presencia en la Plaza San Martín de Buenos Aires, durante el homenaje que Cyrus Vance, Secretario del Departamento de Estado de los E.U., realiza al pie del monumento al Libertador (noviembre/1977), les exige al grupo de madres lograr ser vistas. Por ellas mismas, en un caso, por la prensa y los representantes extranjeros, en el otro. El pañuelo, entonces, en sus primeras apariciones, será una pieza identificatoria utilizada, en principio y por un período relativamente extenso, fuera de la Plaza de Mayo.
Es interesante observar cómo, en el episodio de Plaza San Martín, mientras están apostadas en las escalinatas que conducen al monumento, aunque algunas de las Madres lo llevan puesto, otras lo usan todavía como un pañuelo, es decir, agitándolo todas a la vez para llamar la atención sobre sus presencias2
Pero a medida que lo incorporen como práctica grupal propia, el pañuelo incorporará, a su vez, nuevos valores sociales. No es que ese pañuelo atado a la cabeza no mantenga correlatividades con formas de uso similares, sobre todo en las tradiciones de las mujeres campesinas; pero resulta evidente la novedad aportada por las Madres, en el sentido de que su uso del pañuelo sobre la cabeza, no guarda relación con los fines utilitarios hasta entonces conocidos de esta prenda (amparar del sol, recoger los cabellos, realzar el rostro, abrigar, etc.), aunque pueda recostarse culturalmente sobre esos gestos. El nuevo uso elaborado por el grupo da paso a la plenitud comunicativa del símbolo: un pañuelo blanco, una madre de desaparecidos.
Durante un tiempo, los pañuelos, que se van incorporando en forma gradual a la escena de los jueves alrededor de la Pirámide, permanecen totalmente blancos. Las asociaciones posibles para esta primera presentación rondan la idea de vacío, ausencia, pérdida. Quedarse en blanco como fruto de la desaparición de un hijo. A la vez, sobre la tela, se ha definido un espacio abierto a partir del cual pueden incorporarse múltiples grafías. O ninguna.
¿Qué llevó a las Madres a bordar el nombre de sus hijos e hijas desaparecidos en la superficie blanca? La reconstrucción de ese camino se torna compleja. Puede anotarse la intención de comunicar un hecho consuetudinariamente negado por los dictadores y sus cómplices. Nombres y fechas puestos en circulación como desafío a la censura e incitación a la pregunta de posibles curiosos.
Se percibe, también, el contrapunto doloroso entre el paso del tiempo en la total incertidumbre y la necesidad de asir al presente esas vidas queridas. Una búsqueda de calidez que no ha menguado al correr de los años.
Pero creo que ha ocurrido algo más a partir de esa primera escritura: la superposición en los pañuelos blancos de la acción de denuncia de las Madres de Plaza de Mayo con las vidas ya adultas de sus hijos. Puede comprobarse que, para ellas, no se trata únicamente del pañal que, en el momento de máxima desesperación, trae al hijo desde una imagen regresiva, protectora, con fuerte acento emotivo. El descubrimiento, a través de la propia experiencia, de algunas claves del horror que les toca vivir, ha ampliado su visión del mundo. Al datar los pañuelos con la fecha del secuestro, las Madres incorporan para sí y, en un segundo tiempo, para la sociedad, las historias políticas que hacen retrospectivamente significativas esas fechas marcadas.
En esos pañuelos reconocemos un punto de encuentro entre ambas experiencias históricas (la de cada madre con la de cada hijo). A la vez, esa escritura, como antes lo hiciera la superficie blanca, podrá suscitar nuevas búsquedas, profundizando un proceso de apropiación del conjunto de la experiencia política protagonizada por los 30.000 hijos, y consecuentemente, generando nuevos textos; o bien, verá suspendido su devenir, tendiendo a permanecer en la escritura anterior.
Si los crímenes tienen la contundencia de esas fechas, los procesos socio-culturales que estamos consignando escapan a esa precisión, aunque sabemos que se manifiestan en forma masiva una vez iniciada la década del 80.
Dentro de este ciclo, llama la atención un pañuelo usado por Hebe Bonafini durante una visita a Europa, desarrollada entre del 1º de febrero y el 30 de marzo de 1983, en la cual la delegación de Madres que preside recorre España, Francia, Bélgica, Italia, Alemania, visitando a los presidentes Felipe González y Françoise Miterrand, y a Juan Pablo II, entre otros dirigentes, a fin de interesarlos por los crímenes de la dictadura y la situación abierta a partir del llamado a elecciones. El pañuelo de referencia lleva copiadas las fotos de sus tres hijos desaparecidos y bajo ellas, sus nombres bordados en punto cadena.
Estamos a principios de 1983, luego de una Marcha de la Resistencia, la segunda, (diciembre de 1982) en la que por primera vez la población acompaña masivamente a las Madres, en particular las juventudes de los partidos políticos, redivivas después de la acelerada descomposición del régimen, tras la derrota militar en las Islas Malvinas.
La incorporación de las fotos ampliadas de los desaparecidos al contexto general del reclamo en las calles, se inscribe en el marco de las transformaciones políticas de este período y forma parte de un proceso que, a la vez que busca darle humanidad a la figura de los militantes secuestrados, absolutamente demonizada por el discurso represivo de militares y civiles ("apátridas", "nihilistas", "no argentinos", "terroristas", "delincuentes subversivos", etc.), invade, con sus miradas plenas, directas, los ojos huidizos de quienes creen protegerse del terror simulando indiferencia. Es en este marco que emergen las fotos de los hijos desaparecidos en el pañuelo citado. Al mirarlo, tenemos la impresión de que se han reducido al máximo los vacíos, siendo ocupada casi toda la superficie blanca con la doble grafía de la escritura y la imagen. También en este pañuelo podemos observar la expresión de un momento límite en la referencia individual a los hijos, que busca restituir cuerpo e identidad a quienes los represores han pretendido borrar definitivamente.
Y como momento límite, abrirá una nueva etapa para las Madres.
Ligado a este período de cambios en la situación política del país, comienza a emerger, tras larga maduración y como concepción básica del entramado ideológico de las Madres, el principio de socialización de la maternidad. Un riquísimo proceso, muy poco estudiado en sus vastos alcances personales y sociales, a través de cuyas etapas, las Madres arriban a la síntesis teórica por la que todos los hijos pertenecen a todas las madres y en ese sentido, están en el mismo nivel de afecto, reconocimiento y reivindicación. Ensamblada con otras elaboraciones conceptuales de gran profundidad y productividad histórica, tales como la consigna aparición con vida 3 esta maternidad socializada comienza a dar batalla contra los intentos del poder dictatorial, primero, y del gobierno constitucional, después, de partir el reclamo colectivo mediante la política de exhumación de cadáveres NN, a los que se requiere identificar, obviamente, caso por caso.
Las Madres advierten la perniciosa maniobra subyacente al desentierro de miles de restos humanos: el reenvío al día anterior a la convocatoria de Azucena Villaflor a la Plaza de Mayo; es decir, la vuelta a la peregrinación individual, el disciplinamiento de cada madre detrás de los huesos de cada hijo, más la consecuente desarticulación de un movimiento que ha construido su poder de resistencia y enfrentamiento sobre la fuerza de lo colectivo.
Téngase presente la importancia, ya señalada, de la opción preferencial por las representaciones de vida, temprana y nodal en la conformación del grupo, para la elaboración de este rechazo histórico a la entrega de cadáveres. Con él, las Madres reafirman sus propias categorías, vitales, construidas a partir del deseo y probadas en la lucha en cuanto a su poder desenmascarador del sistema opresivo.
Esta nueva síntesis teórica, no sin quebrantos (entre los que se cuenta el alejamiento -por este motivo, entre otros- de las integrantes de la Línea Fundadora, en enero de 1986), se irá deslizando a sus emblemas. El pañuelo cambia, muchas Madres adoptan, también para éste, la consigna aparición con vida y el nombre de la entidad a la que pertenecen, Asociación Madres de Plaza de Mayo, bordándolos en punto cruz y reemplazando la anterior escritura, la del nombre y la fecha de cada hijo o hija.
Este nuevo texto expresa, también, un nuevo posicionamiento político: no hay retroceso en el camino transitado hacia la conciencia colectiva y la socialización de la maternidad; tampoco hay ruptura entre aquellas vidas, altamente politizadas, revolucionarias, y sus propias vidas de luchadoras.
Con el primer término de este posicionamiento, la Madres rechazan la entrega de restos humanos a nombre de los hijos que puedan ser identificados: sólo la vida (la que ellos supieron vivir) los identifica y contiene; con el segundo término, burlan la pretensión dictatorial de interrumpir definitivamente el proceso histórico a través de la muerte colectiva, y lo hacen incorporándose ellas mismas a la continuidad del proceso e invitando a otros y otras a imitarlas: la aparición con vida se plasma solamente cuando más vidas se disponen a la lucha.
Otros caminos del pañuelo blanco
Si el interior del pañuelo parece estabilizarse en la síntesis descripta, nuevas transformaciones operan, permanentemente, en torno a su empleo y significado social.
Disparo. Existe una instancia, construida en diversos momentos, en que el pañuelo se autonomiza de la práctica de los jueves, las marchas y el propio cuerpo de cada madre, y en parte, camina solo. Uno de esos momentos lo representa la elección del logo correspondiente al periódico Madres de Plaza de Mayo, que comienza a editarse en diciembre de 1984: los pañuelos en semicírculo acechan a una gorra militar sentada en el banquillo de los acusados. Un pañuelo blanco=una Madre de Plaza de Mayo; un gorra militar = un asesino.
Durante la lectura de la sentencia en el juicio a los ex comandantes (9 de diciembre de 1985), el pañuelo vuelve a vibrar como madre contra asesino. En la oportunidad, los jueces pretenden que Hebe Bonafini se saque el pañuelo o que abandone la sala porque, argumentan, lleva un símbolo que la identifica políticamente. El argumento es real, pero la impugnación, escandalosa. Los militares enjuiciados, la propia policía que custodia el recinto y forma parte de las fuerzas represivas del genocidio, asisten a la audiencia uniformados con el atuendo de muerte que los caracteriza, sin que despierte irritación alguna entre los miembros del tribunal.
Recorramos la foto que recupera uno de esos enfrentamientos: los fiscales Strassera y Moreno Ocampo intentan convencer a Hebe para que se quite el pañuelo, con un ademán calcado entre ambos hombres y muy canchero: "¿qué te pasa?", las yemas juntas, la mano hacia arriba. El pañuelo se dibuja nítido frente la frivolidad de esos gestos que, en lugar de apoyar el derecho (y el honor) de blandir el emblema que resquebrajó el poder terrorífico de los acusados, vergonzosamente se suman a su reprobación.
Por fin, le sacan el pañuelo, pero ella extrae otro y otro y otro, y augura: "Doctor Strassera, lo que pasa es que el pañuelo blanco va a ser la única condena en este juicio..."
Apenas unos minutos después, comenzarán a escucharse las primeras absoluciones para los asesinos.
Logo. Pronto, el pañuelo se hace emblema deliberado de la Asociación Madres de Plaza de Mayo (AMPM), reemplazando al original, que sugiere una especie de antorcha formada por las iniciales del grupo, a las que se entrelaza una azucena, en recuerdo de Azucena Villaflor, la madre que las movilizó a la plaza y las impulsó a organizarse.
Reparemos en que estas metamorfosis no suceden caprichosamente, sino en contrapunto con la realidad política que las Madres enfrentan. Con anterioridad, he señalado la coexistencia del pañuelo blanco con otras prácticas simbólicas de inextirpable pertenencia. Sin embargo, a su hora, las AMPM no elige para su identificación visual ni la Plaza de Mayo, ni el círculo alrededor de la Pirámide, ni las posibles representaciones del silencio, ni la marca jueves como grafía temporal, fácilmente asociable a su lucha. Si todos estos fragmentos simbólicos son ricos en significaciones y en especificidad respecto de la historia del grupo, ninguno como el pañuelo blanco hace causa común con los hijos (según las reescrituras que ya he apuntado) y, muy particularmente, con los hijos grandes y plenamente vivos, los que tenían mucho andado antes de que los criminales les asignaran una fecha para su desaparición.
Ahora bien, si el cambio no es caprichoso y responde a un posicionamiento frente a la realidad, ¿qué es lo que está sucediendo para que deseen ser visualizadas de otra manera por la sociedad?.
En años en que el gobierno de Alfonsín consolida la impunidad para la mayor parte de los represores denunciados, mientras gana espacio la condena retórica a los métodos represivos de la dictadura, haciendo a un lado el repudio de los objetivos políticos del genocidio, estas Madres eligen reivindicar la lucha revolucionaria de los hombres y mujeres del 70, como forma de poner al descubierto la complicidad de los nuevos demócratas y diferenciarse de quienes prefieren no abundar en los pasos previos de los desaparecidos. Y su icono para esta etapa pasará a ser ese pañuelo blanco recorrido por los proyectos transformadores de aquellos militantes.
Pancarta. Justo en el centro de esos años de vergüenza ética, las Madres cumplen el décimo aniversario del inicio de su lucha (30 de abril de 1987), y en esa oportunidad cubren la Plaza y, lado a lado, la Avenida de Mayo, con pañuelos que rezan "Cárcel a los genocidas", firmados por muchos miles de personas de todo el país y del mundo. La nueva escritura, acuñada en pañuelos que recorrerán kilómetros y pasarán por las manos de personas solidarias muy distantes entre sí, no ha sido impresa al pasar. Esa consigna, que reemplaza deliberadamente a la anterior -"Juicio y castigo a los culpables"-, condensa una de las mayores síntesis políticas lograda por las Madres: la de comprender que la justicia burguesa no puede hacer justicia sin autoacusarse; la de exhortar a los sectores populares a una acción concreta, indeclinable: encarcelar a los criminales.
A la vez, la socialización del pañuelo (en plan de lucha, no como objeto de adoración), pone en manos de esos tantos miles que los rubrican, el compromiso de llevar adelante esa sentencia justa.
Ofrenda. Una vez emprendida su socialización, el pañuelo, en ocasiones, se hace ofrenda; pero insisto, no ofrenda para una adoración formal, que agota el movimiento simbólico en la reproducción de esa misma adoración, sino ofrenda que obliga a una autodefinición ético-política, a una acción que desborde el símbolo hacia la realidad y, a la vez, pueda nutrirlo con las transformaciones logradas en ella. Así, las Madres han celebrado el reconocimiento hacia otros -solidarios, éticos, compañeros-, entregándoles uno de aquellos pañuelos portadores de la firma y la sentencia popular contra los asesinos. 4
Disparo II. En las tarjetas postales de Buenos Aires, ésas que sólo suelen comprar los turistas, y que, por lo común, muestran una pulcritud ciudadana irreal, sin conflictos, se ha colado el pañuelo blanco. Aéreas de la Plaza de Mayo o primeros planos de la Pirámide, y en el relieve de las baldosas rosadas, los dibujos blancos, pintados hace ya varios años por militantes solidarios con las Madres. Cuando a fines del 2001, los manifestantes necesitaron defenderse de los represores mandados por De la Rúa, Mestre, Mathov, Santos a "desalojar la plaza", las baldosas, con sus fragmentos blancos, volaron por al aire a desviar gases, a derribar policías pertrechados para la guerra, a proteger el socorro de los heridos. Otra vez el pañuelo cumpliendo su destino: perseguir y condenar a los criminales, servir a los que luchan.
Bandera. En diciembre de 1996, al iniciar la 16ª Marcha de la Resistencia y tras haber cumplido "mil jueves" (en junio de ese año) trazando el camino sin fin, pero con puntos de llegada, de la Plaza de Mayo, las Madres estrenan bandera, con mástil. Aunque el gobierno de la Ciudad Autónoma, lo arranca de cuajo, una vez retirada la multitud que ha asistido a la marcha de 24 horas, la bandera tiene ya un destino social y se multiplicará en las manos de los concurrentes a las sucesivas convocatorias que emprenderán las Madres.
Un fondo azul, el pañuelo blanco en el centro, el nombre de la entidad arriba y la consigna "¡Ni un paso atrás!" al pie. En una primera aproximación, desorientada, podría uno preguntarse para qué necesitan las Madres una bandera, si no cumple esa misión el propio pañuelo de sus cabezas. Sin embargo, su largo aliento político ha visto más lejos y ha comprendido que la bandera, como resignificación de todas las mutaciones del pañuelo, permite materializar un proyecto del que ellas se han propuesto ser puente. El de continuar, con renovadas vidas y prácticas políticas, el proceso revolucionario gestado por sus miles de hijos. Por eso, esa bandera no deja de agitarse en las manos de nuevos y decididos jóvenes, y vuelve a flamear portada por los estudiantes de la Universidad Popular, a partir de 1999; esa bandera se pide con orgullo en las movilizaciones piqueteras y no alcanza para tantas manos, y así se la ha visto resistir en la Plaza del 20 de diciembre de 2001, en brazos de militantes desconocidos que, contra toda furia de represores y cómplices, han hecho propia esa nueva vida del pañuelo blanco.
Inés Vázquez
Marzo, 2002
(Nota escrita para la Revista Locas, editada por la Asociación Madres de Plaza de Mayo, de próxima aparición).

1 Como se sabe, el 30 de abril de 1977, un grupo de madres de desaparecidos, convocadas por Azucena Villaflor, acude a la Plaza de Mayo a fin de entregar una carta a Videla y obtener así respuesta sobre la desaparición de sus hijos.
2.La foto que documenta el hecho, difundida por la agencia AP (21/11/77), representa el primer registro fotográfico de las Madres de Plaza de Mayo en la prensa.
3 De antigua presencia en el movimiento de madres y familiares de desaparecidos, pero definitiva y controvertidamente asumida, como piedra angular de las Madres de Plaza de Mayo, hacia el año 1980, luego de reiteradas afirmaciones de militares y civiles acerca de la categoría de muertos para los desaparecidos.
4.Recientemente, ellas han repartido entre los manifestantes esos pañuelos, así signados, humedecidos en vinagre o limón, antes de partir al cacerolazo que Duhalde prometía reprimir y reprimió (25/01/02).