Argentina: pueblo y elecciones
Darío L. Machado Rodríguez
Pronto habrá transcurrido un año del alzamiento de Buenos Aires que derrocó a Fernando de la Rúa y desbancó sucesivamente a otros efímeros mandatarios hasta el menos inestable Duhalde, quien deberá dejar la Casa Rosada luego de las elecciones adelantadas previstas para marzo 30 de 2003. Han pasado largos y angustiosos meses, pero nadie ha resuelto nada en Argentina: no hay más empleo, ni se ha recuperado nada del patrimonio nacional privatizado, ni hay más atención médica, ni más educación, ni más alimentos para el pueblo, pero sí habrá elecciones y se anuncia también que habrá acuerdo con el FMI.
Estas elecciones, con las que los políticos tradicionales esperan ponerse la hoja de parra de la democracia representativa, se harán porque resultan funcionales al poder real, por los recursos materiales y humanos que pone en ellas la actual superestructura política, interesada en que las cosas continúen como conviene a las transnacionales y al imperialismo norteamericano; y se harán las elecciones también por el peso de las tradiciones que rondan como duendes en la sociedad argentina, aunque de ellas se distancian no pocos que ven con claridad que estos comicios no son otra cosa que "más de lo mismo", que nada hay en ellas para el pueblo y que son en el fondo, y cada vez más desembozadamente, una vulgar engañifa.
La prensa rebota las pujas intrapartidarias, repite nombres y estilos gastados y desprestigiados, en un intento por dar la imagen de que de tales tejes y manejes dependen los destinos de la nación.
Mientras, el FMI con los técnicos de Duhalde ajusta las renovadas tenazas con las que tendrá al país sujeto por el cogote, los marines norteamericanos se expanden por la provincia argentina de Misiones con el pretexto de combatir el dengue, y técnicos de la policía dedican horas reconstruyendo los hechos, en el escenario donde fue asesinado de un balazo en la cabeza el joven de 23 años, Gustavo Benedetto, el 20 de diciembre del año pasado, uno entre las decenas de caídos durante aquellos días de rebelión popular.
El FMI, fríamente calculador, que es -no lo olvidemos- quien redacta los borradores de los acuerdos, situó entre las exigencias a los argentinos, la de reestructurar la deuda externa, y el Gobierno declara que quiere "salir del default", o sea, entenderse con los acreedores, buscar la manera de seguir pagando la deuda abultada a ultranza por el neoliberalismo. El Gobierno de Duhalde mira más hacia fuera que hacia adentro: "no queremos -dijo el Presidente recientemente- que el mundo nos mire con desprecio". Pero, ¿a qué "mundo" se refiere?, porque los pueblos de América, por ejemplo, no miramos con desprecio a los argentinos que están sufriendo, como muchos otros también, la barbarie fondomonetarista, sino con solidaridad. Es que cuando Duhalde dijo "mundo" se refería al mundo del poder financiero.
Para Duhalde y su Gobierno, como para la generalidad de los políticos tradicionales, la "solución" está en el FMI. No es la primera vez que luego de uno de los arreglos que se fraguan en secreto con el Fondo, se declare que se abre una era de trabajo y recuperación económica. Esos cantos de sirena no son nuevos. Ahora también el Gobierno toca la misma partitura y no oculta su entusiasmo por ver más cerca el acuerdo con el FMI; "la etapa de derrumbe -dijo recientemente Duhalde- ha terminado y comienza la de la reconstrucción en base al trabajo y la producción". Es decir, arreglo con el FMI, elecciones y ¡todos contentos! Mientras, del lado del pueblo están a duras penas sobreviviendo los millones sin trabajo, y los que lo tienen están en condiciones cada vez más precarias. Una consultora privada reveló hace poco que el 80 por ciento de 600 empresas de diverso tamaño incluidas en un estudio, que habían incrementado sus ingresos en pesos y no habían aumentado los salarios de los trabajadores. Algunas, menos de la mitad, han aplicado ciertas fórmulas paliativas para compensar a su personal en procura de no apretar demasiado la rosca; así, han otorgado pagos de sumas fijas en forma de tickets, han anticipado el aguinaldo, adelantado salarios, hacen pagos quincenales y, las menos, han entregado alimentos, pero la mayoría no ha hecho ni esas curitas de mercuro cromo, por el contrario, el 52 por ciento de ellas ha despedido parte del personal en lo que va de 2002, e incluso el 13 por ciento bajó los salarios, agravando más la baja sufrida por la depreciación del peso y el incremento de los precios de muchos productos de primera necesidad. Para ver esta realidad del pueblo argentino, Duhalde tendría que virarse y dar las espaldas al FMI.
La consigna "que se vayan todos" late vital en la población, aunque los medios de comunicación la opaquen hoy con la parafernalia electoralista. Esa frase no encierra una tesis anarquista, significa que se vayan todos los que han engañado al pueblo, abusado de él, robado y hundido al país, significa el anhelo de que el pueblo llegue verdaderamente a los órganos de poder, que cuando se diga "Congreso de la Nación" sea verdaderamente "de la nación", significa que el gobierno sea del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, y eso, claro está, no se alcanzará con estas elecciones.