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Argentina: La lucha continúa

14 de noviembre del 2002

Argentina: No tenemos PT, ¿habrá que llorar por eso?

Daniel Campione
Rebelión

Luego del triunfo electoral de Lula en Brasil, hemos asistido en Argentina a un despliegue de analistas y periodistas que presentan a Brasil y al PT como el espejo en el que la izquierda argentina y el evanescente 'progresismo', deberían mirarse. Brasil se convierte en objeto de deseo no sólo por mulatas, playas y carnaval, sino también por su entramado político. Rápidamente surgió el interrogante-lamento de porqué no podemos hacerlo nosotros como los brasileños, y casi al mismo tiempo, la búsqueda frenética del 'Lula' argentino, que adoptó los más diversos rostros e ideologías, y hasta del PT argentino (ver reciente edición de la revista Tres Puntos, entre otros casos).
En esta operación sobre todo periodística, pero que tiñe análisis más académicos, de celebración del escenario brasileño y mirada peyorativa sobre el argentino, se detectan al menos dos escamoteos significativos:
a) La imagen de la sociedad argentina movilizada y combativa de las jornadas de diciembre, los piquetes, las asambleas y los 'escraches', del iracundo 'que se vayan todos' con partida en los políticos pero extensión a jueces, sindicalistas y hasta banqueros, queda en alguna medida soterrada, subsumida en la de una sociedad apática, 'dormida', que cultivaban incluso muchos ámbitos 'progres' hasta que los sucesos del 19 y el 20 los obligaron a reconocer que Argentina había 'despertado' (vigilia que venía de mucho antes, pero que ciertas miradas, en su 'ombliguismo' de capas medias ilustradas porteñas, sólo pudieron reconocer cuando abarcaron masivamente a su propio sector sociocultural). El reflujo de los últimos meses les ha hecho volver la mira de nuevo hacia lo electoral, y allí la falta de un candidato de 'centroizquierda' de perspectiva triunfadora (funesto término cuyo antecedente nada progresista en el 'pentapartido' anticomunista de la Italia de la Guerra Fría no debería olvidarse), los lleva al borde de la desesperación, ante las dificultades para darse el gusto de caer nuevamente en un pozo similar al anterior (Alianza). No importa que los problemas sigan intactos, que allí estén las fábricas 'recuperadas', los cientos de asambleas barriales, las múltiples organizaciones de trabajadores desocupados. Todo ello pierde 'color' frente a la carencia de un candidato que pueda motorizar su deseo de liderazgo, en una perspectiva que todo lo remite a lo electoral.
b) Se deja de tomar en cuenta, o se considera un mero 'detalle', que la amplia victoria de Lula en su cuarta presentación a presidente, es en parte resultado de los múltiples mecanismos que permiten a las democracias representativas que, salvo rarísimas excepciones, los partidos de orientación revolucionaria no ganen nunca las elecciones, o lo hagan cuando ya han dejado de serlo. El PT actual, con José Alencar de candidato a vice, con declaraciones de conciliación con los banqueros, los organismos financieros internacionales, y hasta con Bush, y a prudente distancia del Movimiento Sin Tierra y otras organizaciones radicalizadas, es en buena medida un producto de la deriva hacia el centro que los partidos con aspiraciones a dirigir el aparato estatal, deben emprender necesariamente, so pena de ser triturados por los medios de comunicación, el sistema judicial, las operaciones de inteligencia, y toda la parafernalia que se pone en movimiento para marginalizar a candidatos y partidos 'indeseables' para el orden socioeconómico y cultural existente. Que un tornero con un historial de militancia sindical e ideas socialistas, cimentado en un partido que unió a distintas vertientes del movimiento obrero, la izquierda y el cristianismo radicalizado, llegue al gobierno de un país de la importancia de Brasil, es un hecho histórico. Pero que sólo haya podido hacerlo después de insuflar altas dosis de 'moderación' a su programa, sus modos de relacionarse con el movimiento social real, y su política de alianza, debería alertar sobre las inmensas dificultades del proceso, que indudablemente tendrá una oposición a su izquierda casi desde el primer momento. Por el contrario, suele repetirse la superficialidad con la que algunos analistas, en su momento, saludaron el triunfo de Clinton como el final del neoliberalismo, o el de la coalición del Olivo en Italia como una victoria de izquierda, cuando en realidad era un ejemplo del altísimo poder de cooptación logrado por el gran capital, aún sobre los antiguos partidos comunistas.
Por aquí las miradas del progresismo, sobre todo en su vertiente mediática, empiezan a buscar el 'argenlula', y se encuentran algo desconcertadas. La nueva líder emergente de ese espacio, Elisa Carrió, ha preferido mantenerse lejos de toda organización popular o sindical, y constituye un ejemplo de construcción puramente mediática, sólo equiparable a sus ya caducados antecesores 'frepasistas'. Muchos sienten el temor que también la diputada chaqueña termine en poco tiempo escribiendo tempranos libros de memorias, cómo los que por estos días publican Alvarez y Fernández Meijide.
Carrió, además, parece tener una mentalidad moldeada por su procedencia del radicalismo, lo que significa visualizar una noción de ética sesgada y ahistórica, y una fe en las 'instituciones republicanas' que exime de críticas su configuración para limitarse al análisis de su funcionamiento, como guías supremas de su acción y pensamiento. Demasiado poco para la magnitud de la crisis, y nada a la hora de reinventar la democracia con un impulso de iniciativa popular 'desde abajo'. Muchos prefieren prevenir nuevas desilusiones, y no depositar excesivas expectativas en la candidatura. Y allí aparecen la CTA y su secretario general Víctor de Gennaro. Argamasa de socialcristianos y socialdemócratas con 'bolsones' de izquierda radicalizada en su interior y entre sus aliados cercanos, la CTA nunca termina de definir su conversión en un movimiento político, y no ha llegado a digerir que las jornadas del 19 y 20 de diciembre obraron como emergente de todo un vasto espacio que, de diferentes modos y con diversos grados de claridad, enarbola posiciones más radicales que la de la central y sus seguidores cercanos. Y que de no encontrar el modo de articular con ese espacio multiforme y disperso, pero vasto, la central corre serio riesgo de configurar una nueva 'centroizquierda', reforzada por parte del movimiento piquetero y el sindicalismo sobre todo estatal, pero que no recoja en profundidad el impulso renovador de la protesta activa y la democracia directa que se expandieron a lo largo del territorio nacional en los últimos años.
Hoy no hay un 'anti' que convoque por sí mismo, no hay un pasado en el que refugiarse, salvo en el terreno de la fantasía, ni un líder cuyo regreso pueda esperarse, ni una revolución cuyo estallido se aguarde en cuestión de semanas o meses. Además, es cierto, no tenemos Lula y no tenemos PT, pero eso también significa que no hay estructuras y liderazgos nacidos como propuestas revolucionarias, y hoy en prolongado proceso de anquilosamiento y moderación. Sí tenemos un impulso de movilización y organización popular como nunca en muchos años (mas allá del reflujo de los últimos meses), en un clima mundial diferente del de hace diez y aún cinco años, ya nadie predica el 'fin de la historia'. Y la necesidad de asumir una construcción cuyos resultados no pueden medirse con la vara del próximo plazo electoral, ni resolverse con acuerdos de aparatos o reuniones de 'notables'. La transformación radical del orden de desigualdad e injusticia creciente en que vivimos, es una tarea difícil, que no puede depender de armados partidarios ni de candidaturas, y no debería emprenderse sin una articulación de la multiplicidad de cuestionamientos que hoy existen.
13/11/02