93 años de Justicia
Hoy 14 de noviembre del 2002 se cumplen 93 años del ajusticiamiento de Ramón L. Falcón a manos del compañero Simón Radowitzky.
En homenaje al militante anarquista transcribimos una crónica de David Viñas publicada en "De los Montoneros a los Anarquistas".
"Mediodía del 14 de noviembre de 1909: por la curva de la Avenida Quintana, donde va doblando hacia Callao, pausadamente marcha un coche Milord al trote de su alazán. Allí van tres hombres: al pescante, orgulloso con el chasquido de la larguísima fusta de cuero, José Ferrari, antiguo conchero italiano; atrás, dejándose adormecer por la marcha del coche y por el sol que le unta la cara, un joven de unos 20 años, con jopo y bigote renegrido que le da un aire semejante al novelista Enrique Larreta o al orador de moda de la élite, Belisario Roldán: se llama Juan Lartigau y se dirige respetuosamente al tercer personaje que va enfundado en su chaquetilla dorman cubierta de alamares y que, de vez en cuando, se ajusta el quepí a la francesa: ése es el jefe de la policía de Figueroa Alcorta. Es un viejo militar de carrera y se llama Ramón L. Falcón. Vienen de regreso del sepelio de los restos del ex secretario de policía y director de la penitenciaría nacional Antonio Ballvé, realizado en el cementerio de la Recoleta.
De pronto, bruscamente, desde una de las veredas de la plaza, corre un hombre por detrás del carruaje. Viste de negro y se ha quitado el sombrero. Lleva un paquete apretado al pecho, el pelo se le agita sobre la frente, pega cuatro o cinco zancadas y logra ponerse a la altura del estribo. Hace un violento ademán y el bulto oscuro hace una parábola en el aire y cae en el medio del jefe de policía y su secretario. Los dos parece desconcertados y apenas si atinan a manotear esa mancha negra que se ha desplomado entre sus piernas. Pero un estampido tremendo, con fuego casi blanco estalla. Todo parece temblar y desformarse en ese rincón apacible de la ciudad. Y los dos cuerpos caen fofamente entre las ruedas del coche por medio del boquete que se ha abierto en el piso.
Varios vecinos y dos personas que se pasean por la avenida acuden rápidamente a ver que pasa y ayudar al cochero Ferrari que se ha salvado de la explosión: el jefe de policía tiene deshecha la pierna izquierda y numerosos impactos de la bomba le desgarran el cuerpo; al secretario Lartigau la pierna derecha le cuelga como si fuera de trapo. La calzada es un gran manchón rojo y cuando llega el coche de la Asistencia Pública, prácticamente los dos funcionarios se han ido en sangre pese a las atenciones del primer practicante José Pereyra Rago. Falcón muere después de ser sometido a una operación para amputarle la pierna y que el obispo de La Plata, monseñor Orzarli, le de la extremaunción. Lartigau -atendido por el Doctor Carelli- apenas si sobrevive en el sanatorio Castro de Tucumán y Callao, adonde es llevado, hasta el atardecer del mismo día.
Fueron testigos del hecho el ministro Ramos Mejía, José León Suárez, Tomás Santa Coloma, el ministro Manuel de Iriondo, Abdón Aróstegui y Manuel Borges, portero de Quintan 25.
En cuanto al autor del atentado, después de largar la bomba, corre velozmente por Callao hacia el bajo. Pero son dos testigos, Fornés, -un chofer particular- y Agüero -un conscripto del primero de infantería- quienes lo persiguen llamando a la policía y tratando de acorralarlo. En la carrera son varios los vecinos del barrio que se suman a la cacería hasta arrinconarlo en una obra en construcción. Allí, ese hombre joven que jadea e inútilmente trata de subir por una escalera a medio terminar, trastabilla en su carrera, cae al suelo y, por fin, saca un revólver. Medio detiene a los que lo persiguen, pero alguien le tira una pedrada y ese hombre acorralado primero grita "¡Viva la Anarquía!" y después se dispara un tiro en el pecho que lo hiere levemente en el lado derecho del tórax. Es el momento que aprovecharán para dominarlo, castigarlo y arrastrarlo hasta la seccional 15, los agentes Enrique Müller, Benigno Guzmán y el chofer Zoilo Agüero del Ministerio de Guerra.
Dado su estado lamentable, lo trasladan hasta el hospital Fernández donde le hacen las primeras curaciones: su herida no reviste gravedad. Lo chequean y le encuentran en la cintura una pistola tipo Máuser 24, numerosos proyectiles y varios cargadores. En cuanto a la documentación: nada. Lo someten a un interrogatorio duro, despiadado. Apenan si logran que farfulle que es ruso. Entonces vuelven a castigarlo. Y cuando lo arrastran hacia el departamento de policía, vuelve a gritar: "¡Viva la Anarquía!" con un gesto insultante, sereno.
A los pocos días se logra establecer su identidad: nacido en Kiev, en Ucrania en 1891, es de familia judía y ha tomado parte activamente en las rebeliones de 1905 contra los pogromos del zarismo. Huyendo de las represiones inmediatas -exacerbadas por el primer soviet de Petrogrado de 1905- ha llegado a la Argentina en 1908. El matador del coronel Falcón se llama Simón Radowitzky, vive en la calle Andes 394 y tiene 18 años. Y "el explosivo empleado - según apreciaciones de la policía - era una bomba de tamaño pequeño, con trozos de hierro calado. Había sido confeccionada para que estallara por la mezcla de dos líquidos en un movimiento brusco. Era una bomba de las llamadas japonesas, que estallan por el choque".
Simón Radowitzky cumplió 20 años de prisión en la cárcel de Ushuaia. Nunca abandonó sus ideales libertarios y una vez libre se radicó en Montevideo donde continuó su militancia política. Poco después, formó parte de las brigadas internacionalistas de la guerra civil española. Estuvo en la famosa columna Durruti. Escapando del Franquismo finalmente encuentra en México su residencia y militancia internacionalista. Allí muere en 1956.
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