Medio Oriente
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19 de agosto del 2003
El carnicero de Africa
Felipe Sahagun
El Mundo
Si en su tiempo hubiera existido el Tribunal Penal Internacional, habría sido uno de los primeros candidatos a sentarse en el banquillo de los acusados por crímenes contra la humanidad. Mérito nada fácil, pues en su época compitió con el genocidio de los Jemeres Rojos en Camboya y con las atrocidades de las dictaduras militares en el cono sur iberoamericano.
Según las distintas fuentes, se calcula entre 300.000 y medio millón el número de víctimas inocentes que murieron durante los nueve años, de 1971 a 1979, que Idi Amín sembró el caos en Uganda con puño de hierro.
La impunidad de los dictadores en la Guerra Fría y el elevado número de criminales que gobernaron en los años 70 facilitaron la fuga y un exilio dorado de Idi Amín Dada, fallecido ayer en el hospital Rey Faisal de Jeddá, ciudad portuaria saudí junto al Mar Rojo, donde había permanecido desde mediados de julio en la unidad de cuidados intensivos, en estado de coma, tras agravarse el cuadro de hipertensión y «fatiga general» por el que había sido ingresado por primera vez hace tres meses.
En los primeros días de su ingreso en el hospital, Madina Amín, una de las cinco esposa legales que tuvo el ex dictador, declaraba a France Presse: «Hemos pedido al Gobierno de Kampala que, si muere, autorice el traslado de su cuerpo para recibir un entierro digno en su tierra». El Gobierno ugandés contestó rápidamente por medio del portavoz del presidente, quien declaró que los familiares de Idi Amín podían hacer lo que quisieran. «Pueden traerlo a Uganda si lo desean», dijo. «Todos saben su pasado.Si tiene que responder de algo, que se cumpla la ley. Es un ciudadano libre. Si lo traen vivo o muerto, es decisión de la familia».Moses Byaru-Nonga, asesor político del presidente, no lo veía tan claro: «Si Amín regresara con vida, sería juzgado por sus crímenes. Nunca hemos negociado con él el retorno como lo hemos hecho con otros ex presidentes», afirmó recientemente. El general Tito Okello, que derrocó a Obote en el 85 y fue derrocado seis meses más tarde por Museveni, pudo volver a mediados de los 90.Godfrey Binaisa, presidente sólo tres meses en 1979, regresó de su exilio en EEUU en 2001. Finalmente, la disputa se hizo innecesaria, pues el dictador falleció el sábado, a los 78 años, por un fallo renal, según el parte médico.
Nacido en el reino semiautónomo ugandés de Buganda en una familia de campesinos de la tribu kakwa, hace 78 años, Idi Amín apenas terminó los estudios primarios se incorporó a los King's African Rifles (Fusileros Africanos del Rey) en tareas de pinche de cocina.Durante la II Guerra Mundial fue testigo, desde la cocina de su regimiento, de acciones militares en Birmania. Como militar, se estrenó en la campaña de los británicos contra los rebeldes Mau-Mau de Kenia a principios de los 50.
Con sus 110 kilos de peso y 1,95 metros de estatura, se hizo popular en el ejército por su afición al boxeo. En 1951 ya era campeón de los pesos pesados de su país y retuvo el título hasta el 59. Gracias al boxeo, le ascendieron de cabo a sargento y, con la independencia en 1962, fue ascendido a teniente.
Su primera misión conocida de oficial fue el desarme de los ganaderos del noreste de Uganda por encargo del primer presidente del país, Milton Obote. Las denuncias de torturas por los británicos en aquella operación cayeron en saco roto. Idi Amín fue tan eficaz en su misión que Obote le ascendió a capitán en 1963 y un año más tarde a coronel y segundo jefe del Ejército. En 1965 se vio implicado en un escándalo financiero de millones de dólares junto con Obote y otros oficiales. Al año siguiente, dirigió el ataque al palacio del rey de Buganda. Lo hizo con tanta eficacia que fue nombrado jefe del Estado Mayor.
Sus problemas con Obote no vinieron de sus excesos -daba la nota en todas las fiestas oficiales tirándose a la piscina en uniforme y cruzando Kampala a 150 por hora en su deportivo rojo- sino del asesinato de Pierino Okoya, brazo derecho de Obote, en 1970.Este había llamado cobarde a Amín por escapar a una base militar tras el intento de asesinato de Obote en diciembre del 69.
A punto de ser detenido por apropiación indebida de gran cantidad de dinero del Ejército, dio un golpe en enero de 1971. En pocas semanas ordenó ejecutar a miles de soldados y oficiales de las tribus langi y acholi, sospechosos de lealtad al presidente derrocado.
Tras la purga militar, inició una purga civil. Organizó una fuerza pretoriana de unos 15.000 efectivos para recorrer pueblos y aldeas saqueando, violando y generando un clima de terror que todavía no se ha olvidado en la región. Era frecuente, en aquellos años, encontrar cuerpos sin genitales, narices u ojos tirados en las cunetas y decenas de miles de ugandeses sufrieron torturas en campos de concentración.
A partir de ese momento, su régimen, que se había estrenado con algunas medidas populares contra la corrupción, fue un reguero de sangre más propio de un paranoico analfabeto que de los grandes genocidas de la historia, aunque el resultado fuera parecido.
Para calmar los ánimos de los ugandeses, en el 72 dio 90 días a todos los asiáticos - los ugandeses de ese origen también se apuntaron por si acaso- para deshacerse de sus propiedades y huir del país. Unos 70.000 comerciantes, la clase que mantenía en pie la economía ugandesa, se exiliaron y Uganda se derrumbó en el caos y la bancarrota.
Cuando EEUU, Israel y el Reino Unido se negaron a aumentar la ayuda militar, expulsó a los asesores israelíes y se echó en brazos del coronel libio Gadafi, que no dudó en intervenir. Idi Amín se convierte así en el primer dirigente africano que rompe sus vínculos con Israel y toma partido abiertamente a favor de los árabes en la guerra árabe-israelí del 73. Su popularidad en el mundo árabe no dejaba de crecer por sus intentos de convertir Uganda, con sólo un 6% de población musulmana, en el primer país islámico del Africa negra.
Por si fuera poco, hizo numerosas declaraciones antisemitas y elogió abiertamente a Hitler. En 1974 se dejó filmar por Barbet Schroeder. El retrato que nos dejó es un espejo fiel del personaje, mitad payaso de circo, mitad criminal sin escrúpulos, inconsciente de sus atrocidades.
Cara a cara, el monstruo parecía el tío rico y bocazas del que todos huyen en las fiestas familiares. En una secuencia del documental hace de guía en un crucero en barca espantando cocodrilos (a los que luego echaba los cuerpos de sus víctimas) y saludando a los elefantes. Al minuto siguiente le vemos riéndose a carcajadas de haber criticado a Hitler «por no haber matado a suficientes judíos»: un retrato exacto de la banalización del mal.
Sus crímenes no fueron obra de un hombre sólo. En A State of Blood (Un Estado de sangre), el único relato de aquellos años desde dentro, Henry Kyemba, ministro en todos los gobiernos del ex dictador, describe con todo lujo de detalles muchos de los crímenes más horrendos. «Acabó con la delincuencia callejera aplicando a rajatabla el método wahabí de cortar las manos o linchar en público a los ladrones», escribe.
El final político del dictador llegó en el 79, cuando, para aplastar un motín en su Ejército, invadió Tanzania. Julius Nyerere no lo dudó. Movilizó a sus Fuerzas Armadas, invadió Uganda y entró en Kampala. Idi Amín huyó primero a Libia, luego a Irak y acabó refugiándose, con buena parte de sus cinco esposas y 43 hijos, en Arabia Saudí.
Allí ha permanecido hasta hoy en un palacete de la Casa Real, que le ha proporcionado cocineros, chóferes, coches y un sueldo mensual suficiente para no pasar apuros.
En la única entrevista concedida desde su exilio al periódico ugandés Sunday Vision, del presidente Museveni, en 1999, el carnicero de Africa -que se otorgó a sí mismo, entre otros veintitantos títulos, los de mariscal de campo, rey de Escocia y conquistador del imperio británico de Africa- decía: «Llevo una vida muy tranquila, dedicado a la religión, a Alá y al Islam». A comienzos del 89 intentó regresar a su país, pero fue reconocido en Kinshasha y obligado a regresar. Desde entonces sus anfitriones no le han permitido más experimentos revolucionarios.
Idi Amín, ex dictador ugandés, nació en 1925 en Arua y falleció ayer en el hospital Rey Faisal de la ciudad saudí de Jeddá, a los 78 años.