VOLVER A LA PAGINA  PRINCIPAL
Latinoamérica

21 de marzo del 2003

Venezuela: dos notas para esta realidad

Gustavo Pereira
I

Cegada la razón, acaso no exista poder alguno, salvo limitadas terapeúticas, para reinstaurar el sano juicio. Como era sabido desde antiguo, cada quien se niega a ver lo que no quiere ver. Todas las maneras de perderse conducen al descalabro.

En Venezuela vivimos entre dos mundos, uno de ellos ciego, o por mejor decir, con anteojeras.

Por más que uno se esfuerce en desembrollarlo ¿cuántos acontecimientos de nuestro presente no parecen extraídos de su saco de gatos? ¿Qué explicación dar, por ejemplo, al hecho de que amplios sectores de nuestras clases medias, entre ellos algunos intelectuales, hayan cerrado tercamente ojos y entendimiento ante una incuestionable realidad, constatable si quisieran verla (es decir, si pisaran cerro): que el apoyo de la mayor parte del ochenta por ciento de pobres de nuestra población -precisamente por eso, por ser pobres- al proceso que lidera y representa Hugo Chávez no constituye un mero acto de fe en un hombre sino también masiva y resuelta voluntad de voltear la historia y transformar esta realidad? A la ceguera, ofuscamiento o extravío –no quiero hablar de insensibilidad- habrá contribuido sin duda la propia y peculiar percepción de la constreñida visión del mundo de quienes se sienten únicos depositarios de la verdad. Reducida por lo común al universo de cotarros, centros comerciales y urbanizaciones de las grandes ciudades, a los libros de autoayuda y a su poca o mucha afición a los viajes de turismo a Disney Word y destinos semejantes, ellos descubren cada día el mundo en sus espejos.

Por no mencionar el manifiesto desprecio que el historiador y periodista británico Richard Gott señalaba al diario Últimas Noticias el 26 de mayo del 2002: "Para mí la única explicación de la rabia que tiene la clase dirigente –descrita como minoría blanca- en contra del proyecto de Chávez, es porque él representa a la población de abajo (...) El racismo aquí ha sido más suave porque la gente no ha investigado las diferencias. Ir a La Vega es ir a otra ciudad muy distinta a la que se ve en Altamira. Los venezolanos no tienen conciencia clara de lo que es su realidad nacional".

Como para confirmar la tesis de Gott, en la misma página del diario aparece una encuesta reveladora: ¿Hay resentimiento hacia los negros?, a la que responden cuatro jóvenes de clase media:

El primero afirma que "sí existe racismo y que en religiones como la de los mormones no aceptan adeptos negros", y agrega que una amiga suya que ya tenía aprobado su ingreso a PDVSA-Chuao a último momento le negaron el empleo: "el año siguiente se enteró que no la aceptaron por ser negrita". El segundo, una joven, dice que es racista porque "los negros son muy cochinos", indicando que quizá su aversión se deba a su educación familiar y además "porque hay que mejorar la raza". El tercero atribuye el racismo en Venezuela a las diferencias sociales: "hay más clasismo, la gente no sabe de historia ni cómo se ha desarrollado la raza humana". Y el cuarto, no por azar llamado Jonathan, afirma que "los negros son los primeros racistas, porque por ser inferiores quieren sentirse superiores". Tras manifestar su admiración por Hitler por haber sido éste "un líder que controló las masas", concluye recono! ciendo que es racista porque se lo hicieron percibir así: "antes era más radical, ahora creo que no".

Quien tiene o ha tenido todo, casi todo, demasiado, mucho o bastante de lo que se anhela o se ha anhelado no imagina y no ve -no puede o no quiere imaginar y ver- que más allá de la vida particular y familiar, más allá de aspiraciones y pertenencias, más allá de privilegios y posesiones late otro país, y en él las desesperanzas y agonías cotidianas de millones de seres humanos para quienes la exclusión ha sido desde siempre lacerante tiniebla.

Ese país no está tan allá que no puedan sentirse sus miserias, clamores y anhelos.

Está a nuestro lado y ante nuestros ojos como una llaga viva, secuela de tanta ceguera acumulada.

||

Existe sin embargo un sector que conoce exactamente los componentes de su realidad y se mueve en ésta como pez en el agua.

Quienes lo integran se precian de mirar claro y si acaso se les ciega la razón es sólo cuando creen socavado su poder, detentado sin remilgos por sí o por interpuestos.

Ese poder ha sido, mucho más que el político, el verdadero en nuestra historia.

Es el poder económico de los grandes consorcios y los oligarcas, aliados del gran capital transnacional.

Es el poder creador y auspiciador de pingües y secretos negocios. El mismo que hizo posible que en 1981 PDVSA pagara al gobierno nacional 71 céntimos por cada dólar de ingresos brutos derivados de la factura petrolera (es decir, $19.7 mil millones) y en el año 2000 sólo 39 céntimos ($11.3 mil millones). (Bernard Mommer, Petróleo subversivo, Questión, N° 8, febrero 2003).

Es el poder patrocinador de no tan remotos políticos, traficantes, jueces, militares, diputados, ministros, policías y lacayos enriquecidos por el cohecho y la indignidad.

Es el poder usufructuario de los medios de comunicación, productor de los 7.081 actos de violencia semanales, 177 por hora (entre ellos 3.827 en los dibujos animados) detectados en la programación televisiva por una investigación del "Comité para una radiotelevisión de servicio público" en 1998 (El Nacional, 3.8.1998). El poder mediático ensoberbecido de impunidad, patrón del chantaje y la coacción, amo del engaño y la treta y la artimaña, factor de la degradación humana y la mentira, de las aberraciones y la estupidez institucionalizadas, cómplice o actor de cuanta acción desnacionalizadora cabe suponer en quienes, más que por patria, siguen clamando, en nombre de la globalización y el libre mercado unipolares, por un vasallaje que otrora ostentaron con orgullo y hoy, con nuevos preceptores, exhiben sin vergüenza.