El segundo gobierno de Lula
Raúl Zibechi
La Jornada
Las esperanzas de una parte de la izquierda y de la intelectualidad
latinoamericanas de que el segundo gobierno de Luiz Inacio Lula da Silva,
iniciado el pasado primero de enero, sería diferente del primero, se están
desvaneciendo. El triunfo del candidato del PT sobre el conservador Geraldo
Alckmin fue un alivio para los sectores populares y de izquierda, ya que cortó
el paso a una previsible derechización en la política exterior de Brasil y a un
endurecimiento represivo interno. Con Lula en el Palacio de Planalto la
posibilidad de que la política belicista de George W. Bush se abra paso en el
continente es mucho menor, y los movimientos sociales pueden tener la seguridad
de que no van a ser reprimidos como lo fueron durante el gobierno de Fernando
Hernique Cardoso. Pero las posibilidades de que Brasil se aleje del
neoliberalismo no son fundadas.
La relación de fuerzas no ha cambiado y el presidente electo no tiene intención
de modificarla. A comienzos de diciembre, hizo declaraciones que revelan el
clima moral que reina en su gobierno. "Estuve más de 20 años criticando a Delfim
Netto y hoy soy su amigo", dijo. Delfim Netto fue ministro de Hacienda de la
dictadura militar de 1967 a 1974. No fue sólo un funcionario a sueldo del
régimen, sino uno de los principales ideológos de la dictadura, algo similar al
papel que jugó Alfredo Martínez de Hoz en Argentina. Pero Lula fue más lejos,
asegurando que con los años las personas "sanas" viran hacia el centro político:
"Es la evolución de la especie humana. Quien es más de derecha se va haciendo
más de centro. Quien es más de izquierda se va haciendo más socialdemócrata,
menos de izquierda. Las cosas van confluyendo de acuerdo con la cantidad de
cabellos blancos que usted va teniendo". Y concluyó diciendo que una persona de
más de 60 años que sea de izquierda es porque tiene problemas. No son
declaraciones aisladas. En otra ocasión, como recordó recientemente Frei Betto,
Lula intentó atenuar la gravedad de la dictadura brasileña al compararla con la
chilena.
Pero las declaraciones públicas no definen una relación de fuerzas. Si acaso,
contribuyen a reforzarla. Durante su primer gobierno, Lula transfirió 10 mil
millones de reales anuales (unos 4 mil 500 millones de dólares) a los más pobres
mediante el programa Bolsa Familia. Pero transfirió 10 veces más (45 mil
millones de dólares anuales) a los acreedores de la deuda pública. O sea, al
capital financiero. La gran banca brasileña fue el sector más beneficiado de su
gobierno, bajo el que alcanzó las mayores ganancias de su historia. En
consecuencia, fue el sector financiero el principal donante de la campaña
electoral del PT. Según los datos difundidos por la justicia electoral, de los
45 millones de dólares que gastó el partido en la campaña de Lula, casi 5
millones provinieron de la banca. Las constructoras figuran en segundo lugar
(sólo Camrgo Correa donó 1.6 millones de dólares al PT), sector que se beneficia
del impulso estatal a las obras incluidas en la IIRSA (Integración de la
Infraestructura Regional Sudamericana). El tercer lugar lo ocupan las mineras:
las subsidiarias de la privatizada Vale do Rio Doce aportaron 2 millones de
dólares. Dado este panorama, ¿cómo hará Lula para romper con las elites que lo
financian? ¿Va a dar cauce a la iniciativa de los movimientos sociales que
pretenden la restatización de Vale do Rio Doce, privatizada ilegalmente?
Según un estudio del diario Folha de Sao Paulo, uno de cada tres diputados es
millonario (declara un patrimonio superior al millón de reales: medio millón de
dólares). Los diputados millonarios pasaron de 116 en la anterior legislatura a
165 en la actual, lo que supone un crecimiento de 40 por ciento. La integración
del parlamento es apenas un reflejo de la política económica de Lula. Las 200
mayores empresas, en general grupos económicos oligopolizados vinculados al
mercado externo, crecen a un promedio de 7.2 por ciento anual. En tanto, la
economía brasileña crece apenas 2.6 por ciento.
Modificar esta relación de fuerzas resulta imposible sin arriesgarse a generar
crisis políticas y sociales. Un tercio de los senadores y más de 10 por ciento
de los diputados (un total de 80 parlamentarios) controlan radios o emisoras de
televisión, según un informe elaborado por el Instituto de Estudios e
Investigaciones en Comunicación. Cualquier medida que afecte los intereses de
los ricos será respondida con feroces campañas mediáticas y presiones
desestabilizadoras desde el sector financiero y la derecha política. La relación
de fuerzas no se modifica gradualmente, paso a paso. El PT cuenta con apenas
ocho años para hacerlo. En los cuatro primeros reforzó la situación heredada
mejorando la vida de los más pobres. En los próximos cuatro promete más de lo
mismo.
El segundo gobierno Lula se inicia con malos presagios: la movilización de las
fuerzas armadas para combatir la delincuencia en las favelas de Río de Janeiro.
Con el apoyo explícito de algunos gobernadores, e implícito del gobierno Lula,
se vienen creando grupos paramilitares formados por ex policías militares para
combatir a los narcotraficantes que controlan la mayor parte de las favelas. El
enfrentamiento entre estos grupos explica la violencia desatada estos días en la
ciudad carioca, donde los paras ya controlan 95 de las casi 400 favelas. El
urbanista Mike Davis señala (www.rebelion.org 8 de enero) que "los suburbios de
las grandes ciudades del tercer mundo son el nuevo escenario geopolítico
decisivo". Por esta razón, añade, "en el Pentágono parecen ahora obsesionados
con la arquitectura y el planeamiento urbano", ya que sus soldados "no tienen
ningún éxito en las 'Sader Cities' del mundo". Por abominable que sea el
narcotráfico, las redes en las que se apoya son la contracara de la salvaje
acumulación de capital de las elites de nuestros países. ¿Va Lula a encarar el
problema con la misma lógica que el Pentágono?