La segunda oleada neoliberal
Raúl Zibechi
A caballo de la crisis de la deuda externa se fue imponiendo en América Latina
el modelo neoliberal que, en los 90, tuvo en las privatizaciones que desmontaron
los estados nacionales uno de sus ejes más elocuentes. Esa política, impulsada
por los organismos financieros internacionales e implementada sumisamente por
las elites locales, fue resistida por los movimientos sociales con mayor o menor
éxito. Buena parte de los paquetes de ajustes neoliberales consiguieron sus
objetivos, pero el costo político y social de esas políticas no fue menor.
A medida que se fueron imponiendo, las políticas neoliberales dejaron estelas de
levantamientos populares de los cuales el precursor fue el Caracazo de
febrero de 1989. Casi dos décadas después, la potente movilización social de los
90 consiguió deslegitimar a los defensores locales del modelo depredador y en su
lugar tenemos un conjunto de gobierno de izquierda y progresistas, algunos con
claros tintes continuistas y otros que buscan en serio salidas de larga
duración. En suma, el mapa político de la región ha cambiado y los movimientos
han jugado un papel relevante en ello.
Sin embargo, luego de la crisis mundial de los años 1998-2002, una nueva oleada
neoliberal está avanzando en el continente. Ya no se trata de privatizaciones ni
del desmontaje de los estados, sino de algo más complejo. Ciertamente, la deuda
externa ya no está en el centro del debate sino el papel del continente en las
estrategias de acumulación de capital. A grandes rasgos, observamos por un lado
fuertes inversiones en minería, la expansión de los cultivos de soja y, más
recientemente, vemos cómo algunos países líderes como Brasil pugnan por
ofrecerse como grandes exportadores de biocombustibles. Se trata de una
reprimarización de las exportaciones luego de una crisis que dejó maltrecho el
vulnerable aparato industrial regional.
La región en su conjunto tiende a convertirse en provedora de commodities
al mundo en desarrollo, tanto a Estados Unidos y Europa como hacia los países
asiáticos emergentes. Algunos analistas estiman incluso que el Mercosur, donde
décadas atrás florecía una prometedora industria, tiende a convertirse en una
"república sojera" transfronteriza que se acerca a una producción de 100
millones de toneladas que representa casi el 70% de las exportaciones mundiales
de soja. Los impactos sociales y ambientales son evidentes. En Brasil la soja es
la principal causa de la deforestación de la Amazonia y en Argentina y Paraguay
povoca la expulsión en masa de pequeños y medianos productores.
Según Jorge Rulli, del Grupo de Reflexión Rural de Argentina, conviven en su
país y en el continente tres grandes modelos: la minería a cielo abierto en las
regiones de la cordillera andina, la soja y el maíz transgénico, y la pasta de
celulosa. Los tres tienen graves repercusiones sobre las comunidades pero
ninguno está destinado al mercado interno sino a abastecer las necesidades de la
producción industrial y el forraje que demandan las zonas y países donde es más
intenso el crecimiento económico, o sea la acumulación de capital.
Este triple modelo tiene ahora nuevos objetivos vinculados a los biocombustibles,
o sea a las necesidades de las grandes potencias, en particular los Estados
Unidos, de diversificar su matriz energética para disminuir la dependencia del
petróleo. La expansión de los cultivos transgénicos, la instalación de nuevas y
más grandes plantas de celulosa y el exponencial crecimiento de los cultivos de
caña de azúcar en Brasil, líder mundial en la producción de biocombustibles, son
una de las principales apuestas de los gobiernos de Néstor Kirchner, Tabaré
Vázquez y Luiz Inacio Lula da Silva, entre otros.
Con los nuevos gobiernos progresistas, y pese a esfuerzos como el desarrollado
por Brasil para impulsar el comercio Sur-Sur, la pauta exportadora no sólo no se
ha modificado sino que se encuentra en regresión. Las exportaciones de productos
primarios siguen creciendo y los Estados Unidos se consolidan como el principal
mercado en buena parte de los casos. En paralelo, los esfuerzos para acelerar y
profundizar la integración regional que se realizan luego del fracaso del ALCA
en la cumbre de Mar del Plata (Argentina) en noviembre de 2005, no parecen
suficientes ante el impetuoso avance de esta segunda oleada neoliberal.
El próximo viaje de George W. Bush a Brasil y Uruguay parece estar vinculado
estrechamente a la cuestión de los biocombustibles. En el caso probable de que
Estados Unidos decida levantar la prohibición a la importación de
biocombustibles brasileños, ese país va a experimentar una notable expansión de
los cultivos de caña de azúcar y de la inversión privada extranjera en las 77
usinas previstas hasta 2012. Brasil produce la mitad d elos biocombustibles del
mundo. El ingeniero químico brasileño Expedito Parente, propietario de la primer
patente registrada para producir biosiesel, acaba de declarar: "Tenemos 80
millones de hectáreas en la Amazonia qe van a trasnsformarse en la Arabia Saudí
del biodiesel". La celulosa, otra de las fuentes de biocumbustibles, de la que
Uruguay puede llegar a ser un gran productor, será casi con seguridad uno de los
temas que Bush conversará con Vázquez.
A diferencia de la primera oleada neoliberal privatizadora de los 90,
monitoreada por gobiernos conservadores, la actual está siendo impulsada por los
nuevos gobiernos progresistas. Si la primera fue resistida con empeño y coraje
por los movimientos, la relación de fuerzas actual hace mucho más compleja la
oposición al nuevo giro que está dando el modelo. Será necesario mucho debate,
mucho estudio e investigación y una buena dosis de decisión y valentía
políticas, para hacer frente a las fuerzas complejas que están promoviendo una
profundización del modelo que para muchos resulta aún invisible y escasamente
comprensible.