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Tecnología

2 de diciembre del 2002

Las bragas de la información

Esteban Valenti
Bitácora

La reverenciamos, la despreciamos, la denostamos, la consumimos, la amamos y dependemos de ella, mucho más de lo que imaginamos. Uno de los grandes muros que cruza y divide el mundo en toda su geografía, es sólido como el acero y ligero como el éter, es la información. Vivimos en la sociedad de la información. Aunque muchos ni siquiera lo saben y solamente lo sufren.
Los medios de comunicación se han erigido en el espacio fundamental de la política, aquel en el que se forman las opiniones y las decisiones de los ciudadanos. Esto no quiere decir que los medios de comunicación tengan el poder, pero en ellos se juega el poder. Manuel Castells.
La información es una materia tan compleja, tan entrelazada con nuestra vida - en sus grandes proyectos, en la existencia de las naciones, o de las corporaciones globales -, con nuestra cotidianeidad y nuestros destinos, que el mayor peligro es simplificarla y reducirla a una caricatura de la realidad. Hay que tratarla con respeto y con profundidad. La información no es como la diosa griega de la sabiduría Palas Atenea - nacida de la cabeza de Zeus, ataviada con todos sus atributos -, es una sutil y compleja construcción humana, la forma inmaterial de relacionarse que tienen las mujeres y los hombres. Aunque en todas las cosas que utilizamos, que nos arrojamos o que nos llenan la vida, hay una enorme cantidad de información acumulada. Ante el tamaño de este horizonte, sólo nos referiremos hoy a la información periodística, una pequeña parte. Pero de vital importancia.
Canibalismo e información
Despojada de sus relucientes ropajes, miremos más a fondo en sus intimidades. Veremos que junto con la gran revolución tecnológica, cuyo paradigma es sin duda Internet, hay otros fenómenos asociados que no pueden ni deben escapar al análisis.
En primer lugar, el canibalismo de la cultura y de la comunicación por parte de la información.
"Todo es comunicación", parece ser el lema de la nueva civilización. Lo que antes eran tres esferas bien diferenciadas y con características y rasgos propios, tienden a confluir en la gran corriente de la información. Lo que no es información, no existe. Información a nivel global, quiere decir velocidad, o mejor dicho simultaneidad. Más rápido circula la información y más valor tiene. Somos testigos de los hechos en directo. Ese es el objetivo supremo. El proceso de deglución se basa esencialmente en un mecanismo económico, comercial. La información se ha transformado en la principal mercancía de nuestra época. Tiene como tal un valor autónomo, propio, y los profesionales que trabajan en sus cadenas de montaje están cada día más obligados a competir en un sólo terreno: su valor comercial, sus tiempos frenéticos, la simultaneidad. Las ropas interiores de esta información global muestran los peligros de una alienación creciente de consumidores y productores. La información como principal mercancía se disocia día a día de valores éticos, morales, cívicos, para privilegiar los elementos de la competitividad, de la simultaneidad, del "realismo", medidos en términos de impacto en el espectador. La información como parte del entretenimiento ha creado su propia moneda, el raiting, es decir las unidades de medida del número de consumidores. La disputa por el raiting electrónico, gráfico, o de cualquier tipo, es hoy la disputa despiadada de los mercados de la información.
El gran hermano
"En la actualidad, informar es esencialmente hacer asistir a un acontecimiento, es decir, mostrarlo, situarse a un nivel en el que el objetivo consiste en decir que la mejor manera de informarse equivale a informarse directamente. Es ésta la relación que pone en cuestión al propio periodismo". Afirma Ignacio Ramonet. Mientras históricamente el periodista era un intermediario entre los acontecimientos y el usuario de la información, lo que comportaba un aporte cultural, de sensibilidades, de valores cívicos, morales y también políticos, ahora el ideal es una relación directa, un "gran hermano" permanente sobre el mundo, un planeta en ropa interior o desnudo, que supuestamente se muestra ante el orbe atento. Sólo apariencia. La premisa de la participación en los acontecimientos en simultáneo y en un mundo transformado en una casa transparente y llena de cámaras de televisión o fotográficas, o de periodistas como meros relatores, es imposible. La confluencia de dos elementos hacen extremadamente peligrosa esta aparente y engañosa transparencia de la información.
Sólo los grandes, los más grandes, pueden ofrecer un "gran hermano" global, y son ellos los que eligen la colocación de las cámaras y el ángulo de las mismas. Ellos, y no los profesionales, son los que eligen el menú y sus condimentos. Pero con el agravante que ahora nos hacen a todos sus cómplices. Somos nosotros, en nuestras casas, los espectadores que miramos a través de una supuesta transparencia entre la realidad y nuestro sofá, los actores pasivos de esta información. Pero lo más grave es que mirar no es comprender, asistir a un hecho no implica necesariamente disponer de los antecedentes, la información del entorno, de la historia, de la cultura que nos permita entender. Y la información sin comprensión es básicamente entretenimiento. Una sucesión de acontecimientos sin relato, sin historia, con muy poca cultura.
La verdad al desnudo
Una polémica tan antigua como el periodismo se refiere a la verdad, a la búsqueda de reflejar la verdad. Hoy asistimos a la posibilidad y a la capacidad de fabricar "una verdad", con la complicidad de los medios y del público.
Ya no es necesaria la búsqueda de la verdad, la disputa incluso intelectual, política o ideológica sobre la verdad. Que fue en definitiva - en el debate a nivel de las grandes mayorías lectoras o de relativa cultura -, uno de los principales factores del progreso racional. Ahora si los grandes medios juntan sus cámaras sobre un hecho, ésa es la verdad, la única verdad.
Si deciden mostrarla en forma descarnada y truculenta - como en África-, o sin la imagen de una sola víctima - como en el atentado de las Torres Gemelas - ésa es la realidad. Aunque la muerte, siempre sea la misma.
Hoy, estamos sumergidos, casi ahogados, en información. Es una de las formas de desinformación. Nos quita el tiempo y la capacidad de discernir, de evaluar y sobre todo, de razonar. Razonar es la única forma de aproximarnos a la verdad, de seguir buscando, de construir un pensamiento crítico. Para no confundir libertad con confusión.
No se trata de la voluntad premeditada de mentir, en el ejercicio de la supremacía de una cultura, de una forma de ver el mundo, de ciertos valores económicos, políticos o incluso militares, está la base de "una sola verdad", la verdad de la saturación.
Otra información es necesaria.
Hace días que la Argentina, la región y el mundo, están conmovidos por las imágenes de los niños que mueren de hambre en Tucumán. Es un episodio más de la tragedia. Hace meses que mueren niños de hambre en todo el país, incluso en Buenos Aires. El 70 por ciento de los menores de 14 años son pobres y más del 40% son indigentes, pobres de toda pobreza. Ahora, el foco de la información se colocó sobre esa provincia y nos enteramos, nos conmovemos, y algo se mueve. Es bueno, pero insuficiente y superficial. Detrás de esos niños está el vaciamiento del país, la quiebra de un modelo, la complicidad de unas clases dominantes donde el 10% más rico tiene un rédito 46 veces más alto que el 10% más pobre. Detrás de esos cuerpos - sólo piel y huesos -, de esos ojos fuera de toda descripción, hay mucho más que debe saberse, informarse, razonarse. El problema no es de cantidad, ni la foto instantánea, el problema es la calidad y la confiabilidad de la información. Luchar contra la brecha digital o contra la más grande brecha de todos los tiempos, la brecha del desarrollo y las oportunidades, es luchar y construir "la democratización de la información" Esa es la otra información necesaria y posible. Que sea posible, es todo un reto; que sea necesaria, es una angustiante realidad.
Democratizar las fuentes y los protagonistas de la información, democratizar los canales y los estilos, las culturas de referencia y sobre todo el aporte de los profesionales, recuperados del simple papel de engranajes en la cadena de montaje.
El reportaje a la realidad sigue siendo parte de la gran literatura, no sólo porque puede alcanzar niveles estéticos conmovedores, sino porque es la visión de un ser único y sensible frente al mundo, que mira con los ojos de todos y nos representa en nuestras diversidades. No hay nada más colectivo, más representativo de nuestras sociedades que las miradas de los buenos profesionales de la información, con sus angustias, sus perjuicios, sus sensibilidades, sus opiniones y que nos relatan la realidad para ofrecernos una visión de seres humanos vistos por seres humanos, en medio de las tensiones. Esos profesionales que - como dice Tomás Eloy Martínez -conciben su oficio nunca como un mero modo de ganarse la vida, sino un recurso providencial para ganar la vida. Una buena foto de un volcán en erupción, o de un bello paisaje, es una cosa. Hasta nos alcanzaría con la simple imagen testimonial. Una foto de Tucumán en ruinas debe ser parte de un debate, polémico, apasionado, lleno de tensión moral y cívica. Esa "otra" información no es necesaria, es imprescindible. Bitácora ha sido en estos 100 números sólo eso, una aventura semanal para ofrecer a sus lectores una mirada desde muchos ojos, muchas sensibilidades sobre un país y un mundo en tormenta. Con una aceptación y una participación, que nos ha asombrado a nosotros mismos



Esteban Valenti. Periodista. Coordinador de Bitácora. Uruguay.