Frente a la pretensión de algunos dirigentes políticos de cerrarlo en falso, frente al intento desesperado de negar que se dijo digo donde se dijo digo, el debate público sobre la validez de las razones que se esgrimieron para iniciar la guerra contra Irak es más necesario que nunca. Que no se olvide que las acusaciones de que el régimen de Sadam poseía armas de destrucción masiva y una estrecha relación con el terrorismo internacional fueron los argumentos que valieron un conflicto bélico y la justificación de toda la sangre derramada y el doloroso tributo de bajas que, en siniestro goteo, sigue produciéndose en el caótico Irak de la ocupación.
PERO CASI un año después de los primeros bombardeos sobre Bagdad, la inexistencia de esas pruebas abre las puertas de par en par a la certeza de que hubo oscuros manejos desde el núcleo duro de los centros de decisión para justificar la guerra. Una estrategia que evidencia lo espantoso que puede ser en democracia el ejercicio del poder de una manera torticera y manipuladora en favor exclusivo de sus intereses y lo conveniente que resulta que haya elementos de contrapoder que lo descubran y lo denuncien.
El comportamiento de la cadena de emisoras inglesa BBC, modelo en Europa desde 1922 del periodismo responsable e independiente, viene como anillo al dedo para contextualizar lo que está ocurriendo en torno a este caso de alcance mundial. La BBC, consciente de la trascendencia del conflicto y de sus implicaciones políticas, involucró al primer ministro, Tony Blair, en una trama que tenía por objetivo la exageración o distorsión de pruebas de los servicios de espionaje británicos sobre la capacidad militar ofensiva del dictador iraquí. No se trataba de una acusación banal, por cuanto implicaba que el Gobierno laborista podría haber mentido a su opinión pública y actuado luego en la sombra para tapar el escándalo político desatado por las confesiones de un espía del Comité Conjunto de Inteligencia.
Ése era el núcleo del llamado caso Kelly, que justificó la decepcionante encuesta que llevó a cabo el juez Hutton, encargado de investigar las responsabilidades gubernamentales en la muerte del analista de inteligencia David Kelly. Y es decepcionante porque, aunque el magistrado exculpa al Gobierno británico de toda responsabilidad en su muerte y acusa al periodista de la BBC Andrew Gilligan de manipular la información facilitada por el fallecido, no sustancia la responsabilidad del Ejecutivo de Blair en lo fundamental. Es decir, si ha mentido sobre la existencia de armas de destrucción masiva y, por tanto, si basó una declaración de guerra, condenada unánimemente por la comunidad internacional, en una obscena falsedad.
La dimisión posterior del autor del reportaje, del director general de la cadena, Greg Dyke, y del propio presidente del ente público, Gavyn Davies, ha sido contestada por miles de trabajadores de la BBC que defienden a los dimisionarios y ponderan su apuesta profesional por un periodismo "valiente, riguroso e independiente" que buscaba la verdad. Es una opinión compartida por otros muchos medios de comunicación de ese país y del mundo entero. En realidad, lo que el contencioso entre el Gobierno de Blair y la BBC deja muy claro es que un Gobierno democrático se ha saltado olímpicamente uno de los códigos esenciales de la democracia representativa. A saber, que el poder ejecutivo no debe mentir nunca a los ciudadanos.
La amenaza permanente de desafección democrática que puede afectar a buena parte de la población de la vieja Europa no debe encontrar una fuente natural de realimentación en la manipulación, la mentira, la reducción de debate público y la falta de transparencia de los gobiernos. La afirmación del pensador y político británico Ralf Dahrendorf, en el sentido de que la dosis necesaria de desasosiego que necesita un sistema democrático se manifiesta hoy, casi en exclusiva, a través de la oposición de los medios de comunicación, cobra una singular grandeza cívica, más allá de criticables errores puntuales.
LA LIBERTAD de expresión, el papel crítico y riguroso de los medios ante cualquier poder público, junto con la exigencia de comportamientos transparentes, éticos y coherentes, siguen siendo imprescindibles para el correcto funcionamiento de unas democracias que no pueden estar a merced de unas tecnoestructuras gubernamentales, inclinadas a situarse por encima del bien y del mal.
Kelly se ha llevado a la tumba lo que realmente contó al periodista Gilligan. Pero mientras los principales directivos de la BBC han dimitido tras el informe del juez Hutton, pese a que los hechos les están dando la razón, habrá que preguntarse qué responsabilidades asumirán y ante quién aquellos que como Bush, Blair o Aznar dieron luz verde a la guerra contra Irak sobre bases aparentemente falsas y manipuladas.