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Manuel Talens

Psicoanálisis del soldadito

Manuel Talens

En las manifestaciones que han tenido lugar tanto en Valencia como en el resto de España contra la guerra de Irak, el personaje principal de casi todas las pancartas era José María Aznar. Sin duda alguna, el presidente del gobierno se ha convertido en la figura más impopular de este país, culpable ante la ciudadanía de habernos involucrado en una odiosa aventura.
La gente de la calle, las tertulias de los medios audiovisuales o los artículos de opinión en la prensa no dejan de hacerse la misma pregunta: ¿Por qué? ¿Cómo es posible que este hombre, a quien se le supone una inteligencia superior, haya tomado en solitario la decisión más escabrosa, la única que los españoles no deseaban? Las respuestas son variopintas y van desde el estupor de Sami Naïr –que se declara incapaz de entenderlo– a los razonamientos morales (‘es un canalla’) o económicos (‘a saber lo que le habrá prometido Bush’). Sin embargo, echo de menos un método no explorado que podría arrojar luz sobre este asunto y ayudarnos a entender la compleja personalidad del político vallisoletano: el análisis psicológico.
Partiré de una hipótesis: Aznar tiene un complejo de inferioridad a causa de su baja estatura. Dado que la grandeza de una persona se mide por el intelecto, no es el hecho de ser pequeño lo que habría dado lugar en él a este problema caracterológico, sino la percepción
consciente de la pequeñez como una herida que se propuso restañar a cualquier precio.
En los procesos neuróticos de esta índole el
Ello –eso que otros llaman alma– reacciona de forma imprevisible, desde el suicidio a la autosuperación. Nuestro paciente, para compensar la talla que le negaron sus genes, habría elegido la segunda ruta, la más difícil, que lo ha llevado a la Moncloa. En el camino, tuvo que enfrentarse a un enemigo formidable pero crepuscular, Felipe González, quien contrariamente a él, es un sólido estadista y, para más dolor, le saca un palmo de estatura. Incluso derrotado, González sigue siendo la obsesión patológica de Aznar, que nunca cejará en su empeño de superarlo históricamente en todos los terrenos, pues aspira a ser más alto que él. Para mí, el origen de la complicidad aznariana en la guerra homicida de George W. Bush es una orden inapelable de su inconsciente: ¡Demuéstrale a Felipe que puedes ser un grande entre los grandes! Por eso, le es imposible dar marcha atrás, ya que su acomplejado yo no podría soportar la humillación. Además, la celebridad mediática que ha obtenido a cambio –el instinto del placer– corre una cortina de humo ante el genocidio que está teniendo lugar e impide que el superyó –el guardián de los valores éticos– se apiade de las víctimas iraquíes.
Sin embargo, la realidad termina casi siempre por ser cruel, pues el mundo no suele funcionar según los ilusorios esquemas narcisistas de un individuo determinado, sino de acuerdo con la implacable lógica del poder: Bush y Blair se sirvieron de Aznar para sus propios fines durante los preparativos militares y lo lanzaron de kamikaze sobre la ONU y la Unión Europea. Hoy, una vez comenzada la guerra, se han olvidado por completo del minúsculo soldadito español.
Lección de historia: Napoleón no fue alto, pero sí grande. Aznar no es ni lo uno ni lo otro.