Alerta Salta
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Cuaderno de viaje
Hernán López Echague
silenzi@adinet.com.uy
Mis queridos amigos:
Esta mañana, en tanto ordenaba viejos papeles, encontré en un cuaderno de viaje
una anécdota que Pepino Fernández, de la Unión de Trabajadores Desocupados de
General Mosconi, Salta, me refirió un par de años atrás: "Mirá, una vuelta, un
tipo del New York Times le preguntó a Rockefeller cuál es la industria que más
plata deja en el mundo. Entonces Rockefeller dijo: una empresa petrolera bien
organizada. ¿Y cuál es la segunda industria que más plata deja en el mundo?,
siguió el tipo. La empresa petrolera mal organizada, dijo Rockefeller".
Minutos más tarde, mientras limpiaba mi buzón electrónico, me encontré con el
siguiente cable de EFE:
Madrid, 12 de marzo de 2004 (EFECOM).- El presidente de Repsol-YPF, Alfonso
Cortina, percibió el año pasado 2,8 millones de euros en concepto de salario por
el desempeño de sus responsabilidades ejecutivas, según consta en el Informe
Anual sobre Gobierno Corporativo remitido hoy a la Comisión Nacional del Mercado
de Valores (CNMV).
EFE, 12 de marzo de 2004. El sueldo del consejero delegado, Ramón Blanco, que
accedió al cargo en abril del año pasado, ascendió a 1,4 millones de euros.
Los consejeros de la petrolera hispano-argentina percibieron un total de 3,28
millones por su pertenencia al Consejo de Administración. Los miembros del
Consejo cobraron 1,01 millones adicionales por pertenecer a órganos de
administración de otras sociedades del grupo.
El Consejo de Administración de Repsol-YPF someterá a votación en la Junta
General de Accionistas la modificación de sus Estatutos Sociales para adecuarlos
a las nuevas exigencias introducidas por la Ley del Mercado de Valores, más
conocida como "Ley de Transparencia".
Según el orden del día de la Junta, que fue remitido hoy a la CNMV, el Consejo
también propondrá el pago de un dividendo complementario a cargo de los
resultados de 2003 de 0,2 euros brutos por acción, pagadero a partir del 1 de
julio.
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De pronto la memoria, que tiene el maldito hábito de actuar de manera
ingobernable, me instaló en Mosconi. Mayo del año 2002. Allí andaba yo, tomando
notas que meses después había de incluir en mi libro "La política está en otra
parte". Estoy con Tomás, miembro de la UTD, y su hermano. El interior de un
auto. Los Nocheros en la radio.
"Ahora", me dice Tomás, "vas a conocer lo que fue la época de gloria". Empezamos
a subir un cerro empinado, rumbo al "Campamento Vespucio", paraje donde siete
décadas atrás fueron edificados los predios de YPF, y en cuyo derredor floreció
un pequeño y próspero pueblo. A medida que avanzamos por el camino el aire
comienza a cobrar frescura y la geografía verdor y magnificencia. Descendemos
del auto en la entrada del imponente edificio que sirvió de sede administrativa
de YPF; en la vereda, un busto: "Al General Ingeniero Enrique Mosconi
(1877-1940). Patriota y Estadista austero". Aquí, dice Tomás mientras andamos
los peldaños de la corta escalinata que nos lleva hacia el interior, tenemos
ganas de hacer una ciudad universitaria. Suficiente ha sido alcanzar el hall
para experimentar una sensación de vaga y profunda tristeza; ventanillas
cerradas, un escritorio ajado e inútil, cielorraso y paredes semiderruidos; olor
a musgos y a mampostería carcomida por la humedad; el patio central, circundado
de oficinas, no es más que un yuyal donde han ido arrumbando viejos ladrillos
cubiertos de verdín, restos de pinoteas apolilladas, vidrios astillados; en el
marco superior de la puerta de los gabinetes, ajenas a la desidia y el paso del
tiempo, perduran, intactas, las placas que identificaban cada una de las áreas
de la colosal empresa que Carlos Menem supo obsequiar: Secretaría de
Administración; Relaciones Industriales, Personal, etcétera, etcétera; más allá,
espaciosos salones donde persisten en pié notables trabajos de ebanistería.
Diez, quince años atrás, seiscientas personas solían llenar de alientos y voces,
cada día, esta atmósfera ahora desabrida, letargosa. Seguimos camino, a pié,
hasta la sede del Club Social, una obra de arquitectura colonial también
abandonada. A través de los cristales de una ventana curioseo el interior:
gruesas columnas de mármol fileteado, piso de baldosas finiseculares. Acá
trabajó Pepino unos años, dice Tomás. Sonríe: era mozo, atendía a los capos de
YPF, que bailaban valses, esas cosas. Contiguas al club, la pileta de natación y
la cancha de tenis; en la esquina, semiabandonado, un antiguo cine de mil
seiscientas butacas; enfrente, donde estaban los dormitorios de los médicos de
YPF, hoy funciona el Casino de Oficiales de la Gendarmería Nacional. Regresamos
al auto y seguimos cuesta arriba, un camino que desemboca en los pozos de la
empresa petrolera Pan American Energy; ahí, dice Tomás dirigiendo un dedo hacia
una curva, les hacemos los piquetes para pedir por la reincorporación de
compañeros. Llegamos al hospital Vespucio, presa también del olvido. En un
cartel que alguien pegoteó en el vidrio de la puerta de un consultorio inútil,
leo "El hambre no es sólo de pan. El hambre es de amor. Madre Teresa de
Calcuta"; deambulamos por las instalaciones, donde sólo hallamos más
consultorios baldíos: "Pediatría", "Fonoaudiología", "Psicología" ... Acá
funcionaban cuatro quirófanos, acá nació mi hija mayor, la de veintitrés años,
recuerda Tomás sin ocultar la nostalgia mientras salimos del edificio. Lanza un
escupitajo al suelo. Su silencioso hermano lo imita. Ya lo vamos a hacer
funcionar nuevamente, agrega con decisión. No encuentro razones para descreer de
su certeza. El auto, entonces, se pierde por callejas sinuosas engalanadas con
el rojo punzó de gran número de estrellas federales que se elevan a uno y otro
lado del camino; barrio de casas señoriles, acariciadas por una naturaleza
selvática, que antaño habitaban las familias del personal jerárquico de YPF y
hoy ocupan familias acomodadas de la región que, luego de la célebre
privatización, pudieron comprarlas a precio de remate; la mansión de mayor
extensión y pompa, aquella que sólo un pánfilo cometería el desatino de no
detenerse a contemplar, pertenece, claro, al intendente de Mosconi. A doscientos
metros, el estadio de fútbol de YPF; las tribunas, de madera maciza, han sido
contruídas por hombres de la UTD; chicos agraciados del barrio pituco pelotean
un poco; en este pasto, dice Tomás, lo vi jugar una vez a Silvio Marzolini.
Maldito destino: el campo, ahora, es utilizado por la Gendarmería para acantonar
las tropas que, desde distintos puntos del país, llegan a Mosconi para reprimir
los cortes de ruta. En un predio lindero, el estadio cerrado de basquet, una
tribuna de madera excelsa y piso de parqué; en una de las paredes laterales, un
mural con el diseño de los contornos de la provincia de Salta y en el centro del
dibujo la silueta atrevida, fulgurosa, de una torre de petróleo.
Todo esto ha sido un sopapo. Estoy inmerso en un estado de rara ausencia, de
insoportable oquedad. He visto las huellas indelebles de una política enfermiza
y macabra que ha condenado a millones de personas a la postración. He visto
miasma que me lleva a remembrar uno de los pasajes de la primera página de El
otoño del patriarca, de García Márquez: "Fue como penetrar en el ámbito de otra
época, porque el aire era más tenue en los pozos de escombros de la vasta
guarida del poder, y el silencio era más antiguo, y las cosas eran arduamente
visibles en la luz decrépita (...) las baldosas habían cedido a la presión
subterránea de la maleza".
El paseo por el país de las ánimas, de los espectros de una historia
sencillamente infausta, ha llegado a su fin.
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De improviso regreso a esta mañana oleosa. Continúo sumergido en los euros del
señor Cortina, el desdén de Kirchner, el Campamento Vespucio, las palabras de
Pepino, cuando la radio comienza a recordarme que la crisis energética habrá de
devorarnos a todos.
Un abrazo
Hernán
silenzi@adinet.com.uy
2004-05-07