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Calamaro llega, casi puntual, a su bar preferido de Malasaña. Trae buen aspecto, la sonrisa fácil, en la mano una bolsita de la farmacia. "He pasado estos días mandando e-mails terroristas: más que nada a los tontos de músicos que condenan la piratería. También a Diego Manrique (crítico musical), a quién llamé monaguillo de Jennifer López, por escribir en revistas que la sacan en portada". Nos invita a su casa, tres portales más allá. De camino, hablamos del rechazo de la prensa hacia El salmón. "A mí no me molesta; de los discos que escriban lo que quieran, pero hay críticos serios, de prestigio, que caen en lo amarillo". Nos abre un pequeño estudio casero, de unos dos metros cuadrados, donde el gato de la casa hace de las suyas, enredando entre cables y cacharros. Andrés lo echa con cariño. En el cristal de la ventana, una pegatina que dice: "Para vivir fuera de La Ley, tienes que ser muy honesto (Bob Dylan)". A mitad de la entrevista, saca un compacto y lo pone durante veinte minutos, desplegando un pequeño infierno de fragmentos, como haciendo zapping con el dial de una radio. Se mezclan flashes de blues, scratch, flamenco, golpes de baterías (¿ensayos?), líneas de bajos en plan cumbia y versos marca de la casa: "No insultes a mi locura / llamándola locura temporal". Desde El salmón, entrevistar a Andrés se ha convertido en un pequeño ritual, con algunos placeres asegurados: escuchas canciones nuevas, intentas descifrar su discurso (muchas veces, disperso) y disfrutas con su generosa ración de anécdotas. Bueno, muchas de las piezas que escuchamos ya estaban colgadas desde verano en www.deepcamboya.com. Contra la corriente, cien por cien a su ritmo, compartimos hora y media con Calamaro sin descubrir nuevas estrategias sonoras. "Veo grabar como algo continuo: sólo apago el estudio cuando me voy de viaje. Enciendo el power y lo dejo seis meses. Tengo diferencias musicales con el mundo. En lo que sí estoy de acuerdo es en grabar en estéreo". ¿Has compuesto algo hoy?
Estoy trabajando en la banda sonora de la película de un amigo argentino. Está triste, porque su última cinta se la pusieron "X" y le jodieron el negocio. La verdad, yo vi la película y no se priva de nada: gore, coños, pastillas... Ahora estoy componiendo para su nuevo largo. Es de un cocinero, atrapado en la crisis argentina, que pierde su trabajo y no puede usar aceite de oliva. Se pone a trabajar en el servicio doméstico, de "filipina", se le cruzan los cables, le pasan muchas cosas, pero tiene un final feliz. Pierde los escrúpulos, pero recupera su cocina. Para la banda sonora, quedo mucho con Jerry González. No sabía qué usar de tema central, así que lo intenté con unas versiones de "Every Time We Say Goodbye", de Cole Porter. Después, leyendo el guión, me pareció que iba a sonar demasiado melancólico, patético como tema central. También hice un par de secuencias, de melodías cinematográficas, cercanas al Local Hero de Mark Knopfler. Desde El salmón parece que han cambiado radicalmente tu forma de trabajar. ¿Nos explicas por qué?
Dejé de escribir solo. Comencé con Marcelo Scornik y después llegó Jorge Larrosa. Con Marcelo tuvimos una crisis personal y nos bajábamos las rayas con bisturís. Decidimos escribir sobre gente verdadera, sobre otras personas, todo un repertorio carcelario con experiencias del delito dentro y fuera de la cárcel. Empezamos los tres nuestras conversaciones con las Madres de Plaza de Mayo, que fueron muy importantes, y las visitas a la cárcel. Sin publicar canciones estuvimos muy cerca de ellas y de sus habitantes. Un poco a través de una realidad argentina, que en un momento floreció delante de mí en forma de drogas, prostitución y delito. Empezamos a escribir de eso en un punto en el cual nosotros tres nos considerábamos unos pasotas, en realidad. Tuvimos que dar un giro de 360 grados y encontrarnos con nosotros mismos. Volvimos a la posición original. Es un poco lo que dicen los versos de "The Times Are A-changin’" (Bob Dylan): los bandidos, los camellos y los farloperos somos una referencia para la gente. A veces mantener la opinión contraria es una cuestión de supervivencia más que de glamour. Creo que es nuestro caso. Recordamos una frase tuya reciente: "Scornik escribe las canciones políticas y yo las tontas de amor". ¿Por qué esa división?
Eso no es cierto. Marcelo hizo las canciones de amor más heavies de El salmón, las que tienen el amor hirviendo en las venas. "Tu pavada" es superheavy. No me atrevo a escuchar de nuevo las letras de Marcelo. Las buenas baladas de El salmón: "Tu pavada" o "Rumbo errado", que son mis favoritas, son suyas. Las últimas 500 canciones del disco no son de amor (risas). Además, una canción de amor nunca es tonta. Canciones tontas son esas escritas mal a propósito, buscando una mayor levedad. Quizás serían las canciones como "Ya estoy yo" (se refiere a "Para seguir"), "All You Need Is Pop" o "Revolución turra". Las grandes definiciones de amor y de libertad son más que nada las de la ausencia de esas cosas. El asunto es estar siempre escribiendo. ¿Qué has aprendido desde El salmón hasta ahora?
Fue un año de explosión total en lo musical y seguimos haciendo canciones. Pero más que nada a partir de 2001 empecé a entrenarme con la guitarra, con el teclado y con el sampler. También con el cuatro pistas, grabando cualquier cosa. A través de un amigo que se llama Alberto y que es como "blusero", que también tiene mucho contacto con la salsa, lo latino y el flamenco, conocí a Jerry González, que me vino con la grabación de Los piratas del flamenco y entonces volví a escuchar a Diego "El Cigala" y para mí fue como si me cayera el mundo encima. Un momento bonito de verdad. Entonces, a la semana siguiente, nos conocimos todos en Clamores, nos hicimos amigos y grabamos en casa con Diego. Al sábado siguiente fui a grabar también con el "Niño" Josele. Asistí a la grabación del concierto en el Teatro Real. Este último año, más que de canciones fue de tocar con gente: los cubanos, los brasileños, los flamencos, los de la salsa de Nueva York... Mis ambiciones en la música estuvieron realmente colmadas cuando conocí a estos tipos, de algún modo, mejores. Hace un par de meses, en cambio, empecé a trabajar menos. Vivía la vida más normal del barrio. Gracias a la película, trabajé algo con Jerry, muy motivado por la coca. ¿Cuál es tu posición actual respecto a la industria del disco?
Básicamente yo quiero que la música sea gratis. En todo caso, es interesante poder mostrarla con otra fluidez que no sea la de un lanzamiento de mierda. Esta clase de éxito y de ventas no me conviene. No tengo nada personal contra los tipos de los despachos, pero, en general, creo que la música es para la gente. Yo no entiendo cuando sale en televisión la noticia de que desmantelaron una operación importante de piratería. Para el pueblo tiene que ser una mala noticia. Es como cuando pillan un barco lleno de coca. ¿Quién se alegra por eso? De todas maneras, el circuito de la " top manta" es muy comercial. Lo que se puede encontrar es lo mismo que se escucha en la radio o se ve en Madrid Rock. A mí me gustaba cuando buscar un pirata era como el Santo Grial. Tengo ochenta de Dylan y ochenta de los Stones, mi especialidad es el periodo Some Girls, la gira 78/79. Las compañías tienen su línea: el DVD viene gratis en los discos porque como soporte musical no paga royalties. Ahora pueden vender cinco CD por menos de lo que cuesta medio gramo. Pero casi siempre es material de catálogo, no pagan nada. Solamente pagan los discos de Crónicas marcianas. Cierta incomprensión con El Salmón me rompe un poco las bolas. El público tiene que ponerse las pilas. Gran parte de la gente prefiere que la música no le llame mucho la atención, así no tiene que perder tiempo. Ahora todo los discos se parecen a El Salmón en lo peor. Cuando voy a las tiendas de discos, todo lo que veo son recopilatorios de Ibiza, acordeones franceses, todo en packs de ocho discos. No se sabe si es caro o barato. El margen está entre el medio euro que cuesta un disco y los veinte que le ponen de precio. Hay 19’50 de diferencia. Eso es un 4.000% o así.