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Reportajes

10 de febrero de 2003

Entrevista a Santiago Alba Rico
El comunismo es una urgencia, no hay tiempo para políticas socialdemócratas o reformistas"

Mundo Obrero

¿Cómo es necesario pensar hoy en día el comunismo?

Creo que debemos pensar el comunismo en una triple dirección. En primer lugar, como una tradición: una tradición riquísima de pensamiento y acción, muchas veces -es verdad- malversada desde dentro, pero sobre todo combatida, perseguida, manipulada y atacada con toda clase de medios -bélicos y propagandísticos- por parte de las potencias capitalistas que todavía hoy, como lo prueban las banalidades mistificadoras de Huntington y la instrumentalización del cómplice Ben Laden, siguen viendo en él la verdadera amenaza a conjurar; una tradición, en todo caso, que no podemos tirar a la basura, que nos concede la inestimable ventaja de no tener que partir desde cero y de la que tenemos mucho que aprender, desde todos los puntos de vista: intelectual, político y, si se me apura, moral. En segundo lugar, hay que pensar el comunismo como un proyecto. Un proyecto que nombraré con un término enteramente desprestigiado por la propaganda neoliberal: dirigismo. Es decir, ¿queremos que los hombres dirijan la economía o, por el contrario, que la economía dirija a los hombres? ¿Queremos que los hombres gobiernen o preferimos ser gobernados por un automatón ciego que confunde valor de uso y valor de cambio, acumulación y destrucción, riqueza y robo, guerra y crecimiento, y que necesita además, para imponer cotidianamente sus condiciones de reproducción, reclutar sus esbirros entre lo más granado de la abyección humana (una gentuza que daría miedo incluso desposeída de los medios con los que ahora cuenta)? ¿Apostamos por la política o por la ingeniería social? En tercer lugar, el comunismo es una urgencia. No hay tiempo suficiente para políticas socialdemócratas o reformistas. "El mundo comenzó sin el hombre y acabará sin el hombre", anunciaba fríamente Levi-Strauss. La pregunta es ésta: ¿es posible que el hombre como especie se extinga igual que los dinosaurios o los bisontes europeos? ¿Que desaparezca de la faz de la tierra como consecuencia de la lógica de la guerra capitalista en el nuevo contexto tecnológico del que es ella misma responsable? El comunismo no es ya sencillamente la única alternativa a la explotación y la miseria, a la gobernanza y a la tiranía; no es ya la única alternativa a la barbarie. Más allá, el comunismo comienza a ser la única alternativa a la destrucción de la humanidad.
¿Cuáles pueden ser los instrumentos conceptuales para entender y
transformar este periodo del capitalismo globalizado?
Es muy importante, a mi juicio, no dejarse aturdir por el discurso de la "novedad absoluta" del capitalismo globalizado. En este sentido, creo que Petras, Arrighi o incluso Gowan describen mucho mejor el mundo en el que vivimos que, por ejemplo, el último libro de Negri y Hardt sobre el Imperio. Durante los últimos diez años, tras la caída de la Unión Soviética, el capitalismo no ha hecho sino ampliar hasta los límites del planeta su política de apertura de mercados; lo ha hecho, además, como decía Marx, "encarrilando por la violencia la ley natural de la oferta y la demanda"; es decir, lo ha hecho mediante toda clase de medidas de fuerza (con cañones, como en el siglo XIX) vehiculadas por ciertos Estados nacionales (EEUU, Japón, Europa), al mismo tiempo conniventes y rivales entre sí, que han impuesto su hegemonía a todo el resto del planeta. Se ha globalizado, es decir, a golpe de misil y en beneficio de un puñado de naciones. "Imperialismo" es, creo, un buen concepto para definir esto. "Imperialismo" y "proletarización" constituyen dos buenos puntos de partida, por mucho que no sean nuevos, para abordar la enorme versatilidad superficial del capitalismo post-fordista. No es culpa nuestra, ni de los teóricos que lo analizan, si este mundo sigue siendo esencialmente un mundo viejo. El mundo del siglo XIX sólo que en pequeño: pues ya no se puede desertar, como pretende Negri, a ningún "desierto" desde el que comenzar de nuevo.
¿Qué opinión te merece el movimiento anti-globalización, teniendo en cuenta los diferentes grupos y orígenes sociales que lo conforman? La propia diversidad interna del movimiento anti-globalización (desde organizaciones campesinas de la periferia capitalista, como los Sin Tierra del Brasil o los zapatistas de México, hasta grupos alternativos, nutridos fundamentalmente de gente muy joven, de la burguesía media del Primer Mundo) subraya la incapacidad del capitalismo para enmascarar por más tiempo su verdadera naturaleza y su fracaso en todos los frentes. Ya no es necesario rascar bajo la superficie. En la última década, sin una Unión Soviética que le sirviese de espejo invertido y de amortiguador económico, el capitalismo ha desmentido a la luz del día y punto por punto los dos principios sobre los que se basaba su discurso ideológico. Hemos descubierto, en fin, la incompatibilidad entre el capitalismo y el bienestar económico; y la incompatibilidad también entre el capitalismo y la democracia. Este doble fracaso, económico y político, está en la raíz, al mismo tiempo, del nacimiento del movimiento antiglobalización y de las medidas de excepción tomadas contra él: medidas de enmascaramiento de este doble fracaso y de represión de toda resistencia que han llevado, como estamos viendo, a la fabricación de un guerra de civilizaciones, para justificar -y superar- la recesión económica e inducir a la población occidental a aceptar un recorte de libertades políticas a cambio de limitar la inseguridad que las propias potencias han producido. El hecho, en todo caso, de que esta nueva forma de resistencia, ahora en peligro, se haya configurado frente a un derrumbe objetivo y repentino después de treinta años de letargo político, determina el que, sobre todo en los centros occidentales, la crisis interpele a una generación desligada de toda tradición política y que se suma al combate de un modo instintivo y sin ningún respaldo teórico. Lenin escribió en 1917: "Hay décadas en las que no pasa nada y semanas en las que pasan décadas". Los movimientos antiglobalización tienen que responder con movilizaciones y acciones concretas, minuto a minuto, a acontecimientos que se suceden a velocidad vertiginosa, a mayor velocidad aún después de los acontecimientos del 11 de septiembre; y tienen simultaneamente que pensar, por así decirlo, en tiempo real, on line. Este es el reto fundamental al que nos enfrentamos todos, independientemente de nuestra filiación política, en estos momentos.
¿En qué ha cambiado el mundo desde el 11 de Septiembre de 2001? Como decía hace un momento, conviene sustraerse a la ilusión de la "novedad absoluta", del acontecimiento sin precedentes, fetiche que sirve, entre otras cosas, para legitimar también una respuesta sin precedentes. Los atentados de Nueva York (sin que sepamos todavía quién está realmente detrás de ellos) constituyen tan solo un episodio más de una guerra que había comenzado ya, esa IV Guerra Mundial de la que habla el subcomandante Marcos y que él describe como una "guerra total". Es verdad que marcan también un punto de inflexión, y el umbral de una pendiente que no sabemos dónde acabará. Nadie puede controlarlo todo, ni siquiera los Estados Unidos. Uno a veces tiene la impresión de un acuerdo entre Ben Laden y Bush que va más allá del paralelismo de sus discursos, como si se consultasen el uno al otro antes de obrar y de hablar. Mucho más que el espectáculo de las Torres desplomádose, impresiona la teatralidad de los discursos de los gemelos enemigos; dan un poco de miedo. Tal y como decía antes, el doble fracaso del capitalismo, económico y político, exigía toda una serie de medidas de excepción, a las que han servido de coartada los ataques contra NY y Washington. Sigo pensando, como pensé ya el 11 de septiembre, que nos encontramos ante un proyecto de reconfiguración planetaria, ante un golpe de Estado mundial orientado, al mismo tiempo, a salvar la economía de EEUU (mediante un keynesianismo de guerra, el acceso a nuevas fuentes de combustible fósil y el debilitamiento de sus rivales europeos) y a desactivar tanto las resistencias políticas ya existentes como las que se derivarán del Nuevo Orden Mundial: de ahí todas esas legislaciones de excepción que, so pretexto del combate al terrorismo, hacen ya tambalearse los Estados de Derecho allí donde excepcionalmente los había. Pero por este camino nunca se sabe a dónde se puede llegar. Fabricar una guerra de civilizaciones es mucho más fácil que controlarla. Establecer un régimen totalitario obliga a un ejercicio de injusticia y represión tal salvaje que, en el contexto tecnológico actual, podría llevar a una escalada suicida de violencia sin límites.