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8 de abril del 2002
EE.UU. está ignorando la evidencia de
la relación con los servicios secretos de Pakistán
¿Quiénes asesinaron en realidad a Daniel Pearl?
Tarik Ali
Traducido para Rebelión por Germán Leyens
Ha sido primavera maravillosamente hermosa en Pakistán. Pero la
calma superficial engaña. Cuando comenzó la guerra en Afganistán,
sugerí que los talibán serían rápidamente derrotados
y las organizaciones del 'yihádis' y sus patronos se reagruparían
en Pakistán y que, tarde o temprano, comenzarían a castigar al
régimen del General Musharraf. Es lo que está ocurriendo.
En los últimos meses los 'yihádis' han logrado tres impactos de
importancia: el secuestro y el brutal asesinato del reportero del Wall Street
Journal, Daniel Pearl; el asesinato del hermano del Ministro del Interior;
y el ataque contra una iglesia en el corazón del enclave diplomático
de Islamabad, fuertemente vigilado. También ha habido asesinatos selectivos
de profesionales en Karachi: más de una docena de doctores pertenecientes
a la minoría chiíta han sido matados. Todos estos actos fueron
realizados como una advertencia al gobernante militar de Pakistán: si
vas demasiado lejos en tu acomodo con Washington, te costará la cabeza
también a ti. Algunos importantes periodistas creen que ya ha habido
un atentado contra la vida de Musharraf. ¿Son realmente actos de terrorismo
ejecutados por los grupos de la línea dura como Jaishe-e-Mohammed y Harkatul
Ansar, que a menudo los reivindican? Probablemente, pero esos grupos no pasan
de ser una caparazón. Si se les da vuelta se revela el núcleo
racional en la forma de la principal agencia de inteligencia de Pakistán
–los Inter-servicios de Inteligencia (ISI), cuya manipulación de esas
organizaciones ha sido evidente desde hace tiempo.
Las secciones del ISI que patrocinaron y financiaron esas organizaciones se
quedaron lívidas ante "la traición de los talibán". Cuando
se les obligó a deshacer la única victoria que jamás habían
logrado –la toma del poder de los talibán en Kabul– creó enormes
tensiones dentro del ejército. A menos que se aprecien estos antecedentes,
el terrorismo que estremece actualmente el país es inexplicable.
La declaración de Colin Powell del 3 de marzo, exonerando al ISI de toda
responsabilidad por la desaparición y muerte de Pearl, es escandalosa.
Pocos en Pakistán creen en esas afirmaciones. Musharraf no estuvo implicado,
pero debe saber lo que sucedió. Se ha referido a Pearl como "periodista
demasiado intruso" atrapado en "juegos de inteligencia". ¿Ha informado a Washington
sobre lo que sabe? Y si es así, ¿por qué absolvió Powell
al ISI?
La tragedia de Pearl ha proyectado algo de luz sobre los pliegues más
oscuros de las redes de inteligencia. Pearl era un periodista investigativo
inteligente, de mente independiente. En misiones anteriores había establecido
que la fábrica farmacéutica sudanesa –bombardeada por orden de
Clinton– era exactamente lo que se decía y no una oscura instalación
de producción de armas biológicas y químicas, como pretendía
la Casa Blanca. Subsecuentemente, escribió extensivamente sobre Kosovo,
poniendo en duda algunas de las historias de atrocidades servidas por los especialistas
de la tergiversación de la OTAN para justificar la guerra contra Yugoslavia.
Pearl no se daba nunca por satisfecho con las conferencias de prensa oficiales
o con conversaciones con periodistas locales aprobados. La gente con la que
estuvo en contacto en Pakistán dice que estaba intentando de descubrir
lazos entre los servicios de inteligencia y el terrorismo. Su periódico
se ha comportado de manera extraordinariamente evasiva, negándose a divulgar
las pistas que Pearl estaba investigando.
Todo periodista occidental que visita Pakistán es habitualmente vigilado
y seguido. La noción de que Daniel Pearl, estableciendo contactos con
grupos extremistas, no haya sido cuidadosamente controlado por los servicios
secretos es increíble – y nadie en Pakistán lo cree. El grupo
que pretendió haber secuestrado y asesinado a Pearl –"El Movimiento Juvenil
Nacional por la Soberanía de Pakistán" – es una fabricación.
Una de sus exigencias era única: la reanudación de las ventas
de F-16s a Pakistán. Un grupo terrorista, yihadí, que se supone
considere al actual régimen como traidor, presenta una exigencia de la
burocracia militar y estatal de hace 20 años.
El principal secuestrador, el antiguo estudiante de la LSE [Escuela de Economía
de Londres], Omar Saeed Sheik –cuyo proceso comienza hoy en Karachi –ha aumentado
el misterio. Se condenó descuidadamente al entregarse al secretario del
interior de la provincia (un antiguo operativo del ISI) el 5 de febrero. La
opinión generalizada en Pakistán es que Sheik es un "activo" experimentado
del ISI con un historial de operaciones en Cachemira. Si fuera extraditado a
Washington y decidiera hablar, toda la historia se conocería. Su familia
expresa temores. Piensan que podría ser juzgado por un tribunal sumario
y ejecutado para impedir que se revele la identidad de sus asociados. El asunto
se ha vuelto tan misterioso que uno podría preguntarse quién lo
está manejando en realidad. El poder oficial es ejercido por el General
Musharraf. Pero está claro que no alcanza a todo el aparato estatal,
para no hablar de todo el país. Si un régimen militar no puede
garantizar la ley y el orden, ¿qué más queda? La viuda de Daniel
Pearl merece una explicación de su propio Departamento de Estado y del
general en Islamabad.
(*) Tariq Ali es frecuente colaborador de Counterpunch. Su último
libro, ""The Clash of Fundamentalisms," es publicado por Verso.
En Lahore, Pakistán