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30 de abril del 2002
En la ruta del opio afgano
Cédric Gouverneur
Le Monde Diplomatique
Traducido para Rebelión por Rocío Anguiano
Situado en la ruta del opio, entre los campos de adormideras de Afganistán
y el mercado europeo de heroína, Irán libra en su región
oriental una verdadera guerra contra los traficantes. Una frontera demasiado amplia,
un dispositivo permeable y los desmesurados beneficios del trafico convierten
esta tentativa en un esfuerzo de contención prácticamente vano,
mientras la toxicomanía crece en el país. A pesar de que les afecta
directamente - la droga acaba en los mercados europeos -, los países occidentales,
sólo aportan una reducida ayuda. Sin embargo, sólo será posible
erradicar esta plaga ofreciendo a los agricultores otra fuente de ingresos y financiando
proyectos de desarrollo y cultivos alternativos.
Perdida en los confines de las fronteras afgana y paquistaní,
Zahedán parece una ciudad oriental normal y corriente: un animado bazar,
anchas avenidas con atascos de trafico y, en su periferia, interminables barrios
de casas de adobe, donde se hacinan los desheredados. Detrás de esta fachada,
la capital de la provincia iraní de Sistán- Beluchistán esconde
una peculiar realidad, la de ser una etapa crucial del tráfico mundial
de estupefacientes. Por las calles repletas de retratos del ayatolá Ruhollah
Jomeini se cruzan los camiones del ejército y los 4 x 4 de los traficantes.
Al anochecer, se ven, a lo largo de las aceras, hombres en vehículos todo
terreno vendiendo opio y heroína a los compradores locales. Pero la acción
principal se desarrolla lejos de las miradas, más allá de Zahedán
en la desolación de los áridos valles y de las colinas erosionadas.
De noche, los traficantes beluches parten cargados de bidones de gasolina hacia
Afganistán, donde el valioso carburante es diez veces más caro.
Luego regresan a Irán con una carga de afganos clandestinos endeudados
con el transportista, ilegales a los ojos de las autoridades, que serán
explotados en las obras de construcción iraníes y que tal vez sigan
su periplo hasta Europa. Pero este comercio de hombres es secundario para los
contrabandistas, más interesados en el tráfico de drogas. El opio
afgano se produce en las provincias pashtunes de Helmand al sur y de Nangarhar
al este y una parte se refina para obtener heroína en rudimentarios laboratorios,
en los confines de Afganistán y Pakistán.
La droga entra en Irán por la "ruta del sur", después de dar un
rodeo por Pakistán, por caminos que los contrabandistas conocen desde hace
siglos. En automóvil, en moto, a pie, en caravanas de decenas de 4 x 4
con escoltas equipados con teléfonos celulares y lentes infrarrojas, armados
con kalashnikov, lanza-mísiles e incluso mísiles estadounidenses
Stinger, un aluvión constante de estupefacientes atraviesa la frontera
iraní, utilizando todos los medios. Existen incluso caravanas de dromedarios
que, amaestrados en el conocimiento de la ruta, ya no necesitan un acompañante
humano y pueden transportar hasta siete toneladas de droga. Son los mismos dromedarios
a los que los dueños dan opio durante las fiestas tradicionales, para hacerles
"bailar".
Los beluches no entienden de fronteras. El área cultural de este pueblo
sunnita se sitúa en los territorios de Irán, Afganistán y
Pakistán. El contrabando entre los tres países constituye para ciertos
sectores de esta sociedad de clanes, cuyos miembros gozan en algunos casos de
la triple nacionalidad, una actividad secular lucrativa y, para muchos, la única
solución económica posible tras la terrible sequía que azota
a la región desde hace unos años. "Lamentablemente esos hombres
son gente corriente", reconoce, con su tono propagandístico, un alto
responsable iraní de la lucha contra el tráfico.
Porque, si bien los jefes tradicionales beluches condenan el consumo de drogas,
que corroe a otros sectores de la sociedad iraní, son menos puntillosos
en cuanto al tráfico, fuente de riqueza para ciertas celebridades locales.
En Beluchistán, la solidaridad dentro del clan es tan fuerte que, al contrario
que los bandidos afganos que se encargan del tránsito del opio por la "ruta
del norte", en la provincia de Khorasán, los traficantes beluches no necesitan
recurrir al secuestro para asegurarse el apoyo de la población.
Poco conscientes de los daños sociales de los productos que transportan,
los pasadores se exponen sin embargo a la pena de muerte en el caso de que su
carga exceda los 30 gramos de heroína o los 5 kilos de opio. Cinco traficantes
-entre ellos una mujer- fueron colgados en público, por medio de grúas,
en una plaza de Teherán, en un amanecer de marzo de 2001. Otros novecientos
fueron ejecutados durante el año 2000 y de los 170.000 presos iraníes,
más de 80.000 fueron encarcelados por hechos relacionados con las drogas.
Las fuerzas iraníes del orden detienen cada año a miles de aprendices
de pasadores, que esconden opio, heroína, hachís o morfina en suelas
de los zapatos, muebles, tubos de dentífrico, electrodomésticos,
cintas de vídeo, e incluso billetes.
Una inventiva que sólo iguala la desmesura del comercio mundial de estupefacientes,
que genera 500.000 millones de dólares de ingresos anuales en todo el mundo
(1). Las ganancias son exponenciales: un kilo de opio se compra al agricultor
afgano por 30 dólares y se paga en productos alimenticios. Los pasadores
cobran entre 15 y 30 dólares diarios según su trabajo. El mismo
kilo de opio se negocia a continuación en Zahedán por 100 dólares,
en Teherán por 600, en Turquía por 2400. Una vez refinado con anhídrido
acético, cada kilo de opio produce 100 gramos de heroína. Para equipar
un laboratorio clandestino sólo hace falta un centenar de dólares.
Por un gramo de heroína -cortada en un 65 o en un 80%- se paga en las aceras
del viejo continente entre 30 y 40 euros. Del 80 al 90% de la heroína que
se consume en Europa es originaria de los campos de adormideras afganos.
"Para nuestra desgracia, Irán constituye el camino más corto
entre el país productor, Afganistán, y los consumidores europeos.
Frente a la fragmentación del Asia central ex soviética, a través
de Irán los traficantes sólo tienen que cruzar dos fronteras",
se lamenta un alto oficial del ejército iraní. Una vez en Irán,
la droga atraviesa las zonas montañosas del norte y del sur del país
hasta la frontera turca. En el camino a Yazd, en la región central, traficantes
beluches y afganos pasan el relevo a otros, azeríes, persas y kurdos.
"Tras la revolución de 1979, Irán, que era un antiguo país
productor, llevó a cabo el enorme esfuerzo de erradicar el cultivo de adormidera
en el plazo de un año y medio", afirma Antonio L. Mazzitelli, representante
en Teherán del Programa de Naciones Unidas para el Control Internacional
de la Droga (Pnucid). Desde entonces, la República Islámica hace
lo que puede para contener el flujo de estupefacientes que atraviesa su territorio.
La política antidroga es responsabilidad del sector reformista del Presidente
Mohamed Khatami, después de una infructuosa tentativa de la justicia iraní,
en manos de los conservadores próximos al Guía de la República,
Alí Khamenei, por acapararla en enero de 2001.
Una ayuda internacional escasa.
Sobre el terreno, 42.000 soldados, policías y milicianos –o sea, cerca
de la décima parte de las fuerzas armadas de la República Islámica-
se despliegan a lo largo de los 1950 kilómetros de la frontera oriental,
levantada desde los confines septentrionales hasta el océano índico,
con más de 200 torres de observación, decenas de muros de hormigón
que cierran los puertos de montaña, centenas de kilómetros de fosos
y de alambre de espino. Una inversión de mil millones de dólares,
a los que hay que añadir los costes de mantenimiento. El Parlamento iraní
(Majlis) desbloqueó el equivalente a 25 millones de dólares en el
año 2000, para reforzar una vez más la frontera. Desde 1979, 3.140
miembros de las fuerzas de seguridad, entre ellos dos generales, han perdido la
vida en enfrentamientos con los traficantes (3). Es decir, una media de un funcionario
muerto cada tres días.
En octubre de 1999, en Gurnak, al sur de Zahedán, 37 soldados que iban
tras la pista de la banda de un mafioso local, el mulá Kemal Salah Zehi,
fueron rodeados y masacrados por los hombres que perseguían. Alí
dirige la emisora de radio local de una ONG iraní de prevención
y ayuda a los drogadictos, Aftab (el sol). Uno de sus amigos, soldado reservista,
recién casado, fue asesinado en Gurnak. "Si Irán permitiera el
tránsito de la droga, no matarían a nuestros soldados y se quedaría
menos heroína en nuestro país. Occidente, el principal consumidor,
nos ayuda poco. Sin duda porque no nos aprecia". Muchos iraníes, conscientes
de la imagen negativa de su país en Occidente, comparten este punto de
vista.
Y aparte los encuentros bilaterales de los responsables iraníes de la lucha
contra el narcotráfico con sus colegas asiáticos y europeos, hay
que reconocer que la ayuda internacional sigue siendo limitada. La Comisión
Europea y las ayudas de catorce países alimentan el presupuesto del Pnucid
(20 millones de euros al año), que lleva a cabo acciones de prevención
en colaboración con el Gobierno iraní. Francia, proporcionó,
además, 10 perros antidroga y Gran Bretaña, chalecos antibala. "El
Parlamento británico tuvo que aprobar una ley especial que permitiera el
envío de unos simples chalecos antibala", comenta Mazzitelli. "Hasta
las vacunas de los perros antidroga deben importarse. ¿Por qué? Porque
uno de sus componentes podría presumiblemente ser utilizado para fabricar
armas químicas."
Incluso antes de que en su último discurso sobre el estado de la Unión,
a finales de enero de 2002, el presidente George Walker Bush amenazara a Irán
y lo acusara de formar con Corea del Norte e Irak el "eje del mal", Washington
consideraba ya a la República Islámica – que más tarde calificaría
de "Estado preocupante" (4) - como un "Estado malhechor (rogue
state)" y la sometía a sanciones unilaterales (5), que desde su aplicación,
en julio de 2001, han tenido consecuencias también en la lucha iraní
contra la droga, cuyo resultado ha sido que los traficantes están hoy mejor
equipados que el ejército.
La droga que se consume en Estados Unidos no procede de Asia Central sino del
sudeste asiático y de América Latina, por lo que Washington no tiene
ningún interés directo en ayudar a Irán en su lucha contra
el narcotráfico. Lo que es más, desde enero de 2002, la tensión
entre Teherán y la Casa Blanca ha experimentado un súbito rebrote
debido a la inspección del carguero Karine A, repleto de armas que,
según Israel, proceden de Irán y están supuestamente destinadas
a apoyar a la resistencia palestina.
Durante el año 2000, se interceptaron más de 250 toneladas de estupefacientes
en territorio iraní. El Pnucid calcula que a nivel mundial, los estados
interceptan sólo entre el 10 y el 20% de la droga, lo que significa que
seguramente consiguieron entrar en Turquía desde Afganistán entre
l.000 y 2.000 toneladas de drogas. Los responsables de la lucha contra el narcotráfico
en Irán piden prácticamente disculpas: "La frontera es sencillamente
demasiado extensa. Desiertos, montañas, pantanos... No podemos controlarlo
todo", se lamenta uno de ellos. "Hacemos todo lo posible", dice otro
airado "y ahí están los 3.000 mártires que dan prueba
de ello"
Ciertamente, pero las deficiencias del dispositivo son notorias en todos los controles.
En el puesto fronterizo de Taybad, en Khorasán, se ven filas continuas
de semirremolques afganos, unos detrás de otro, y a los transportistas
cambiando la carga de remolque antes de entrar en territorio iraní. Los
soldados de la Alianza del Norte y los policías iraníes de frontera,
completamente desbordados, echan una rápida ojeada a los documentos de
identidad, a la carga y a la carrocería. Queda para el observador imaginar
la tentación que debe representar para un funcionario mal remunerado el
maná del tráfico. Oficialmente, no existe ningún caso de
corrupción, lo que resulta sorprendente, teniendo en cuenta que en los
parques públicos de Teherán, los pequeños camellos compran
su tranquilidad a ciertas patrullas policiales por 15 dólares diarios.
La guerra contra este fluir de estupefacientes resulta una labor tan pesada como
la de empujar la roca de Sísifo. "Únicamente extirpando el mal
de raíz se pondrá fin al tráfico", señala Ketabdar.
"Afganistán es realmente Nadastán: no hay nada, salvo opio. Hay
que sacar a este país de la miseria y desarrollar para los campesinos alternativas
al cultivo de amapola". Una cuestión que quedó en suspenso durante
la intervención estadounidense. "Ignoro si las bombas estadounidenses
solucionaron el problema talibán, comenta con ironía Ketabdar,
pero en cualquier caso no resolvieron el del opio". Mazzitelli opina incluso
lo contrario: la ofensiva reforzó la apuesta por el cultivo de adormidera,
que es el medio de vida de 3,3 millones de afganos.
"Tras haber producido 4600 toneladas de opio en 1999, el Afganistán
de los talibán decretó en julio de 2000 la erradicación de
los cultivos. Es plausible que el mulá Omar tomara esa decisión
para que los traficantes pudieran agotar sus existencias y provocar así
un aumento de los precios del mercado. De cualquier forma, sobre el terreno pudimos
constatar una drástica disminución de las superficies cultivadas.
La producción bajó a 185 toneladas en 2001". Sin ayudas, los
cultivadores y sus familias se encontraron en la miseria. "Desde que cayó
el régimen talibán, los campesinos han aprovechado el caos reinante
para plantar de nuevo". La próxima cosecha, en junio de este año,
podría ser sustanciosa. Sin embargo, resulta difícil reprochar a
los campesinos afganos el intento de garantizar su subsistencia. "No les queda
otra salida: un campo de adormidera produce quince veces más que el cultivo
de alimentos", se lamenta Mazzitelli.
Hamid Karzaï, primer ministro interino afgano, anunció a mediados
de enero su decisión de erradicar el cultivo de adormidera. Gesto que fue
saludado por la comunidad internacional, incluyendo a Irán. Con todo, cabe
preguntarse sobre la capacidad real de Kabul para controlar el país –se
han producido ya conflictos entre los señores de la guerra- y, más
aún, para imponer esa erradicación a las provincias productoras,
pobladas por pashtunes que no simpatizan con el nuevo poder emanado de la Alianza
del Norte, de etnia tadyika.
Afganistán consiguió 4500 millones de dólares de ayuda internacional
en la conferencia de Tokio, en enero. Irán le concedió un préstamo
de 560 millones de dólares en un periodo de cinco años, de los que
120 estarán disponibles este año. "Por el momento, la comunidad
internacional no se propone financiar proyectos de desarrollo alternativo y de
cultivos sustitutivos, sino reconstruir las infraestructuras del país",
precisa Mazzitelli. Frente al estado de indigencia de Afganistán, la lucha
contra la producción de opio podría, por lo tanto, ser víctima
de un problema de prioridades. Los verdaderos beneficiados son las mafias que
controlan este tráfico mundial condenable en perjuicio de los más
desprotegidos, desde los campos afganos hasta los guetos de Europa.
Notas
(1) Pnucid "Drugs and development: discussion paper prepared for the world
summit on social development" Viena, junio 1994.
(2) Eric Rouleau, "En Iran, Islam contre Islam" Le Monde Diplomatique,
junio 1999.
(3) National Drugs Control Report 2000, Islamic Republic of Iran drug control
headquarters, Teherán.
(4) Noam Chomsky "L'Amérique, Etat voyou" Le Monde Diplomatique,
agosto 2000.
(5) Irán no está sometido a un embargo internacional sino a medidas
unilaterales por parte de Estados Unidos. La ley sobre la no-proliferación
de armas en Irán e Irak (23 de octubre de 1992) sanciona a cualquier Estado
extranjero que transfiera avances técnicos o bienes que puedan contribuir
a la adquisición de armas clásicas perfeccionadas, armas químicas,
biológicas o nucleares. Estas sanciones conllevan la prohibición
de participar en ofertas públicas del Estado federal y de obtener una licencia
de exportación, la oposición de Estados Unidos a cualquier ayuda
económica por parte de las instituciones financieras internacionales, la
suspensión de las transferencias y ventas en el ámbito de la defensa.
El pasado mes de julio, el Senado norteamericano prorrogó durante cinco
años la ley Amato de 1996 (que alcanza también a Libia), que sanciona
a cualquier empresa extranjera que invierta más de 20 millones de dólares
anuales en el sector del petróleo y del gas. El Iran Non Proliferation
Act, adoptado en marzo de 2000, pretende entablar la cooperación ruso-iraní
en materia nuclear.