Contra la guerra imperialista
Opinión
Monumento a la hipocresía
Edward W. Said
RESUMEN
Se ha vuelto intolerable escuchar o mirar las noticias en este país. Me digo una y otra vez que uno debe hojear los periódicos del día y encender la televisión buscando las noticias nacionales por la noche con el fin de saber qué piensa y planea "el país", pero la paciencia y el masoquismo tienen un límite. El discurso de Colin Powell ante la ONU, diseñado, obviamente, para enardecer al pueblo estadunidense y para forzar a Naciones Unidas hacia la guerra, me pareció el nuevo récord en hipocresía y manipulación política.
Pero el fin de semana, las cátedras de Donald Rumsfeld en Munich aventajaron al atropellado Powell en sermoneo taimado y mofa bravucona. Por el momento, dejo de lado a George W. Bush y su pandilla de asesores, mentores espirituales y manipuladores políticos, gente como Pat Robinson, Franklin Graham y Karl Rove: todos ellos me parecen esclavos de un poder perfectamente encarnado en la monotonía repetitiva de su vocero colectivo, Ari Fleischer (quien, creo, es además ciudadano israelí). Bush está, así lo dice, en contacto directo con Dios, o si no con Dios, con la Providencia.
Tal vez los colonos israelíes puedan entenderse con él. Pero los secretarios de Estado y de Defensa parecen emanados de un mundo secular de mujeres y hombres reales, así que será más oportuno quedarme un rato dándole vueltas a sus palabras y actividades.
Primero: unos comentarios preliminares. Estados Unidos ya se decidió por la guerra: no parece haber alternativa. No obstante, que haya o no haya guerra (que Francia, Rusia y Alemania tomen acciones concretas, por no hablar de los estados árabes que, para variar, parecen a la vez vacilantes y paralizados) es otro cantar. Sin embargo, haber transportado 200 mil tropas a Kuwait, Arabia Saudita y Qatar, dejando emplazados destacamentos menores en Jordania, Turquía e Israel, sólo puede significar una cosa.
Segundo: los planificadores de esta guerra, como ha dicho Ralph Nader de manera contundente, son halcones coyones, es decir, halcones demasiado cobardes para combatir ellos mismos. Wolfowitz, Perle, Bush, Cheney y otros de ese grupo de civiles se sentían "muy hombres" al proclamarse en favor de la guerra de Vietnam; no obstante cada uno pudo evadir el enrolamiento apalancados en los privilegios, y nunca combatieron ni sirvieron siquiera en las fuerzas armadas. Su beligerancia es entonces moralmente repugnante y, en sentido literal, extremadamente antidemocrática. En lo que busca esta camarilla nada representativa no hay consideración militar alguna. Sean cuales sean los repugnantes rasgos del deplorable régimen de Irak, no es éste una amenaza creíble e inminente para sus vecinos, Turquía, Israel o Jordania (cualquiera de ellos podría dar fácil cuenta de Irak militarmente) y por supuesto tampoco para Estados Unidos.
Los argumentos en contra son disparatados y por completo frívolos. Con unos cuantos ob-soletos Scuds y algo de material químico y biológico, casi todo suministrado por Estados Unidos en épocas anteriores (Nader dice que lo sabemos, pues contamos con los recibos de lo que le vendieron a Irak las compañías estadunidenses), Irak es -y ha sido- fácilmente contenible, pero el costo moral, incuestionable, es el enorme sufrimiento que su población civil ha tenido que pagar. Creo verídico afirmar que, para que esta terrible situación se eternizara, hubo complicidad entre el régimen iraquí y quienes en Occidente velan por hacer cumplir las sanciones impuestas.
Tercero: una vez que las grandes potencias comienzan a soñar con un cambio de régimen -proceso que ya empezaron los Perles y los Wolfowitz de este país-, no parece verse el fin. ¿No es acaso escandaloso que gente de tan dudoso calibre se la pase alardeando de traerle democracia, modernización y liberación a Medio Oriente? Dios es testigo de que el área lo necesita: muchos intelectuales árabes y musulmanes, y la gente común, lo han dicho una y otra vez. ¿Pero quién designó a estos personajes como agentes del progreso? ¿Qué les permite pontificar tan desvergonzadamente cuando existen tantas injusticias y abusos que remediar en su propio país? Es particularmente exasperante que Perle, descalificada en cualquier asunto relacionado con la democracia o la justicia, haya sido asesor del gobierno de extrema derecha de Netanyahu durante el periodo 1996-1999, y que le aconsejara al israelí renegado que hiciera trizas cualquier intento de paz, anexarse las franjas de Cisjordania y Gaza e intentara deshacerse de cuantos palestinos pudiera. Este hombre habla ahora de traer democracia a Medio Oriente, y lo hace sin provocar ni la más mínima objeción por parte de los corifeos en los medios, que afables (abyectos) lo entrevistan por cadena nacional.
Cuarto: el discurso de Colin Powell, pese a todas sus debilidades, sus evidencias manufacturadas y plagiadas, sus cintas de audio amañadas y sus fotos certificadas, tuvo un acierto. El régimen de Hussein ha violado numerosas resoluciones de la ONU y cuantiosos derechos humanos. En eso no se pueden invocar excusas, ni hay argumentos para rebatirlo. Pero lo monumentalmente hipócrita de la posición oficial estadunidense es que todo lo que Powell condena en el partido Baath ha sido la manera común en que Estados Unidos se ha relacionado con todos los gobiernos israelíes desde 1948, y nunca fue tan flagrante desde la ocupación de 1967. Tortura, detenciones ilegales, asesinatos; ataques con misiles, helicópteros y jets de combate contra la población civil; anexión de su territorio, desplazamiento de civiles de un lado a otro con el propósito de encarcelarlos; matanzas masivas (como en Canan, Jenin, Sabra y Chatila, por mencionar los más obvios); negación de los derechos de libre tránsito y libre circulación de civiles, de educación y asistencia médica; utilización de civiles como escudos humanos; humillación, castigo a familias enteras, demoliciones en escala masiva, destrucción de tierras agrícolas, expropiación de agua, impulso a los asentamientos ilegales, empobrecimiento económico; ataques a hospitales, trabajadores de salud y ambulancias, asesinatos al personal de la ONU, para nombrar los abusos más intolerables: todo lo anterior, debemos decirlo en-fáticamente, se ha perpetrado con el respaldo total, incondicional, de Estados Unidos, que no sólo le suministra a Israel las armas para todo aquello, sino que además le brinda ayuda militar y de inteligencia y le ha otorgado más de 135 mil millones de dólares en asistencia económica, algo que deja en calidad de migajas lo que el gobierno estadunidense gasta per capita en sus propios ciudadanos.
En eso de ser símbolos de lo humano es este un récord impensable contra Estados Unidos y el señor Powell. Al ser la persona que se encuentra a cargo de la política exterior estadunidense, tiene la responsabilidad específica de promover las leyes de su país, garantizar el cumplimiento de los derechos humanos y la promoción de las libertades (plataforma central proclamada en la política exterior estadunidense desde por lo menos 1976) y que lo anterior se aplique uniformemente, sin excepción ni condiciones. Es un desafío a la credulidad que él, sus jefes y colegas se paren ante el mundo y sermoneen tan virtuosos contra Irak mientras ignoran totalmente la complicidad estadunidense en las violaciones a los de-rechos humanos que comete Israel. Y nadie, en ninguna de las justificadas críticas a la posición estadunidense, expresadas a raíz del grandioso discurso de Powell ante la ONU, ha puesto la mira en este punto, ni siquiera los siempre-tan-rectos franceses y alemanes.
Hoy los territorios palestinos se encuentran al borde de una hambruna masiva; hay una crisis de salud de proporciones catastróficas; la cuota semanal de muertes civiles suma por lo menos la docena y hasta la veintena; la economía ya se colapsó; cientos de miles de civiles inocentes se ven imposibilitados para trabajar, estudiar o deambular, a causa de los toques de queda y las 300 barricadas que impiden su vivir cotidiano; explotan casas o las derruyen con bulldozers a nivel masivo (tan sólo 60 fueron destruidas ayer). Y todo esto, con equipo, respaldo político y financiamiento estadunidenses. Bush declara que Sharon, criminal de guerra bajo cualquier criterio, es un hombre de paz: es como si escupiera sobre las vidas de los palestinos inocentes que se han perdido o son devastadas por Sharon y su ejército criminal. Y sin embargo tiene la caradura de decir que actúa en nombre de Dios y que él (y su gobierno) sirven "a un Dios justo y pleno de fe". Lo más sorprendente es que alecciona al mundo señalando cómo Saddam Hussein ignora las resoluciones de Naciones Unidas, mientras apoya a un país, Israel, que ha ignorado por lo menos 64 resoluciones y las viola cotidianamente desde hace más de medio siglo.
Pero son tan pusilánimes e ineficientes los regímenes árabes actuales que no se atreven siquiera a decir nada de esto públicamente. Muchos de ellos requieren de la asistencia económica estadunidense, temen a su propio pueblo y necesitan el respaldo estadunidense para que sostenga su régimen. Muchos podrían ser acusados de algunos de esos mismos crímenes contra la humanidad.
Así que cierran la boca, esperan y rezan porque pase la guerra y que, cuando termine, ellos sigan en el poder.
Por otra parte, es también muy noble y grandioso el hecho de que, por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial, haya protestas masivas contra la guerra antes y no durante ella. Esto es algo sin precedentes y deberá ser un factor político crucial para la nueva era globalizada a la que nos ha lanzado Estados Unidos y su estatus de superpotencia. Estas protestas masivas, demuestran que, basadas en la sociedad, en la sustentabilidad humana, son herramientas formidables de la resistencia humana, pese a un pavoroso poder ejercido por autócratas y tiranos como Saddam Hussein y sus antagonistas estadunidenses, a pesar de la complicidad de los medios masivos que aceleran voluntaria o involuntariamente los preparativos de guerra, pese a la indiferencia e ignorancia de tantos pueblos.
Llámenles armas de los débiles, si les place. Pero por lo menos han logrado hacer tropezar los planes de los halcones coyones de Washington y las corporaciones que los respaldan, los de miles de extremistas religiosos monoteístas, cristianos, judíos o musulmanes, que creen en las guerras religiosas, y son, estas acciones de protesta, un gran faro de esperanza para los tiempos que corren.
Voy a todas partes y doy conferencias, hablando contra estas injusticias, y todavía no encuentro a nadie que esté a favor de la guerra. Nuestra tarea, como árabes, es vincular nuestra oposición a las acciones estadunidenses en Irak con nuestro respaldo a los derechos humanos en Irak, Palestina, Israel, Kurdistán y todo el resto del mundo árabe, mientras buscamos que otros se sumen a otros, sean árabes, estadunidenses, africanos, europeos, australianos o asiáticos. Estos son asuntos mundiales, humanos, no sólo aspectos estratégicos para Estados Unidos y otras potencias mundiales.
No podemos, de ningún modo, seguir en silencio ante la política guerrera que la Casa Blanca anuncia abiertamente: de tres a 500 misiles Crucero diarios (800 durante las primeras 48 horas del conflicto) que lloverán sobre la población civil de Bagdad para producirles "conmoción y temor", o ese cataclismo humano que producirá, según dice su jactancioso diseñador -un tal Harlan Ulman-, un efecto estilo Hiroshima en el pueblo iraquí. Nótese que esta escala de devastación humana no se alcanzó durante la Guerra del Golfo, en 1991, ni siquiera después de 41 días de bombardeo. Y Estados Unidos cuenta ya con 6 mil misiles "inteligentes" listos para el trabajo. ¿Qué clase de Dios querría que todo esto fuera una política formulada y anunciada para su pueblo? ¿Qué clase de Dios alegaría que traerá democracia y libertad para el pueblo, no sólo de Irak sino de todo Medio Oriente? Son preguntas que no intentaré siquiera responder. Pero si algo así estuviera a punto de llegarle a un pueblo sobre la tierra sería un acto criminal, y serían criminales de guerra sus perpetradores y diseñadores de acuerdo con las leyes de Nuremberg que Estados Unidos ayu-dó, de manera tan crucial, a formular.
No por nada el general Sharon y Shaul Mofaz le dan la bienvenida a la guerra y ensalzan a Bush. ¿Quién sabe qué más males se cometerán en nombre del bien? Cada uno de nosotros debe alzar su voz y marchar en protesta, ahora y una y otra y otra vez. Necesitamos pensar creativamente y actuar con audacia para alejar las pesadillas planeadas por el dócil y profesionalizado personal de sitios de Washington, Tel Aviv y Bagdad. Porque si lo que traen entre manos es eso que ellos llaman "mayor seguridad", entonces las palabras ya no significan nada en su sentido ordinario. Es claro que Bush y Sharon sienten gran desprecio por todos los pueblos no blancos del mun-do. La pregunta es: ¿por cuánto tiempo de-jaremos que se salgan con la suya? Traducción: Ramón Vera Herrera