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No a la Guerra

5 de febrero del 2003

Entrevista a Raid Fahmi ("Al Thakafa Al Jadida")
La oposición de izquierdas a Sadam Husein

Viento Sur

[Raid Fahmi es el redactor jefe de la revista cultural progresista iraquí "Al Thakafa Al Jadida" (La nueva cultura). Le hemos entrevistado para conocer el análisis y el punto de vista de un opositor iraquí de izquierdas al régimen de Sadam Husein, así como sus opiniones sobre los proyectos estratégicos de los Estados Unidos y sobre la evolución y la situación económica, social y política de Irak desde los años 80].

Pregunta: ¿Cuáles son en su opinión las líneas de fuerza que marcan la evolución de la sociedad iraquí en el curso de estos treinta últimos años, una sociedad que ha sufrido choques brutales?

Raid Fahmi: En efecto, la estructura de la sociedad iraquí ha sido muy profundamente afectada por las dos guerras. Se conocen sus terribles consecuencias en el plano de la educación, de la alimentación, de la salud, de la mortalidad, etc. Pero no se ha medido aún todos los efectos en el tejido social, las modificaciones de las relaciones entre las diferentes clases y grupos sociales. En el curso de los años 70, y más específicamente tras la subida fuerte y rápida de los precios del petróleo de 1973, el régimen baasista pudo redistribuir la abundante renta petrolera -esta última, en términos anuales, pasó de 520 millones de dólares en 1970 a 26.000 millones en 1980- y responder bastante ampliamente a las necesidades e intereses de amplias capas sociales.

Así, de 1974 a 1980-1982, la mejora del nivel de vida de las capas populares fue real; los servicios públicos fueron desarrollados, la educación y la salud mejoradas. Simultáneamente, se efectuó una diferenciación bastante rápida en el seno de lo que se podrían llamar las capas medias. La política de industrialización extensiva, anclada en gastos públicos, generó el desarrollo de un capitalismo completamente dependiente del Estado. Este tipo de proceso de acumulación suscitó el despliegue de una "burguesía burocrática", de una capa social subordinada a los recursos y a las inversiones del Estado. Proporcionó una de las bases del partido Baas.

Este crecimiento continuó hasta 1982, es decir hasta que los efectos de la guerra con Irán minaron ese proceso socioeconómico. Conjuntamente a la consolidación del poder absoluto de Sadam, se operaba un desplazamiento: el régimen iba a apoyarse cada vez más en las estructuras clánicas, en sistemas de lealtad ligados a familias ampliadas y regiones. Eso repercutía incluso en el seno mismo del partido Baas cuyo funcionamiento anterior se rehizo.

La guerra contra Irán indujo también un cambio en el proceso de acumulación: el sector militar y los sectores conexos tomaron un lugar desproporcionado. Una cierta redistribución de los naipes se efectuó pues en el seno de los círculos gobernantes. Igualmente finalizó la redistribución social de la renta petrolera; se liquidaron los progresos socioeconómicos de los años setenta; la regresión social avanzó a grandes pasos.

Conjuntamente al auge de una industrialización militarizada, la situación de amplios sectores de la clase obrera va a cambiar: trabajando en la industria de defensa nacional, estos asalariados están sometidos a la disciplina militar. Y en el sector privado, las organizaciones sindicales no disponen de ninguna autonomía. Tras 1991, la renta petrolera se verá aún más reducida. A partir de ahí, una nueva mutación interviene en el sistema de redistribución de la renta. Una primera forma se refiere a un proceso de privatización, emprendido desde los años 80, que tomará su auge en el sector agrícola, con una restitución de las tierras a propietarios y sobre todo la puesta en pie de un sistema de alquiler de tierras. La degradación de los servicios públicos ha abierto la vía a formas de privatización disimuladas. La base social de régimen cada vez está más reducida.

Como consecuencia del embargo, está en auge una nueva forma de renta: es el conjunto de los recursos obtenidos gracias al control del mercado negro, del sector import-export, del contrabando, del mercado de divisas, y esto en una economía que permanece bajo un control muy centralizado. La dimensión parasitaria de esta renta está llevada al extremo. El aparato de poder y sus auxiliares han establecido un derecho de descuento sobre el conjunto de las rentas propias de una economía de escasez y supervivencia.

Así, la burguesía burocrática en tanto que tal se ha debilitado en la medida en que era muy dependiente del sector público que se ha desmoronado. Sectores que habían proseguido su captación de recursos en una economía que se podría decir militarizada se han debilitado; algunos perpetúan su carrera parasitaria gracias al monopolio de influencia que poseen. En fin, aunque reducida, la renta petrolera sigue siendo una fuente de renta para los círculos del poder o que le están ligados.

P. : Este análisis sobre la evolución y el estatuto de las clases dominantes pone de relieve el corte completo entre el régimen y lo esencial de la población...

R.F.: En efecto, el foso se ha ampliado considerablemente entre los círculos dirigentes y lo esencial de la población que está inmersa en esta economía de supervivencia, con las diversas brutalidades y las dificultades cotidianas que le son propias. Las formas más duras de explotación prosperan. Toda legislación del trabajo ha desaparecido. Toda actividad sindical independiente, está reprimida sangrientamente. Más en general, guerras y embargo han llevado a un debilitamiento estructural del proletariado y a su atrofia social y política. El sector informal no deja de extenderse. El sector industrial se ha reducido progresivamente tanto a causa de la contracción del mercado interior (depauperización, reducción radical del poder de compra) y de las salidas exteriores como de la falta de piezas de recambio.

La extrema dureza de la vida cotidiana -reconocida por las diferentes encuestas de la OMS, de la UNICEF, etc.- y las condiciones propias de las actividades de supervivencia, más allá de la naturaleza muy represiva del régimen, hacen muy difícil, si no imposible, una organización de la población, actividades de resistencia mínimas. Las masas plebeyas, depauperizadas tienen que afanarse en sobrevivir.

Las "clases medias" -que habían vísto mejorar su estatus, como hemos dicho, durante los años setenta y hasta 1982- han conocido un brutal descenso a los infiernos. Estos sectores, en gran parte formados de asalariados estables, que dependen directamente o indirectamente de la redistribución estatal de la renta petrolera, fuertemente urbanizados, constituían una fuerza capaz de actuar, en los terrenos social y político. Actualmente, estas capas sociales están también debilitadas, marginadas, rechazadas a la economía de supervivencia y reducidas a una pasividad sociopolítica. Sus miembros, al menos quienes tenían la posibilidad, han optado por el exilio, lo que constituye una pérdida de "capital humano, cultural y científico".

En este contexto hay que comprender un relanzamiento de las corrientes islamistas que funcionan como un sistema de sostén, de protección, frente al seísmo económico, social, político, cultural. También han salido a la superficie, como punto de anclaje, las redes familiares, las redes clánicas, confesionales, las estructuras sociales tradicionales que habían sido en parte "superadas" por el proceso histórico de modernización de la sociedad iraquí.

Incluso el funcionamiento del régimen de Sadam Husein se apoya en estas antiguas estructuras, frente a la erosión de la institución Estado-partido. En este marco, las corrientes políticas e ideológicas nacionalistas progresistas, socializantes o incluso marxistas han retrocedido. Es difícil prever sus evoluciones frente a cambios tan profundos.

P. : ¿Cuáles son los "recursos" que utiliza aún el régimen de Sadam Husein?

R.F.: En tal campo de ruinas, el régimen de Sadam Husein puede difícilmente utilizar los grandes temas de la ideología nacionalista y panarabista del Baas histórico. Sus tentativas de recuperación del Islam, por no decir del islamismo, han fracasado, su credibilidad en la materia es de lo más reducida. El llamamiento al sentimiento patriótico, a la defensa de la integridad territorial de Irak encuentra un eco muy limitado, tanto más porque su política está en el origen de una pérdida de control de grandes partes del territorio.

Así, Sadam Husein se apoya en un aparato represivo que, hasta ahora, ha guardado una cierta homogeneidad, que ha perdurado, pues las amenazas de derrocamiento del poder eran reducidas. Ciertamente, los arreglos de cuentas en el seno de los círculos dirigentes han sido numerosos, tocando incluso a la familia de Sadam Husein. Pero hasta ahora, las tentativas de organización "subversiva" en el corazón de la ciudadela dirigente han sido siempre rotas. La desconfianza mutua está elevada al rango de regla de funcionamiento y de salvaguardia personal. Un alto dignatario "sospechoso" no tiene más perspectiva que la puerta de salida del país.

Además, el régimen distribuye de forma calculada privilegios, a partir de una centralización muy fuerte de los recursos económicos y del poder político. Por dar una imagen: Sadam Husein distribuye diversos tipos de condecoraciones, militares y políticas. A cada una de ellas corresponde una suma de dinero pagada mensualmente. El sistema de dependencia de diversos círculos concéntricos está muy bien organizado.

Luego, la utilización del embargo es otra de las claves de gestión del poder. En las ciudades, amplias capas de la población dependen de los cupones de racionamiento; sin ellos es imposible sobrevivir. Desde la aplicación del acuerdo llamado "petróleo por alimentos", adoptado en abril de 1995 y aceptado por el régimen en 1996, la red de dependencia controlada ha podido estabilizarse relativamente.

En fin, los desgarros del tejido social, la fragmentación de la sociedad, las variadas divisiones que derivan de ello forman obstáculos a toda oposición medianamente unificada contra el régimen. Ciertamente el 80-90% de la población se opone al régimen, pero, simultáneamente, los procesos de atomización social ayudan a neutralizar esta potencial oposición. Hay ahí un desafío enorme para una oposición política que busque una salida democrática y social de esta crisis y el derrocamiento del régimen.

P. : ¿Cómo analizas en el plano coyuntural la movilización, de tono muy guerrero, de los Estados Unidos?

F.H.: ¿Cuál es la apuesta americana? El estrangulamiento económico es uno de los instrumentos. La panoplia está diversificada: limitación de los ingresos petroleros por reducción del volumen producido; obligación, a partir de la resolución 692 del Consejo de Seguridad de la ONU, de entregar miles de millones de dólares a título de indemnización a un gran número de países, entre los cuales está Kuwait, y de sociedades (entre diciembre de 1996 y fines de 2000, más de 11.000 millones de dólares han sido entregados a la Comisión de indemnización de las Naciones Unidas); control de las exportaciones del petróleo que pasa por Turquía, con la posibilidad, actual, de limitarlas. A esto se añaden los regulares bombardeos americanos e ingleses de objetivos llamados militares.

El conjunto de estas medidas, a las que se añade la amenaza cada vez más concreta de una intervención militar, apunta entre otras cosas a desgajar a un sector de los círculos dirigentes. Estos últimos podrían pensar que es preferible romper con Sadam, que ha llegado la última oportunidad de utilizar la puerta de salida que les abren los Estados Unidos y, a partir de ahí, implicarse en una operación de derrocamiento de Sadam.

Los Estados Unidos, con la determinación proclamada de una intervención, mandan un mensaje a sectores del ejército: "No tenéis ninguna oportunidad de salir de ésta, haremos todo lo posible para derrocar al régimen, uniros a nosotros es vuestra única oportunidad de tener un lugar en el Irak de mañana". No es imposible pensar que, bajo tal presión, puedan aparecer disensiones que desemboquen en una lucha por el poder. Por otra parte, son numerosos los iraquíes que dudan aún de una intervención militar de los Estados Unidos.

El régimen, por su parte, combina iniciativas diplomáticas y movilizaciones contra la guerra. Intenta dar de nuevo un papel al partido Baas. Incluso ha llevado a cabo distribuciones de armas a sus milicias. Sin embargo, aparecen numerosas grietas que le han llevado, últimamente, a retirar el armamento que había distribuido a "sectores de base" del partido. Una crisis de lealtad se expresa en el seno incluso de un instrumento, el partido, que el régimen, recientemente, intentaba hacer revivir.

Hay que tener presente que la perspectiva general de los americanos es controlar al máximo las llamadas fuerzas de oposición y, en el momento en que el poder muy centralizado de Sadam Husein fuera tocado, ser capaz de transferirlo hacia fuerzas militares y políticas que asegurarían la integridad territorial, una gestión más ordenada y disciplinada posible de la transición hacia un Irak que se inserte en la estrategia estadounidense que he descrito al comienzo de nuestra entrevista.

P. : ¿Bajo qué ángulo político contempla usted una movilización contra la guerra y por el derecho a la autodeterminación del pueblo iraquí?

F.H.: Para quienes aceptan los objetivos proclamados por los Estados Unidos -el discurso americano hoy pone de relieve, por retomar las fórmulas de Bush, la necesidad de cambiar un régimen "que amenaza al mundo" y de "liberar al pueblo iraquí de la servidumbre en la que le mantiene el régimen"- es útil recordar que en la historia es muy raro ver una guerra imperial dar nacimiento a un régimen democrático; particularmente cuando los intereses económicos (petroleros) de una guerra tal no son ni siquiera camuflados. Además, la potencia o coalición de potencias que participarían en esta guerra no tiene la intención de apoyarse en un proceso de autodeterminación efectivo de la población.

Por otra parte, la diplomacia americana e inglesa, que pone de relieve el reagrupamiento de la oposición, no atribuye a esta última ningún papel en la dirección del "derrocamiento de Sadam". La oposición ocupará su lugar una vez que los americanos sean dueños de Irak, es decir de forma totalmente subordinada. Todas las facetas de la política de embargo demuestran la poca preocupación, por utilizar un eufemismo, manifestada por el bienestar social de la población y por "construir un mejor futuro para sus hijos" (Carta de G.W. Bush al Congreso el 5 de septiembre de 2002). Esta única fórmula, a la luz de centenares de miles de niños muertos o con malformaciones por los efectos combinados de la guerra (uranio empobrecido, etc.) y del embargo, da la medida del cinismo de la administración Bush y de quienes le apoyan.

Incluso en el terreno del derecho internacional, podríamos interrogarnos sobre las razones que llevan a que la resolución 688, adoptada por el Consejo de Seguridad de la ONU el 5 de abril de 1991, no haya sido utilizada como uno de los instrumentos de defensa de los derechos democráticos. Esta resolución concierne más directamente a "la represión de las poblaciones civiles iraquíes en numerosas partes de Irak". Sin embargo en su artículo 2, indica explícitamente que intenta asegurar "el respeto de los derechos humanos y de los derechos políticos de todos los ciudadanos iraquíes". Sin embargo, esta resolución que proporcionaría una base jurídica para hacer presión sobre el régimen de Sadam, más allá de las regiones kurdas, no ha suscitado nunca mucho interés. Las propuestas emitidas por informadores especiales de la ONU sobre los derechos humanos, las referidas a las comisiones de inspección sobre el respeto de los derechos humanos, todo eso no ha sido nunca traducido en iniciativas políticas, al contrario que la insistencia puesta en las estructuras de inspección sobre "las armas de destrucción masiva".

En lo que se refiere a las fuerzas de izquierda en Europa occidental, la oposición radical a la política imperialista americana y a sus aliados nos parece algo que va de suyo. Sin embargo, nos parece erróneo limitarse a decir: "la cuestión del régimen de Sadam Husein pertenece sólo al pueblo iraquí, no tenemos que expresar una opinión sobre él".

La relación de fuerzas entre el pueblo iraquí, las fuerzas democráticas y de izquierda iraquíes y el aparato de Estado está claramente a favor del régimen en el poder. A partir de ahí, pensamos que, en el movimiento contra la guerra, las posiciones contra la dictadura, contra Sadam Husein no deben desaparecer. En nuestra opinión, el movimiento debe estar claramente contra la guerra imperialista, pero también, incluso en los países imperialistas, contra la dictadura y por la democracia en Irak. Esta articulación nos parece muy importante. No nos parece que haya que introducir una jerarquía que llevaría a no subrayar la necesidad de un combate antidictatorial y el apoyo a las fuerzas democráticas iraquíes.

5 septiembre 2002
Traducción: Mikel de la Fuente