|
2 de abril del 2002
Poderosa empresa estadunidense, tras
el control absoluto del petróleo en Asia central
La Jornada
La poderosa Union Oil Company of California, mejor conocida por su acrónimo,
Unocal, ejerce un papel determinante en el diseño de la política
de Estados Unidos respecto de Asia central.
El objetivo inmediato de este gigante petrolero, apenas encubierto desde la
Casa Blanca con la retórica de la lucha contra el terrorismo a escala
global, es encauzar la transición postalibán en Afganistán
de acuerdo con sus propios intereses. O dicho de otra manera, lograr su intención
de establecer un control completo sobre la abundante riqueza del subsuelo de
la región.
Parte importante de la tarea recae en Hamid Karzai y Zalmay Khalilzad, jefe
de gobierno interino y representante personal del presidente George W. Bush
en Kabul, dos ex consultores suyos.
La misión de la pareja no es sencilla, más aún que ya fracasó
una vez: se equivocó en 1997 al proponer como socio fiable de Unocal
al régimen talibán.
Ahora parecería que todo está dado para evitar el bochorno de
errar la búsqueda de un nuevo socio, pero tampoco hay certeza de que
Karzai pueda ejercer ese papel de modo duradero, sin los candados de cualquier
interinato.
Como evolucionan las cosas en Afganistán, ni Khalilzad se atrevería
a decir cuánto tiempo permanecerá al frente del gobierno afgano
su compañero de encargo estratégico.
Que resucitar la idea de construir el gasoducto transafgano es la prioridad
de este encargo, quedó claro mucho antes de que Karzai y Khalilzad fueran
instalados en Kabul. Apenas dos días después del comienzo de los
bombardeos contra Afganistán, el tema fue discutido en Islamabad por
el ministro de Petróleo de Pakistán, Usman Aminuddin, y la embajadora
de Estados Unidos, Wendy Chamberlain.
La crónica del influyente periódico paquistaní The Frontier
Post, en su edición del pasado 10 de octubre, pone en boca del ministro
Aminuddin un tranquilizador mensaje para los accionistas de Unocal: "El proyecto
(del gasoducto transafgano) abre nuevas posibilidades para la cooperación
regional multidimensional, particularmente a la luz de los recientes acontecimientos
geopolíticos en la región".
Acostumbrado a impulsar negocios que conllevan alto riesgo de golpear su reputación,
Unocal suele aplicar una fórmula que le ha dado buenos resultados:
comparte -endosa, más bien- responsabilidades con otras empresas y, a
la vez, se arroga el derecho de recibir la mayor parte de las ganancias.
Por eso, al relanzar el proyecto, Unocal recurre a intermediarios que dan la
cara por la compañía, como American Overseas Private Investment
Corp, lo que podría derivar en un esquema similar al que aplicó
la petrolera cuando, al frente del consorcio CentGas, buscó hacerse socio
de los talibanes.
Las negociaciones con el régimen fundamentalista para construir el gasoducto
transafgano son la parte penosa de una historia que Unocal quisiera olvidar,
sobre todo después del 11 de septiembre pasado.
Ante el tremendo impacto sicológico de los atentados en Nueva York y
Washington, Unocal distribuyó tres días después un comunicado
que no tiene otra finalidad que deslindarse del fallido socio, mientras el presidente
Bush reclamaba lo que llamó el derecho a la legítima venganza
y barajaba los posibles blancos de la operación punitiva.
Todavía se puede leer dicho comunicado en lugar destacado de su página
web (http://www.unocal.com): "La compañía no apoya a los talibanes
de ningún modo.
Tampoco tiene proyecto o participación en Afganistán", señala
en el párrafo de entrada.
Luego dedica seis líneas a explicar en qué consistía el
proyecto del gasoducto transafgano y pone énfasis en que, desde finales
de 1998, la compañía se retiró formalmente del consorcio
que lo llevaría a cabo. Desde entonces asegura no haber mantenido ningún
contacto con los talibanes.
En el siguiente párrafo, Unocal reconoce que antes "nos reunimos con
muchas facciones, incluido el régimen talibán (omite un detalle
secundario: que éste, al momento de crear el consorcio, controlaba 90
por ciento del territorio y que el ducto no cruzaría ni de cerca la zona
bajo control de las minorías del norte), para hacerles ver los beneficios
que podría ofrecer un gasoducto a ese país extremadamente pobre
y desgarrado por la guerra, así como a la región de Asia central".
Remata, al mejor estilo de la beneficencia desinteresada, con esta frase:
"Nuestra esperanza era que este proyecto pudiera ayudar a llevar la paz, la
estabilidad y el desarrollo económico a los afganos, y también
a desarrollar los importantes recursos energéticos para la región".
Para Unocal, su relación comprometedora con el régimen talibán
merece menos de una cuartilla. En su versión oficial no hay lugar para
el registro histórico del intenso cabildeo que realizó para tratar
de demostrar al gobierno de Estados Unidos que los talibanes eran la mejor opción.
Por lo mismo, a Unocal no le gusta recordar que en diciembre de 1997 organizó
en Washington un encuentro de alto nivel para los talibanes con Karl Inderfurth,
el secretario asistente de Estado para Asia del sur, en la administración
de Bill Clinton. La delegación talibán incluyó a tres ministros:
Ahmad Jan, de Minas e Industria; Amir Muttaqui, de Cultura e Información,
y Din Muhammad, de Planeación.
Este encuentro, que culminó una serie de entrevistas preliminares en
Houston y otras ciudades de Estados Unidos, tras el acuerdo alcanzado en 1995
con el presidente vitalicio de Turkmenistán, Separmurad Niyazov, puso
a Unocal en la antesala de poder realizar un fabuloso negocio.
Tras el encuentro en Washington, Unocal creyó que no habría ya
impedimento mayor para construir un gasoducto de mil 275 kilómetros de
longitud y un metro y medio de ancho para mover el gas de Dauletabad, en el
sur de Turkmenistán, al puerto de Karachi, que pasaría cerca de
las ciudades afganas de Herat y Kandahar y entraría a territorio paquistaní
por Quetta.
El proyecto tenía un costo aproximado de 2 mil millones de dólares
y se consideró una extensión a India, con un costo adicional de
600 millones de dólares. Para guardar las formas, Unocal creó
el consorcio Central Asia Gas (CentGas), junto con el gobierno de Turkmenistán
y compañías de seis países:
Delta Oil, de Arabia Saudita; Indonesia Petroleum; Itochu Oil Exploration, de
Japón; Hyundai Engineering and Construction, de Corea del Sur; Crescent
Group, de Pakistán, y Gazprom, de Rusia. Unocal, por supuesto, se reservó
el papel decisivo al controlar 54 por ciento de las acciones de CentGas.
Las negociaciones, a la postre, se vinieron abajo fundamentalmente por dos razones:
No satisfizo a los talibanes la suma de 100 millones de dólares al año
por permitir el tránsito del gas turkmeno por su territorio y el mullah
Omar, su líder, quiso usar el gasoducto como elemento de presión
política para lograr que el régimen fundamentalista, con ayuda
de Estados Unidos, fuera reconocido como legítimo gobierno de Afganistán.
El estira y afloja terminó en agosto de 1998, cuando el entonces presidente
Clinton ordenó lanzar sobre Afganistán 58 misiles crucero en represalia
por la protección que brindaba el régimen talibán a Osama
Bin Laden, acusado por Estados Unidos de haber organizado los atentados contra
sus embajadas en Kenia y Tanzania.
Unocal se vio forzado a dar por concluida su relación con los talibanes
y olvidarse, por unos años, hasta que George W. Bush accediera a la presidencia,
del proyecto.
Estos son, muy resumidos, los antecedentes que Unocal procura minimizar, toda
vez que el destino (¿manifiesto?) quiso que la transición postalibán
esté en buenas manos, las más confiables desde su particular punto
de vista.
Khalilzad y Karzai, artífices del acercamiento con los talibanes, se
volvieron recalcitrantes enemigos del régimen fundamentalista, en un
viraje que hace difusa la frontera entre pragmatismo y desvergüenza. No
sería de extrañar, dentro de tantas sorpresas, que alguno de sus
interlocutores talibanes esté ahora entre los prisioneros de Guantánamo.