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La opinión de los
norteamericanos
Me
dieron en mis símbolos
Elizabeth
Bunting-Bradshaw
Altercom
Tres aviones chocaron contra los símbolos de la seguridad y grandeza
con los que he crecido. Tres impactos que cegaron miles de vidas de americanos
y ciudadanos del mundo acogidos por los Estados Unidos. Tres hechos que merecen
tres reflexiones:
1.- Somos un país vulnerable, contrariamente con el sentimiento de seguridad
que alimenta los días y las noches de gran parte de la humanidad. Vulnerable
por los aires y por los suelos. De hecho no son aeropuertos extranjeros en
los que se embarcan gente armada con el propósito de llevar adelante un suicidio
masivo.
Frente a este hecho, que no admite discusión, me pregunto: ¿Dónde está el
dinero que escrupulosamente aportamos los americanos para los organismos de
seguridad? ¿Es que las labores de inteligencia se aplican únicamente en otros
países y no en el nuestro propio?
¿Para qué se gasta tiempo y dinero en el famoso escudo antimisiles, pensando
en la guerra de las galaxias, si el ataque proviene desde nuestro propio territorio?
2.- El horror de
la guerra entró a América. Solamente el escuchar al Presidente Bush asegurando
persecución para los responsables me heló la sangre. ¿Empezamos una guerra
con el terrorismo también dentro de nuestro territorio? ¿Por qué razón los
norteamericanos tenemos que vivir con el temor de un atentado, que el horror
de ayer nos demostró que es posible, si nadie amenaza a nuestra integridad
territorial, a nuestra soberanía, a nuestra democracia?
¿No es suficiente el esfuerzo, el trabajo, el estudio, la disciplina que nos
hemos impuesto para vivir en paz dentro de nuestras fronteras? ¿Por qué tenemos
que salir a apoyar siempre a un grupo que está en contradicción con otro?
¿O es que el poderío económico y tecnológico que el pueblo americano cree
que tiene nuestro país, está basado en otros estados? O en realidad ¿somos
un Goliat con pies de barro?
3.- Las explicaciones
tienen que darse. Cuando el tiempo pase y los muertos tengan nombre, cuando
las lágrimas se hayan secado en las mejillas de los sobrevivientes y de los
familiares de los muertos, llegarán las preguntas. El gobierno deberá respondernos.
Si el cerebro que dirigió el terror contra nosotros es el saudí Ossama Bin
Laden, nos tendrán que explicar quién le patrocinó en Pakistán y Afganistán.
Nos tendrá que decir la CIA su relación anterior con él, nos tendrá que dar
cuenta de las relaciones macabras que mantiene con gente enferma que es capaz
de cualquier cosa por defender sus dogmas y fanatismos, nos deberá explicar
la lógica de sus alianzas en las que no interviene nunca la ética.
No están lejanos los vergonzosos días de la desclasificación de los archivos
de la CIA sobre la participación norteamericana en Chile en la masacre de
3.000 ciudadanos de ese país, de su vinculación con los asesinos de las monjas
en el Salvador y con los contras de Nicaragua o con narcotraficantes (Irán-contras
o Noriega) y de sus lazos con otros horrores cometidos por grupos, igualmente
terroristas, en diferentes partes del planeta.
Tengo miedo y horror que se repitan las escenas de personas lanzándose desde
los edificios, de madres llorando por su hijo, de bomberos y policías atrapados
entre el polvo y el fuego. Los americanos de los Estados Unidos somos en realidad
gente de paz.