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27
de enero del 2002
¿Justicia
infinita o negocio redondo?
Luis González
Souza
La Jornada
Por si fuera poco, la nueva guerra de Bush le ha permitido a Estados Unidos
reavivar todos los ingredientes de su cohesión interna y de su proyección
hegemonista en el mundo: patrioterismos y mesianismos de toda laya, premios,
castigos y amenazas para naciones más o menos aliadas y, en fin, todo
lo que acompaña a la filosofía del Number One.
Comenzó
el año nuevo, pero continúa -envejeciendo rápido- la
guerra más terrorista de todas: la que no tiene plazos ni enemigos
ni propósitos creíbles. Continúa y envejece la guerra
de Bush II.
Envejece de manera tan
rápida y ponzoñosa que ya muchos medios ni siquiera se ocupan
de ella, como si la consigna fuese la de convertir la guerra en una pieza
natural del paisaje internacional en los tiempos de la globalización.
Exterminar las reservas morales de la humanidad, y en particular su capacidad
para conmoverse y rebelarse ante la injusticia y la guerra misma, parece ser
la consigna gemela.
Tal vez por eso, maquiavélica
pero certeramente, la nueva guerra de Bush fue encubierta con el nombre de
operación Justicia infinita, y poco después con el de Libertad
duradera. Lo cierto es que tal operación se desnuda más y más
como la de un negocio redondo y harto perdurable para los halcones de Washington
y demás mercaderes de la guerra en todo el mundo. La caída de
las Torres Gemelas de Nueva York, el 11 de septiembre del año pasado,
se conjuga más y más con la subida de los réditos economicopolíticos
del gobierno de Bush II.
Con excepción de
tales réditos, la incertidumbre ha sido el santo y seña de la
llamada nueva guerra en sus primeros cuatro meses. Del mismo modo en que la
incertidumbre (de sitios, víctimas y demás) es el primerísimo
caldo de cultivo del terrorismo más vulgar.
A más de 100 días
de iniciada la guerra, lo único cierto es que la economía estadunidense,
como lo reconoció ayer Alan Greenspan (La Jornada, pág. 23),
comienza a salir de su recesión. De una recesión que, tras tantos
años de crecimiento sostenido, durante los dos gobiernos de Clinton,
se perfilaba como algo igual o más grave que la Gran Depresión
de 1929-1933.
Lo único cierto,
también, es que el famoso complejo militar-industrial (ahora, además,
complejo mediático-cultural-financiero y un largo etcétera)
una vez más se apresta a jugar el papel de principal motor y beneficiario
de la reanimación económica estadunidense. El mismo día
de ayer (idem, pág. 30) Bush propuso incrementar el presupuesto de
seguridad interna (de 19 mil a 37 mil millones de dólares), así
como el presupuesto militar y de defensa, en este caso con el mayor incremento
(15 por ciento) de los últimos 20 años, llevándolo a
un monto de 366 mil millones de dólares, algo cercano a la deuda externa
de toda América Latina. Igualmente se busca incrementar el presupuesto
para servicios de urgencia (bomberos, policías y similares). Así,
en cuanto caen las Torres Gemelas sube el gasto (y el negocio) de todo lo
atinente a armas, muertes y paranoias. Eso sí, con un lubricante ideológico
de gran densidad: porque "nuestros militares atraparán a los terroristas,
uno por uno, dondequiera que se escondan" (Bush Jr., idem).
De ahí que entre
las únicas certezas derivadas de la nueva guerra hay que incluir el
ascenso meteórico de la popularidad del propio Bush II (virtualmente
reprobado en el índice electoral, ahora goza de un índice de
aprobación superior a 80 por ciento de la población encuestada).
Por si fuera poco, la
nueva guerra de Bush le ha permitido a Estados Unidos reavivar todos los ingredientes
de su cohesión interna y de su proyección hegemonista en el
mundo: patrioterismos y mesianismos de toda laya, premios, castigos y amenazas
para naciones más o menos aliadas y, en fin, todo lo que acompaña
a la filosofía del Number One. Si en los años setenta del siglo
pasado la Comisión Trilateral había descubierto la necesidad
de "compartir con otros (Europa, Japón, Canadá) la hegemonía
mundial" de Estados Unidos, ahora Bush II parece rectificar y decir: "compartir,
ni madres; el siglo XXI, ahora sí, será el verdadero siglo americano".
A todos esos réditos
el público podrá ir agregando muchos otros, porque apenas llevamos
cuatro meses de esta operación negocio redondo y perdurable. Nunca
olvidemos, sin embargo, que para la mayor parte de la humanidad se trata del
negocio más sucio e irresponsable en la historia contemporánea.
A medida que continúa la guerra de Bush II todos nos acercamos al precipicio
de otra guerra mundial, muy probablemente guerra nuclear y, por ende, guerra
final.
Por lo pronto ya estamos
en el hoyo de un mundo dictatorialmente mangoneado por una potencia con pocos
contrapesos y, en cambio, con demasiados desbocamientos a cual más
de impredecible.
Eso sí, fuera de
toda de duda, es terrorismo. Y hay que encararlo y superarlo de inmediato.
Ello, si la humanidad ha de sobrevivir al menos con un poquito de dignidad.
La misma agenda de tareas necesarias es incierta. Por nuestra parte, sólo
contamos con dos certezas: 1) no debemos callar ante la nueva guerra, ni dejar
que se vuelva costumbre, y 2) debemos enfrentarla con todo lo que se quiera,
pero ¡no, por favor, con "apoyos incondicionales y hasta lo último"!
Es año nuevo y más que nunca, dignidad obliga. Dignos trabajos
y esfuerzos para todos. Salud y, ahora sí, he ahí nuestro último
brindis por el 2002 (y hasta que la maldita guerra nos alcance... todavía
más cerca y más directo).