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La opinión de los
norteamericanos
Once
de septiembre
Robert Jensen
ZNet
Traducción para Rebelión: J. A. Julián
El 11 de septiembre fue una jornada de tristeza, ira y miedo. Como
todos, en los Estados Unidos y el resto del mundo, compartí la profunda tristeza
producida por la muerte de miles de personas.
Pero, a medida que escuchaba a la gente en torno a mí, me daba cuenta de que
la ira y el miedo que yo sentía eran muy diferentes: mi ira iba dirigida,
en primer lugar, a los dirigentes de este país, los Estados Unidos de América,
y mi miedo no estaba motivado solamente por la seguridad de mis compatriotas
sino también por la de civiles inocentes de otros países.
No debería ser necesario decirlo, pero lo diré: los actos de terrorismo que
ocasionaron la muerte de civiles en Nueva York y Washington fueron reprobables
e indefendibles; intentar defenderlos sería traicionar nuestra propia humanidad.
Con independencia de las motivaciones de los agresores, el método es inaceptable.
Pero este acto no ha sido más despreciable que las masivas formas de terrorismo
—homicidio deliberado de civiles con fines políticos—que el gobierno de los
EE UU ha cometido durante mi vida. Por más de cinco décadas, en todo el Tercer
Mundo, los EE UU han atacado deliberadamente a civiles o han realizado actos
de violencia tan indiscriminados que solo pueden calificarse de terrorismo.
Y además ha dado su apoyo a actos de terrorismo similares realizados por sus
Estados satélite.
Si la anterior afirmación puede parecer exagerada, consulten al pueblo de
Vietnam. O a los de Camboya o Laos. O Indonesia y Timor Oriental. O Chile.
O América Central. O Irak o Palestina. La lista de países y pueblos que han
sufrido la violencia de este país en su propia piel es larga. Civiles vietnamitas
bombardeados por los Estados Unidos. Civiles timoreses eliminados por un aliado
de los Estados Unidos con armas suministradas por este país. Civiles nicaragüenses
asesinados por un ejército títere de terroristas. Civiles iraquíes liquidados
mediante el bombardeo deliberado de toda la infraestructura de su país.
Así, mi ira de este día va dirigida no sólo a los individuos concretos que
produjeron la tragedia del 11 de septiembre, sino también a los que detentan
el poder en los EE UU y que han desencadenado otros ataques a civiles, igualmente
trágicos. Mi ira se incrementa con el hipócrita discurso de los gobernantes
estadounidenses y su proclamado compromiso con unos ideales nobles, o como
el Presidente Bush afirmó, "nuestro compromiso con la justicia y la paz."
A mi Presidente sólo puedo decirle lo siguiente: las voces acalladas de los
millones de personas asesinadas en el Sudeste asiático, en América Central,
en el Oriente Medio, como resultado directo de la política de los EE UU son
la mejor prueba de "nuestro compromiso con la justicia y la paz."
Aunque mi ira duró, con intervalos, todo el día, pronto dio paso a un sentimiento
de miedo. Pero no miedo al "¿dónde van a golpear ahora los terroristas?",
como oía decir en torno a mí, sino al "¿Cuándo tomarán represalias —sin
importarles las bajas civiles— los Estados Unidos?" Ojalá lo que tuviéramos
que preguntarnos fuese si los EE UU van a tomar represalias. Lamentablemente,
si tomamos la historia como guía, la pregunta sólo puede ser "cuándo"
y "cómo".
Así pues, la cuestión es: ¿qué desafortunados civiles van a hallarse en el
punto de mira de las bombas y los misiles estadounidenses cuando éstos golpeen?
La última vez que los EE UU respondieron a un acto terrorista —en 1998, con
ocasión del ataque a sus embajadas en Kenia y Tanzania— fueron las poblaciones
inocentes de Sudán y Afganistán las que estuvieron en ese punto de mira. En
aquella ocasión, nos contaron que sólo se habían atacado objetivos militares,
aunque el objetivo de Sudán resultó ser una fábrica de productos farmacéuticos.
Viendo los diferentes programas de televisión de este 11 de septiembre, la
discusión sobre la toma de represalias estaba en el aire: en las voces de
algunos de los "expertos" en materia de seguridad nacional, había
ansia de represalias. Ni siquiera los periodistas pudieron resistirse: especulando
sobre las acciones militares que habrán de llegar, Peter Jennings, de ABC
News, afirmó que "la respuesta deberá ser masiva, si se quiere que tenga
efectividad."
No olvidemos que una "respuesta masiva" matará a gente, y, si se
mantiene el patrón de las pasadas acciones estadounidenses, matará a gente
inocente. Gente inocente, como los muertos en las torres de Nueva York y en
los aviones secuestrados. Utilizando palabras del Presidente Bush, "madres
y padres, amigos y vecinos" morirán sin duda en una represalia masiva.
Si queremos reivindicarnos como un pueblo honesto, no debemos derramar nuestras
lágrimas sólo por los ciudadanos de nuestro país. Una persona es una persona,
y el dolor que se limita a las personas de un determinado territorio está
negando la humanidad de las demás.
Y si queremos de verdad ser un pueblo honesto, debemos exigir de nuestro Gobierno
—ese Gobierno que un gran hombre de paz como Martin Luther King Jr. describió
una vez como "el mayor generador de violencia de todo el mundo"—
que la locura termine aquí.
Robert
Jensen,
Facultad de Periodismo
Universidad de Texas-Austin, EE UU