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Adiós a las libertades
Ignacio Ramonet
Le Monde Diplomatique
Traducido para Rebelión por Rocío Anguiano
Puesto que se da por cierto que los trágicos sucesos del 11 de
septiembre han abierto un nuevo periodo de la historia contemporánea,
tal vez debamos preguntarnos qué ciclo se cierra con estos sucesos
y cuáles son sus consecuencias.
La época que termina se iniciaba el 9 de noviembre de 1989 con la caída
del muro de Berlín y la desaparición de la Unión Soviética,
el 25 de diciembre de 1991. En todo momento aclamadas, las principales características
de esta etapa, que, además, ha vivido al auge de la globalización
liberal, habrán sido la exaltación del sistema democrático,
el encumbramiento del estado de derecho y la glorificación de los derechos
humanos. En política interior y exterior, esta Trinidad era considerada
como una especie de imperativo categórico continuamente invocado. A
pesar de sus ambigüedades (¿se puede conciliar globalización liberal
y democracia planetaria?), dicha Trinidad contaba con la adhesión de
los ciudadanos, que veían en ella un avance del derecho contra la barbarie.
En nombre de la "guerra justa" contra el terrorismo, todas estas hermosas
ideas han sido de repente olvidadas. Desde el primer momento, Washington no
dudó, para emprender la guerra en Afganistán, en establecer
alianzas con dirigentes hasta ayer mismo nada recomendables, el general golpista
Pervez Moucharraf de Pakistán o el dictador de Uzbekistán Islam
Karimov. Ni los gritos del legítimo presidente paquistaní, Nawaz
Sharif, ni los de los defensores ouzbeks de las libertades consiguieron traspasar
los muros de sus cárceles. De forma encubierta, valores que todavía
ayer eran calificados de "fundamentales" desaparecen de la escena política
mientras que los estados democráticos se hunden desde el punto de vista
del derecho, en una regresión.
Las medidas liberticidas adoptadas por Estados Unidos dan prueba de ello.
Al mismo día siguiente a los atentados, una justicia de excepción
se ponía en práctica. El ministro de justicia, John Ashcroft
adoptaba una ley antiterrorista, llamada "ley patriótica", que permite
a las autoridades detener sospechosos durante un tiempo prácticamente
indefinido, deportarlos, encerrarlos en celdas de aislamiento, controlar su
correo, sus conversaciones telefónicas, sus comunicaciones vía
Internet, y registrar su domicilio sin autorización judicial. De este
modo, al menos 1200 extranjeros han sido detenidos de forma secreta, de los
que más de 600 permanecen en la cárcel sin que se les haya juzgado,
sin que muchos de ellos hayan ni siquiera comparecido ante el juez, y sin
haber tenido la posibilidad de que les asista un abogado (1). El gobierno
tiene, además, la intención de interrogar a unos 5000 hombres
de entre 16 y 45 años, que se encuentran en Estados Unidos con un visado
de turista, y que son sospechosos por el simple hecho de haber nacido en Próximo
Oriente (2).
A pesar de que los tribunales americanos ordinarios son perfectamente competentes,
el presidente Georges W. Bush decidió crear, el pasado 13 de noviembre,
tribunales militares, con poderes especiales para juzgar a los extranjeros
acusados de terrorismo. Estos procesos que, además, son secretos, podrán
desarrollarse en buques de guerra o en bases militares, no será necesario
que haya unanimidad para condenar al acusado a la pena de muerte, el veredicto
no será apelable, las conversaciones del acusado con su abogado se
podrán escuchar clandestinamente, el proceso judicial se mantendrá
en secreto y los detalles del proceso no se harán públicos hasta
pasadas algunas décadas.
Agentes responsables del Federal Bureau of Investigation (FBI) han llegado
a proponer que algunos acusados sean extraditados a países amigos,
con regímenes dictatoriales, para que la policía local pueda
interrogarlos empleando métodos "rudos y eficaces". El uso de la tortura
ha sido abiertamente reclamado en las columnas de los grandes semanarios.
En la CNN, el comentarista republicano Tucker Carlson fue muy explícito:
"La tortura no es buena. Pero el terrorismo es peor. Por lo tanto, en determinadas
circunstancias la tortura es un mal menor". Steve Chapman, en el Chicago
Tribune recordó que un estado democrático como Israel no
duda en aplicar la tortura al 85% de los palestinos detenidos (5).
Al derogar una decisión de 1974 que prohibía a la Central Intelligence
Agency (CIA) asesinar a dirigentes extranjeros, el señor Bush le ha
dado carta blanca para efectuar cualquier operación secreta necesaria
para la eliminación física de los jefes de Al Qaeda. Ignorando
la convención de Ginebra, la guerra en Afganistán se ha llevado
a cabo con este mismo espíritu, liquidar a los miembros de Al-Qaida
incluso cuando se hayan rendido. Rechazando cualquier posibilidad de llegar
a una solución negociada que acabe con una rendición, el secretario
americano de defensa, Donald Rumsfeld, se mostró inflexible e hizo
un claro llamamiento para matar a los prisioneros árabes que hubieran
combatido con los talibanes. Más de 400 de ellos fueron masacrados
durante el levantamiento del fuerte de Qala-e-Jhangi y aún un número
ciertamente mayor durante la toma de Tora-Bora.
Con la finalidad de que no se pueda llevar a cabo ninguna acción judicial
contra los militares americanos por las operaciones realizadas en el extranjero,
Washington se opone al proyecto de Tribunal Penal Internacional (CPI). De
este modo, el Senado acaba de aprobar, en primera lectura, la ley ASPA (American
Servicemembers Protection Act) que permite a los Estados Unidos tomar medidas
extremas – que pueden ir hasta la invasión militar de otro país
– para recuperar a cualquier ciudadano americano al que se pretenda llevar
ante el futuro CPI.
Aprovechando la "guerra mundial contra el terrorismo", otros estados – Reino
Unido, Alemania, Italia, España, Francia, etc. –han reforzado también
sus legislaciones represivas. Los defensores de los derechos públicos
tiene motivos para preocuparse, ya que el movimiento general de nuestra sociedad,
que tendía hacia un respeto cada vez mayor del individuo y de sus libertades,
acaba de ser brutalmente truncado. Y todo indica que de aquí en adelante
nos dirigimos hacia un Estado cada día más policial.
Notas
(1)
El País, Madrid, 10 de noviembre de 2001.
(2) Le Monde, 30 de noviembre de 2001
(3) International Herald Tribune, 1 de diciembre de 2001
(4) Cf. Newsweek, New York, 5 de noviembre de 2001
(5) Citado en El País, 7 de noviembre de 2001.