La
historia prohibida de la alianza
entre Washington y Osama bin Laden
Contra la barbarie de los extremistas y del Imperio, la única
salida es la construcción de un mundo nuevo.
“Se busca un enemigo para un presupuesto de 344 billones de dólares”. Hace algunos
días, al comentar los gastos militares inéditos propuestos por la Casa Blanca
al Congreso de los Estados Unidos—incluso para el programa de militarización
del espacio--, la revista estadounidense Z-Net usó esa frase para comentar la
desproporción entre los gastos y la ausencia de amenazas que los justificasen.
Considerando las noticias de los últimos días, el gobierno de los EE.UU. ya
encontró su enemigo. El elegido es el millonario saudita Osama bin Laden, refugiado
hace años en el Afganistán dirigido por los talibanes. Jamás será posible combatirlo
o evitar nuevas carnicerías, como la del martes, con la nueva versión del programa
“Guerra en las Estrellas”—pero eso no parece importarles. Humillado por los
ataques, Washington tiene que demostrarle al mundo que no perdió capacidad de
iniciativa, ni disposición para llevar sus proyectos adelante. Los medios oficiales
evitará la transparencia de la contradicción entre los riesgos reales representados
por el terror y lo se hará bajo el pretexto de combatirlo. Es sintomático que
los periódicos ya empezaron a olvidar una historia cuya importancia para la
propia seguridad estadounidense es crucial, si se confirma la hipótesis de la
culpa de bin Laden. Se trata de la alianza que Washington mantuvo durante años
con su actual “enemigo número 1”, y que fue indispensable para propiciarle la
capacidad de articulación que posee hoy, con aura de supuesto “vengador” del
mundo árabe.
En el abrigo anti-misiles construido con dinero estadounidense
Los hechos, casi prohibidos en la prensa alineada con el sistema, están disponibles
en algunas publicaciones alternativas estadounidenses, entre las cuales se destaca,
además de Z-Net, la revista The Nation. Entre sus escritores está Robert Fisk,
un veterano repórter especializado en cuestiones del Oriente Medio. Su texto
se puede leer en el portal www.portoalegre2002.net, en la nueva sección El Imperio
busca un enemigo Fisk escribe con la autoridad de quien se encontró varias veces,
en la condición de periodista, con bin Laden. Su más reciente encuentro, informa,
fue en 1997, en las montañas de Afganistán. Vió al saudita en la postura y trajes
con que habitualmente es retratado en la prensa occidental: ropas afganas tradicionales,
dentro de su caverna, con un semblante tranquilo. Bin Laden reveló un conocimiento
muy superficial sobre la situación del mundo. Se arrajó sobre el periódico que
Risk traía. Insinuó que su lectura le proporcionaba muchas novedades, pero abandonó
esa actividad después de media hora Prefirió hablar de su creencia en la protección
que le aseguraría Alá. Narró muchos episodios en que, al enfrentar los ocupantes
soviéticos de Afganistán, se salvó porque los proyectiles que lanzaban sobre
su escondite no explotaban. Aseveró que no temía morir, porque “como musulmano,
creo que, cuando morimos en combate, vamos al Paraiso”. Pero no abandonó, ni
por un instante, el abrigo en que estaba. Fisk observa: era “una reliquia de
los días en que combatió los soviéticos: un nicho de ocho metros de altura,
cavado en la roca, a prueba hasta de los ataques de misiles”.
En nombre de la victoria sobre los soviéticos, acuerdo con los extremistas
En otro texto—un artículo analítico firmado por Dilip Hiro—con el título “El
costo de la ‘victoria’ afgana” (también disponible en inglés en el portal)—The
Nation reconstruye las circunstancias de la alianza que acabaría involucrando
a Washington con bin Laden. El escenario es Afganistán; la época: la última
fase de la Guerra Fría. En 1979, un golpe militar había llevado al poder grupos
vinculados a la Unión Soviética (URSS). Fervoroso anticomunista, Zbigniew Brzezinsky,
asesor de Seguridad Nacional del entonces presidente Jimmy Carter, vislumbra
la oportunidad de pasar de la defensa para el ataque. No sólo quiere reinstaurar
un gobierno aliado del Occidente. Pretende propagar, entre las poblaciones musulmanas
de la URSS, un tipo de pensamiento religioso capaz de incitarlas al máximo contra
el gobierno de Moscú. The Nation subraya: habían alternativas, aún para aquellos
que, como el asesor de Seguridad Nacional, estaban empeñados en promover la
Guerra Fría. En Afganistán, habían “varios grupos laicos y nacionalistas opuestos
a los soviéticos”. No obstante, en vez de apoyarlos, la Casa Blanca procede
a realizar lo que considera una movida genial. Estimula las organizaciones afganas
más fundamentalistas, aunadas, desde 1983, en la Alianza Islámica del Muyahedin
Afgano (IAAM, en inglés).
Estimular el fundamentalismo y la Jihad, a favor de los intereses de los EE.UU.
Washington no se satisface con el apoyo diplomático al IAAM. Teje una alianza
para ofrecerle condiciones financieras, militares e ideológicas suficientes
para derrotar a los soviéticos. Además de los EE.UU., también participan Paquistán—gobernado
por el general golpista Mohammad Zia ul-Haq y Arabia Saudita, controlada durante
décadas por una pomposa y corrupta familia real. El extremismo religioso es
el cemento usado por los estadounidenses para consolidar sus intereses estratégicos.
Millares de afganos y paquistanos son atraídos para los campos de entrenamiento
de guerrilleros anti-soviéticos y son dirigidos por el ISI, servicio secreto
de Paquistán. Los instructores exaltan la guerra santa (Jihad) contra Moscú.
La Casa Blanca quiere matar dos pájaros con un tiro. La supuesta defensa del
islamismo contra los ateos soviéticos sirve para consolidar, en Paquistán, el
poder de Zia ul-Haq, fiel aliado del occidente. El tercer eslabón de la coalición
es Arabia Saudita, donde otro gobierno pro-estadounidense, aunque muy rico,
necesita refuerzo ideológico. Durante algunos años, los príncipes sauditas serán
obligados a “donar” 20 billones de dólares para la cruzada de la IAAM. A través
de la CIA, los Estados Unidos contribuirán más de 20 billones. Los ríos de dinero
verde servirán para reclutar y formar guerrilleros fanatizados, y armarlos hasta
los dientes. Misiles anti-helicópteros son parte del arsenal y serán decisivos
para enfrentar y vencer tanto al gobierno pro-URSS como a las propias tropas
soviéticas, que, en apoyo a su aliado, ocuparan el país en 1979.
Un millonario saudita adhiere a extraños “luchadores de la libertad”
Es ese clima de extremismo e intolerancia, suscitado por Washington, que atraerá
al saudita Osama bin Laden a Afganistán. A principios de los 80, cuando llegó
al país, era apenas el jóven heredero millonario de una familia de empresarios
en el ramo de la construcción. Estaba fascinado por la Jihad patrocinada por
los EE.UU. Fue el primer saudita a adherirse a ella, y llevó consigo, a lo largo
del tiempo, a por lo menos 4 mil compatriotas. Se transformó en líder de los
“voluntarios” en Afganistán y se aproximó de los dirigentes del IAAM, que años
después, gracias al apoyo recibido de la Casa Blanca, constituirían el gobierno
Talibán. Construyó abrigos reforzados para el depósito de armas y participó
en acciones de guerrilla. Jamás le faltó apoyo moral del Occidente. El repórter
Robert Fisk relata: “Estaba en Afganistán en 1980, cuando Laden llegó. Todavía
tengo mis notas de reportaje de aquellos días. Esas me recuerdan que los guerrileros
muyahedin quemaban escuelas y le cortaban el cuello a las profesoras, porque
el gobierno había decidido formas clases mixtas, con niños y niñas. El Times
de Londres los llamaba de “luchadores de la libertad”. Más tarde, cuando los
muyahedin derrumbarón (con un misil inglés Blowpipe) un avión civil afgano,
con su tripulación y 49 pasajeros, el mismo periódico los llamó “rebeldes”.
Extrañamente, la palabra “terrorista” nunca fue usada para calificarlos”. A
partir de 1989, con el colapso del gobierno pro-soviético en Afganistán y de
la propia Unión Soviética, los “voluntários” empezaron a retornar a sus países.
Al volver al mundo árabe [NT: MAS, ELES ESTAVAM NUM PAÍS ARABE], explica Dilip
Huro, formaron un grupo a parte, que era conocido como “los afganos”. Tenían
características acentuadas. La intolerancia y el desprecio por la vida humana
eran igual que los cultivados bajo el comando y por determinación conciente
de los EE.UU. Habían adquirido, en los años de la lucha anti-soviética, una
alta capacitación en prácticas terroristas. Aún así, eran menos inexperientes
desde el punto de vista político. Empezaron a observar que países como Arabia
Saudita y Egipto eran gobernados por élites tan sumisas a los EE.UU. como era
subordinado el gobierno afgano, contra quien lucharon, a los soviéticos.
La serpiente se vuelve contra el nido en que se crió
La guerra del Golfo los puso definitivamente contra Washington. Al encerrarse
la campaña contra Irak, en 1991, la Casa Blanca no cumplió la promesa de retirar
de la Arabia Saudita—país donde están las ciudades sagradas de Meca y Medina—las
bases militares y los millares de soldados movilizados contra Saddam Hussein.
Bin Laden y sus seguidores recordarón que eso violaba la Sharia, la ley islámica.
En 1993, el rey Fahd, posiblemente el más fiel aliado de los EE.UU. en el mundo
árabe, cortejó al millonario, llegando al punto de nombrarlo para un Consejo
Consultivo real. En 94, después de nuevas rinñas, bin Laden fue expulsado de
Arabia Saudita. En 96, declaró una jihad contra la presencia estadounidense
en el país. En esa época, aseveró que “expulsar al ocupante americano es el
deber más importante de los musulmanes, después de creer en Dios”. Dos años
después, una declaración conjunta firmada por un frente de organizaciones fundamentalistas,
formado por bin Laden, exhortava: “La determinación de matar a los americanos
y a sus aliados—civiles y militares—es un deber individual de todo musulmán
que pueda lograrlo, en cualquier país donde sea posible, con el objetivo de
librar de sus garras la Mesquita de Al-Aqsa [en Jerusalén] y la Mesquita Sagrada
[Meca]. Eso está de acuerdo con las palabras de Dios todopoderoso”.
Una relación de amor y odio con el terror
En su relato para The Nation, Roberto Fisk recuerda que bin Laden no es el primer
aliado con quien la Casa Blanca se relaciona íntimamente durante cierto tiempo,
para más tarde, cuando ya no necesita de sus servicios, acusarlo—con o sin motivos—de
terrorista. El escritor cita los casos de Saddan Hussein, considerado un héroe
cuando atacó a Irán con armas químicas; o de Yasser Arafat, considerado “super-terrorista”
cuando lideraba la lucha por la liberación de Palestina y más tarde “respetable
hombre de Estado”, cuando firmó acuerdos de paz, jamás cumplidos, con Israel.
Sería suficiente observar a América Latina para encontrar otros numerosos ejemplos
de relaciones privilegiadas entre Washington y terroristas, practicantes de
golpes de Estado, gobernantes tiránicos, corruptos y torturadores. En otro sentido,
menos directo, aunque más amenazador, la alianza con el terror está, por cierto,
siendo reeditada en este exacto momento. Bin Laden usa como pretexto la opresión
de EE.UU. y de Israel contra el mundo árabe como pretexto para justificar su
intolerancia y actos criminosos. Todas las declaraciones de los gobernantes
estadounidenses después de los atentados sugieren que la Casa Blanca tiene la
intención de apoyarse en el riesgo real del terror para desencadenar una ofensiva
militar y política que, si no es atascada, transformará el planeta en un lugar
mucho más violento, antidemocrático y desigual. Quizás por eso, las sociedades
tienen el derecho de decir que, contra la barbarie de los extremistas y del
Imperio, la única salida es la construcción de un mundo nuevo.
Fuente: OTRAS PALABRAS – BOLETIN DE ACTUALIZACIÓN DEL PORTAL PORTO ALEGRE
2002