|
Estados Unidos cosecha tempestades
Carlos Gabetta
Le Monde Diplomatique
Los atentados terroristas perpetrados en la ciudad de Nueva York y
en otros puntos de Estados Unidos en la mañana del 11 de septiembre pasado,
que ocasionaron con seguridad miles de muertos (el número exacto se desconocía
al escribirse este artículo) y enormes daños materiales, provocaron unánime
repulsa y condena en todo el mundo. Las imágenes trasmitidas en directo por
televisión desde pocos minutos después del atentado a la primera torre gemela
(el segundo ocurrió 18 minutos más tarde y la televisión llevaba ya rato emitiendo),
conmovieron la sensibilidad de cientos de millones de personas en todo el
planeta, y generaron un sentimiento de solidaridad hacia las víctimas y, en
general, el pueblo de Estados Unidos. No sólo se trató del más grande atentado
terrorista de todos los tiempos; también fue la primera vez que el mundo entero
fue testigo en directo del desarrollo de un asesinato masivo.
Atentados de esta envergadura, en el corazón mismo de la potencia militar
y económica más importante del planeta, indican un salto cualitativo en la
preparación, recursos, determinación y contactos internacionales del terrorismo.
Al mismo tiempo -y por esa razón, entre otras- deben suscitar una reflexión
seria sobre el tipo de respuesta adecuada y, esencialmente, sobre las causas
que originan este tipo de situaciones. Que atentados como los ocurridos en
Manhattan sean injustificables no quiere decir que resulte imposible explicarlos.
Antecedentes de la víctima
A lo largo de toda
su historia, pero de manera más acentuada a medida que consolidaba su poderío,
Estados Unidos se ha comportado como una potencia imperial que sólo atiende
a sus propios intereses. Esta actitud se ha consolidado y cristalizado en
la última década, desde que la implosión de la Unión Soviética marcó el final
de la Guerra Fría y Estados Unidos quedó como única potencia mundial: en el
plano económico sólo se le equipara -y aún así relativamente- la Unión Europea
de 15 países desarrollados; en el militar, no tiene rival, al punto que podría
librar con posibilidades una guerra contra el resto del mundo.
Esta situación, de por sí preocupante, puesto que en sí misma supone el desequilibrio
mundial, se ve agravada por los antecedentes internacionales de Estados Unidos.
Su intervención en varias guerras se apoyó en incidentes -con numerosas víctimas
estadounidenses- sobre los cuales muchos historiadores coinciden en que o
bien fueron provocados por Estados Unidos mismo, o que tuvieron lugar con
conocimiento previo de la inteligencia y el gobierno de ese país: fue el caso
de la voladura del buque "Maine" en el puerto de La Habana, en 1898,
que dio comienzo a la guerra hispano-estadounidense; el del masivo ataque
japonés a la base naval de Pearl Harbor, en diciembre de 1941, que dio pie
a que el Congreso autorizase la declaración de guerra a las potencias del
Eje y el ingreso a la Segunda Guerra Mundial; fue también el caso de los incidentes
del golfo de Tonkín, en agosto de 1964, que suministraron la excusa para invadir
Vietnam...
En América Latina, los latrocinios (no se los puede llamar de otra manera)
cometidos por Estados Unidos son incontables y de una extrema gravedad, desde
el reconocimiento del filibustero William Walker como máxima autoridad de
Nicaragua, pasando por la anexión violenta de un tercio del territorio mexicano
en el siglo XIX y, ya en el XX, invasiones sangrientas en República Dominicana,
Cuba, Granada y Panamá; financiamiento y conspiración para la destitución
de gobiernos progresistas como el de Jacobo Arbenz en Guatemala (1954) o el
de Salvador Allende en Chile (1973), etc., hasta las conspiraciones para desestabilizar
los gobiernos de Nicaragua (Plan Irán-"Contras"), Cuba, Panam*...
Las intervenciones delictuosas de Estados Unidos en América Latina son incontables;
la última de ellas, el llamado "Plan Colombia", que aunque está
aprobado por el gobierno de ese país, supone la utilización de desfoliantes
y herbicidas que causan gravísimos daños a la población civil (1).
En el resto del mundo, sus antecedentes no son mejores: baste mencionar que
después de la guerra del Golfo Pérsico, en 1991, Estados Unidos ha bombardeado
en reiteradas ocasiones Irak (la última el 12 de septiembre pasado) sin tomarse
la molestia de informar a las Naciones Unidas o a sus aliados de la Organización
del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) con excepción de Gran Bretaña, que
lo secunda. O el hecho de que los fanáticos integristas "talibanes"
que hoy controlan Afganistán (y principales sospechosos de los atentados de
Nueva York), fueron financiados, armados y entrenados por la CIA, en tiempos
de la Guerra Fría, para desestabilizar a la URSS (2). O que Estados Unidos
fue la única potencia que se negó a firmar el Tratado de abolición de las
minas antipersonales, que causan miles de víctimas - principalmente niños-
en varios países; o que hace poco se retiró unilateralmente del Tratado de
descontaminación mundial de Kyoto, firmado por centenares de países; o que
en los años '80 desoyó olímpicamente una condena formal del Tribunal Internacional
de La Haya (presidido por un juez estadounidense) por sus intervenciones contra
el gobierno sandinista en Nicaragua...
En otras palabras, Estados Unidos se comporta sistemáticamente de manera violenta, ilegal y arbitraria en el plano internacional, lo que ha llevado a decir a uno de sus más destacados intelectuales, Noam Chomsky, que ese país es "el terrorista mundial número 1".
Violencia que engendra violencia
Los autores y responsables
de los atentados de Nueva York deben ser identificados y castigados con el
mayor rigor. Cuanto más precisa resulte la identificación y contundentes las
pruebas, tanto más se percibirá como justo y ejemplar el castigo. Pero también
aquí los antecedentes de Estados Unidos hacen temer represalias indiscriminadas
y el aprovechamiento de estos atentados tanto con fines de política interna
como internacional. Un comentarista señaló que "(Bill) Clinton, en un
caso que hoy parece menor por cadavérica comparación -los atentados contra
dos embajadas de Estados Unidos en Africa oriental- había reaccionado bombardeando
una fábrica de aspirinas en Sudán y regado de bombas un par de campos del
páramo afgano, donde se supone que vela sus miserables armas el tal Bin Laden"
(3). En diciembre de 1989, durante la invasión a Panamá, para ahogar la resistencia
de la Guardia Nacional panameña Estados Unidos no vaciló en bombardear el
populoso barrio de El Chorrillo, donde habitan decenas de miles de civiles.
Aún hoy no se sabe cuantos panameños murieron ni se ha difundido una sola
foto de El Chorrillo devastado...
Es por esto que a pesar del horror y el repudio suscitado por los atentados
de Nueva York, inmediatamente se levantaron voces advirtiendo sobre los peligros
de una escalada de violencia, represalias indiscriminadas, utilización de
los atentados con fines políticos e, incluso, sobre la necesidad de analizar
las injusticias del orden económico y social internacional como única manera
de acabar, a mediano y largo plazo, con este tipo de manifestaciones de violencia.
"Lo que se necesita es un análisis de dónde estamos en este mundo y por
qué somos odiados por tanta gente en el planeta", afirmó a un periódico
mexicano (4) Richard E. Rubinstein, profesor de resolución de conflictos en
la universidad George Mason. El profesor y varios sicólogos subrayaron que
los ataques probablemente no fueron realizados por "locos", sino
por activistas con compromisos ideológicos, razón por la que la pregunta que
debe formularse es: ¿por qué? Autor de varios libros sobre terrorismo, Rubinstein
afirmó que, desde su perspectiva, la respuesta es que "por todo el mundo,
no sólo en Levante, sino en Colombia, Indonesia, o por ejemplo, en varios
países africanos, la gente está luchando para proteger su identidad, su forma
de vida; lucha por la dignidad o por la justicia económica, y se encuentran
frente a balas, armas, tanques, o bombardeos de aviones y, virtualmente, todos
estos proyectiles, bombas y armas tienen escrito: 'Hecho en Estados Unidos'".
Este país, dijo el experto, "es el exportador mayor de la violencia en
el mundo hoy día". El profesor de Ciencias Políticas expresó por supuesto
su condena a los ataques contra el World Trade Center y el Pentágono, y supuso
que habrá una reacción militar casi inmediata. "Lo primero que tenemos
que hacer, claro, es apesadumbrarnos por nuestros muertos, aunque la gente
demandará que se adopten medidas para encontrar a los responsables, fiscalizarlos
o matarlos", pero destacó que la respuesta militar no detendrá más ataques
en el futuro. "La gente en este país tiene que entender que la represalia
sólo continúa el ciclo de violencia, no acaba con él", dijo. En el mismo
artículo, el almirante retirado Eugene Carroll afirmó: "si simplemente
destruimos Kabul en represalia, eso no detendr* las agresiones (...)".
Rubinstein subrayó por su parte que "necesitamos entender este ataque
como un intento para igualar la balanza o de tomar venganza contra el país
más poderoso del mundo por gente que se siente victimizada por esta nación,
y que comparte una combinación particular de un sentir de falta de poder,
humillación y esperanza de un cambio radical que forma parte de la mentalidad
terrorista (...) en verdad no importa si eres un palestino que participa en
la intifada, o si eres un campesino colombiano intentando vivir en el campo,
o un separatista indonesio, o de Sri Lanka: es probable que seas víctima de
las armas otorgadas por Estados Unidos a tropas asesoradas o capacitadas por
Estados Unidos".
Si la población estadounidense, dijo el especialista, estuviera consciente
de las armas o el entrenamiento militar que otorga este gobierno a otros países,
quedaría horrorizada (...) Esta información no justifica la muerte de civiles
en este país o en cualquier otra parte (pero) ciertamente, es más comprensible
que la gente esté enfurecida, sea incapaz de atacarnos de una forma convencional
y siente que es poco posible armar un caso contra nosotros políticamente,
dado que controlamos de forma sustancial a la Organización de Naciones Unidas...
Así, algunos utilizarán el arma de los débiles, que es el terrorismo".
Este tipo de advertencias viene siendo formulada también en otros tonos. Uno
de los más destacados comentaristas estadounidenses, Wiliam Pfaff, opinó que
"La inutilidad práctica de la venganza ha quedado ilustrada en repetidas
ocasiones, y se sigue demostrando en Oriente Próximo, ya que quienes emplean
el terrorismo no funcionan según una escala pragmática de castigo y recompensa.
Como saben los israelíes, hacer mártires a tus enemigos sólo sirve para fomentar
más martirios" (5).
El excelente artículo del periódico mexicano concluye que "Mientras varios
líderes nacionales de todas partes del mundo expresaron su apoyo a Estados
Unidos, una fuente diplomática de la Organización de Naciones Unidas cuestionó
la forma en que este país está definiendo el ataque. 'Es muy peligroso que
Estados Unidos diga que es un ataque contra el mundo. No es un ataque contra
el mundo, es un ataque contra Estados Unidos en respuesta a las políticas
estadounidenses'".
En esta última afirmación está la clave, aplicable a todo Occidente, muy en
particular a los grandes países desarrollados. Es probable que estos horribles
atentados generen una respuesta masiva e irracional de parte de Estados Unidos,
con el apoyo más o menos incondicional de sus aliados de la OTAN y los países
satélites; pero también es razonable suponer que a mediano plazo comiencen
a imponerse reflexiones como la del profesor Rubinstein. La gran paradoja
-y la gran deuda- de la civilización occidental es que mientras la libertad,
ciertos niveles de igualdad y el respeto a las leyes y los derechos humanos
existen en un puñado de países desarrollados, para el resto de la humanidad,
la abrumadora mayoría, siguen siendo pura retórica, abalorios, espejillos
de colores. Mientras Occidente no resuelva esa contradicción, seguirá recogiendo
de tanto en tanto y quizá cada vez con mayor violencia, las tempestades que
siembran sus vientos.
Notas
1 Maurice Lemoine,
"La muerte que viene del cielo", Le Monde diplomatique edición Cono
Sur, Buenos Aires, febrero 2001.
2 Seumas Milne, "Americans cannot ignore
what their government does abroad", The Guardian, Londres, 13-9-01.
4 Jim Cason y David Brooks, corresponsales, "La respuesta militar no
frenará los ataques", La Jornada, México, 13-9-01.
5 William Pfaff, "Tres lecciones para Estados Unidos", Los Angeles
Times Syndicate, reproducido por "El País", Madrid, 13-9-01.
Director
de Le Monde diplomatique, edición Cono Sur