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17 de febrero del 2002
Estados unidos, Irán
e Irak
Marta Tawil
La Jornada
I
Si la redefinición de las zonas de interés estratégico
para Estados Unidos después de la guerra fría es más
compleja de lo que fue en el contexto del sistema bipolar, Medio Oriente sigue
siendo para la clase política estadounidense - administración,
Congreso, grupos de interés, opinión pública- zona prioritaria.
Esto es aún más cierto después de los ataques del 11
de septiembre. Resumido en pocas palabras, los intereses principales de los
estadounidenses en Medio Oriente son asegurar proveerse de petróleo
a un precio razonable y defender el Estado de Israel. Toda la política
de Washington hacia la región se desarrolla alrededor de estas dos
preocupaciones mayores: apoyar a los regímenes "amigos" en el mundo
árabe, luchar contra la adquisición por parte de los países
hostiles a Estados Unidos de armas de destrucción masiva, instaurar
acuerdos de paz entre Israel y sus vecinos árabes, resolver el problema
palestino, impedir el surgimiento de una potencia hegemónica en el
Golfo arábigo. Empero, en el razonamiento de la elite política
estadounidense la zona del conflicto árabe-israelí y la del
Golfo normalmente se analizan y tratan de manera aislada; ambos contextos
y sus dinámicas no se incluyen en una perspectiva integrada. Esta característica
de la política exterior de Estados Unidos hacia la región se
vuelve a confirmar con el reciente discurso que el presidente Bush pronunció
en su primer informe de gobierno en enero pasado, en el que se refirió
a la existencia de un "eje del mal" conformado por Irak, Irán y Corea
del Norte.
La llamada política de la "doble contención" de Irán
e Irak, formulada durante la primera administración de Bill Clinton
en 1993, como respuesta al fracaso de la política de los años
precedentes que había buscado un equilibrio entre los poderes iraní
e iraquí, dejaba ver que los objetivos que los estadounidenses perseguían
eran crear un sistema de seguridad en el Golfo capaz de impedir que la riqueza
petrolera de la península arábiga cayera en manos de uno u otro
país, así como prohibir a estos países el acceso a recursos
que les permitieran rearmarse plenamente y volver a amenazar a sus vecinos.
Sin embargo, al menos hasta antes de los ataques del 11 de septiembre, había
una diferencia de objetivos: mientras que con relación a Irak el objetivo
ha sido, y sigue siendo, provocar la caída del régimen de Saddam
Hussein (si bien los medios puestos en práctica hasta ahora no se han
hecho a la medida de este plan), en el caso de Irán se había
buscado más un cambio en el comportamiento del régimen islámico.
Entre otros, el cambio más esperado o exigido ha sido que Irán
cambie de actitud hacia Israel, apoye el proceso de paz y deje de apoyar a
la resistencia chiíta en Líbano. Por lo menos en este aspecto,
vinculado a la relación con Irán, el gobierno estadounidense
había establecido claramente el vínculo entre el progreso de
la paz en Medio Oriente y la estabilidad en el Golfo.
II
Al parecer, el vínculo de Irán con el conflicto árabe-israelí
se mantiene en la formulación de la actual política estadounidense
hacia ese país. Pero hay un cambio de dirección, que estaría
definido por las lecciones de la experiencia afgana: cualquier país
puede ser sometido con "bombas inteligentes"; el poder militar y financiero
de Estados Unidos puede instalar gobiernos proestadounidenses donde sea. Por
una extraña coincidencia, junto al "eje del mal" de Bush está
el que Sharon llama "el triángulo del terror", conformado por Irán,
el Hezbollah y la Autoridad Palestina. Así, curiosamente, Israel acaba
de descubrir que el Gran Satán, el peligro inmediato, real, terrible
para los israelíes es Irán, incluido en el "eje del mal" de
Bush. Los ejemplos que demostrarían la conspiración iraní
que pretende provocar un segundo Holocausto, serían la reciente captura
en el mar Rojo de la embarcación Karina A, cargada de armamentos
iraníes, supuestamente destinados a Arafat (acusación simplista,
no sólo porque no existen pruebas, sino porque entre otras cosas olvida
que el gobierno de Teherán siempre ha visto con grandes reservas a
la autoridad secular de la OLP), y la existencia de miles de misiles que Irán
le sigue dando al Hezbollah.
Recientemente, en un artículo provocativo, Uri Avnery sugiere que el
equipo de Bush busca derrumbar al régimen de los ayatolas con el fin
de construir un oleoducto de la zona del Caspio al océano Indico utilizando
una ruta más corta y económica que pasaría por Irán.
Hasta qué punto es practicable o factible esta aventura, queda por
verse. Después de todo, cabe recordar que en 1991 los estadounidenses
prefirieron a última hora congelar su plan de derrumbar a Saddam Hussein;
aunque Rusia y China por el momento parecen fuera del juego, no es seguro
que permanezcan así por mucho tiempo; la Unión Europea parece
cada vez más alejada de la política unilateral y simplista de
la potencia hegemónica. Lo cierto es que embriagados por la "victoria"
en Afganistán y en la coyuntura de la guerra mundial contra el terrorismo,
los estadounidenses están dispuestos a quedarse y a sacar el máximo
provecho de la posición que les brinda su control de la zona cercana
a las reservas petroleras del Caspio; el sometimiento de Pakistán,
y la presencia de sus agentes en el nuevo escenario afgano.
Indudablemente, golpear a Irán con apoyo israelí sería
desastroso para la región y la estabilidad mundial, no se diga ya por
el hecho de que Irán posee misiles y armas químicas y biológicas.
Aunque a muchos en la clase política estadounidense parezca una insensatez,
Irán podría desempeñar un papel constructivo en el equilibrio
regional. A diferencia de otros actores de la región, la dependencia
financiera y militar de Irán con respecto a Estados Unidos no es tan
grande; Irán es un país que ha estado experimentando un proceso
lento, pero gradual, de modernización y apertura; su régimen
se opuso siempre a los talibanes afganos e, incluso, se puede afirmar que
su base de legitimidad interna no es tan frágil como la de los países
árabes. Más aún, Irán tiene una larga frontera
con Afganistán, país al que lo unen muchos lazos, si no principalmente
en términos étnicos o religiosos, sí en términos
históricos y sociales.
III
Por lo que a Irak respecta, tanto en la retórica de Bush como en los
pronunciamientos de funcionarios y medios de información, se acusa
a Irak de apoyar el terrorismo e incluso de estar involucrado con los hechos
del 11 de septiembre. Aunque hasta ahora estas acusaciones carecen de fundamento
y evidencia, una delegación del Pentágono, encabezada por el
subsecretario de Defensa, Dough Feith, ha dicho que visitará Israel
el mes próximo para asistir a una reunión del Defense Policy
Advisory Group (DPAG), en la que aparentemente se harán los preparativos
para atacar Irak. Durante su reciente visita a Washington, Ariel Sharon comunicó
a Bush que, a diferencia de 1991, esta vez Israel se reserva el derecho de
responder militarmente a un eventual ataque por parte de Irak. Como sucede
siempre, Washington se mostró comprensivo con los dilemas del primer
ministro israelí y funcionarios le prometieron informarle con anticipación
de los planes estadounidenses. Pareciera ser que Estados Unidos esta vez quiere
llegar hasta las últimas consecuencias. La lógica de la política
de contención de Irak es válida en la medida en que Hussein
siga en el poder. Ahora parece que el plan es echar por tierra esta política
con todos sus fracasos e injusticias, pero no para remplazarla con una diplomacia
activa, sino con la destitución del dictador iraquí y la instauración
de un régimen dócil, favorable a los intereses estadounidenses.
Este plan, sin embargo, no convence a europeos ni a los líderes del
mundo árabe, ni siquiera a los enemigos de Saddam Hussein, como Jordania,
Arabia Saudita, Turquía (una de las economías más golpeadas
por el embargo económico impuesto a Irak), e incluso a los dos líderes
de la resistencia kurda en el norte de Irak. Todos temen que un nuevo ataque
contra Irak contribuya a agudizar las causas del conflicto en la región
y tenga un efecto disruptivo de grandes proporciones. Y es que Irak también
es una carta fundamental que no puede separarse del conflicto que mantienen
árabes e israelíes, y resulta cada vez más difícil
justificar ante los pueblos árabes de la región los bombardeos
"de rutina" que continúan realizando Estados Unidos y Gran Bretaña
contra Irak, así como los estragos entre la población civil
iraquí que el embargo económico les provoca.
Relacionado con lo anterior, cabe subrayar que durante su discurso Bush no
hizo mención alguna de Siria. Los medios de información y funcionarios
israelíes consideraron esto una omisión grave, ya que se acusa
a Siria de tener tratos comerciales con Bagdad que violan las disposiciones
del embargo, y se piensa que el régimen de Damasco sigue dotándose
de armas químicas y biológicas. Realmente, no puede afirmarse
que la ausencia de Siria en el discurso de Bush refleje un cambio en la postura
de Washington hacia ese país. Se trata de un gesto cosmético,
no sustancial. Así lo corroboran las constantes presiones y amenazas
estadounidenses e israelíes contra el gobierno de Beirut, y su insistencia
en calificar de terroristas los actos de resistencia de varias agrupaciones
palestinas, muchas de las cuales encuentran refugio en Siria. Más aún,
en su reciente encuentro, Bush prometió a Sharon disuadir con amenazas
a Damasco para que retire su apoyo a las actividades del Hezbollah en Líbano,
y rompa todo acercamiento con el régimen de Bagdad.
IV
Años atrás, la Casa Blanca y el Departamento de Estado habían
marcado la pauta de la política hacia Irak e Irán, especialmente
hacia este último. Ahora, el proyecto está en manos exclusivas
del Pentágono y los hombres del petróleo (Bush y sus amigos).
Todo apunta a que la política de la "doble contención" de Irán
e Irak ha perdido su valor estratégico. Ya no se trataría, entonces,
de "contener" a estos gobiernos, sino de eliminarlos. Evidentemente, de concretarse
estos planes estaremos aún más lejos de alcanzar una resolución
justa, equitativa y general para los pueblos de la región, y la paz
seguirá siendo una quimera.