Hugo Guzmán Rambaldi
Anchi
En Londres, Reino Unido, hay una
tumba que tiene inscrito el nombre Miguel Enríquez Castillo.
Es la tumba del hijo de Miguel Enríquez y Carmen Castillo. El niño
resistió unas semanas. Estaba lastimado debido a las heridas que su madre
sufrió -estando embarazada- durante el enfrentamiento armado contra elementos
de la DINA y las Fuerzas Armadas que ella y su compañero sostuvieron
durante unas dos horas en una casa de calle Santa Fe en la comuna de San Miguel
en la capital chilena.
Un numeroso grupo de la policía secreta pinochetista, dirigido por el
entonces capitán de ejército, Miguel Kraffnof, había alcanzado
un objetivo deseado. El sábado 5 de octubre de 1974, dieron con la casa
donde habitaba el Secretario General del Movimiento de Izquierda Revolucionaria
(MIR), Miguel Enríquez Espinosa, a esa altura, uno de los líderes
y organizadores de la izquierda chilena que iniciaba sus pasos en la resistencia
al régimen dictatorial. "Nos cagamos a Miguel" decían los agentes.
El choque armado fue entre las 13:30 y las 15:30 horas. Carmen quedó
seriamente herida por una granada que casi le voló un brazo. Miguel murió
por el efecto de diez balazos recibidos en el cuerpo y la cabeza. Uno en el
ojo izquierdo, habría sido el mortal.
En un momento del enfrentamiento, sus dos acompañantes, Humberto Sotomayor
y José Bordas creyeron que la pareja estaba muerta y decidieron huir
por el techo propio y los del vecindario. Lo lograron. Sotomayor se asiló
en la Embajada de Italia y Bordas continuó en Chile militando en el MIR
y moriría tiempo más tarde en un enfrentamiento con la DINA. Carmen
Castillo, hoy cineasta, sobrevivió gravemente herida, atendida en el
Hospital Militar y luego expulsada del país.
Edgardo Enríquez, hermano de Miguel y hoy parte de la lista de detenidos
desaparecidos, dijo ese año que el jefe mirista "volcó su esfuerzo
personal a las dos tareas centrales del nuevo periodo: la reorganización
del Partido para las nuevas condiciones de la lucha política y militar
de masas, y el impulso de la unidad de los partidos de izquierda y los cristianos
progresistas para el derrocamiento de la Junta Militar".
Para Edgardo Enríquez, la decisión de su hermano menor de permanecer
en Chile y encarar los peligros y los desafíos de enfrentarse a una dictadura
como la existen en el país, no tenía sólo un valor político
o práctico, sino sobre todo moral. "Nunca lució más alto
el prestigio del MIR que en esa época en que todo el mundo sabía
que su Secretario General permanecía en Chile a la cabeza del partido.
El pueblo sabía que él estaba allí, sabía que él
se había quedado a cumplir con su deber y depositaba grandes esperanzas
en él. Por su parte, él estaba convencido que ya no se debía
a sí mismo, sino que a su papel de organizador y conductor" del pueblo.
El propio Miguel Enríquez afirmaba a pocas semanas del golpe militar
que "progresiva, pero sólidamente ahora, irá desarrollándose
cada vez más una vasta resistencia popular a la dictadura fascista".
Planteaba que las tareas eran "unir a toda la izquierda y a todo sector democrático
dispuestos a impulsar la lucha contra la dictadura, reorganizar el movimiento
de masas en nuevas formas y desarrollar la resistencia popular a la dictadura
en todas sus formas a lo largo del país".
Miguel Enríquez figuraba ya, en 1974, como el hombre más perseguido
por los militares y se convertía en una leyenda para los opositores al
régimen militar.
• El comienzo
Miguel Enríquez nació el 27 de marzo de 1944 en la Base Naval
de Talcahuano, al sur de Chile, donde trabajaba su padre, el médico y
docente Edgardo Enríquez Frödden, casado con Raquel Espinosa Towsend.
Miguel fue el tercero de cuatro hijos; sus hermanos mayores fueron Marco y Edgardo
y su hermana menor Inés. Lo bautizaron como Miguel Humberto en recuerdo
de un hermano de su madre y por un tío, militante del Partido Radical,
que quiso que ese niño llevara su nombre.
Pasó la infancia propia de hijos de una familia de clase media de la
provincia de Concepción. Hizo sus primeros estudios en el colegio "Saint
John’s" y la enseñanza media en el Liceo de Hombres de Concepción.
Ya militando, a los 16 años, acogió el desafío de convertirse
en médico y estudio en la Universidad de la ciudad, obteniendo el segundo
lugar de calificaciones de su generación. Cuando se graduó, un
grupo de destacados neurocirujanos le pidió a Miguel que se integrara
al equipo que forjaba el afamado Instituto de Neurocirugía, pero el joven
optó por su compromiso en el MIR.
Su madre y su hermana, sus amigos, recuerdan que se fascinaba con los platos
de huevos fritos, los bocados de "lomo-palta" y los platos de "bisté
a la pobre". Una cómplice en su vida cotidiana fue la señora Celfia
Romero Montes, "la nana" de la familia. A pesar de esquivarle al fútbol
y el deporte, Miguel Enríquez disfrutó siempre de las excursiones
y caminatas por cerros y bosques del sur chileno. Fumador desde joven, gustaba
de los "Liberty" y los "Lucky Strike".
De carácter fuerte, demostró varias veces, desde la niñez,
sensibilidad social sobre todo al observar la pobreza en la natal Concepción
y las localidades cercanas. Su hermano Marco lo metió en la vida política
al llevarlo a reuniones y orientarle lecturas de clásicos revolucionarios.
Joven inició una relación sentimental con Alejandra Pizarro y
de ese vínculo nació Javiera, la hija mayor de Miguel. Más
tarde entablaría una relación con Manuela Gumucio con quien tuvo
a Marco.
Su primera militancia fue en la Juventud Socialista. A la influencia de su hermano
Marco, se sumó la de amigos como Carlos Ramos, Luciano Cruz, Bautista
Van Schouwen, con quienes, discrepando de los socialistas, partió a formar
la Vanguardia Revolucionaria Marxista, antes de fundar el MIR el 15 de agosto
de 1965.
• El MIR, Salvador Allende
Miguel Enríquez, junto a sus compañeras y compañeros, desarrollaron
quizá la primera organización político-militar de alcance
nacional, influencia expandida e irradiadora de nuevas concepciones en la izquierda
chilena, donde tenían la mayor fuerza el Partido Comunista y el Partido
Socialista. Los miristas definieron a su organización como parte de "la
izquierda revolucionaria".
Se hicieron famosos cuando en la línea de las "acciones directas", los
miristas efectuaron asaltos bancarios y otras acciones radicalizadas que llevó
a Miguel y sus compañeros a la clandestinidad y a ser buscados por el
gobierno de Eduardo Frei Montalva.
Los hechos, sobre todo en los primeros años de los setenta, demostraron,
sin embargo, que el MIR era algo más que un grupo de "universitarios
pequeño burgueses", llevando a sus filas a dirigentes mineros, mapuche,
campesinos, estudiantiles, poblacionales. Los miristas lograron, por ejemplo,
conformar el Frente de Trabajadores Revolucionarios (FTR), el Movimiento Campesino
Revolucionario (MPR) y el Frente de Estudiantes Revolucionarios (FER), con una
base social que demostraban que no todo estaba concentrado en las armas. Llegaron
movilizar decenas de miles de personas en distintas marchas y actos.
Claro que dudaban que por "la vía electoral" se podía "llegar
al poder" y a "una sociedad socialista" y en varios documentos los miristas
advirtieron la posibilidad de un golpe militar.
Sin embargo, explícitamente negaron ser enemigos de la Unidad Popular
y dejaron en libertad de acción a sus integrantes y simpatizantes que
quisieran votar por Salvador Allende en las elecciones presidenciales de 1970.
Más tarde, le otorgaron un "apoyo crítico" al gobierno de Allende,
quien los benefició con una amnistía y les pidió que conformaran
su primera escolta presidencial.
Miguel Enríquez se convirtió en el líder del sector más
radicalizado de la izquierda chilena y en un ferviente polemista con comunistas,
socialistas y allendistas. Recibió el apelativo de "ultraizquierdista"
y fue acusado de poner en peligro el proceso de la UP. El líder del MIR,
en un escenario de polarización y tensión máxima en el
país, llegó a afirmar que no se asistía al fracaso de un
proceso revolucionario, sino que al fracaso del reformismo expresado en las
políticas del PC y el gobierno de la Unidad Popular. Para él,
"la revolución" recién comenzaba en Chile. El MIR organizaba los
"cordones industriales", la ocupación de tierras para dejarlas en manos
del pueblo mapuche y de los campesinos, la toma de terrenos para levantar zonas
de vivienda popular, etc.
Hay, sin embargo, numerosos testimonios que validan la versión de que
Miguel Enríquez y Salvador Allende mantuvieron siempre un diálogo
y un vínculo respetuoso y amistoso. Se ha repetido el testimonio de Beatriz
Allende, "Tati", quien reveló que el Presidente, en La Moneda el martes
11 de septiembre, le dijo "ahora le toca a Miguel", en referencia al MIR y su
política.
Producido el golpe, el jefe mirista combatió, según relato de
su amigo y compañero Andrés Pascal Allende, en la zona sur de
la capital chilena para después pasar a la clandestinidad.
Muerto Allende, más tarde presos, asilados o salidos al exterior los
jefes del PC (Luis Corvalán), del PS (Carlos Altamirano), de la Izquierda
Cristiana (Bosco Parra) y de otras organizaciones, Enríquez se convirtió
en uno de los principales dirigentes de la izquierda chilena en el país.
Se lanzó la consigna "El MIR no se asila".
Cuando murió, el PC emitió una declaración donde manifestó
que "Miguel Enríquez era un revolucionario, fiel a sus convicciones";
la IC señaló que "la muerte de Miguel Enríquez hace perder
a la Resistencia Chilena uno de sus más preclaros dirigentes; para el
MAPU "la figura de Miguel Enríquez junto a la de Salvador Allende, constituyen
para el pueblo chileno ejemplos de consecuencia revolucionaria y liberación";
el PS indicó que "su desaparición constituye una pérdida
irreparable para el movimiento revolucionario y antifascista de Chile".
• La despedida
Muerto, su cuerpo no fue desaparecido. A la dictadura le convenía demostrar
que había asesinado al jefe de la resistencia, al líder del MIR.
El cadáver de Miguel Enríquez Espinosa fue llevado al Instituto
Médico Legal al norte de la ciudad. Hasta allí llegaron su hermano
Marco y su cuñado Francisco Ramírez, quien lo reconoció.
Hubo una demora de tres a cuatro horas en la entrega del cuerpo. Narra Marco
Enríquez que "nos entregan el cadáver en un ataúd. Cuando
íbamos a sacar el féretro nos dimos cuenta que éramos Francisco
y yo y gente del Instituto, éramos pocos. Cerca había unos agentes
o milicos. Quisieron ayudarnos y tomar el ataúd y ahí mi cuñado
les gritó: ‘No, ustedes no ponen ni una mano sobre este ataúd.
Ahora este cuerpo me pertenece’. Ellos se quedaron fríos. Lo cargamos
apenitas con ayuda del personal del Instituto. Partimos a la casa; nos seguían
milicos armados".
En la casa de los Enríquez estaban, además, don Edgardo y doña
Raquel e Inés, la hermana menor, junto a amigas y amigos íntimos.
Su padre narró que "levanté la tapa que cubría la cara
de nuestro hijo. Raquel, Marco e Inés estaban a mi lado. Tenía
el ojo izquierdo, parte de la frente y la mejilla izquierda, cubiertas por una
sábana dispuesta diagonalmente. El rostro lucía sereno, con un
gesto irónico y de satisfacción, como que hubiera muerto feliz,
luchando y disparando a los esbirros de la más despreciable y sangrienta
dictadura de América".
En esas horas fueron decisivas las gestiones y el apoyo humano del Cardenal
Rául Silva Henríquez, del Obispo Fernando Ariztía y de
Laura Allende, hermana del Presidente y madre de Andrés Pascal, el amigo
y compañero de Miguel Enríquez.
El lunes 7 de octubre se realizó lo que podría llamarse el funeral
del médico Miguel Enríquez. El cortejo –vigilado de cerca por
cientos de carabineros, agentes de la DINA y militares- salió por la
avenida Providencia, cruzó un puente sobre el río Mapocho, tomó
la avenida La Paz, hasta el Cementerio General en el barrio de Recoleta. Estuvo
la familia y las amigas y amigos cercanos y que había decidido desafiar
las represalias de la dictadura por asistir al funeral del jefe del MIR.
Cuando ya se efectuaba la ceremonia en el lugar de sepultura, Raquel Espinosa,
madre de Miguel, dijo en voz alta: "Miguel Enríquez Espinosa, hijo mío,
tú no has muerto. Tú sigues vivo y seguirás viviendo para
esperanza y felicidad de todos los pobres y oprimidos del mundo".
¿Mito, leyenda, héroe, símbolo?. Pueden existir muchas respuestas.
Y apreciaciones. Pero no pasa desapercibido que a 30 años de morir, lejos
de lo que pensaron sus ejecutores y los simpatizantes de la dictadura que hablaban
de "peligroso extremista" al referirse a Miguel Enríquez, este joven
médico irradia hoy reacciones y motivaciones entre los jóvenes
y produce una adhesión afectiva y de ideario en los más viejos.
Es recordado por sus valores, por sus ideas, por su último acto de vida.
Quizá, obra de su persistencia. Aún muerto.-