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SUOMI

Por Luis Mattini
La Fogata

¿Cómo recordar a Hanna? O mejor dicho ¿Cómo recrearla? ¿Cómo hacerla presente?
¿Como la madre de Reino, mi mejor amigo, con quien además fundamos el PRT y luego el ERP en Zárate?
¿Como la madre de Guillermo, hermano de mi mejor amigo, responsable del PRT-ERP, en la Regional Rivera del Paraná, secuestrado, desaparecido, el que se parecía tanto a mi hermano Rodolfo, también secuestrado y desaparecido?
¿Como una persona que fue arrastrada por la vorágine de una época?
¿Como una de esas muchas madres que hicieron y se hicieron con sus hijos en esa gran aventura libertaria, años antes que empezaran las rondas de Plaza de Mayo?
¿Como una militante?
¿Como "La Madre" de Máximo Gorki . ¡Oh! No, porque dicho personaje era ruso y Hanna finlandesa, no le caería muy bien . En todo caso ella no hubiera sido un personaje de Gorki sino de Dostowiesky.

De Suomi, nombre finés de Finlandia, del país de los bosques, los lagos y el sauna. Del país de los mejores esquiadores del mundo. Pero también del país que había puesto el pecho al fascismo como pocos en Europa. Del país que infligió la primera derrota al aguerrido Ejercito Rojo. Hanna había emigrado a América para recalar en nuestro Delta del Paraná. Siempre imaginé que estos finlandeses eligieron algo que se aproximara a sus verdes y a sus aguas , pero vaya a saber cómo habrá sido su llegada y su elección para instalarse en Argentina. O quizás no tuvieron opción y siguieron el camino de mis propios abuelos, la frustrada ilusión de la conquista de la pampa transformada en éxodo del campo a la ciudad..

Con Reino hemos hablado poco de la llegada de sus padres a la Argentina. Creo que sólo por falta de oportunidad y de tiempo. Tal vez un día lo hagamos. Tampoco hablamos mucho de su madre, Hanna, pero no por falta de tiempo; él no puede y a mí no me sobra mucho valor que digamos.

Yo había visto a Hanna fugazmente algunas veces en nuestra adolescencia, cuando era "Doña Ana", vecina de mis tíos y por mis primos conocí a Guillermo, su hijo menor a quien ella llamaba Vilho. Yo iba a la casa de ellos porque Guillermo me ayudaba a prepararme en química y apenas si se notaba la presencia de la madre. Parecía evidente la intención de ella en no fisgonear la vida de sus vástagos. Años más tarde, ya adultos y a punto de ser padres de familia, empezamos a militar con Reino en la CGT de los Argentinos y en el PRT, entonces mis recuerdos son un poco más precisos. La veo sentada en un rincón de la cocina de aquella vieja casa de la calle Tres de Febrero en la ciudad de Zárate. Hablaba poco, con cierto deje indefinible por la transferencia de la fonética del finlandés al castellano. Tenía una mirada notablemente inteligente y sobre todo muy profunda que parecía permitir alcanzar el fondo de su alma la que, sin embargo, por lo menos para mí, era insondable. Por supuesto, uno no puede obviar los propios prejuicios culturales que nos hacen ver en todo finlandés un melancólico hurgando el más allá del cuerpo. No obstante esta juiciosa prevención, tengo la sensación que Hanna no miraba hacia su adentro sino desde el adentro, como modo de entender los afueras. Quizás era su modo de buscar la existencia a través de la esencia.

¿Edad? No sé, nunca supe que edad tenía entonces. Tampoco he querido recabar información para escribir sobre ella, quiero dejar que su espíritu me guíe. Rostro sufrido, creo que aparentaba más que la edad real, quizás como herencia de la dureza del clima del Delta. Siempre la supuse luterana y a esa formación atribuí su seriedad, sobre todo en contraste con Guillermo, su misma cara , su misma figura , pero en él una constante fiesta del optimismo. De una cosa estoy seguro, Hanna nunca tuvo la más mínima manifestación de frivolidad; hasta sus bromas eran serias. Reino tiene mucho de eso en su inagotable capacidad para la ironía.

Sea como fuere, mi percepción en aquellos primeros tiempos era de una mujer frustrada, resignada con pocas ganas de vivir, como no encontrando sentido ni siquiera a la búsqueda de lo que buscaba y que quién sabe si ella misma sabía qué era. Repito, mi percepción, la percepción de un arrogante joven que afirmaba su seguridad en un omnipotente racionalismo.

Las primeras señales de ruptura, si es que la hubo como sólo imagino, me llegaron por la vía del telégrafo de la familia en esa ciudad en que todos nos conocíamos. En oportunidad que Reino se postulaba como delegado de la UOM - tiempos de la dictadura de Onganía - Hanna le manifestó sus temores a mi tío, su vecino, un comunista pasivo pero de gran compostura ética, por quien ella tenía gran respeto. El vecino la calmó y le dijo que tuviera confianza en su hijo y en las amistades que había sabido buscarse el joven sindicalista. El asunto fue que finalmente Reino salió elegido y Doña Ana, al enterarse, se cruzó con alegría a la casa de Don Luis para festejar con un vino el triunfo de su hijo frente a los rezongos de la timorata y abstemia mujer de mi tío, a quien le espantaba la política. Me pregunto si Reino supo alguna vez que su madre festejó con un "¡skol!" la conquista de la Comisión Interna de Cometarsa

Después también Guillermo se incorporó a la militancia del PRT-ERP. Y lo hizo como todo lo que hacia Guillermo, con pasión, tenacidad y creatividad, incluido su estilo un tanto desprolijo y confiado. Parece ser que no habló suficientemente claro con su madre como tampoco parece haberlo hecho Reino antes. Esas cosas solían suceder así, por lo tanto aunque mi relato no sea exacto creo que es verosímil. Una noche Hanna se asoma a la enorme habitación de sus hijos y ve sorprendida algunas cabezas negras durmiendo en camas improvisadas. ¿Una invasión a su casa ?. ¿Una irrupción del afuera hacia el adentro? ¿Un encuentro con el algo? ¿Una sensación que la vida es aquello, pero es también esto? No lo sé, no lo sabemos, pero sí puedo reconstruir sus propias palabras a través de un relato también familiar, mi propia madre, de cómo increpó a sus hijos. Quizá lo haya hecho en finlandés, pero mi testigo lo escuchó de su propia boca en castellano.

En efecto, una tarde mi madre estaba de visita en la casa de su hermano, mi tío Luis, cuando llegó Doña Ana. Desde luego mi madre sabía que era la madre de Reino y Guillermo y que por lo menos el primero era del PRT, pero no sabía cuanto Hanna conocía de la militancia de sus hijos. No se sorprendió entonces cuando Hanna, no pudiendo hablar abiertamente, le comentó, medio como al pasar, que tal día iba al cementerio a visitar la sepultura de su marido, la que estaba situada justo enfrente a la de una hermana de mi madre. El mensaje fue captado y allá se encontraron, como si fuera la Jabonería de Vieytes, las dos "viejas" y Doña Ana se soltó con una locuacidad inesperada. Brillaban sus ojos compartiendo el orgullo materno con quien podía hacerlo sin reservas: "Si, sí, yo ya había notado algunas cosas raras, paquetes que iban y venían, panfletos, entradas y salidas poco frecuentes, en fin, empecé a preocuparme ¿Qué es esto? ¿Qué se proponen? Cuando me dijeron que estaban haciendo una revolución me asusté y les dije: ¿Qué pensaría su padre si viviera? La respuesta fue, según ella, cortante, segura, inapelable y puedo suponer que salió de la boca de Reino: "¡Si papá viviera estaría totalmente de acuerdo con nosotros!". "Me quedé helada, fue como una revelación. No entendí, ni entiendo mucho de política, pero de una sola cosa estoy segura, si mis hijos están en esto es porque esto es lo que hay que hacer".

¿Imperativo categórico kantiano? ¿Sujeto que deja de ser objeto? ¿Memoria histórica del inconsciente? ¿Compromiso sartreano? ¿Despertar de la conciencia? En todo caso no se trató de la "conciencia como espejo subjetivo de la realidad" sino una colisión de emociones afirmada en la confianza y el orgullo por sus hijos. Lo cierto es que la casa de la calle Tres de Febrero se transformó en un paradero de militantes de tránsito trayéndole a Hanna ese "afuera" por la vía menos esperada y encima con hábitos sociales contradictorios, no siempre recomendables. Por ella pasaron algunos de los combatientes del ERP que ocuparon las planas de los diarios de la época, con hazañas, la mayor parte de las veces exageradas o directamente imaginarias.

Al tiempo Guillermo cayó prisionero durante el conflicto de Villa Constitución. Reino ya estaba en una rigurosa clandestinidad lejos de la región. La leona salió de la cueva. Se unió a los familiares que reclamaban por su presos, empezó a viajar, establecer contactos y todos los menesteres en procura de la libertad su cachorro enjaulado. Llevaba y traía sus nietos. Aprendió a moverse en clandestinidad. Su expresión cambiaba , puede decirse que rejuvenecía acentuándose la profundidad de su mirada. Tal vez el "adentro" se encontró con el "afuera" invirtiendo el camino: las vivencias vitales. Por fin Guillermo , detenido a disposición del Poder Ejecutivo Nacional (PEN) fue "expulsado" del país, naturalmente a Suomi, Finlandia.

Y también ella viajó a Suomi a encontrase con su cachorro hecho león. ¿Habría pensado que alguna vez regresaría a la tierra de sus padres? ¿Cuáles habrán sido sus sentimientos al retomar el contacto con los bosques, los lagos y las nieves? ¿Aspiraría que su hijo se quedara en aquel país, ahora pacífico y próspero, a salvo de los peligros de una Argentina revuelta? ¿Habrá fantaseado, caminando por las calles de Helsinki del brazo de su "Vilho", con la posibilidad que Reino, sus nueras y sus nietos les acompañaran a un exilio que garantizaría vejez tranquila?
No lo sabemos.

En todo caso parecía que la madre estaba eligiendo los instantes de pasión en el mundo de sus hijos que era, en rigor , el mundo que ella había creado; en el choque entre ese adentro y ese afuera prevaleciendo el momento del pasado y el presente que, como siempre , constituye el futuro en este presente.

Guillermo retornó al país ilegalmente, más rápido que su expulsión legal. Regresó a la clandestinidad, se sumergió nuevamente en la pasión militante con su compañera y sus hijos. Y Hanna también regresó a la casa de la calle 3 de febrero, ahora más enorme por el vacío dejado por sus hijos y sus extraños y cálidos huéspedes.

Los dos hermanos con sus familias en la ilegalidad en distintas tareas y regiones del país. Hanna, con la mirada encendida y su piel finesa arrebolada por las emociones, las dudas y los miedos en citas conspirativas, haciendo de puente entre ambas familias, intercambiando nietos, o como correo, quizás cada vez menos segura del "triunfo final", porque los nubarrones presagiaban un fiero futuro. Pero confiando en sus hijos, como ella lo había afirmado, sin saber que esa confianza era expresión mayor de la confianza en sí misma.

En 1977 los grupos de tareas cayeron sobre la casa de Reino en momentos en que ni él ni su mujer se encontraban allí. Se llevaron a Hanna y a la suegra de Reino. Simultáneamente en otros operativos eran secuestrados Guillermo, su mujer Chela y sus suegros, los esposos Calí. tradicional familia zarateña. Dos jóvenes adultos, cuatro maduros adultos, (para nosotros ancianos), jamás aparecieron en uno de los casos de destrucción masiva de toda una familia por el terrorismo de Estado.

"¿Por qué no se quedó allá, Ana. su país, un país tan lindo y en donde dicen que se está bien?" la había interrogado mi privilegiado testigo a su regreso, en sus regulares citas en el cementerio. "No, ese no es mi mundo porque no es el mundo de mis hijos. Este el mundo de mis hijos y yo estoy muy orgullosa de ellos"
¿Habrá intuido que tal vejez tranquila podría haber sido a costa del regreso del "adentro"?

No lo sabemos. Tampoco tenemos derecho a indagar ese "adentro".