Biografía del dirigente de las Juventudes Comunistas asesinado por la dictadura en marzo de 1985 junto a José Manuel Parada y Santiago Nattino
Manuel Guerrero, un luchador por la libertad y el socialismo
Rebelión
Manuel Leonidas Guerrero Ceballos nació el 25 de junio de 1948. Cuarto hijo
de una familia modesta de ocho hermanos, de pequeño participó en los viajes que
realizaba su padre, Manuel Guerrero Rodríguez, periodista y escritor
autodidacta, con ocasión de la venta directa de los libros de su autoría. Por
medio de ellos conoció desde niño las precarias condiciones de vida del
proletariado urbano y rural de Chile, las que eran aliviadas por la tierna
compañía de su madre costurera, Herminda Ceballos. Un personaje fundamental en
el crecimiento de Manuel Leonidas fue su abuelo, el zapatero Manuel Jesús, quien
había sido miembro activo de la Sociedad de Artesanos "La Unión" y de la
Federación Obrera de Chile en los años veinte.
En una ocasión, cuando Manuel Leonidas era un niño de apenas seis años, se
trasladó con su padre donde unos parientes campesinos quienes ensacaban granos
de paja trillada para trasladarlos, en carreta, hasta la bodega de una casa.
Manuel Leonidas entusiasmado ofreció su hombro para que se le cargara un saco.
Los campesinos sonrieron, y Rosario del Carmen, la dueña de casa, para no
desanimar los deseos de colaborar del niño, le confeccionó un pequeño saco que
llenó con granos. Luego, manos campesinas lo ubicaron en la espalda del pequeño.
Él, entonces, entre las risas y congratulaciones de los campesinos pobres, saco
al hombro corrió junto a los cargadores simulando un gran peso en su espalda,
serio y feliz a la vez.
En otra oportunidad, la familia Guerrero Ceballos ocupó una casaquinta en Bulnes,
donde don Manuel se encargaba de preparar y publicar ediciones especiales para
el diario "La Discusión" de Chillán, mientras la señora Herminda criaba gallinas
ponedoras, cerdos, pavos y gansos para asegurar el alimento. Los hermanos
mayores del pequeño Mañungo, Libertad y Máximo, asumieron la tarea de salir a
vender el semanario "El campesino" que editaban los trabajadores del agro de la
zona. El niño Manuel era aún tan chico que no estaba ni siquiera en condiciones
de darles de comer a los habitantes del gallinero y del chiquero, sin embargo,
ya se sentía preparado para salir a la calle a gritar "¡El Campesinooooo!". Tal
fue su insistencia, que pronto se le pudo ver en noches de lluvia intensa
corriendo entre sus hermanos, portando el farol que iluminaba el camino de la
pareja infantil que repartía el diario entre los hogares de los trabajadores
rurales.
Luego de completar su instrucción primaria en Valparaíso, Manuel Leonidas
ingresó a estudiar para profesor en la Escuela Normal "José Abelardo Núñez" de
Santiago. Su personalidad carismática y conducta siempre consecuente le valieron
ser elegido presidente de la Federación Nacional de Estudiantes Normalistas.
Ambas actividades, estudiar y dirigir al movimiento estudiantil, las asumió con
total entrega y sentido de responsabilidad. Sin embargo, los continuos viajes a
las distintas regiones del país donde había Escuelas Normales le significó
llegar al fin del penúltimo año académico con un alto número de inasistencias,
antecedente que fue utilizado por la dirección del establecimiento para tratar
de obligarlo a repetir algunos cursos, a pesar de presentaba excelentes notas.
Manuel padre fue mandado a llamar para comunicarle que el hijo no se conformaba
con tal decisión. Sorprendido le solicitó a Manuel Leonidas, ante el superior de
la Escuela, que le contara si era o no verdad el asunto de las inasistencias.
Manuel hijo afirmó haber recabado autorización escrita de cada viaje que había
efectuado. Entonces, ante el asombro del director, don Manuel dio fe de que la
versión de su hijo era la que se ajustaba a lo sucedido, reclamando la revisión
de los libros de clases y el archivo de justificativos de las inasistencias. El
Director irritado pidió llamar al Secretario General de la Escuela, quien
delante de los tres revisó y comparó fechas, mientras el directivo alegaba que
el padre mejor debía preocuparse de las actividades de agitación que realizaba
su hijo en todas las escuelas normales del país en vez de poner en duda a una
autoridad. "En votación libre y directa esos estudiantes en todas las normales
le eligieron su presidente, señor, y sin que él les agitara", le contestó don
Manuel. El Secretario General, finalmente, solicitó permiso para hablar y
manifestó que todas las justificaciones coincidían con las inasistencias. Al
señor Director, entonces, no le quedó más que disculparse por "el involuntario
error". Manuel Leonidas abrazó a su padre, quien en uno de sus escritos recuerda
que el hijo le comentó: "Toda verdad es indestructible, siempre. Por ello es que
debe ser defendida en todo momento. Cuidé las notas de mis ramos para tener en
qué apoyarme ante una emergencia. Gracias, papá. ¡Un buen dirigente estudiantil,
un mejor alumno!".
Siendo aún adolescente, a los 16 años de edad Manuel fue elegido miembro del
Comité Central de las Juventudes Comunistas de Chile (JJCC) a las que había
entrado a militar a los 14 años. Se recibió como profesor primario a los 18 años
de edad, momento en que fue elegido, además, como el miembro más joven de la
Comisión Ejecutiva de las JJCC y nombrado Encargado Nacional de Estudiantes
Secundarios de esa organización.
Las dotes de líder de masas de Manuel sería una característica que lo
identificaría a lo largo de toda su vida. Muy joven aún, fue invitado a un
encuentro mapuche en la zona precordillerana de Osorno. Los hulliches habían
constituido un poblado con vista al lago Puyehue e iban a inaugurar una escuela
para los niños de la zona. En una gran sala, que era toda la infraestructura de
aquella nueva escuela, se reunieron los profesores preescolares que habían sido
seleccionados de entre los miembros de la comunidad. Manuel Leonidas se dirigió
a los profesores y el espíritu animoso y sensible de sus palabras conmovió a los
jóvenes huilliches que le solicitaron narrarles asuntos del país y de otros
continentes. Manuel destacó aspectos de su escuela, las enseñanzas surgidas de
la historia patria, les recitó versos de autores nacionales, les sintetizó
biografías de hombres ilustres. El entusiasmo de quienes lo escucharon desbordó
la escuelita, y jóvenes a caballo partieron a otros poblados y reducciones de
hasta seis u ocho leguas de distancia para traer más gente al encuentro. A las
dos noches siguientes, a un nutrido conglomerado de jóvenes indígenas Manuel les
contestó las preguntas más diversas hasta el amanecer. Luego hubo abrazos,
guitarras, cultrunes, bailes. Promesas de amistad permanente. Lágrimas de
felicidad. Asentamiento de su verdad étnica. Junto a Manuel, aquellos jóvenes se
ennoblecían al considerarse hijos de una misma patria con todos sus deberes y
derechos sin dejar de ser huilliches.
Pocos meses antes del triunfo presidencial de Salvador Allende, Manuel se casó
con la futura profesora Verónica Antequera, con quien, al poco tiempo, tuvo su
primer hijo, Manuel Eduardo. La joven pareja se descubrió al calor de las
actividades políticas que se realizaban a fines de los años sesenta con ocasión
de las protestas contra las guerras imperialistas, contra los latifundistas, y a
favor de la causa de los trabajadores. Manuel, viniendo de una familia de
extracción proletaria y con profunda conciencia de social, no tuvo
inconvenientes en acercarse a Verónica, cuya familia era de clase media
acomodada.
Tal diferencia de clase dio pie para más de alguna sorpresa que tuvieron que
aceptar los padres de Verónica por amor al nuevo yerno. A la fecha del
matrimonio, los microbuseros de Santiago se habían lanzado en huelga general, y
Manuel debía cruzar, desde Maipú, todo Santiago para llegar al registro civil de
la comuna de Independencia, donde se realizaría la boda. Muy elegantemente
vestido, de camisa y corbata, Manuel intentó avanzar algo caminando, pero la
distancia era mucha como para recorrerla a pie y llegar a tiempo. De pronto, un
camión de la basura se detuvo en la esquina en la que Manuel esperaba que
apareciera algún vehículo de locomoción colectiva que lo pudiera llevar. El
copiloto del camión le preguntó a gritos que porqué iba tan pintoso, y Manuel le
respondió la verdad, que se iba a casar y no tenía como llegar al registro
civil. Acto seguido, entre risas y bromas, los trabajadores lo invitaron a
subirse al camión y se lo llevaron, sin detenerse en el camino, hasta al lugar
mismo de la boda, donde lo esperaba Verónica junto a su familia.
Durante el Gobierno de la Unidad Popular, el Ministerio de Educación designó a
Manuel a cargo de la Organización Nacional de los Trabajos Voluntarios, desde
donde coordinó, junto al Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas, el general
Carlos Prats, el viaje de 55.000 jóvenes voluntarios al sur del país, que
ayudaron a construir y levantar, entre otras obras, la línea férrea de Cabildo.
Desde tal posición directiva, Manuel lideró también la democratización de la
alta cultura en Chile, esto es, logró que el Teatro Municipal de Santiago,
símbolo de distinción de la alta aristocracia criolla, abriera sus puertas a los
sectores populares para que pudieran disfrutar del ballet, y consiguió que los
representantes de la Nueva Canción Chilena -como Victor Jara, Inti Illimani y
Quilapayún-, junto a los de la Nueva Trova Cubana –como Silvio Rodríguez y Pablo
Milanés-, cantaran por primera vez en las elegantes salas para un público
repleto de entusiastas jóvenes trabajadores.
Tras el golpe militar de 1973, Manuel Leonidas vivió en la clandestinidad,
asumiendo la dirección nacional de las JJCC tras el asilo forzado de la
secretaria general de dicha organización, Gladys Marín, y de la desaparición, en
Marzo de 1976, del cuñado de Manuel, el artesano mueblista José Weibel
Navarrete. A pesar de la vida bajo tierra, Manuel no dejó de hacer clases y de
mantenerse junto a su joven esposa y pequeño hijo. Si bien, como medida de
seguridad, se vieron obligados a cambiarse de comuna constantemente, lo que
implicó cambiar de varios colegios al pequeño Manolito Eduardo, Manuel Leonidas
siempre se las jugó para mantener a su familia unida. Ávido lector de Neruda,
aprovechó cada momento de descanso en que podía detener su intenso trabajo
político, en aquellos años de terror en los que mes a mes iban desapareciendo
los amigos de su generación, para continuar cultivándose y no dejarse
desfallecer. Manuel Guerrero Ceballos era un convencido de la importancia del
estudio constante para poder comprender las cada vez más cambiantes
circunstancias de la historia, y era de una firmeza de principios inclaudicable.
En la mañana del 14 de junio de 1976 Manuel Guerrero Ceballos fue secuestrado en
plena vía pública, luego que de una renoleta color celeste se bajaran dos
jóvenes que lo golpearon y balearon en el tórax ante los gritos de su esposa
embarazada. Desesperada, esa misma tarde ella llegó hasta las oficinas del
presidente de la Corte Suprema, José María Eyzaguirre, quien luego de oír
impactado el relato de la mujer, se comunicó en su presencia con el coronel
Manuel Contreras para investigar si la Dirección Nacional de Inteligencia (DINA)
había sido la autora de la detención. Al conocer la negativa de éste, José María
Eyzaguirre se comunicó con el ministro del Interior, teniendo el mismo
resultado. En aquellos mismos días se efectuaba una reunión de la Organización
de Estados Americanos, en la que los representantes del régimen militar
insistieron que no existían recintos secretos de detención.
Durante los días en que estuvo detenido desaparecido, Manuel Guerrero Ceballos
fue duramente interrogado en el centro de torturas "La Firma" y el Hospital de
Carabineros. Luego, permaneció siete días incomunicado en el campo de reclusión
"Cuatro Álamos". Fue el único que salvó con vida de las manos del ahora conocido
"Comando Conjunto" debido, en parte, a rencillas internas de los aparatos
represivos de la dictadura. Cuando el coronel Manuel Contreras supo, a través de
la llamada del presidente de la Corte Suprema, que uno de los principales
dirigentes de las JJCC, a quien sus hombres buscaban intensamente, se encontraba
en poder de un Comando, enfureció y movió todos sus contactos y exigió que el
director de la Dirección de Inteligencia de la Fuerza Área (DIFA), general
Enrique Ruiz Bunguer, y el director de la Dirección de Inteligencia de
Carabineros (DICAR), le entregaran a Guerrero. La presión pública, generada por
los familiares de Manuel Leonidas, y la propia desarrollada por Contreras, se
hizo insostenible hasta que la DICAR debió asumir su detención. Por ello el 18
de junio de 1976, estando Guerrero en el Hospital de Carabineros, el general
Romero debió entregarlo a la DINA con la bala aún enterrada en la axila.
Sin embargo, de nada de esto sabían su joven esposa y el padre de Manuel,
quienes recorrieron todos los centros de información de detenidos, hasta que,
sorpresivamente, el 26 de junio de 1976, Verónica recibió una llamada telefónica
del campo de concentración "Tres Álamos", en la que una voz anónima le comunicó
que su esposo había aparecido en ese lugar. Al día siguiente visitó a su marido,
quien aún tenía la bala en el cuerpo. Junto a los padres de Manuel Leonidas,
pudo conocer los detalles de las horrendas torturas a las que fue sometido.
El lunes 28 de junio de 1976, Manuel Guerrero Ceballos fue examinado por los
doctores Alfredo Montiglio Espinger, asesor sanitario del Servicio Nacional de
Detenidos, y el doctor Cesáreo Roa Muñoz, del Hospital de Carabineros, quienes
determinaron que Guerrero debía ser trasladado al hospital de la FACH para
extirpar el proyectil. A su regreso, se le notificó que estaba nuevamente
detenido en calidad de activista comunista.
El 28 de julio de 1976, el presidente de la Corte Suprema, José María Eyzaguirre,
realizó su tradicional visita anual a las cárceles, recorriendo también las
instalaciones del campo de prisioneros políticos de "Tres Álamos". Allí pudo
conocer personalmente al hombre por el cual había intervenido aparentemente sin
resultado. En esa ocasión, Manuel Guerrero Ceballos, corriendo riesgo para su
vida, le relató en detalle la tortura, las referencias que sus captores habían
hecho sobre los detenidos desaparecidos José Weibel y Luis Maturana, y acerca
del centro secreto de detención, hoy conocido como "La Firma". Pidió incluso una
investigación por el posible delito de homicidio frustrado y apremios
ilegítimos.
Como consecuencia de aquella interpelación, el presidente de la Corte Suprema
oficializó el inicio de una investigación inédita en dictadura, en la que,
apoyándose en el relato detallado de Guerrero, afirmó la existencia de lugares
de tortura que no habían sido declarados y que los desaparecidos se encontraban
en algunos de ellos. Producto de esa investigación se supo que quienes habían
detenido a Manuel Leonidas la mañana del 14 de junio de 1976 habían sido agentes
del Servicio de Inteligencia Naval y que luego fue puesto a disposición de la
DINA, de conformidad con la Orden Secreta N°35-F-330, del 22 de noviembre de
1975, de los Ministerios del Interior y de Defensa Nacional.
Debido a que la Marina fue mencionada como autora de la detención, la Fiscalía
Naval de Valparaíso pidió el traslado de la investigación iniciada a su
jurisdicción, por lo que Manuel Leonidas fue trasladado en secreto, la madrugada
del 17 de noviembre de 1976, de "Tres Álamos" al Campo de Prisioneros de
Puchuncaví. Ese mismo día el Ministerio del Interior le había concedido la
libertad junto a otros 129 prisioneros. Sus familiares nuevamente lo buscaron
sin resultado, hasta que una llamada anónima les comunicó sobre el mencionado
traslado. Inmediatamente su esposa, con el pequeño Manuel y la recién nacida
América Erika, viajó a Puchuncaví, pero sólo encontró un campamento vacío y
buses que se llevaban a todos los prisioneros para su liberación. Pero de Manuel
Leonidas nada. En la desesperación se enfrentó junto a sus niños a un Jeep que
salía a toda velocidad del campo de prisioneros repleto de uniformados armados.
Al detenerse el vehículo pudieron divisar la silueta del ser amado. Luego de
conocer los marines que se trataba de la esposa del detenido, le comunicaron que
se lo llevaban al Fuerte Silva Palma de Valparaíso. Verónica les mostró la
publicación del diario en que Manuel Guerrero aparecía entre quienes debían ser
puestos en libertad, a lo que le contestaron que debía tratarse de una
equivocación, por que a él se le seguía un sumario en la fiscalía militar en
Valparaíso, pues se le acusaba del delito de calumnia por denunciar que había
sido torturado. Sólo el día 19 de noviembre de 1976 Guerrero pudo salir
finalmente libre cuando el Juzgado Naval de Valparaíso certificó que no había
cargos en su contra.
Durante el tiempo que estuvo incomunicado en "Cuatro Álamos", Manuel estuvo
encerrado en una pequeña celda con piso de baldosa. Para superar la
incertidumbre de una próxima tortura o ejecución, se auto impuso un estricto
programa de trabajo que consistió en levantarse cuando consideraba que
probablemente era de mañana, hacer su cama, simular que se lavaba la cara y los
dientes, arreglarse el pelo, obligarse a hacer algo de ejercicio, y luego
ponerse a cantar. En voz alta, ante la mirada atónita de sus vigilantes, entonó
cada día la "Internacional", canciones de la Guerra Civil españolas, y toda
melodía que se le viniera a la mente. Acto seguido, se dedicó a limpiar, de modo
minucioso, cada baldosa del piso. Una de las cosas que le causó mayor impresión
fue encontrar, en las paredes de la celda, algunos mensajes de personas que
habían estado ahí antes que él. Él sabía que muchos de los autores de aquellas
letras garrapateadas eran compañeros que estaban desaparecidos.
Cuando fue reconocido como preso político, y fue trasladado al campo de
concentración de "Tres Álamos", Manuel se incorporó a los talleres de artesanía
y en ellos pudo enseñar todas las técnicas que aprendió en los tiempos de la
Escuela Normal. Los bolsos de cuero, de distintos tamaños y diseños, que
salieron de sus manos eran entregados, durante las visitas, a Verónica. Una vez
recibidos en casa, el pequeño Manuel Eduardo, de seis años de edad, asumió la
tarea de salir a venderlos en el barrio para juntar algo de dinero para la
familia.
A fines de noviembre de 1976, Manuel Guerrero Ceballos, finalmente pudo salir,
junto a su esposa y sus hijos Manuel Eduardo y América Erika, bajo el amparo del
Comité de Migraciones Europeas, rumbo a Suecia. En el trayecto, el avión hizo
escala en un país africano y se detuvo por algunas horas para cargar
combustible. Manuel Leonidas bajó del avión junto al pequeño Manuel Eduardo para
estirar el cuerpo un poco. En el hall central del aeropuerto, un hombre alto, de
tez negra, vendía productos típicos de su país. Manuel Leonidas se le acercó
curioso, pero se vio frenado por la mano del niño que se resistía a ir con él.
Manolito nunca había visto a un hombre negro en su vida. El vendedor, que se dio
cuenta de la situación, entretenido le extendió la mano al pequeño en señal de
amistad, pero el chico escondió asustado la suya. Manuel padre pacientemente le
explicó entonces que todos los hombres somos lo mismo, seres humanos, y aunque
cada uno sea diferente en su aspecto y costumbres, siempre hay que tener
presente que el otro es un igual. Para darle mayor énfasis pedagógico a estas
ideas, Manuel Leonidas tomó la mano del hombre e invitó a su hijo a hacer lo
mismo. El pequeño, estimulado por el ejemplo de su padre le dio la mano al
vendedor, pero no pudo evitar mirarse luego la suya para comprobar si se había
manchado. El vendedor, Manuel Leonidas y la gente que se había agolpado a
observar esta pequeña escena no pudieron reprimir la risa que les causó tal
gesto.
En el exilio, Manuel Leonidas se dedicó fundamentalmente a denunciar los
atropellos a los derechos humanos en Chile, y a coordinar actividades de
solidaridad mundial desde su cargo de encargado internacional de las Juventudes
Comunistas. Publicó, además, el libro testimonial "Desde el túnel", que narra la
detención que sufrió en 1976, y en forma diaria se dirigió a los jóvenes de
Chile a través de la señal de Radio Moscú infundiéndoles valor y esperanza en la
capacidad del pueblo trabajador para retomar la lucha por sus derechos.
En 1982, tras haberse separado de Verónica Antequera, retornó a su querido país,
haciéndose inmediatamente parte del movimiento gremialista del magisterio. Sin
embargo, junto a su nueva compañera, Owana Madera, tuvo que hacer frente a
continuas órdenes de detención y seguimientos. Participó de la creación del
Movimiento Democrático Popular y asumió con liderazgo indiscutido la presidencia
del Consejo Metropolitano de la Asociación Gremial de Educadores de Chile, AGECH.
Esta vez tampoco, sin embargo, dejó de lado su actividad favorita de profesor
primario, trabajando primero en un liceo de Conchalí y luego en el Colegio
Latinoamericano de Integración.
Con Owana se habían conocido durante el exilio en Budapest, Hungría. Los ojos
intensos de esta joven chilena de origen nortino, así como el entusiasmo con que
asumía ella el trabajo con los niños, lo cautivaron y enamoraron. Muchos fueron
los poemas de amor que le escribió Manuel a Owana, y siempre se les pudo ver
juntos, incluso bajo Estado de Sitio.
En 1984 Manuel Leonidas fue contactado, junto a su antiguo amigo y camarada José
Manuel Parada, por la periodista Mónica González, quien tenía en su poder un
largo testimonio de Andrés Valenzuela, un ex agente que había participado en la
detención de Manuel en 1976. Manuel Leonidas y José Manuel venían trabajando
hacía años en la recopilación de testimonios de personas que habían sido
víctimas de la represión, Guerrero desde el exterior y Parada con base en el
centro de Documentación de la Vicaría de la Solidaridad. Por lo mismo, ambos
fueron los primeros en darse cuenta que existía un organismo represor
transversal que integraba a agentes de todas las ramas de las Fuerzas Armadas,
el "Comando Conjunto". El testimonio de Andrés Valenzuela requería ser
verificado, razón por la cual Mónica González les pidió a ambos que lo
validaran. El relato resultó verídico, y en él no sólo se señalaban los nombres
de los agentes del Comando, sino que por primera vez se conocía el destino final
de muchos detenidos desaparecidos, compañeros de juventud de ambos
profesionales.
En octubre de 1984, Mónica González, Manuel Leonidas y José Manuel decidieron
publicar el relato apenas Valenzuela estuviera fuera del país. Sin embargo, el
régimen militar decretó Estado de Sitio y prohibió la circulación de las
revistas de oposición Cauce, Análisis, Apsi y Hoy. Si bien Andrés Valenzuela
logró salir del país, la publicación de su testimonio se produjo en forma no
programada, lo que puso en alerta a los agentes activos del "Comando Conjunto"
quienes iniciaron la búsqueda del único sobreviviente del mismo, Manuel Guerrero
Ceballos. En una extraña coincidencia, el Ministerio del Interior decretó una
orden de captura de Manuel, quien junto a Owana, nuevamente se vio obligado a
vivir en la clandestinidad.
En diciembre de 1984, estando en pleno Estado de Sitio, las distintas
generaciones de la familia Guerrero Ceballos se reunieron en la antigua casa de
Maipú a celebrar la llegada del nuevo año. Ahí estuvo don Manuel con la señora
Herminda, rodeados de sus hijos y nietos, entre ellos Manuel Eduardo y América
Erika. No obstante todos tenían deseos profundos de sentirse felices por estar
reunidos, faltaba el Checho que estaba desaparecido, Máximo y Pablo que estaban
en el exilio, y el Mañungo que vivía de casa en casa, escondido. La fuerza de
esta familia había sido puesta a prueba durante toda su existencia, pero esta
incertidumbre por la vida de Manuel Leonidas era difícil de sobrellevar. De
pronto un vehículo conducido por el menor de los Guerrero Ceballos, Francisco
Benjamín, entró hasta el fondo de la casa, lo que no era su costumbre habitual.
Se bajó un poco nervioso del auto y abrió la maletera. Los que pudieron se
acercaron a ver qué regalo o sorpresa traía dentro. Sólo se vieron frazadas,
pero estas se comenzaron a mover y por debajo de ellas apareció un rostro dulce,
muy conocido por todos: era Manuel. Arriesgando su vida había venido a abrazar a
sus hijos, padres y hermoas que no veía hace meses. Fueron horas hermosas, que
en medio del espanto y el horror, abrieron un espacio de ternura en el lugar, y
la familia reunida, de abuelos, padres, hermanos, hijos, nietos y sobrinos se
abrazó emocionada deseando que el año que comenzaba fuera el año de conquista de
la democracia por parte de los trabajadores.
En enero de 1985, la Vicaría de la Solidaridad presentó el testimonio de Andrés
Valenzuela, debidamente protocolizado, ante los tribunales de Justicia, pidiendo
la designación de un ministro en visita para que investigara los hechos allí
relatados, solicitud que, sin embargo, fue rechazada.
A principios de marzo de 1985, el Ministerio del Interior alzó la orden de
aprehensión contra Manuel Leonidas, quien inmediatamente se reincorporó a sus
actividades docentes en el Colegio Latinoamericano de Integración y a la
actividad gremial en la AGECH.
Sin embargo, desde ese establecimiento educacional, el día 29 de marzo del mismo
año, luego de saludar a su hijo Manuel que era alumno del colegio, fue
secuestrado junto a José Manuel Parada, quien iba a dejar a su hija Javiera. El
día anterior, varios dirigentes de la AGECH habían sido raptados y luego
interrogados en "La Firma", el antiguo cuartel del Comando Conjunto, convertido
en central de la Dirección de Comunicaciones de Carabineros (DICOMCAR). Santiago
Nattino ya había sido secuestrado horas antes.
Luego de 24 horas de intensa búsqueda y manifestaciones masivas para que sus
raptores entregaran con vida a Manuel, José Manuel y Santiago Nattino, el 30 de
marzo de 1985 aparecieron los cadáveres de estos tres chilenos en las cercanías
del aeropuerto internacional de Santiago. En el triple secuestro y homicidio,
conocido como el "caso degollados", participaron varios de los agentes del
"Comando Conjunto" que habían secuestrado, baleado y torturado a Manuel Leonidas
en el año 1976.
El pueblo chileno y la comunidad internacional se conmovieron profundamente con
este triple asesinato. Manifestaciones masivas por todo el globo recorrieron las
calles asumiendo una de las frases que Manuel Leonidas había pronunciado en un
discurso ante los profesores: "¡Revanchismo jamás! Queremos Justicia, nada más,
pero tampoco nada menos." Muchos fueron los jóvenes patriotas que a raíz de este
acontecimiento se hicieron parte de la lucha antidictatorial, y la romería y el
entierro multitudinario de los tres profesionales fue una muestra rotunda de que
la unidad del movimiento opositor era posible.
Al tiempo de ocurrido estos terribles acontecimientos, la compañera de Manuel,
Owana Madera, dio a luz a Manuela Libertad, la hija póstuma, símbolo de vida,
del joven profesor asesinado.
[Biografía escrita en base a narraciones de tres Manueles: El libro "Relatos de luces y de sombras" de Manuel Guerrero Rodríguez; "Desde el túnel" de Manuel Guerrero Ceballos, y los recuerdos de Manuel Guerrero Antequera].