Túneles y enigmas bajo Cu Chí
Roberto Gili Colom
Treinta
años después de concluida la guerra de liberación del Sur y de la
reunificación de Vietnam en un solo estado, las verdades sobre los túneles de
Cu Chí amenazan con desafiar el tiempo y el ingenio militar contemporáneo.
La interrogante sobre la dimensión real de esas vías subterráneas donde
'vivieron' miles de guerrilleros y pobladores vietnamitas de ese distrito -próximo
a la ex Saigón-, la localización exacta de sus entradas y salidas, y las
posibilidades de la obra en el orden defensivo, permanecerán en la incógnita,
casi seguro hasta siempre.
El lugar ha quedado como testimonio de la memorable guerra de Vietnam, cuyo
saldo en víctimas -unos cuatro millones y medio- la ubica como la
confrontación bélica más sangrienta luego de la Segunda Guerra Mundial.
Cu Chí, una de las zonas más bombardeadas a lo largo del llamado conflicto
indochino -por la magnitud de la resistencia contra la agresión de Estados
Unidos-, es hoy un remanso silencioso y tranquilo, cuya quietud se rompe
únicamente con la llegada de visitantes que, en número de miles, recorren el
lugar cada año.
Los guías que custodian la reliquia arquitectónica militar son por lo regular
parcos o escuetos en sus exposiciones y, en ocasiones, respuestas como 'No
estamos autorizados a tratar esos detalles' se convierten en génesis de
versiones que el propio rumor ha acomodado a lo largo del tiempo, de acuerdo,
sobre todo, con las intenciones del observador.
Cu Chí -se pronuncia aproximadamente Cu-Yí- está ubicada en la margen oeste
del río Saigón, a unos 75 kilómetros de la localidad de igual nombre hasta el
30 de abril de 1975, cuando adoptó el de Ciudad Ho Chi Minh.
Ya desde antes de la guerra, la región era reconocida como una de las grandes
productoras de caucho, pero sus plantaciones fueron virtualmente borradas de
la geografía vietnamita como consecuencia de los 'bombardeos de alfombrado'
ejecutados por la aviación norteamericana, y el empleo por ésta de las
sustancias químicas defoliantes.
Fue ese uno de los resultados de la estrategia de 'guerra local' diseñada por
el secretario de Defensa de Estados Unidos Robert McNamara (1961-1968).
'No hubo otra alternativa que vivir bajo tierra', me dijo Hung, un joven
nacido en Cu Chí con posterioridad a la contienda, que a fines de los años 90
cumplía su servicio militar como práctico de los visitantes.
En lo profundo del lugar donde radicó la aldea, permanecen intactos los
interminables pasadizos de un metro de altura -a veces menos- que sirvieron de
refugio y morada a más de 10 mil pobladores y combatientes clandestinos
durante más de un decenio.
Fue una región suburbana jamás controlada por el ejército sudvietnamita ni por
las tropas de ocupación, según reconoció el propio Pentágono.
Las primera vía, de 48 kilómetros de extensión, se construyó bajo el caserío
de Than Phu Trung, a principios de la década del 60, pero en abril de 1975
llegó a contar con tres niveles de túneles a seis, ocho y 10 metros de
profundidad, y un total de 220 kilómetros en las más diversas direcciones, una
de cuyas vertientes pasa aún bajo el lecho del río.
A ello se sumaron más de 150 kilómetros de zanjas (trincheras) en la
superficie, desafíos igualmente a la imaginación y la voluntad, toda vez que
fueron abiertos en pleno fragor de los enfrentamientos.
'Para la infantería de los invasores, Cu Chí se convirtió en un infierno -explicó
Hung-. Uno solo de los integrantes de las fuerzas de resistencia -dijo- llegó
a eliminar a 16 soldados estadounidenses en un día'.
'Los guerrilleros atacaban desde cualquier flanco. El adversario tenía la
impresión de estar enfrentándose a una gran tropa o de haber caído en una
emboscada cuando solo cinco hombres le disparaban, a la vez que se movían bajo
tierra', relató el guía.
Hung realizaba sus explicaciones al tiempo que andaba por estrechos senderos
entre la vegetación en su misión orientadora.
En cierta ocasión se detuvo y, con aire de triunfo, retó a que encontrara en
una de las entradas ocultas, algo a la larga infructuoso a pesar del empeño.
Imposible olvidar cómo sacudió la hojarasca al pie de uno de los árboles, para
hacer aparecer la pequeña portezuela de un laberinto, camuflada con raíces del
propio tronco que previamente fueron recortadas con precisión de orfebre y
luego superpuestas en su lugar original con el ajuste de un mecanismo de
relojería.
'Algunas veces han logrado encontrarlas a un costo de tiempo bastante grande',
dijo, para seguidamente destapar varias de las trampas existentes en los
contornos, conformadas por fosos de hasta un metro de profundidad, en cuyo
fondo brotaban desafiantes o hambrientas todavía una docena de púas de bambú.
'Cada semana -precisó con una ironía saboreada- se le ponía veneno nuevo de
serpiente en las puntas-.
Dentro de los túneles también se conservan artificios similares, justo en los
puntos de acceso y salida. El último combatiente en entrar tenía la misión de
acondicionarlas para que accionaran 'en caso de intrusos'.
Las rutas subterráneas, excavadas en zigzag prolongados, llegaron de una
comuna a otra, y más allá del suelo, según pude comprobar, existieron fábricas
de ropa y de armas rústicas, mercados, hospitales, comedores, salones para
diversos fines, dormitorios, pozos, sistemas de ventilación y defensa.
Simplemente: increíble.
'El humo de las cocinas, a pesar de emplear madera como único combustible, no
salió nunca a la superficie' -dijo Hung con un toque de intriga en su
expresión.
Ese misterio desafió el olfato de no pocos sabuesos legítimos, toda vez que el
elemento gaseoso era conducido a través de canales escalonados y en ese curso
se disipaba.
'A fines de 1968 -admitió el guía- una entrada fue descubierta. Trajeron
camiones cisterna y comenzaron a echar agua hacia adentro, pero la maniobra
fue detectada por los guerrilleros, quienes de inmediato bloquearon la vía y
solo pudieron inundar unos 700 metros'. Casi nada, me dije.
En los alrededores de los respiraderos, hechos también con bambú hueco, se
situaban recortes de uniforme de los agresores con el fin evidente de
despistar a los perros.
Los cráteres ocasionados por los B-52 de la aviación norteamericana revelan
más que las palabras el nivel de atención otorgado a Cu Chí. La metralla dejó
hasta 70 fragmentos por metro cuadrado de terreno a lo largo y ancho de una
amplia y silenciosa llanura de 150 kilómetros, acosada en algunos momentos
hasta por 50 mil soldados de Estados Unidos y del régimen del entonces Vietnam
del Sur.
Lo atestigua igualmente el cementerio de Cu Chí, donde reposan los restos de
más de siete mil personas, entre ellas niños y ancianos, todos víctimas de la
campaña de 'tierra arrasada'.
Este año, el trigésimo aniversario de la gesta, ha hecho brotar de nuevo estas
y otras leyendas que desde 1963 hasta 1975 marcaron -como otras veces antes-
la dimensión real de sus protagonistas, en especial de un pueblo que se negó a
ser dominado a lo largo de cuatro mil años.
De igual forma que otros puntos de la geografía de Vietnam, Cu Chí sigue
siendo historia, lección y también enigma.