El recuerdo de Agustín Tosco
La Fogata
"Algunos enmudecieron, otros lloraban"
Agustín Tosco fue en la década del ‘70 el principal dirigente sindical no
peronista. Su nombre se convirtió en una bandera nacional después que se puso a
la cabeza de la revuelta que la historia recordaría como Cordobazo. Cuando se
produjo la fuga que terminó en la masacre de Trelew, Tosco estaba preso en el
penal de Rawson y, respetando su decisión de huir, prefirió no sumarse a los
prófugos. El siguiente es su relato, brindado un año más tarde al diario El
Mundo, de cómo se vivió en la prisión ese trágico 22 de agosto.
–¿Puede usted relatarnos sintéticamente qué pasó ese día en el penal de
Rawson?
–Desde el 15 de agosto, día de la evasión, vivíamos en un clima de gran
ansiedad. Habíamos sido reagrupados en pabellones distintos a los que ocupábamos
en aquella fecha, y aislados rigurosamente en cada una de las celdas
individuales. La puerta de la celda era maciza, con algunos agujeros de un
centímetro de diámetro, que hacían de mirilla para los celadores que nos
observaban y controlaban constantemente. Una especie de pequeña ventana, con
barrotes cruzados, semejante a una claraboya sin vidrios, colocada sobre la
puerta, nos permitía mirar directamente a algunos compañeros, a los ubicados en
las cinco o seis celdas de enfrente; para ello debíamos subirnos a la cabecera
de la cama y estar en posición muy incómoda. Pero lo hacíamos con entusiasmo,
pues eso nos permitía contactarnos de alguna manera, plantearnos los
interrogantes que la situación de incomunicación nos obligaba, e ir
transmitiendo las opiniones con el lenguaje mudo de la mano, en lo que ya éramos
expertos. Dados los cuarenta y cinco metros de longitud del pabellón y las dos
series de veintiún celdas a cada costado del mismo, la retransmisión se iba
haciendo en forma de zigzag hasta completar la totalidad.
Nuestra preocupación mayor era la suerte corrida por los compañeros que se
habían fugado. Muchos de los prisioneros pertenecían a organizaciones armadas y
otros no; es decir, los que nos encontrábamos en el pabellón. Mas a todos nos
embargaba una seria inquietud pues la noche del 15 de agosto habíamos escuchado
por radio, que todavía en ese entonces se nos permitía tener, que habían sido
apresados en el Aeropuerto de Trelew; que se les había dado garantías de
reintegrarlos al penal; que estaban en marcha hacia el mismo, en una columna que
encabezaban Pujadas, el juez Godoy, el Dr. Amaya y miembros de las fuerzas de
represión. La noche del 15 de agosto, en la que permaneció tomado interiormente
el penal, escuchamos las emisoras de Chile, donde se daba cuenta del secuestro
del avión, y que en él viajaban Santucho, Osatinsky, Vaca Narvaja, Gorriarán,
Quieto y Mena. Pero el 16 de agosto a la mañana, que se nos incomunicó, no
sabíamos casi nada de los diecinueve restantes.
Teníamos la posibilidad de informarnos muy precariamente por dos vías: en la
guardia los celadores solían escuchar los informativos y todos hacíamos un
profundo silencio para tratar de pescar algo; el contacto con algunos celadores
más "flexibles". Cuando nos abrían la puerta para ir al baño o cuando nos traían
la comida, también podían darnos una "pista".
Antes del mediodía del 22 de agosto, algunos compañeros comenzaron a transmitir
con el lenguaje mudo que parecía que tres prisioneros que estaban en la Base
Naval de Trelew habían sido asesinados. Una gran angustia se experimentó todo el
pabellón. Por la mañana habían requisado en forma muy dura –ellos ya sabían lo
acontecido en la madrugada– y propinaron golpes de puño a varios, además de
hacernos correr desnudos desde el baño a cada una de las celdas. Habíamos
gritado y protestado con toda nuestra fuerza.
A medida que lográbamos noticias, precarias todas, iba aumentando el número de
muertos. Decían que Pujadas había intentado apoderarse de la ametralladora de un
guardia, que se había generalizado un tiroteo y quehabían caído todos. A las 17
horas estaba prácticamente confirmado que habían sido muertos los diecinueve
compañeros en la Base Aeronaval.
Fueron horas de intenso dramatismo. Todos estábamos encaramados y tomados de los
barrotes cruzados de la ventana de la celda hacia el interior del pabellón.
Había rostros enmudecidos. Otros lloraban con profundo dolor y rabia. Algunos
gritaban y daban vivas a cada uno de los caídos y a las organizaciones
guerrilleras, a la clase obrera, a la revolución y a la Patria.
A la noche se preparó un homenaje simultáneo en los seis pabellones ocupados por
los presos políticos y sociales. Espontáneamente cada uno relataba aspectos de
la vida, las convicciones, la personalidad de los caídos, hasta completarlos a
todos. Posteriormente hablaron varios enjuiciando y condenando el alevoso crimen
y fijando la responsabilidad en la dictadura y el sistema. Luego a voz de cuello
se gritó el nombre de cada uno y cada vez se respondía en forma vibrante y
unánime: ¡Presente! ¡Hasta la victoria siempre!
Se entonaron colectivamente las distintas marchas partidarias. Todo quedó en
silencio. Los guardias ordenaron acostarse. Esa noche nadie durmió. El recuerdo
de los mártires caídos, la imagen de cada uno, el heroico ejemplo de cada uno,
llenaba la imaginación, hacía estremecer los sentimientos y daba una pauta más
del duro y glorioso camino revolucionario que recorren la clase obrera y el
pueblo hasta su total y definitiva liberación