La sociedad abierta y sus enemigos: la historia de Auschwitz
Gilad Atzmon
Sesenta años después de la liberación, Auschwitz se ha convertido en un
evento político internacional. No es una coincidencia y creo que deberíamos
preguntarnos: ¿Por qué ahora, por qué Auschwitz?
Al vivir en un entorno tecnocientífico, es natural que la mayoría de los
comentaristas juzguen cualquier discurso narrativo por su contenido positivo, es
decir, por la historia que relata, por los hechos que implica y por el mensaje
que transmite. Cuando se trata de Auschwitz, surgen siempre las cifras
aterradoras, Mengele y la selección del frío asesinato en masa, las cámaras de
gas, los trenes, el célebre Arbeit Macht Frei [El trabajo libera] sobre la
entrada, la marcha de la muerte justo antes de la liberación, etc. Y, a pesar de
todo, yo diría que sacar a la luz lo que se oculta mediante el discurso de
Auschwitz es, por lo menos, igual de instructivo. Todo relato histórico puede
servir como cortina de humo; los discursos narrativos son muy eficaces para
alentar la ceguera colectiva. En este sentido, los de Auschwitz y el Holocausto
no son diferentes.
Según parece, y sin entrar en discusiones sobre las numerosas cuestiones
relativas a la validez del discurso generalmente aceptado sobre el Holocausto,
podríamos preguntar sin temor a equivocarnos para qué sirve el discurso oficial
de Auschwitz. ¿A quién beneficia dicha versión de Auschwitz? Tenemos derecho a
preguntar por qué diferentes instituciones políticas opuestas apoyan con tanta
insistencia el discurso oficial del Holocausto. ¿Se debe acaso a una propaganda
judía sabiamente orquestada? Yo ya no estoy tan seguro.
A primera vista, la respuesta a tales preguntas es sencilla: la devastadora
imagen de Auschwitz y del judeocidio nazi es un argumento autosuficiente contra
el nacionalismo, el racismo y el totalitarismo. Dentro del estado de aceptación
del relato del Holocausto, cualquiera de los tres está considerado como un
enemigo de la humanidad. Pero, entonces, habrá que admitir que no fueron ni el
nacionalismo ni el racismo ni el totalitarismo los que mataron a tantos seres
humanos inocentes en Auschwitz. Las ideologías no matan, quienes lo hacen son
siempre personas, sean cuáles sean sus ideologías.
Pero la cosa no se queda aquí, pues con la imagen de Auschwitz en mente, los
pensadores y políticos liberales occidentales están mostrando de manera
entusiasta una ingenua visión de nuestra realidad social, al presentarnos una
simplista división binaria. Por una parte, tenemos la sociedad abierta y, por la
otra, sus numerosos enemigos. De acuerdo con esta visión del mundo, sólo existe
una sociedad abierta, pero muchos enemigos diferentes; y, sin embargo, importa
mencionar que la sociedad abierta es un significante vacío, significa muy poco
en la práctica, tal vez nada. Al parecer, para llegar a ser miembro del
exclusivo club basta con sumarse a las guerras correctas. El presidente Bush, un
hombre que está lejos de ser elocuente en lo relativo a sus capacidades
verbales, se mostró inesperadamente expresivo al presentar este axioma
occidental tan posauschwitziano: o estás con nosotros o contra nosotros.
Estar con nosotros, es decir, encontrarse entre los abiertos, significa que
crees que fuimos nosotros quienes liberaron Europa y que fuimos nosotros quienes
liberaron Auschwitz, que fuimos nosotros quienes salvaron a los judíos y que
somos nosotros quienes seguimos llevando la noción de democracia a los rincones
más remotos de este planeta en ebullición. Estar con nosotros significa que
aceptas el hecho de que somos la voz del mundo libre. Significa también que
sabes que eres incondicionalmente libre. Es, básicamente, una nueva forma de
tautología: eres libre incluso si no lo eres. Estar con nosotros significa que
crees que el mundo progresa rápidamente hacia una gran división, hacia un choque
cultural en el que tú eres un judeocristiano iluminado, bueno e inocente y el
resto son oscuros malvados fundamentalistas o, por lo menos, malvados en
potencia. Estar con nosotros significa que se supone que no debes hacer
demasiadas preguntas sobre nuestra propia conducta inmoral. Por ejemplo, no
debes preguntar por qué Bomber Harris & Co. asesinaron a 850.000 civiles
alemanes al atacar ciudades alemanas en lugar de la infraestructura industrial
nazi.
Ser un individuo libre en una sociedad abierta significa que nunca deberías
formular preguntas sobre Hiroshima. En caso de que seas lo suficientemente
estúpido como para sacar a la luz el asunto, más vale que seas lo
suficientemente listo como para aceptar la mentira oficial: fue la mejor manera
de terminar con aquella horrible guerra. Como eres un ser libre, no harás
preguntas sobre la moralidad de causar 2.000.000 de víctimas en Vietnam. Estar
con nosotros significa que no tienes que hacer todas esas estúpidas preguntas
enojosas, porque Auschwitz es el mal supremo. Auschwitz es la piedra angular de
la maldad humana y no olvides jamás que fuimos nosotros quienes terminaron con
ella.
Pongamos la verdad en su lugar: Auschwitz fue un lugar horrible por encima de
cualquier duda, pero desgraciadamente no fue la maldad suprema, y ello
únicamente porque el mal no tiene ni límite ni escala. Pero, para ser
históricamente exactos, ni siquiera fuimos nosotros quienes liberaron Auschwitz.
Según parece, fue Stalin, el otro malvado. Fue Stalin el que dio a tantos
judíos, prisioneros de guerra, prisioneros políticos, gitanos y otros reclusos
la posibilidad de ver la luz del día. Pero, de nuevo, como eres un ser libre en
una sociedad abierta, no tienes que preocuparte realmente por detalles
históricos insignificantes como éste.
Cualquiera diría que Auschwitz es esencial dentro de nuestra autoimagen
occidental de superioridad moral. Cuando se necesita el petróleo iraquí, el
presidente estadounidense compara a Sadam con Hitler. Después, se nos dice que
el pueblo iraquí debe ser liberado de su "Auschwitz". Ya conocemos las
inevitables consecuencias.
Ya que Auschwitz es tan crucial para los que formulan la política
estadounidense, no causa sorpresa alguna que no muy lejos de la residencia del
presidente estadounidense haya un inmenso museo del Holocausto dedicado a la
memoria del pueblo judío y de sus heroicos liberadores. Dicho museo no trata de
gente ni de crímenes contra la humanidad, sino de mantener la ilusión de la
sociedad abierta. Trata del mantenimiento de un discurso narrativo muy
específico. Trata de que tenemos razón y de que "ellos", cualesquiera que sean,
están categóricamente equivocados.
Este museo no trata realmente del sufrimiento judío. Supongo que habrá algunos
hechos básicos que el museo no compartirá con sus visitantes: por ejemplo, no le
contará a la multitud que lo visita que el gobierno estadounidense adoptó una
política de inmigración altamente restrictiva –que nunca fue modificada– entre
1933 y 1944 con el fin de detener la inmigración judía. Evitará el hecho de que
el gobierno estadounidense se negó u obstruyó las ofertas alemanas de
negociación para sacar a los judíos de los territorios controlados por los nazis.
Y, lo que es más importante, ocultará el hecho evidente de que no se instruyó a
la fuerza aérea de EE.UU. para que desbaratara la mortífera maquinaria nazi. Ni
los ferrocarriles que llevaban a Auschwitz ni el propio Auschwitz fueron jamás
bombardeados, ni por la RAF británica ni por la fuerza aérea estadounidense.
Cualquiera diría que existió una auténtica negligencia asesina en las decisiones
estadounidenses sobre el asunto, aparte de la guerra. Por ejemplo, el 20 de
agosto de 1944, ciento veintisiete fortalezas volantes, escoltadas por cien
cazas Mustang, lanzaron con éxito sus bombas sobre una fábrica a menos de 8
kilómetros de Auschwitz. Ni uno solo de los aviones fue desviado para que
atacara el campo de la muerte.
Estas historias no aparecerán en el museo estadounidense del Holocausto.
Simplemente no se ajustan a la autoimagen heroica de superioridad moral
estadounidense. La historia de Auschwitz es, en realidad, una historia de brutal
negligencia angloestadounidense. El discurso narrativo aceptable sobre Auschwitz
es, básicamente, un mito que existe para apoyar la práctica expansionista de
EE.UU. Auschwitz es el pilar moral de la ideología estadounidense.
El museo del Holocausto está ahí para decirles a los estadounidenses lo que
podría ocurrir si todo va mal. Por triste que suene, en EE.UU. hoy todo va mal,
a pesar del museo. La razón es simple: cuando se construye la imagen del mal
dentro del propio patrimonio cultural como el discurso del Otro, no es difícil
permanecer ciego frente al hecho de que uno mismo ya es el mal. Al igual que sus
hermanos israelíes, los estadounidenses han olvidado cómo utilizar la
introspección.
En el caso de EE.UU., el discurso narrativo del Holocausto está ahí para servir
a la filosofía expansionista de derechas. A fin de impedir otro Auschwitz, los
estadounidenses enviaron sus ejércitos a Vietnam, Corea e Irak. Siempre son los
liberadores. Hasta el final de la guerra fría existían los comunistas contra
quienes combatir, un mal real y concreto, pero ahora el mal es cada vez más
abstracto. En realidad, la única manera de materializar al impreciso enemigo es
compararlo con Hitler.
El caso de Europa es ligeramente distinto. Por extraño que pueda sonar, en
Europa es la izquierda parlamentaria quien obtiene ventajas de Auschwitz.
Mientras exista Auschwitz profundamente arraigado en el discurso diario, la
derecha jamás podrá levantar cabeza. La izquierda europea dominante depende por
completo del discurso narrativo del Holocausto y del relato de Auschwitz. Según
parece, Auschwitz es la última barricada de la izquierda contra la posibilidad
de un renacimiento derechista. En Europa, todo sentido de aspiración nacional o
incluso una preocupación demográfica que pueda sonar como xenofobia queda
marcada de inmediato como un renacimiento del nazismo. Dentro de esta visión
opresiva del mundo no se le permite a la gente que exprese ningún afecto hacia
su país. Además, al depender políticamente de la imagen de la inocente víctima
judía, la izquierda dominante europea nunca puede apoyar del todo la causa
palestina.
Parece que Auschwitz representa un símbolo de la asociación entre la izquierda
parlamentaria europea y la derecha expansionista estadounidense. Para ambos,
Auschwitz representa un icono de amenaza contra la imagen de la sociedad
abierta; dentro de la perspectiva de este vínculo fatal, cualquier izquierda
europea genuina está destinada a ser expulsada hacia los márgenes. Cualquier
forma de izquierda genuina, inspirada por aspiraciones reales, está condenada a
verse presentada como algo subversivo y radical.
En marzo de 1998 Robin Cook, el entonces ministro de exteriores británico, hizo
una visita diplomática a Israel. Mientras estaba allí, se negó con todo derecho
a visitar Yad Vashem y afirmó que le preocupaba más el futuro que el pasado.
Cook no tardó mucho en perder su puesto. Su negativa a inclinarse ante el relato
de Auschwitz le costó el trabajo. No fueron los judíos quienes lo privaron del
ministerio. Fue el partido laborista, un instituto parlamentario europeo de
izquierda, el que lo expulsó.
Así que Auschwitz existe para mantener el mito de la sociedad abierta; existe
para presentar una ilusión de identidad occidental liberada. Mientras Auschwitz
exista en el corazón de nuestro discurso, seremos cualquier cosa menos
liberados. Hay vida después de Auschwitz y esa vida nos pertenece. Más vale que
hagamos algo con ella. Si hay algo que jamás deberíamos hacer es quitar la vida
a otros en nombre de Auschwitz. Y está claro que eso es exactamente lo que
estamos haciendo.