La ESMA, los gobernadores y el amor de los '70
MEMORIA ESPERANZA
Carlos del Frade
ARGENPRESS.info
La memoria molesta por partida doble. Primero porque dice quiénes se
enriquecieron a través de la sangre derramada y se convirtieron en los
actuales dueños del país. Y segundo porque es capaz de contagiar
sueños colectivos inconclusos. Pasiones que nutren de horizonte a los
muchachos que sobreviven en el presente.
La historia fue contada en Río Negro, Santa Fe, un taller rosarino, en
el corazón de Empalme Graneros y en el Normal 2.
En la esquina de San Lorenzo y Dorrego donde funcionaba el Servicio de Informaciones
de la ex Jefatura de Policía, en agosto de 1976, se encontraron dos muchachos.
Ella tenía quince años y militaba en la Unión de Estudiantes
Secundarios; y él tenía diecisiete y formaba parte de la Juventud
Guevarista, del Partido Revolucionario de los Trabajadores.
A los dos los habían mutilado a pura picana. Ellos, los torturadores
de la pareja, tenían veintiséis años, según se desprende
de los legajos personales de aquellos policías hoy en libertad.
Los chicos se habían enamorado a pesar de sus insondables diferencias
políticas.
Y llegaron junto al umbral de la muerte impuesta.
Cuando se sintieron al final de sus vidas, ella le pidió que le regalara
como canción de despedida alguna de amor que él supiera.
El muchacho, entonces, empezó a cantar el himno nacional.
Una vez, dos, tres, diez veces.
Cantó por dos horas consecutivas y ninguno de sus mutiladores se animó
a cerrarle la boca de un repetido y común puñetazo o puntapié.
El himno en su boca servía de conjuro, de muralla.
Tuvo que venir el más asesino de todos, Agustín Feced, para que
con su Magnun descargara la noche eterna sobre los pibes enamorados.
La historia me fue contada por dos de aquellos torturadores y dos sobrevivientes
del pozo.
¿Por qué aquellos chicos de quince y diecisiete años eligieron
como canción de despedida de sus existencias el himno nacional?.
¿Por qué identificaron como máxima canción de amor aquellas
estrofas que hoy parecen decir tan poco a los pibes que atraviesan como pueden
ese segmento etario?.
¿Qué sentían aquellos muchachos por el país y por la vida?.
Y he aquí, entonces, la segunda gran molestia que produce la historia:
su increíble capacidad de transmitir ideales.
¿Qué pasaría si los actuales habitantes de esa franja de edad
se contagiaran de esa profunda convicción de vivir a favor de un proyecto
colectivo?.
Ya no serviría tanto discurso individualista y consumista. No tendría
sentido ni la autoayuda ni las alabanzas a la formación técnica
de los nuevos profesionales.
Interesaría el país como proyecto de amor colectivo y la igualdad
aparecería como algo por lo cual pelear todos los días.
Por eso la memoria molesta por partida doble: porque habla de los que ganaron
y ganan aún hoy con la sangre derramada y porque transmite ideales en
un mundo que parece haberse quedado sin ellos.
Cuando conté esta historia en Viedma, los pibes sintieron que necesitaban
saber más sobre lo que hacían muchachos como ellos en los años
setenta; cuando lo hice en Santa Fe, cientos de adolescentes terminaron cantando
el himno tomados de la mano; y en distintos lugares de Rosario, decenas de estudiantes
se emocionaron por un relato que aunque lejano en el tiempo se les mete en el
corazón de sus necesidades y angustias del presente.
Por eso vale mucho el acto en la Escuela Superior de Mecánica de la Armada,
porque el presidente de la Nación se mete en el escenario mayor de la
represión, en el vórtice del terrorismo de estado, en donde se
cocinó la consigna de los últimos treinta años, matar para
robar, para generar la concentración de riquezas en pocas manos que rige
el presente y no el pasado.
De allí la indignación de los principales gobernadores del PJ,
porque ellos fueron cómplices en los años noventa de los desaparecedores
de los setenta y luego desocupadores de los años recientes.
La memoria los pone en evidencia.
Fueron subordinados al poder económico, al mismo que manejó a
los macabros títeres de las fuerzas armadas y de seguridad del '76 al
'83 y que luego siguió creciendo cuando cada uno de los tres gobernadores,
José Manuel De La Sota, Felipe Solá y Jorge Obeid, miraron para
otro lado mientras se multiplicaba por tres el número de desocupados
y de pobres.
Ellos, los tres gobernadores de las provincias poderosas, deben rendir examen
de conciencia por lo hecho en los años noventa y no por sus militancias
de los setenta.
De allí que la memoria les moleste.
Porque es un proceso abierto y a medida que avancen los años, la memoria
explicará mejor el presente de los argentinos, en general, y de los santafesinos
en particular.
La memoria será cada vez más molesta.
Cada 24 de marzo profundizará más el conocimiento sobre quiénes
colaboraron con el proyecto de hacer un país para pocos, antes, durante
y después.
Y también servirá para conocer algo más sobre por qué
vivían y cómo vivían aquellos muchachos que en el último
momento de sus luminosas existencias elegían entonar el himno nacional
como canción de amor de despedida.