30º aniversario
Victoria en Vietnam
Lisandro Otero
Rebelión
El pasado 30 de abril se cumplieron treinta años de la catastrófica derrota de Estados Unidos en la Guerra de Vietnam. Han quedado grabadas para la historia las imágenes de los helicópteros abordados precipitadamente, en la azotea de la embajada yanqui, mientras evacuaban a los últimos fugitivos del personal de ocupación y sus colaboradores locales.
Para el pueblo estadounidense fue una sacudida de conciencia porque no estaban acostumbrados a capitular. Durante la Segunda Guerra Mundial habían acuñado el concepto de que luchaban por la democracia contra el totalitarismo. Pese a que en la Guerra de Corea sufrieron un atroz vapuleo que los hizo retroceder varias veces desastrosamente, no quedó claro que no habían alcanzado sus objetivos. Vietnam sí fue un desastre innegable. Ese humillante infortunio dejó marcada a una generación que supo que Estados Unidos era expugnable y podía ser vencido. Los pueblos comprendieron que la lucha por la democracia era una fachada de los apetitos imperiales.
La guerra había comenzado en el asentamiento francés con el despertar del colonialismo. La batalla de Dien Bien-phu marcó la retirada de los galos y el inicio de la embestida yanqui. Durante el gobierno de Kennedy se elaboró la teoría del dominó, que postulaba que una vez que cayera Vietnam todo el sudeste asiático seguiría, en breve, a las banderas socialistas. Al envío de asesores militares para el régimen títere del sur, siguió la fabricación de un incidente naval en el Golfo de Tonkín y una intervención en gran escala.
Visité Vietnam en 1969, en el contexto de la guerra. Anduve el país en jeep, recorrí la cuarta zona militar y la frontera con el sur. Tras varios días de marcha escuchamos repetidos truenos y vimos relámpagos en el horizonte. Me explicaron se trataba de la artillería norteamericana. Me apesadumbraron las aldeas arrasadas, los puentes destruidos, los campos de cultivo horadados por los gigantescos cráteres de las bombas lanzadas por los gigantescos octomotores B-52. Vi árboles mutilados, bambúes incinerados, surcos anegados de metralla. Conocí huérfanos, escuché testimonios de muchachas violadas y relatos de campesinos que vieron a sus familiares aniquilados por el fuego de ametralladoras disparadas desde helicópteros. Caminé por laberintos de extensos túneles donde la vida proseguía como si fuese a flor de tierra. Pude llegar a las cercanías de la fortaleza yanqui de Contien y presencié las mortíferas andanadas de sus armas pesadas disparadas desde los acorazados de la Séptima Flota.
Los sacrificios de los vietnamitas sirvieron no solo a su propia patria sino a todos los pueblos del mundo. Lograron despertar una ola de fervorosa solidaridad. Probaron que los superhombres yanquis podían ser derrotados y contribuyeron a desvanecer el mito de la supuesta superioridad de las armas norteamericanas. Demostraron que el valor humano puede vencer a la tecnología de guerra más sofisticada.
Peto Vietnam sobrevivió también en su cultura. En los versos del poema clásico nacional, el Kieu, que todo vietnamita memoriza, o en el dulce quejido del arpa don thap luc o en los dragones tallados en piedra o los ideogramas incrustadas en laca negra; en sus representaciones teatrales y en sus conciertos, que no desaparecieron aún en las difíciles circunstancias bélicas. Mientras se combatía, a pocos kilómetros se armaban espectáculos con trapecistas, volatineros y malabaristas, los museos y las bibliotecas de mantenían abiertos. Los vietnamitas gustaban repetir un proverbio que los definía muy bien: "rotos, pero perfumados".
Cincuenta y ocho mil soldados norteamericanos perecieron en Vietnam en una guerra injustificable, vergonzosa y arbitraria. La historia ha dejado manchados para siempre a los responsables de aquella infamia: la agresión de la nación industrialmente más poderosa contra una pequeña nación agrícola que recién emergía del oprobioso colonialismo. Tampoco han podido escapar a la ignominia de haber sido derrotados allí ni a la indignidad de su escape precipitado. Treinta años después, Vietnam ha quedado como un símbolo de que el desigual combate entre David y Goliat puede repetirse con el triunfo de los endebles contra los fornidos.