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QUE SE VAYAN TODOS … ¿Y LA IZQUIERDA?

Por Luis Mattini  / La Fogata
arnolkremer@lafogata.org

 El marxismo-leninismo es una piedra  
para romperle la cabeza al imperialismo  
 y a la burguesía"  
"No. El marxismo-leninismo es la goma elástica  
con que se arroja esa piedra"  
"No, no. El marxismo-leninismo es la idea  
que mueve el brazo  
que a su vez acciona la goma elástica  
de la honda que arroja esa piedra".  
"El marxismo-leninismo es la espada  
para cortar las manos del imperialismo".  
"Qué va! El marxismo-leninismo es la teoría  
de hacerle la manicura al imperialismo  
mientras se busca la oportunidad de amarrarle las manos".
 
¿Qué voy a hacer si me he pasado la vida  
leyendo el marxismo-leninismo  
y al crecer olvidé  
que tengo los bolsillos llenos de piedras  
y una honda en el bolsillo de atrás  
y que muy bien me podría conseguir una espada  
y que no soportaría estar cinco minutos  
en un Salón de Belleza?  
                   (Roque Dalton)
 
Es curiosa la reacción de los partidos de izquierda  y los autodenominados  “progresistas”  ante  el  lema “que se vayan todos”.  
Curiosa porque por un lado no se sienten aludidos y por otro se preocupan por  la posibilidad de  carga de anarquismo-caos   de esa expresión.
 
  Pareciera que se tiene más miedo al  supuesto desorden anarquista que al orden capitalista.   
 
De ser así, sería ubicarse igual que la posición del esclavo  que ante el miedo al caos se aprieta al amo  acentuando la sumisión.
Como  no soy mal pensado y además vengo de una larga  práctica partidista,  conjeturo que al no  darse por aludida, las organizaciones de  izquierda estarían demostrando que en realidad no comprenden  nada del sentido profundo de esa demanda.   La leen  y la interpretan literalmente, en su texto lógico analítico.  Y desde los códigos lingüísticos  la consigna  sólo puede comprenderse como si se dijera  “que se vayan todos los malos”. Sólo así se entiende que en las asambleas  los partidos de izquierda y el “progresismo”  se presenten  a sí mismos como “los buenos”, cuestión esta que nadie que  pertenezca al campo popular puede poner en duda, porque el propio campo es en gran parte izquierda.  Sin embargo, ni modo,  el reclamo  sigue siendo:  “que se vayan todos”.  No parece haber  lugar a distinciones.
 
Porque, repito, la izquierda lee en forma  literal,  semántica,  olvidando que los pueblos no “escriben” la historia sino que la hacen.  Cuando más suelen  cantarla  y entonces el lenguaje será el de la poesía.   Después vienen los escribas, analistas e historiadores  que la formulan con la lógica gramatical en términos racionales. Pero después, siempre después, nunca antes.  
 
“Que se vayan todos”  tiene un sentido que  rebasa la semántica: expresa  en un tozudo no,  en una especie de catarsis colectiva, toda la magnitud de la  crisis de  la representatividad.  No crisis de representantes, Dos siglos de un sistema representativo que, mal que le pese, la izquierda  ha compartido y ha defendido, a veces como mal menor, frente a opciones llamadas “autoritarias” o fundamentalistas (Como si el sistema jurídico burgués no lo fuera) o  como un “progreso”  en tránsito hacia el comunismo.   
 
Esta crisis de representatividad es también la crisis  de la “sociedad jurídica”, sociedad burguesa por excelencia, donde se presume que señorea el derecho y la justicia por sobre la arbitrariedad.  Lo  contrario a la  “sociedad jurídica”, se supone,  son las llamadas, a veces en forma despectiva,   “sociedades prejuridicas”, englobando en ellas toda civilización anterior  como arbitrarias en injustas.  Ocurre que  la burguesía,  a través del sistema educativo,  ha  tenido un talento notable para metamorfosear las cosas  a punto tal  de hacernos  confundir  jurídico con justo. Dicho de otro modo:  ley con justicia. ¿Podemos recordar aquella máxima del  gran jurista uruguayo Eduardo Cauture  de su decálogo dedicado a los discípulos?  “Defiende la ley  con todas tus fuerzas y tu pasión, pero si la ley  se opone a la justicia, toma partido por la justicia”   
  
Por ejemplo: se puede quizás afirmar que la sociedad capitalista (jurídica) es más  libre que la sociedad feudal,  pero  es discutible  si es más justa.  Y si vamos más atrás en la historia  los criterios de justicia se nos  embrollan aún más.  Y si hacemos un intento de  arqueo   histórico podríamos llegar a la inquietante  sospecha  que, en general, las sociedades prejuridicas fueron mas justas que las jurídicas.  Recordemos que la tradición marxista  reconoce  el  comunismo primitivo  como una sociedad igualitaria, sólo que explicó su  dificultad para sostenerse  en la insuficiencia productiva de aquellos tiempos. Después vino la propiedad privada.  ¿La esclavitud me dice?  Si, si por supuesto, la mayor aberración, pero no tan supuesto que haya sido la peor, espéreme unos párrafos más abajo.
 
Los partidos  de  izquierda saben, creen saber, porque debido al uso exclusivo del método analítico previsible como modo de conocimiento siempre supieron  mucho de lo que  pasó y de lo que iba a pasar,  y poco supieron de lo que estaba pasando; saben, digo, que la condición para  el desarrollo del capitalismo fue el hombre jurídicamente libre.  Saben que esa fue la racionalidad  del capitalismo. Saben que  esa libertad tiene que ver con razones  de funcionalidad  y no con  cuestiones morales o éticas.  Dicha racionalidad precisaba de un hombre juridicamente libre y despojado de peculio, que se viera obligado a vender su único bien: su fuerza de trabajo,  imprescindible para  la creación  del capital. Y quien dice jurídico dice derecho. Por eso, el propio concepto de derechos humanos es una resultante del derecho burgués. . El derecho mismo es  burgués  ¿O acaso se piensa que la  inferida  sociedad comunista  futura, resultante del  desarrollo de las fuerzas productivas,  la lucha política y el devenir de la historia   existiría el derecho?  
 
Pero los partidos de izquierda parecen no saber, porque nunca supieron estar en el presente,  que tal racionalidad  se  está haciendo  pedazos y con ella la juricidad de la burguesía.  En la actual fase el capitalismo, pos industrial y pos fordista,  las clases  sociales ya no pueden definirse por el  lugar que ocupan dentro de la producción.  Se ha  quebrado la racionalidad a punto tal que el desempleo estructural es  también la desposesión  de aquel único bien:  la fuerza de trabajo al perder el carácter de imprescindible. .   El sistema se ha  convertido en expulsivo.  Aquí  retomamos  la esclavitud: en el régimen esclavista, al esclavo por lo menos había que darle de comer, evitar que se enfermara  y facilitar  que se reprodujera. Era  una mercancía  relativamente valiosa, no se  olvide. El proletario actual, más parecido al proletario romano que al industrial de la modernidad, en  su mayoría lo constituye una masa  de desocupados indeseables demasiado numerosa y cara para funcionar como ejército de reserva.  Sencillamente están de más, sobran, tanto ellos como su prole.  Dan “mala imagen” (palabras del “progre” Jefe de Gobierno de la ciudad de Buenos Aires”). Ya ni el fútbol los contiene.  ¿Habrá que pensar en una   “solución final”?   
El capitalismo  industrial ha sido  un sistema injusto pero incluyente y con una relativa seguridad jurídica porque tenía que reproducir la fuerza de trabajo..  El capitalismo pos industrial es más injusto aún  y además  excluyente inseguro y precario.    Sólo da cabida a una parte de la población, y aún esta  en la inseguridad y  precariedad.  Por eso   todo el andamiaje jurídico de la Modernidad se vuelve inadecuado  para  regular el sistema.  Consecuentemente marchamos a una sociedad ajurídica  en donde la inestabilidad será la norma. Los mecanismos son variados porque, como en todas las cosas se  adecuan a cada realidad.  Pero bástenos ejemplificar con  el avance del Poder Ejecutivo sobre el Legislativo y sobre todo el Judicial en nuestro país. No se trata, como creen algunos “progres” de la política, que esto se debe a la corrupción, como si fuera  una especie de tara racial  de nuestros  funcionarios, o porque somos católicos y no hemos gozado la bendición de la “ética protestante”,  sino que la corrupción es el instrumento y no la consecuencia para la conversión del sistema.     
 
Si  en la sociedad actual está en crisis nada menos que sus fundamentos jurídicos  porque estos ya no se adecuan al modo de producción ¿Qué no queda  para su sistema político?  
 
Que la izquierda no se equivoque. Sus propios fundamentos jurídico-políticos  están en crisis  porque  se basan  en la misma lógica que los de la burguesía como  lógica de la Modernidad. Y es esa lógica, entendiendo como tal esa racionalidad, ese modo de pensar, esa visión del mundo, ese modo de ordenar,  se correspondió a la sociedad industrial. ¿Es necesario recordar que categorías  como “clase” o “lucha de clases”  no son creaciones del pensamiento marxista sino que las tomaron de la economía  política, ciencia burguesa, diríamos casi por definición? ¿Que al respecto Marx sólo teorizó que la lucha de clases conduciría  necesariamente a la dictadura del proletariado? ¿Que no fue así, pero por otro lado Marx también  sugiere  que si el proletariado no hace esa revolución  la humanidad puede regresar a la barbarie? ¿Que  los estados socialistas  intentaron ser estados de transición al comunismo  y, en tanto estados,  sus  fundamentos continuaron el derecho…derecho burgués, por supuesto?  ¿Que, sin desconocer los  enormes avances en justicia social, la cruda historia es que esos estados fueron cada vez más de derecho y menos revolucionarios?  Eso significó más burgueses y menos comunistas.  
 
No se trata de olvidar  la tradición de lucha de los partidos de izquierda, que es nuestra tradición.  Los millones de militantes que sacrificaron sus vidas a los largo de todo el siglo veinte en el mundo.  Pero sí de observar que fueron, fuimos,  eficaces y capaces de dar todo cuando tuvieron que luchar contra fuerzas de ocupación extranjeras o dictaduras abiertas, hayan sido estas el fascismo, el falangismo, el nazismo o regímenes militares. Sin embargo demostraron, demostramos,  una  llamativa impotencia a la hora de la lucha política en el terreno de los estados de derecho.  En esa impotencia, fueron coptados por el sistema burgués a punto tal que el carácter revolucionario solo se expresa  en un discurso declamatoriamente antiimperialista  o  apoyando revoluciones, reales y ficticias en otros países  con alarmantes distorsiones como pensar que “el enemigo de mi enemigo es mi amigo”
 
Así  los partidos de izquierda se fueron transformando cada vez más en el   espejo del aparato del estado burgués. La organización  piramidal y la fuerte connotación militar…en la forma (por algo  la izquierda disfruta tanto  con el mal uso de la palabra estrategia curiosamente casi desconocida en Lenin.)   La desconfianza a todo espontaneísmo  como expresiones de una supuesta “pequeña burguesía desesperada” o remanentes  del …precapitalismo !!!  
 
Son estas las cuestiones que   tienen que hacernos reflexionar  para no enredarnos en historias  de héroes y villanos, de traiciones y contratraiciones. Cada grupo o partido acusa al otro de “traición” a la revolución.  La “traición” no es una categoría, es un comodín que  justifica con  boba  simpleza nuestras propias  impotencias.  
 
Entonces, cuando el hartazgo  del pueblo  se expresa en ese “que se vayan todos” argentino o en el “basta ya” mexicano, está poniendo el dedo en la llaga.  Está diciendo “esto no funciona más”. No funciona más  significa que antes funcionaba, la sociedad, el sistema, o como quiera llamarse era injusto pero  estaba vivo    y dentro de ese funcionamiento se luchaba  por la justicia,  se lograban grandes triunfos,  también se sucedían derrotas y  así es la historia.    Está diciendo que se vaya un sistema político muerto que alcanza también a los partidos de izquierda y todas las organizaciones  populares que reproducen  el sistema representativo.    Les está diciendo  filosóficamente  ustedes tienen que dejar de ser para convertirse en el hacer porque la vida, lo real, no es la imagen televisiva sino lo que está pasando aquí, en el barrio, en la ruta cortada en la plaza. .   Está exigiendo una autotransformación que engendre algo nuevo  el que al mismo tiempo no está para nada definido.   Y esa no definición, esa  tan criticada falta de propuesta,  esa carencia de programa, esa ausencia  de estrategia,  es, precísamente el rasgo radical del momento.   .        
 
Desde luego, el Arquitecto  Carlitos Pérez, Secretario General del Partido   Revolucionariamente Auténtico del Pueblo, línea No Claudicar,  Diputado  de la Nación, Presidente de la Comisión de Derechos de la Niñez (todo con mayúsculas)  no es un corrupto, ni un degenerado, ni traidor, ni pequeño burgués, pero tiene que “irse”; salir de “ser”  (arquitecto, secretario general, diputado y presidente) para integrarse  al “hacer” con minúsculas,  como el  compañero, vecino, ciudadano  o amigo Carlitos Pérez.   
 
Nadie le pide a Carlitos Pérez ( en la figura del Partido, pero también en la del dirigente sindical) que abandone sus creencias, sus ideas, su singularidad, si es que la tiene, sus talentos, sus conocimientos, sus deseos, sino que  deje de creer que el cerebro es el que dirige al mundo, que él  desde  el mangrullo del partido supuesta síntesis del colectivo, ve  más allá del horizonte   y  posee el programa salvador;  que deje de declamar  la “nueva forma de hacer política”  manteniendo la misma práctica; que deje de sentirse  “amo liberador”  e, integrado a las asambleas  o las  formas que vayan adoptando las nuevas prácticas políticas, empiece a pensar con todo el cuerpo en esta experimentación.      
 
Por otro lado no  se trata tampoco de un canto épico a la espontaneidad del pueblo,  que también había  creído tocarle  la cola a la gloria, seducido por  el estado de derecho  y  con un viaje de ida al primer mundo,  mientras un pequeño grupo de rebeldes  cada vez más aislados  se tiraban, nos tirábamos,  de los pelos  para que nos bajemos del caballo.  .  No se trata  de negar los procesos  de producción del conocimiento. De lo que se trata es  de que  en la búsqueda de las nuevas formas políticas, por así llamarlas provisoriamente,   una de las mayores dificultades son  las premisas de cada quien. Es en ese sentido la ventaja de la multitud  desorganizada sobre el intelectual orgánico.  Este está, estamos, impregnados de premisas que impiden desarrollar la imaginación.   Desde luego,  el pueblo no está exento de esas premisas, abundan los prejuicios y mucho, pero en el asunto que nos ocupa es como si dijéramos que cuanto más “formado” (educado) más deformado y sobre todo cuanto  más informado más desinformado. Por ejemplo, repetidas veces he escuchado en la reuniones de militantes como si fuera   un  axioma, que no ha habido civilizaciones sin representación.   El otro militante que lo escucha lo da por cierto porque viene de un militante, de un intelectual orgánico.   Cualquier persona del “común”, en cambio, ni sabe, ni no sabe  si eso es cierto o no y en consecuencia estará más abierta a investigarlo.  Por mi parte, he  tirado varias veces en estas mismas páginas la pregunta  a especialistas en ciencias sociales y nadie me ha respondido. Me queda la duda  si  estoy proponiendo un tema que no tiene  relación con la problemática actual o  no nos animamos a descubrir que la tierra gira alrededor del sol.  
 
En resumen, los partidos de izquierda  están preñados de pensamiento burgués, dicho esto no como forma  peyorativa sino como categoría, sus abogados y economistas, más allá de   incuestionables  posturas éticas,  piensan como burgueses porque piensan  sólo con el cerebro y con la lógica jurídica y económica de la modernidad.    Y parece ser que a este  principio del derrumbe de las bases de la civilización moderna  sólo se lo puede enfrentar con la fuerza de lo vital, la fuerza de la vitalidad de la muchedumbre, de el pueblo en su gigantesca autocrítica práctica.  Que se vayan todos  significa para la izquierda  negarse a sí misma (probando dicho sea de paso que  sigue siendo hegeliana)  nadando en la muchedumbre  hasta trocar ese deber ser por el debe hacer.