|
22 de mayo de 2002
La polarización izquierda/derecha: Entre las urnas y la calle
James Petras
Traducido para Rebelión por L.B.
Introducción
Los medios de comunicación, los académicos y los políticos
convencionales han centrado su atención en el aumento del poder electoral
de la derecha y de la extrema derecha. La reciente primera ronda electoral francesa,
en la que el voto combinado de la extrema derecha aglutinó al 20% del
electorado, suele ser mencionada como ilustrativa del giro hacia la extrema
derecha. En el espacio de unos pocos días, sin embargo, más de
medio millón de manifestantes se echaron a las calles de Paris y de otras
ciudades en contra de Le Pen.
Mi tesis es que no hay un giro generalizado hacia la derecha, sino más
bien una agudización de la polarización entre derecha e izquierda,
con aquélla manifestándose en las urnas y ésta en la calle.
Esta polarización es el reflejo de diversas y complejas situaciones y
adopta una gran variedad de formas y expresiones. El mismo concepto de polarización
derecha/izquierda requiere una explicación debido a la confusión
política que envuelve a los conceptos de "izquierda" y "derecha".
Vamos a proceder definiendo los términos de nuestra discusión
para después analizar y describir la polarización y concluir centrándonos
en el análisis de sus implicaciones teóricas y políticas.
Derecha e izquierda hoy.
Académicos, periodistas y publicistas políticos han creado una
gran cantidad de confusión con su negligente catalogación de los
regímenes políticos. Por ejemplo, el líder político
francés Le Pen es clasificado correctamente como de "extrema derecha"
debido a su retórica racista y xenófoba. Sin embargo, la Administración
Bush, implicada en guerras (Afganistán, Colombia), golpes de Estado (Venezuela)
y planes para futuras guerras (Irak), es calificada erróneamente como
"conservadora", en lugar de ser catalogada correctamente como "régimen
de extrema derecha". Igualmente, la Gran Bretaña de Tony Blair y la Francia
de Jospin y la anterior Administración de Clinton son catalogadas como
de "centro izquierda", a pesar de que recortaron drásticamente programas
de bienestar social y promovieron la especulación financiera y las conquistas
militares en los Balcanes y, en el caso de Jospin, privatizaron más empresas
del sector público que ninguno de sus predecesores conservadores. Claramente,
la etiqueta más adecuada es la de "conservador" o "centro-derecha".
En la práctica, muchos de los políticos de centro-derecha no son
"conservadores" en el sentido genérico de que apoyan las disposiciones
constitucionales vigentes: Blair y Clinton rebasaron ampliamente las limitaciones
constitucionales al usurpar poderes de guerra en los Balcanes, mientras que
Jospin privatizó Air France, France Telecom y las industrias de Defensa
sin contar con la autorización del Parlamento. La transición del
"centro-derecha" a la derecha y la extrema derecha tiene sus raíces precisamente
en las repercusiones negativas que sus políticas socio-económicas
tienen sobre sus electorados populares
Hoy en día la fuerza significativa y dinámica de la auténtica
izquierda se encuentra en la calle, halla su expresión en movilizaciones
masivas y no en el proceso electoral. En Italia, 300.000 personas se manifestaron
en contra del capital y dos millones en contra de Berlusconi; en España,
400.000 personas, en su mayoría manifestantes anti-capitalistas, protestaron
en contra de la cumbre de la UE y de la presidencia española de Aznar.
Lo que antes se llamaba "centro-izquierda" se ha desplazado hoy hacia el centro-derecha
o hacia la derecha, y lo que era considerado como derecha se ha convertido en
extrema derecha.
En la actualidad, el centro-izquierda se halla debilitado o es inexistente;
los debates electorales tienen lugar entre el centro-derecha, la derecha y la
extrema derecha. A diferencia de la izquierda, los partidos de la derechas operan
a través de las instituciones del poder y tienen poca capacidad o interés
para promover movilizaciones en la calle, salvo en períodos de campaña
electoral.
Las políticas que definen a todas las variedades de la derecha incluyen
los siguientes elementos: privatización de empresas públicas,
recortes de los servicios del sector público, desregulación de
la economía, debilitamiento de los sindicatos, activación de leyes
que precarizan el empleo y las coberturas sociales y apoyo a las guerras imperiales,
pasadas y futuras. Las diferencias entre los diferentes partidos de derecha
incluyen diversos grados de proteccionismo (Bush y Le Pen estarían a
la cabeza, Blair y Aznar serían más "liberales"), inmigración
(la mayoría de la derecha europea es restrictiva, Le Pen y Haider son
partidarios de la expulsión), Oriente Medio (los EEUU y Le Pen apoyan
a Sharon incondicionalmente, el resto de los europeos son moderadamente críticos).
En Latinoamérica la derecha y la extrema derecha abarcan a casi todos
los regímenes que apoyan las guerras e intervenciones de los EEUU, aceptan
la Zona Latinoamericana de Libre Comercio y siguen las recetas de instituciones
europeo-estadounidenses tales como el FMI. En realidad, se hallan incluidos
en ese rubro todos los regímenes del área excepto Cuba y Venezuela.
En Latinoamérica la izquierda electoral -es decir, el centro-izquierda-o
bien se ha movido hacia el centro-derecha --y hasta más a la derecha
incluso--, o bien es una fuerza minoritaria. La máxima expresión
de la izquierda realmente existente se encuentra en los grandes movimientos
sociopolíticos y en los alzamientos populares de carácter organizado
como los que han derrocado a dos presidentes en Ecuador, a cuatro presidentes
en Argentina y al presidente de Bolivia. La izquierda tiene muchas expresiones,
demandas y formas de acción diferentes. Pero existe un vínculo
común que las une a todas: el hecho de que su acción descansa
en movilizaciones masivas en la calle -acción directa-y su rechazo del
imperialismo americano (Plan Colombia, ALCA, etc), del pago de la deuda externa,
de las políticas de ajuste estructural y de otras prescripciones del
FMI. En la mayoría de los casos, apoya la reforma agraria, la nacionalización
de los bancos, el incremento drástico del papel económico del
Estado a través de inversiones públicas en servicios sociales,
protección y promoción del mercado doméstico, nuevas formas
directas de representación popular y mayor igualdad social vía
legislación tributaria de carácter progresivo, expropiación
de monopolios y confiscación de fortunas ilegales.
Existe todavía una izquierda electoral, particularmente en Europa (Francia
e Italia, principalmente) y en Latinoamérica (Argentina, Brasil, México,
Ecuador), pero no ha tenido un impacto significativo en su papel institucional:
solo cuando los activistas y líderes de la izquierda electoral se convierten
en partes de un movimiento mayor de acción directa consiguen tener algún
impacto.
Resumiendo, las antiguas divisiones electorales entre el centro-izquierda y
la derecha se han convertido al día de hoy en irrelevantes: la mayoría
de los partidos Comunistas y Socialdemócratas han adoptado políticas
de centro-derecha y de derecha, favoreciendo al capital y a las guerras imperiales
y abandonando la legislación social del Estado de Bienestar. Las divisiones
izquierda/derecha, no obstante, son más relevantes que nunca si tomamos
como protagonistas a los crecientes movimientos de masa de izquierda y a las
fuerzas electorales/institucionales de la derecha.
El giro derechista: La marcha a través de las instituciones.
Los éxitos electorales de los partidos políticos de ultraderecha
en Francia (Le Pen), Austria (Haider), Israel (Sharon) están directamente
relacionados con el giro hacia la derecha de las antiguas coaliciones de "centro-izquierda".
Los regímenes putativos de "centro-izquierda" han demostrado estar a
favor de la reducción del gasto público -amenazado así
el sistema de Seguridad Social que ampara a los ancianos--, a favor de la reducción
de las barreras arancelarias en detrimento de los pequeños agricultores,
a favor de aplicar medidas de inmigración selectiva, y han introducido
la "flexibilidad laboral" (abaratando el precio del trabajo y dando facilidades
al despido de trabajadores de mayor edad), incrementando de ese modo la precariedad
laboral, enfatizando medidas policiales en lugar de invertir en empleo para
atajar la violencia juvenil, etc. El resultado del giro derechista es que sectores
significativos del pueblo se sienten engañados y abandonados por los
partidos tradicionales de derecha y de izquierda. Además, el antiguo
"centro-izquierda" ha ampliado e intensificado la privatización de empresas
públicas, convirtiéndose así en la percepción popular
en una coalición de grandes empresarios, indistinguible de la derecha
tradicional.
Del lado de la derecha, la difuminación de diferencias con el centro-izquierda
en cuestiones socioeconómicas tiene el doble efecto de empujar a la derecha
más cerca de la extrema derecha en temas como la represión policial
(ley y orden), inmigración (mayores restricciones) y aumento de connivencias
públicas con las grandes empresas. En este contexto, las proclamas xenófobas
y chauvinistas de la extrema derecha son legitimadas por la derecha, mientras
que sus políticas proteccionistas y liberales atraen a los pequeños
empresarios, agricultores y tenderos amenazados por las políticas liberales
del antiguo centro-izquierda.
De igual importancia en la esfera internacional, las políticas extremadamente
militaristas e imperialistas que surgen de Washington han contribuido a fortalecer
a la extrema derecha. El apoyo de la Administración Bush al líder
ultraderechista israelí Ariel Sharon y la masacre de afganos, palestinos
y, próximamente, de iraquíes, refuerza y legitima la postura "antiárabe",
"antimusulmana" y "antiinmigrante" de la extrema derecha. Igualmente, la adopción
por parte de Washington de la causa del unilateralismo, su postura de "el imperio
americano primero", y su chovinista campaña doméstica alimentada
con retórica antiterrorista, se acomoda perfectamente con la posición
de Le Pen, Haider y el resto de la ultraderecha europea.
Se puede argumentar con fundamento que el mayor elemento de avance e impulso
para la extrema derecha lo constituye la elección y gobierno del equipo
Bush-Rumsfeld-Cheney. El programa de la ultraderecha europea busca imitar a
la Administración estadounidense. No obstante, la ultraderecha europea
tiene un problema de relaciones públicas, puesto que está lastrada
también con el equipaje ideológico de un abierto antisemitismo
y de un racismo declarado públicamente.
Mientras que los medios de comunicación de masas hablan o escriben acerca
de la "conservadora" Administración Bush, en realidad se trata de una
Administración todo menos conservadora en lo que respecta a su esencia
y a su política. La Administración Bush ha denunciado y rechazado
de forma unilateral toda una serie de acuerdos internacionales de carácter
fundamental: el acuerdo de Kioto sobre calentamiento del planeta, el acuerdo
con Rusia sobre misiles antibalísticos, el tratado sobre guerra biológica
y bacteriológica. La Administración Bush se ha opuesto a la creación
de un tribunal internacional con capacidad para juzgar crímenes contra
la humanidad. La Administración Bush ha impuesto tarifas aduaneras y
cuotas para proteger el comercio no competitivo de madera, tejidos, azúcar,
automóviles, acero y numerosas otras industrias, en violación
del acuerdo GATT y de las normas de la Organización Internacional del
Comercio. El régimen de Bush no preserva el status quo económico
-sus políticas representan una ruptura radical y un giro hacia políticas
ultraderechistas.
En el área de las relaciones internacionales, la Administración
Bush ha profundizado y ampliado las políticas de conquista militar iniciadas
por Clinton a través de la implementación de un estrategia de
guerra permanente. La guerra de la Administración Bush contra Afganistán,
sus bases militares en Asia central, Filipinas, América Latina, los Balcanes,
la organización del fallido golpe de Estado militar en Venezuela, marcan
un nuevo y virulento estadio de expansión militar.
Tanto en estilo como en sustancia (en forma de expansión militar unilateral),
los más altos estrategas políticos de los EEUU defienden públicamente
la destrucción de Afganistán, rechazan cualquier influencia europea
y abrazan abiertamente la opción de intervenir en otros países.
Bush llama a Sharon un "hombre de paz" en el mismo momento en que las fuerzas
armadas israelíes masacran, encarcelan, torturan y desplazan a millares
de palestinos.
El historial de la Administración Bush sobre la guerra y los musulmanes
es mucho más ultraderechista que las retóricas de Le Pen y Haider,
y, ciertamente, excede holgadamente las políticas de derechistas europeos
convencionales como Berlusconi y Aznar. Le Pen habla de proteger a las industria
francesa de los efectos de la "globalización", pero Bush ha instituido
una vasta panoplia de barreras comerciales. Le Pen amenaza principalmente a
los inmigrantes árabes, pero Bush ha encarcelado y acosado a cientos
de miles de inmigrantes árabes y ha abastecido de armamento estratégico,
apoyo diplomático y ayuda económica a Israel, que se dedica a
expulsar de su tierra a los palestinos. Le Pen propuso proyectar el poder imperial
francés hacia el mundo, pero la construcción imperial de Bush
sobrepasa hasta lo inimaginable los ensueños de Le Pen. Le Pen propone
aumentar los poderes de la policía y reducir el crimen y las actividades
terroristas. Bush, a través del Acta Patriótica y con un presupuesto
de 27 billones de dólares a su disposición, ha puesto ya en pie
una batería legislativa que autoriza los tribunales militares y otras
medidas policiales que violan la Constitución. Le Pen apoya con palabras
la guerra de Sharon contra los palestinos, pero Bush lo auxilia con armas y
dinero.
El principal área de diferencia se refiere al uso que Le Pen hace de
la retórica antisemita, que es evitada por Bush. Si, tal como suponen
la mayoría de los comentaristas, políticos y gurús mediáticos,
Le Pen representa a la extrema derecha, entonces no cabe ninguna duda de que
la Administración Bush representa a la ultra-ultraderecha. En la práctica,
en cuestiones relativas a la guerra, a la política, al imperio, a los
inmigrantes árabes, a los tratados internacionales --que son los temas
sobre los cuales se arguye la adscripción de Le Pen a la ultraderecha--,
la práctica de Bush es mucho más contundente, directa y tiene
mayores consecuencias. Además, el apoyo electoral a Bush y su ascenso
al poder está muy en la línea -incluso superándola-del
enfoque de Le Pen. Bush recibió sólo el 24% de los votos del electorado
(el 49% del 50% que votó), lo cual representa una minoría del
voto popular, y recurrió a maniobras ilegales en Florida para hacerse
con el poder. Le Pen y la ultraderecha obtuvieron aproximadamente el 18% de
los votos y no recurrieron a métodos ilegales para llegar al poder.
Lo significativo del "ascenso de la extrema derecha" no es el apoyo electoral
mayoritario, sino las políticas que se implementan una vez que llega
al poder. Una vez en el poder, la minoritaria y ultraderechista Administración
Bush se aprovechó de la guerra y de la manipulación masiva de
la psicosis terrorista para definir la agenda política a nivel mundial
y para asegurarse la mayoría en el interior. Igualmente significativo,
regímenes convencionales de derechas como Chirac, Aznar y Berlusconi
y antiguos centro-izquierdistas reconvertidos al conservadurismo como Blair,
Jospin, Schroeder y otros colaboraron con las políticas belicistas y
ultraderechistas de Washington o les presentaron una oposición inefectiva.
Solo cuando las medidas proteccionistas estadounidenses sobre el acero afectaron
a los intereses empresariales europeos y japoneses se decidieron éstos
a responder con amenazas de sanciones. Entre los regímenes conservadores
europeos, solo la Inglaterra de Tony Blair ha seguido la agenda imperial ultraderechista
marcada por Washington, apoyando los planes de Bush para una futura guerra en
el Golfo.
El hecho de que la ultraderecha europea esté adquiriendo prominencia
no se debe solo o principalmente a cuestiones domésticas, sino a que
cuenta con un modelo y un competidor en la Administración Bush. Menciono
el "auge de la ultraderecha" como una suposición y no como un hecho,
ya que los datos electorales comparativos del voto a Le Pen difícilmente
se compadecen con la tesis de un eclosión de la ultraderecha. El voto
de Le Pen en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales del 2002 fue
una réplica del voto que obtuvo siete años antes. El voto combinado
de la izquierda (trotskistas, comunistas, socialistas de izquierda y verdes)
en la primera vuelta fue prácticamente el mismo que el de Le Pen.
Lo significativo del voto a la ultraderecha no es su matriz doméstica,
sino su imitación de la política nacional e internacional de la
Administración Bush. Mientras que el respetable ultraderechista de la
Administración Bush y Blair critica severamente a Le Pen y a la extrema
derecha europea por sus excesos retóricos, omite deliberadamente las
mayores similitudes de perspectiva global que les vincula a ellos. El éxito
de la Administración Bush en obtener apoyo popular para atacar a grupos
musulmanes y su campaña antiterrorista ha cautivado la imaginación
de los políticos europeos ultraderechistas. Igualmente significativo,
las amenazas políticas de Washington, su postura unilateralista y su
proteccionismo comercial amenazan la soberanía y la expansión
europeas. La débil respuesta de la derecha europea (tanto del antiguo
centro izquierda como de los conservadores tradicionales) al matonismo global
de Washington proporciona un terreno fértil para las políticas
de "primero los franceses" de la ultraderecha, que no es sino una réplica
de la política de Washington.
Si el "giro derechista" ha obtenido su máximo avance y expresión
en los EE.UU, un giro similar hacia la derecha ha tomado fuerza en la política
electoral europea. Si descartamos las etiquetas tradicionales de "centro izquierda"
y "centro derecha" propias del pasado, la actual política de los regímenes
europeos en las últimas décadas presenta un cariz, una estrategia
y una práctica indefectiblemente contrarias a los intereses de los trabajadores
y favorable a las grandes empresas. El giro a la derecha, sin embargo, varía
en velocidad y extensión y en las características que presenta
en cada país, especialmente en lo que respecta a la fuerza de los movimientos
de masa y de los sindicatos. Ningún país europeo, ya esté
gobernado por antiguos socialdemócratas, por cristianodemócratas,
por conservadores o por cualquier otro partido tradicional, ha aumentado la
cobertura social de la clase trabajadora. Al contrario, todos los regímenes
han debilitado la legislación que protege el empleo, la seguridad de
los trabajadores y los derechos sindicales; prestaciones sociales, sanitarias
y educativas han sido recortadas en diferentes grados. Con la posible excepción
de Francia (y esta excepción apenas debe nada al régimen) la jornada
laboral no ha sido reducida; de hecho, la multiplicación del empleo precario
y mal retribuido ha dado como resultado el pluriempleo y la jornada laboral
intensiva. Los regímenes europeos han participado y brindado su apoyo
a las guerras lideradas por los EE.UU, al bombardeo e invasión de Irak
y Yugoslavia, con instalación de bases permanentes en Macedonia, Kosovo,
Albania y Afganistán y al control aéreo todo Irak. Los regímenes
europeos han adoptado la agenda "militaro-neoliberal" promovida por sus bancos
y multinacionales y han financiado la expansión hacia Europa del Este,
Rusia, Oriente Medio y América Latina, en muchos casos en competencia
con y/o colaboración con los EE.UU. La convergencia de todos los partidos
políticos europeos mayoritarios en la agenda "militaro-neoliberal" significa
que existe un vacío prácticamente total en la izquierda electoral
--ningún partido representa a las personas perjudicadas por las políticas
neoliberales, por el expansionismo militar y por los subsidios a las grandes
empresas y bancos. El sistema multipartidista europeo se han convertido en el
sistema americano de "un partido y dos facciones". En este contexto de unanimidad
de partidos electorales y de hostilidad y descontento popular, han emergido
dos fuerzas encontradas: la ultraderecha electoral y la izquierda extraparlamentaria
han surgido y han ganado el apoyo de las masas. La ultraderecha ha cosechado
apoyo electoral practicando una "oposición pasiva" a las políticas
de los partidos neoliberales. La base de su apoyo la constituyen personas mayores
temerosas del aumento de criminalidad derivado del declive social y de las políticas
neoliberales que generan el desempleo juvenil (especialmente entre los jóvenes
inmigrantes). También obtienen el apoyo de pequeñas empresas y
agricultores amenazados por la competencia de productos importados y de las
grandes empresas. En este sentido, la ultraderecha combina una política
"proteccionista" con respecto a los productores extranjeros y una "política
liberal" con respecto a los monopolios domésticos. Los ultras también
atraen a veteranos de guerra de conflictos coloniales, tradicionalistas cristianos
e inveterados partidarios de sectas o movimientos de naturaleza fascista o cuasifascista.
El atractivo más potente, sin embargo, lo ejerce el "sentimiento nacional",
la afirmación de la soberanía nacional en contra de la Unión
Europea controlada por las grandes empresas no democráticas, en contra
de la influencia cultural de los EE.UU y a favor de una mayor independencia
cultural norteamericana. La ultraderecha es hostil a los sindicatos, tanto por
razones ideológicas (son dirigidos por "comunistas"), como por razones
económicas (frenan la productividad). Instan a los trabajadores a unirse
para "proteger sus puestos de trabajo contra los extranjeros", en lugar de aunar
fuerzas contra las multinacionales que dictan sus despidos. Finalmente, la ultraderecha
se hace eco del mantra antiterrorista para reforzar su consigna a favor de un
Estado policial fuerte y lo combina con sus políticas antimigratorias
y antiizquierdistas, a fin de atraer a derechistas convencionales. Esta mezcla
de retórica antisistema combinada con un programa liberal favorable al
sistema se superpone a las convencionales apelaciones de la "vieja derecha"
a Dios, la patria y la vieja empresa. La vitriólica retórica de
la extrema derecha agudiza la polarización política, religiosa
y racial existente entre la izquierda y la derecha al tiempo que trata de oscurecer
las crecientes divisiones de clase provocadas por las políticas neoliberales.
La extrema derecha ha avanzado electoralmente y ha elegido el terreno de la
política institucional, pero no ha demostrado tener un poder significativo
en las calles. Sus millones de partidarios son en su mayoría votantes,
por razones demográficas, y porque su política está dirigida
al fortalecimiento del aparato estatal capitalista y al reforzamiento de las
políticas liberales en el plano doméstico, e incluso quizá
al establecimiento de un "liberalismo global" una vez electos. Los ataques van
dirigidos contra los partidos, no contra la policía o el ejército;
contra personalidades y no contra la propiedad privada y relaciones; contra
aspectos concretos de las políticas liberales, no contra el liberalismo
en sí. El enfoque "exclusionista" con respecto a los no-europeos y la
adopción abierta de una política de "mayor represión policial"
(las políticas de "ley y orden" o de tolerancia cero) se ha nutrido de
la legislación restrictiva en materia de inmigración aprobada
por la nueva y vieja derecha en el poder, la campaña antiterrorista orquestada
por Washington y los expeditivos poderes policiales promovidos por el ex-alcalde
de Nueva York, paladín de la "tolerancia cero", Rudolph Giuliani. El
enfoque institucional-electoral de la extrema derecha les ha investido de un
acierta "legitimidad constitucional" -juegan con las mismas reglas que la derecha
neoliberal convencional-e infundido a su convergencia programática en
aspectos básicos una razón para trabajar dentro del sistema. La
"polarización institucional" y la intensa competición interpartidista
acerca de quién representa mejor los intereses capitalistas de Europa
(pequeño capital versus gran capital, productores internacionales versus
productores domésticos) eclipsa la común hostilidad de la extrema
derecha y de las derechas convencionales contra la creciente oposición
extraparlamentaria de izquierda.
El giro izquierdista: La calle es nuestra.
La convergencia de ex-socialdemócratas y ex-comunistas con partidos liberales
y conservadores para apoyar al capital internacional, a las guerras imperiales
y a la legislación antiobrera ha provocado que cientos de miles de obreros,
empleados públicos y particularmente jóvenes se hayan volcado
hacia la "política callejera". Desde Seattle hasta Ottawa, desde Melbourne
hasta Génova y Barcelona, decenas de millares de personas se han organizado
primero en contra de la "globalización" y después en contra del
capitalismo. Las manifestaciones han aglutinado a decenas de millones de personas
y han conducido a la proliferación de un vasto tejido de seguidores,
organizadores y grupos coordinadores internacionales. Movimientos regionales
contrarios al Tratado de Libre Comercio Latinoamericano (ALCA) han crecido en
fuerza y tamaño. La arena electoral ha sido desbordada debido al fuerte
bloqueo institucional (el monopolio de los partidos burgueses sobre los medios
de comunicación, las limitaciones consagradas en los mecanismos electorales)
y porque los cuerpos legislativos electos son impotentes frente a la centralización
del poder en instituciones de carácter ejecutivo, Bancos Centrales y
otras instituciones no refrendadas por sufragio. La corrupción, la cooptación
y la impotencia de las instituciones elegidas por sufragio han obligado a trabajadores,
campesinos, desempleados, disidentes y opositores de izquierdas a adoptar formas
de lucha extraparlamentaria, cosa que a la postre ha resultado ser más
eficaz para plantear las cuestiones y asegurar el cambio.
Las manifestaciones masivas de Seattle, Londres, Génova, Melbourne, Barcelona,
han sido mucho más eficaces para politizar y activar a una nueva generación
de jóvenes que todas las campañas electorales de la "izquierda"
y "centro-izquierda" juntas. Las manifestaciones de las plataformas antiglobalización
y anticapital han sido mucho más efectivas a la hora de llamar la atención
sobre las injusticias del Nuevo Orden Imperial y las organizaciones financieras
internacionales (FMI, Banco Mundial, IDF, etc) que cualquier crítica
realizada en el Congreso. Los debates públicos en los foros internacionales
de masas acerca de cuestiones tales como la deuda externa, la privatización
o el neoliberalismo son mucho más eficaces para generar solidaridad internacional
con los pobres y explotados del Tercer Mundo que el atronador silencio de los
salones del Congreso de los EEUU y que los solitarios críticos de los
Parlamentos europeos. Las movilizaciones extra-parlamentarias en contra del
FMI, de las multinacionales, de la Organización del Libre Comercio (WTO)
les han colocado a la defensiva: cada uno de los lugares en los que celebran
sus reuniones es rodeado por cientos de miles de activistas y tiene que ser
protegido con alambre de espino y por miles de policías auxiliados con
helicópteros y vehículos blindados:
La polarización de clases enfrenta a jóvenes, agricultores, empleados
y profesionales contra las clases dirigentes financieras e industriales. A medida
que los antiguos partidos socialdemócratas y comunistas se desplazan
hacia el centro-derecha y hacen suya la agenda neoliberal de derechas, los movimientos
extraparlamentarios van ocupando el espacio de la Izquierda y se aprestan a
enfrentarse a la ultraderecha y a las políticas neoliberales de la nueva
y vieja derecha.
En Francia los movimientos obreros de masas de los años 1995-96 precipitaron
la derrota del Gobierno de derechas; la misma presión social consiguió
forzar al régimen neoliberal de Jospin a introducir la jornada laboral
de 35 horas semanales antes de que se procediera a pivatizar Air France, las
industrias de Defensa, las telecomunicaciones y antes de "flexibilizar" las
condiciones de trabajo en beneficio de los patrones.
No fueron las tibias e impotentes resoluciones del Parlamento europeo criticando
a la banca internacional lo que forzó a la Organización Mundial
del Comercio a reunirse en una isla remota del Golfo Pérsico. Fue la
amenaza de otra "Génova" más militante y de mayores proporciones.
La polarización entre los regímenes electorales de derechas (incluida
la antigua centro-izquierda y la derecha convencional) y la izquierda extraparlamentaria
se manifiesta en el Tercer Mundo, en Asia y en América Latina. En el
Tercer Mundo, el "giro derechista" de Europa y los EEUU -el ascenso al poder
de la ultraderecha en Washington y la acomodación europea a sus designios-ha
ahondado y radicalizado la polarización izquierda-derecha.
Polarización creciente en América Latina
Hay muchos indicios que demuestran el corrimiento hacia la ultraderecha en América
Latina. En México, el régimen de Fox ha roto con todas las prácticas
anteriores en materia de asuntos exteriores y ha abrazado de forma abierta las
posiciones intervensionistas de los EEUU; propuso un Plan Pueblo-Panamá
que convierte la economía mexicana en una inmensa maquiladora (economía
de plantas de ensamblaje), estuvo a punto de provocar la ruptura de relaciones
diplomáticas con Cuba, y, a través de su ministro de Asuntos Exteriores
Jorge Castaneda, abandonó cualquier apariencia de una política
exterior independiente. En el terreno de la política interior, Fox promueve
la privatización progresiva de la lucrativa industria petrolífera
y la aplicación de una tasa sobre los artículos básicos
de consumo de la población. El régimen de Fox es un claro ejemplo
de la forma y el contenido implícitos en el giro hacia la extrema derecha:
subordinación absoluta al proyecto estadounidense de construcción
imperial unilateral, aceptación sin restricciones del control estadounidense
de todos los recursos estratégicos de la economía y aceptación
incondicional de los acuerdos de "libre comercio" auspiciados por EEUU.
Mientras el régimen de Fox se desplaza progresivamente hacia la derecha,
la oposición popular no ha dejado de crecer. Con motivo de las manifestaciones
multitudinarias del 1 de mayo, a lo largo y ancho de toda la geografía
mexicana sindicatos grandes y pequeños, organizaciones indígenas
y campesinas manifestaron su repudio a la hostilidad de Fox contra Cuba y a
su servilismo con respecto a la Administración Bush. La oposición
parlamentaria integrada por el centro izquierda (PRD) y la derecha (PRI) critica
a Fox y trata de modificar sus políticas. Sin embargo, la derrota de
la agenda de Fox llegará por efecto de la presión de la masa de
mexicanos que se hallan fuera de los salones del Congreso -las manifestaciones
del Primero de Mayo en las calles del país.
Venezuela ha experimentado el grado más alto de polarización socio-política
de su historia reciente. La derecha proimperial, dirigida, financiada y apoyada
por la Administración Bush y respaldada por la totalidad de la burguesía
respaldó un fallido golpe de Estado militar que fracasó por la
acción de las masas pobres del campo y de la ciudad y por algunos sectores
del ejército. Hasta los poderes institucionales estuvieron divididos:
una minoría se alió al golpe auspiciado por los EEUU y la burguesía,
mientras que una mayoría prestó su apoyo a la exitosa restauración
de la democracia liberal protagonizada por las masa populares.
La extrema derecha de Washington halló su correlato en la ultraderecha
venezolana. Esto se hizo evidente durante el golpe fallido de abril del 2002.
Las primeras medidas adoptadas por el cabecilla del golpe, el líder empresarial
Carmona, estaban en absoluta sintonía con la agenda de Washington: embargo
petrolífero a Cuba, rechazo de las cuotas de producción de crudo
acordadas por la OPEP, alineamiento con la política exterior de Bush,
disolución de todas las instituciones elegidas por sufragio (casi todas
ellas con mayoría de votos a favor de Chávez). El acceso al poder
de la ultraderecha en Venezuela adoptó la forma de un régimen
títere de carácter autoritario entregado de pies y manos a los
designios de Washington, dispuesto a efectuar una purga masiva de todas las
instituciones públicas para eliminar de ellas a cualquier representante
del movimiento bolivariano (los partidarios del gobierno del presidente Chávez).
La oposición al golpe de Estado no provino inicialmente de los representantes
electos, del Congreso o de las fuerzas armadas. Vino de cientos de miles de
pobres, organizados o no, que tomaron las calles de Caracas y de otras grandes
ciudades para reinstaurar a Chávez en el poder. Esta demostración
de poder popular animó a grupos de militares "lealistas" a rechazar el
golpe y provocó que los indecisos generales se decantaran a favor del
sector "lealista" de las fuerzas armadas. Algunos militares que habían
respaldado el golpe desde su misma concepción tuvieron que hacer verdaderas
piruetas cuando constataron el fracaso del putsch, sumándose a la demanda
de restauración democrática a fin de estar en mejores condiciones
para imponer sus términos al repuesto presidente Chávez.
A pesar de los relatos de los medios de comunicación citando el papel
relevante jugado por las fuerzas armadas, el verdadero punto de inflexión
del proceso de restauración de Chávez y de la democracia radicó
en los cientos de miles de personas que reocuparon Caracas y amenazaron con
tomar al asalto el palacio presidencial. El grueso de las fuerzas armadas se
vio enfrentado a una doble elección: o bien aliarse con los golpistas
y provocar una sangrienta guerra civil de desenlace incierto, o bien intervenir
para impedir al populacho tomar las riendas del Gobierno y radicalizar el proceso
político. El ejército intervino tanto para frenar la radicalización
popular como para reponer en el poder a Chávez y restaurar la democracia
liberal. La complejidad de la polarización venezolana, en donde Chávez,
representante de una mezcla de política exterior de corte nacionalista
y política interior neoliberal, se enfrenta a una burguesía nacional
y unos líderes sindicales absolutamente subordinados a los intereses
de Washington, se superpone a una real polarización de clases. Una clase
alta que goza de privilegios de gran solera y que practica el racismo, la corrupción
y el pillaje se enfrenta a una masa encolerizada de pobres y a una clase media-baja
en proceso de declive social azotadas por índices de desempleo superiores
el 60% y por una tasa de pobreza que rebasa el 80%.
Propietarios de apartamentos en Miami y especuladores de Wall Street contra
pobres habitantes de los "ranchos" que salpican las colinas que circundan Caracas.
Chávez no ha organizado y satisfecho las demandas básicas de las
masa de pobres que le apoyan. Sin embargo, ha politizado y dado forma política
a su hostilidad en contra de los ricos y poderosos, les ha inculcado un sentimiento
de orgullo racial por su origen africano y ha afirmado la identidad nacional
venezolana a través de una política exterior independiente. Participación
popular e independencia son dos cosas que sacan de sus casillas a Washington
y a las clases dominantes locales y que les animan a preparar el terreno para
el Golpe 2.
El acceso al poder de la ultraderecha en los EEUU significa luz verde para golpistas
de todo pelaje y abierto apoyo público a más represión
para mantener la situación de pillaje extranjero de las economías
nacionales. Colombia es el tercer ejemplo del ascenso de la ultraderecha en
la política electoral. El candidato presidencial Uribe, que figura como
favorito, es el vocero de la consigna de Washington: guerra total contra la
insurgencia popular. Mientras tanto, la Administración Bush se encuentra
preparando un programa de ayuda nuevo, multianual y multimillonario, dirigido
específicamente contra la guerrilla de base campesina. En Colombia el
régimen de Pastrana, que cuenta con el respaldo estadounidense, rompió
las negociaciones que mantenía con los insurgentes y lanzó una
infructuosa ofensiva militar contra la guerrilla que provocó la escalación
del conflicto y el aumento de los asesinatos de civiles no combatientes por
parte de elementos paramilitares.
El Plan Colombia --el paquete de ayuda ofrecido inicialmente por Clinton para
frenar el avance de la insurgencia popular en Colombia-- ha sido ampliado por
la Administración Bush con el Plan Andino, que supone la militarización
del Ecuador y de Perú, la creación de nuevas bases militares en
San Salvador, Manta (Ecuador) y la parte central y norte del Perú, así
como la intervención directa de funcionarios militares estadounidenses,
de Fuerzas Especiales y de mercenarios a sueldo.
La militarización de la política colombiana auspiciada por los
EEUU ha provocado una polarización que alcanza las proporciones de una
guerra civil entre la oligarquía y los militares, por un lado, y la guerrilla
y el campesinado, por otro. La pugna política se dirime en Colombia extramuros
del Congreso. Su forma actual es la de la confrontación directa entre
el Estado Mayor de las fuerzas armadas y la insurgencia popular extraparlamentaria.
La política argentina revela una polarización social y política
extremas entre el "régimen electoral" no electo (el presidente Duhalde
no fue plebiscitado en las urnas) y la vasta mayoría del electorado cuyo
principal slogan es "¡Que se vayan todos!". La revuelta popular del 19-20 de
diciembre del 2001 fue un estallido espontáneo de cólera, una
manifestación de hostilidad y rechazo de la clase política en
general, de los partidos mayoritarios, de los líderes provinciales, municipales
y congresionales y en especial del Presidente, que huyó de la Casa Rosada
en helicóptero para evitar cruzarse con los cientos de miles de ex-miembros
de las clase media y de desempleados que se echaron a la calle para manifestar
su ira.
La polarización social no podía ser peor: los bancos (en su mayoría
de propiedad extranjera), apoyados por el Gobierno, confiscaron todos los ahorros
de la clase media (más de 45 billones de dólares), mientras que
entre 30 y 40 billones de dólares pertenecientes a la élite del
país volaron fuera del país justo antes del congelamiento de las
cuentas bancarias. La clase financiera (que obtiene unos beneficios anuales
de más del 30%) propuso a través del régimen del autoelecto
presidente Duhalde y con el beneplácito del FMI y del Banco Mundial que
el Gobierno emitiera bonos de diez años a un interés del 2% como
pago a los ahorristas cuyos ahorros los bancos afirmaban no estar en condiciones
de restituir dado que los fondos habían sido evacuados a sus oficinas
centrales.
Esta polarización socio-política queda reflejada en la emergencia
de instituciones políticas paralelas: "asambleas populares" vecinales
en las que participan miembros de la clase media depauperada, pensionistas,
empleados públicos, trabajadores, desempleados y otros. Las asambleas
populares reflejan la creciente politización y participación de
la mayoría argentina y se postulan como alternativas a las instituciones
formales que han perdido toda su legitimidad y carácter representativo.
La distancia que separa a la gran mayoría de los argentinos de sus élites
políticas y clases dirigentes se ha ensanchado y ahondado como nunca
lo había hecho en toda la historia de la República. Por un lado,
tenemos a una clase gobernante formada por banqueros extranjeros, financieros
locales y poderosos "grupos económicos" poseedores de un capital superior
a los 150 billones de dólares depositados en cuentas en el extranjero
y que ha confiscado los ahorros de cada uno de los argentinos, y en el otro
lado tenemos a una gran masa de argentinos sin ahorros --el 30% de ellos sin
empleo, el 50% de ellos viviendo por debajo del umbral de pobreza--, a pensionistas
incapaces de subsistir a base de pensiones retrasadas o devaluadas de 50 dólares
mensuales (y descendiendo), y a cientos de miles de empleados públicos
en las provincias (trabajadores de la sanidad, maestros, funcionarios, empleados
municipales, etc) que llevan meses sin cobrar su salario (y cuando lo perciben
se les abona con una moneda "provincial" de curso legal restringido a la provincia).
En este contexto de depauperación masiva y de cinco años de recesión
económica (la industria cayó en un 20% durante el ejercicio 2001-2002),
el FMI, el Banco Mundial y la Administración Bush, respaldadas por la
Unión Europea, exigen mayores recortes presupuestarios, la eliminación
de déficits y monedas provinciales y más despidos como condición
para la concesión de nuevos préstamos. Habida cuenta del grado
de polarización social y dado el aislamiento del régimen, el acatamiento
de las directrices de Washington es imposible sin contar con un régimen
de fuerza, bien sea una dictadura militar en toda regla o bien un régimen
presidencialista dispuesto a hacerse con un poder dictatorial. La Administración
Bush y el FMI reclaman abiertamente un Presidente que tenga la "voluntad" necesaria
para implementar las medidas económicas necesarias para reducir las obligaciones
de la deuda externa y aliviar a los bancos extranjeros de sus obligaciones financieras
con respecto a los ahorristas argentinos. En este contexto en el que la disyuntiva
es entre supervivencia colectiva/nacional o pobreza/desintegración inducida
por la ingerencia imperialista, la mayoría popular se halla dividida
por luchas intestinas entre facciones de izquierda y por la dispersión
de las protestas. La polarización socioeconómica no ha cuajado
aún en un liderazgo unificado y organizado capaz de desafiar al poder
estatal. Y tampoco la derecha favorable a un golpe de Estado cuenta con el más
mínimo apoyo social para ejecutar una intentona.
El desplazamiento hacia la derecha y la ultraderecha de los partidos gobernantes
de EEUU y Europa tuvo un poderoso impacto en América latina. En primer
lugar, el giro derechista en los EEUU y Europa condujo al saqueo de las economías
y provocó una creciente crisis económica. En segundo lugar, ahondó
la polarización socio-económica al concentrar la riqueza y alentar
el fraude bancario que por valor de billones de dólares se ha realizado
a expensas de los ahorristas y contribuyentes. En tercer lugar, la derecha europea
y estadounidense aspira a saquear aún más a poblaciones que se
hallan en estado de cuasi-indigencia y a economías en declive por medio
de nuevas exigencias que impiden la recuperación económica y que
hacen más fácil la transferencia de mayores volúmenes de
riqueza hacia el exterior y hacia las capas superiores. Y, en cuarto lugar,
dado el aislamiento total de los regímenes clientelares y el rechazo
unánime de las nuevas medidas, Washington está optando de forma
abierta por las intervenciones militares y por regímenes autoritarios
y dictatoriales con o sin fachada electoral democrática. Nada refleja
con mayor precisión el ascenso de la ultraderecha en Washington que las
extremas medidas económicas y la polarización social y política
de América Latina.
A lo largo y ancho de América latina la clase política ha fracasado
en la tarea de impedir el colapso de los índices del nivel de vida, la
depauperación de la clase media y el incremento del número de
desempleados y de empleados precarios, colectivos éstos que agrupan al
50-80% de la población trabajadora. Por el contrario, la derecha (los
antiguos partidos de "centro-izquierda") han sido cómplices de este proceso
al aprobar legislaciones regresivas que acarrean recortes drásticos de
los servicios públicos y que satisfacen las obligaciones de la deuda
externa y al privatizar empresa públicas rentables. Los partidos de la
izquierda electoral han sido unos críticos vociferantes pero impotentes,
marginados por el crecimiento de los poderes ejecutivos y por el rol dominante
de los banqueros europeos y estadounidenses y de los funcionarios del FMI, del
Banco Mundial y del IDF. En muchos casos, los partidos de izquierda se han deslizado
a través del espectro político hacia el centro e incluso hacia
la derecha a fin de acomodarse al poder imperial. El resultado es que la polarización
socio-política en América latina tiene lugar entre los movimientos
extraparlamentarios y el imperialismo estadounidense-europeo ligado a las élites
políticas domésticas y a las clases dirigentes.
Brasil es un buen ejemplo. En los años noventa el Partido Social Democrático
brasileño de Cardoso se movió a la derecha, abrazó la política
neoliberal y se alió con la ultraderecha, con el partido de los terratenientes
(PFL) y con la derecha (PMDB), abrazó a Wall Street y recibió
el apoyo de Washington. En las elecciones del 2002, el autotitulado Partido
de los Trabajadores se movió del centro-izquierda a la derecha, hizo
suya la agenda neoliberal, atacó al Movimiento de Trabajadores Sin Tierra,
expresó su apoyo a Washington y se alió con el ultraderechista
Partido Liberal.
Solo los movimientos sociales del tipo del Movimiento de Trabajadores Rurales
Sin Tierra (MTRST) permanece para expresar y defender los intereses y demandas
populares.
La calle, y no la urna electoral, es el camino para la creación de auténticas
formas de representación democrática en contra de las instituciones
políticas oficiales marcadas por la corrupción, la impotencia
y la complicidad. Solo los movimientos de masas han sido capaces de derribar
a presidentes conchabados con las instituciones imperiales en la tarea de empobrecer
a la población y saquear la economía. La lista de presidentes
expulsados del poder por los movimientos de masas es larga y va creciendo con
el tiempo: cuatro presidentes en un solo mes en Argentina, dos presidentes en
Ecuador, uno en Venezuela, Brasil y Bolivia. El poder social de los movimientos
de masas ha permitido el establecimiento en granjas de más de 300.000
familias sin tierra en el Brasil, ha defendido la fuente de ingresos de miles
de cultivadores de coca en Bolivia y Colombia, ha derrotado un golpe de Estado
orquestado por los EEUU y ha restaurado la democracia en Venezuela.
Se aprecia un extraordinario contraste entre el poder, la integridad y la eficacia
de los movimientos sociopolíticos izquierdistas de masas y la impotencia,
el oportunismo y la marginalidad de los partidos electorales de izquierda. El
extremismo derechista de los EEUU y de Europa ha debilitado las opciones electorales
del centro-izquierda, ha minado sus bases de apoyo en los sindicatos y en la
antigua clase media y ha sentado las condiciones para una confrontación
clásica entre la reacción dictatorial y la revolución.
La polarización del Oriente Medio.
El giro hacia la ultraderecha en los EEUU ha alentado y fortalecido a la ultraderecha
en todo el mundo. Existen innumerables ejemplos de ello, desde el apoyo estadounidense
a la invasión y destrucción israelí de los Territorios
Ocupados, a la consolidación de la dictadura militar en Pakistán
del aliado de Washington general Mussharaf, hasta los estrechos lazos con el
régimen indio del BJP, partido hindú extremista, antimusulman
y partidario del libre mercado. En Asia Central, los dirigentes de las antiguas
Repúblicas Soviéticas abren sus puertas a las bases imitares estadounidenses
y se convierten así de hecho en clientes subordinados del imperio estadounidense.
En la India, el régimen del BJP, alineado con la campaña antiterrorista
de Washington, mantiene alianzas con los fascistas hindúes de Gujarat
que organizaron los progroms antimusulmanes y asesinaron y mutilaron a millares
de personas y desplazaron a más de 150.000 personas. En Pakistán,
el General Mussharaf ha autorizado a las Fuerzas Especiales estadounidenses
a intervenir y atacar a comunidades tribales de Pakistán, al tiempo que
se organizaba un referéndum fraudulento para ampliar su mandato (obtuvo
el 98% de los votos, dato del cual se hizo eco la prensa imperial occidental
sin la menor muestra de sonrojo o ironía). En las Filipinas, el régimen
Macapagal-Arroyo ha rebasado todas las barreras constitucionales y ha autorizado
a los EUU a reimplantar bases militares y a emplear directamente a oficiales
estadounidenses de alto rango en la lucha contra los separatistas musulmanes.
El desplazamiento hacia la ultraderecha en Asia Central/Pakistán, India
y Filipinas (mensurable por el creciente índice de recolonización
del territorio, penetración militar e implacable represión de
minorías y disidentes) está directamente relacionado con el ascenso
al poder en los EEUU de la ultraderecha y con su interés mutuo por consolidar
el poder local y ponerlo al servicio de la dominación imperial.
La alianza Bush-Sharon es el mejor ejemplo de la convergencia de la ultraderecha
en el poder. La invasión militar israelí de ciudades palestinas
y la política de tierra quemada que ha dejado a sin hogar a cientos de
miles de personas y que ha causado decenas de miles de muertos, heridos o prisioneros
en campos de concentración, fue apoyada militarmente por Washington y
recibió el apoyo abrumador del Congreso y del Senado norteamericanos.
En el Senado el voto fue de 94-2, y en el Congreso de 352-21. En medio de la
matanza de Jenin el presidente Bush alabó a Sharon calificándole
de "hombre de paz" y denunció a los resistentes palestinos como "terroristas".
Poderosos líderes judíos del Congreso encabezados por el senador
Lieberman establecieron la conexión, relacionando la guerra de Israel
contra el pueblo palestino con la ofensiva militar estadounidense a escala global.
La política ultraderechista israelí de arrasamiento de las instituciones
económicas, sociales y políticas palestinas tiene como objetivo,
tal como declara el escritor israelí Uri Avnery, expulsar a los palestinos
de sus tierras, posición que cuenta con el apoyo público del líder
de la mayoría del Congreso Richard Armey, quien reclamó la expulsión
forzosa de todos los palestinos de los Territorios Ocupados. Esta versión
fascista de la Solución Final procede del tercer político con
más poder de EEUU, el tercero en la línea de sucesión presidencial
después de Bush y el vicepresidente Cheney. El extremismo estadounidense
e israelí ha polarizado completamente a la opinión pública
palestina y árabe a favor de la resistencia armada y ha ejercido una
presión enorme sobre los clientes políticos estadounidenses de
Egipto, Arabia Saudita y sobre Yasir Arafat. Exceptuando a los tres emiratos
árabes del Golfo, el eje Israel-EEUU está completamente aislado
y su proyectada guerra contra Irak suscita un rechazo prácticamente unánime.
La dinámica estadounidense de adhesión a posturas extremistas
en el Oriente Medio está estrechamente relacionada con los poderosos
lobbies judíos de los EEUU. El Comité de Asuntos Públicos
Americano-Israelíes (AIPAC), que emplea a 140 personas, es descrito por
el Financial Times como "uno de los cinco principales grupos de presión
en Washington" (FT, 2 de mayo del 2002, p. 4). Para propagar las políticas
del Gobierno israelí y asegurarse el apoyo político y militar
estadounidense a Israel la AIPAC trabaja en estrecha conexión con los
37 miembros judíos del Congreso estadounidense, con el Comité
Judeo-Americano, con los presidentes de las principales organizaciones judías
y con los influyentes líderes fundamentalistas ultraderechistas cristianos,
especialmente con los líderes del Congreso Thomas Delay y con el líder
de la mayoría en el Senado Richard "Me-alegraría-que-Israel-pillara-toda-Cisjordania"
Armey. Dentro de la Administración Bush, los incondicionales partidarios
ultraderechistas de Sharon incluyen a personalidades tanto judías (Perle
y Wolfwitz en el Pentágono) como no judías (el vicepresidente
Cheney y el secretario de Defensa Rumsfeld).
Esta poderosa constelación de fuerzas ideológicas y étnico/religiosas
ha desbancado a las compañías petrolíferas estadounidenses
aliadas con los productores árabes de crudo a la hora de dibujar las
líneas maestras de la política estadounidense en Oriente Medio.
El resultado es una política pro-israelí extraordinariamente desequilibrada
basada exclusivamente en estrechas consideraciones militares y la transformación
de Israel en un proveedor subrogado de operativos e instructores de contrainsurgencia
que operan según testimonios en Colombia, Venezuela, Perú, Ecuador
y otros países.
La guerra estadounidense-israelí contra los palestinos ha hecho de la
cuestión del anticolonialismo y del antiimperialismo el eje central de
confrontación en el Oriente Medio, marginando a los críticos parlamentarios
de Europa y del Oriente Medio. Sharon y sus protectores estadounidenses han
elevado la apuesta: rendición incondicional a la fuerza militar o resistencia
armada. La ultraderecha ha minado la posición del centro. El apoyo a
Sharon ha aumentado drásticamente en Israel hasta un 75% entre la población
judía; en los EEUU cerca de 100.000 judíos estadounidenses desfilaron
en apoyo de Sharon y el AIPAC y las organizaciones judías aliadas recolectaron
cientos de millones de dólares por medio de la venta de bonos israelíes
de emergencia y aseguraron el apoyo prácticamente unánime del
Congreso americano y de los medios de comunicación de masas a Israel.
Por otro lado, millones de europeos y decenas de millones de árabes y
musulmanes han tomado posiciones a favor de la resistencia palestina. Mientras,
Sharon y sus aliados laboristas proclaman su derecho a masacrar palestinos,
hacen suyo el lema de Bush de que "o estás conmigo o estás contra
mí" y rechazan toda crítica proveniente de las Naciones Unidas,
la Cruz Roja y otras organizaciones. Los EEUU respaldaron el rechazo de Sharon
a autorizar la creación de una comisión investigadora para esclarecer
la masacre de Jenin.
La arrogancia colonial israelí ante la condena de la opinión pública
mundial es emblemática de su confianza en el respaldo de Washington y
en la capacidad de los lobbies y políticos judíos para ejercer
su influencia sobre las dos cámaras del Congreso estadounidense.
Europa y los EEUU: ¿Polarización?
La polarización entre el imperialismo y los movimientos socio-políticos
constituye un factor de importancia creciente en la política europea.
El movimiento antiglobalización se ha radicalizado en los últimos
años, adoptando una posición anticapitalista, antiimperialista
y antiisraelí en el contexto de la ofensiva militar global estadounidense
y de la invasión israelí de la nación palestina. Desde
Londres hasta Praga y desde Génova hasta Barcelona las manifestaciones
han ido creciendo en tamaño y han ido radicalizando sus programas. Los
movimientos sociales y políticos han crecido en proporción directa
al giro derechista de los antiguos partidos socialdemócratas. El Partido
Laborista Británico es el partido de la City de Londres, es el partido
que se opone a la reducción de la jornada laboral de los trabajadores
británicos y al aumento de salarios hasta equipararlos con los del resto
de los países europeos. El socialista Jospin y sus satélites verdes
y comunistas privatizaron más empresas públicas que los partidos
políticos de la derecha convencional. Aznar, el gobernante español,
ha apoyado la agenda militar global ultraderechista de Bush, ha secundado a
Washington en su apoyo al fallido golpe de Estado en Venezuela y está
en primera línea a la hora de apoyar los intentos del FMI por imponer
nuevas medidas draconianas a la clase trabajadora argentina para rescatar a
los banqueros españoles y a los monopolios españoles del petróleo
y las telecomunicaciones. En sintonía con Bush y Blair, Aznar ha recortado
severamente las libertades democráticas por medio de una serie de medidas
antiterroristas que ha conducido a la ilegalización de partidos disidentes
y ha restringido las protestas civiles pacíficas. Durante la marcha contra
la cumbre de la UE de Barcelona (marzo del 2002), Aznar movilizó a más
de 20.000 policías y elementos de las fuerzas armadas con helicópteros
y buques de guerra para intimidar a los protestantes. La estrategia le salió
rana porque más de 400.000 manifestantes llenaron las calles.
En Italia, Alemania y Francia, la política electoral se desplaza hacia
la derecha y los movimientos sociales ocupan un lugar privilegiado como principal
fuerza de oposición. En Francia, durante la primera vuelta de las elecciones
presidenciales, la coalición encabezada por Jospin sufrió un estrepitoso
fracaso, la abstención se disparó hasta cerca del 30% y el ultraderechista
Le Pen se hizo con cerca del 20% de los votos emitidos. En la segunda vuelta,
sin embargo, cerca de un millón de personas se manifestaron en la calle
y se movilizaron en contra de la derecha fascista, consiguiendo que decreciera
el apoyo obtenido por ésta. Desgraciadamente, la izquierda extraparlamentaria
fue incapaz de convencer a los votantes para que rechazaran al vencedor derechista
Chirac.
En Italia, más de dos millones de trabajadores se manifestaron en contra
de la legislación antiobrera de Berlusconi en lo que constituyó
la mayor protesta desde el final de la Segunda guerra Mundial, y consiguieron
bloquear la legislación -algo que el centro-izquierda y la izquierda
electorales habían sido incapaces de conseguir.
Mientras se intensifica la presión del imperialismo estadounidense y
aumenta el descontento popular desde abajo, la clase dirigente europea oscila
entre la crítica a los EEUU y la capitulación y el respaldo a
las políticas de Washington. Los movimientos sociales y políticos
europeos han obligado a los gobiernos europeos a aceptar el protocolo de Kioto,
a criticar la masacre de palestinos perpetrada por Sharon, a apoyar al Tribunal
Internacional de Crímenes contra la Humanidad, el acuerdo internacional
contra la guerra bacteriológica y química, el tratado ABM antimisiles,
y todo ello frente a la oposición unilateral de los EEUU. Por otro lado,
la clase dirigente europea ha secundado la ofensiva militar de Washington, comenzando
por la guerra de Afganistán. La UE apoya la posición del FMI y
de los EEUU sobre Argentina y Europa y ha seguido la política comercial
estadounidense consistente en proteccionismo de cara al mercado interior y liberalismo
de cara al mercado exterior. Esta política ha conducido a una serie de
grandes disputas comerciales causadas por la competencia con el imperialismo
rival para controlar el mercado global. Las tarifas estadounidenses que gravan
el acero producido en Europa y los subsidios concedidos a los productores estadounidenses
han provocado las represalias europeas. La Zona de Libre Comercio propuesta
por los EEUU en América latina es un intento de monopolizar mercados
a expensas de Europa. Las decisiones unilaterales estadounidenses en materia
de medio ambiente están diseñadas para abaratar los costes de
producción de la industria estadounidense y mejorar así su posición
competitiva. Las intervenciones militares estadounidenses y las atrocidades
que llevan aparejadas precisan, para ser posibles, que Washington rechace cualquier
autoridad judicial internacional. La dinámica de la actual carrera estadounidense
por la hegemonía no incluye el compartir riqueza y mercados con su socio
imperial europeo. Parafraseando a Bush, "o estás conmigo o estás
con mi enemigo". El "ultraimperialismo" de la ultraderecha en el poder ha creado
un cierto grado de polarización entre los EEUU y la UE, siendo Washington
más fuerte en el plano militar y Europa más fuerte en el plano
económico.
Hasta ahora, en todas las cuestiones centrales Europa ha capitulado ante Washington
tras expresar dudas, reservaciones e incluso críticas. Con el ascenso
de la derecha en Inglaterra, Italia, España y Francia, la UE seguirá
la política militarista e intervensionista excepto en los casos en que
ello suponga perjuicio para sus intereses estratégicos, por ejemplo una
guerra contra Irak que obstruya el flujo del crudo y mine su economía.
Es poco probable que las disputas comerciales lleguen a dar paso a una guerra
comercial, pues Europa carece de la voluntad para enfrentarse a los EEUU. No
obstante, dado el poder creciente de los movimientos anticapitalistas europeos
y la militancia de los movimientos sindicales franceses, italianos y, en menor
medida, alemanes, la derecha europea no puede sumarse a la agenda estadounidense
sin perjudicar a sus propias multinacionales y sin provocar la oposición
de las masas. La llave del ahondamiento de la polarización existente
entre Europa y los EEUU la tienen en su mano los movimientos extraparlamentarios,
no los cálculos capitalistas de los regímenes derechistas.
Conclusión
La polarización a escala mundial se está produciendo entre la
ultraderecha y la derecha que detenta el poder estatal, por un lado, y la izquierda
que ocupa las calles y los movimientos socio-políticos de masas, por
otro. Esta es la realidad política que define a este comienzo de siglo
XXI. El ascenso al poder de la ultraderecha en Washington con su doctrina de
guerras permanentes y de dominación total ha ahondado la polarización
en América Latina, Asia y Europa. El giro derechista del centro-izquierda
y su asimilación de las posiciones de la derecha ha provocado que sean
los movimientos socio-políticos de izquierda la única alternativa
existente al proceso de construcción imperial emprendido por los EEUU.
El poder de la derecha/ultraderecha reside en su control del poder estatal,
incluyendo a los instrumentos de represión y a las instituciones económicas
básicas. Estas bases de poder proporcionan continuidad de acción
y control sobre los medios de comunicación.
El poder de la izquierda reside en su capacidad para la movilización
de masas y en su ocasional capacidad para derribar a líderes políticos,
paralizar la actividad económica y plantar cara a las cumbres que organizan
los poderes imperiales.
La debilidad de la ultraderecha/derecha reside en su posición estructural
como raíz última del expolio mundial, de la explotación
y la destrucción ecológica, cuyas consecuencias afectan a varios
miles de millones de personas y sólo benefician a una minoría.
La debilidad de la izquierda radica en la falta de continuidad de su acción
y su carencia de una clara estrategia para hacerse con el poder estatal. Poderosos
en la oposición, los movimientos socio-políticos de izquierda
carecen sin embargo de la vocación por acceder al poder estatal y al
mando que caracteriza a la derecha.
A medida que el tiempo pasa va aumentando la intensidad del conflicto implícito
en el proceso de polarización. La ultraderecha de Washington interviene
militarmente en todo el planeta, presionando a sus clientes para que efectúen
recortes draconianos en los programas sociales, e intensifica su acción
militar. Los golpes de Estado militares, la consolidación de la dictadura
militar en Pakistán y el genocidio perpetrado por Sharon en los territorios
palestinos se han convertido en la norma. En la izquierda, los movimientos de
masas copan las calles, la totalidad del pueblo palestino resiste, las guerrillas
colombianas contraatacan, las manifestaciones anticapitalistas en Europa aumentan
en tamaño y extensión. La izquierda electoral es marginada y el
antiguo centro-izquierda se alinea con la derecha.
El punto teórico es que hoy en día la polarización no adopta
la forma de una simple confrontación entre partidos de izquierda y el
Estado. Hoy en día las mayores batallas tienen lugar entre los partidos
de la izquierda extraparlamentaria y los Estados imperiales que operan en alianza
con sus clientes locales. En segundo lugar, la arena política electoral
está siendo desbordada por todos los flancos. La derecha gobierna a golpe
de decretos ejecutivos imperiales y la izquierda responde con manifestaciones
en la calle.
La derecha obtiene su poder gracias al monopolio que ejerce sobre el proceso
electoral y después gobierna al servicio de los intereses de la gran
empresa. La izquierda se moviliza utilizando sus redes internacionales y nacionales,
Internet y dando expresión articulada a quejas compartidas por amplias
capas de la población pero que son ignoradas por los "órganos
electos" nominales.
Nos encontramos en un período de guerras, de creciente poder de gobiernos
derechistas autoritarios, de profundización de la polarización
social y de una acción extraparlamentaria cada vez más eficaz.
Se trata de un período de guerras permanentes, de golpes de Estado y
de construcción imperial sin fin. Estas "circunstancias impuestas" son
los vectores fuerza que impulsan el resurgir de las movilizaciones de masas
a lo largo y ancho de América latina.
El desenlace político de esta polarización no está predeterminado:
dependerá de la intervención política de uno u otro antagonista.
Existen al menos cuatro escenarios posibles:
Escenario nº 1: La polarización y la confrontación se resuelven
con una vuelta a la socialdemocracia. La izquierda extraparlamentaria crece
y amenaza el dominio del capital pero carece de vocación de poder. La
clase dirigente, temerosa de perder poder, riqueza y propiedades, negocia con
el "mal menor" -un centro-izquierda resucitado-- un pacto social que implica
el reparto de la riqueza.
Escenario nº 2: La polarización se resuelve con la victoria de la derecha
y la ultraderecha, que dan paso a un imperio mundial estadounidense basado en
regímenes represivos tercermundistas y en un sistema político
unipartidista al estilo estadounidense en Europa.
Escenario nº 3: Movilizaciones izquierdistas combinadas con conflictos intestinos
de los poderes imperiales, guerras comerciales y crisis económicas culminan
con la toma del poder estatal por parte de la izquierda y con el comienzo de
la socialización de los medios de producción.
Escebario nº 4: Polarización continua, irresuelta y sin desenlace definitivo.
El imperio estadounidense no es sostenible por su coste económico y por
la debilidad de sus regímenes clientelares; los movimientos socio-políticos
plantan cara a los dictadores y a los regímenes clientelares pero son
incapaces de tomar el poder; la UE se agita en un torbellino de luchas de clase
y de conflictos derivados de la inmigración.
A la vista de estos posibles escenarios, ¿qué hacer? ¿Qué se puede
hacer para conseguir que el tercer escenario se convierta en realidad?
La tarea primera y fundamental de la izquierda extraparlamentaria es romper
resueltamente todos los lazos que la unen con la izquierda electoral y concentrarse
en ampliar su base da masas más allá de su base electoral original
y desarrollar una estrategia de poder estatal. Esto exige la ruptura total con
la izquierda sectaria y con ideólogos de la "espontaneidad" que fragmentan
los movimientos y/o transforman a los poderosos movimientos de masas en grupos
de presión.
En segundo lugar, la izquierda extraparlamentaria debe desarrollar continuidad
de acción, tomando parte directa en las luchas cotidianas que se desarrollan
a nivel de barrio y sindicato y en las luchas de los trabajadores rurales. La
movilización de masas con ocasión de eventos internacionales debe
estar subordinada a la construcción de organizaciones continuas orientadas
a la consolidación de movimientos de clase nacionales.
En tercer lugar, los movimientos extraparlamentarios deben asumir el hecho de
que su principal adversario lo constituye el imperialismo estadounidense y europeo
y no una cierta vaga idea de globalización o de imperio. La claridad
ideológica es esencial para la formulación de un programa alternativo.
La posibilidad de un renacimiento de una fuerza electoralista de centro-izquierda
es altamente improbable a causa del giro derechista. Por otro lado, incluso
bajo la presión de las masas es improbable que la clase capitalista vaya
a aceptar regresar al Estado de Bienestar. Casi con toda seguridad adoptará
soluciones ultraderechistas. Incluso suponiendo que se produzca la reaparición
de un centro-izquierda viable, difícilmente será una formación
estable dado el actual grado de polarización de la escena política.
Una victoria definitiva de la derecha/ultraderecha tendría lugar en la
mayoría de los lugares sin una base de masas significativa. Pero incluso
una dictadura militar nacida de un golpe de Estado orquestado por los EEUU tendría
que afrontar el problema de cómo gobernar sin disponer de recursos económicos
(el propio régimen golpista habría sido alumbrado para continuar
pagando la deuda externa, etc) e incluso sin la aquiescencia tácita de
la clase trabajadora.
La izquierda debe movilizarse para impedir que la ultraderecha tome el poder,
absteniéndose de pactar con la derecha bajo ninguna de sus formas. Solo
a través de la independencia política, de la acumulación
desde debajo del poder político y de una vocación de poder estatal
podrá resolverse la actual polarización en una dirección
históricamente progresista.