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13 de febrero 2002
¿Reforma o Revolución?
Una discusión en las condiciones actuales de América Latina
James Petras
Exposición en Forum Social Mundial Porto Alegre 2002
El tema de hoy tiene una larga historia de discusiones. Cuando hoy lo retomamos,
no podemos ignorar la situación en la que estamos los revolucionarios,
que somos minoría en casi todos los contextos de la izquierda, aunque
en algunos casos estemos creciendo creciendo.
En primer lugar, tenemos que comenzar precisando qué es concretamente
el reformismo, ya que los revolucionarios no nos caracterizamos por el rechazo
a las reformas como muchas veces nos imputan los reformistas. No está
allí la diferencia.
Hlando muy esquemáticamente, diríamos que el reformismo es la
corriente política que busca aumentar los ingresos de los trabajadores,
disminuir el grado de las desigualdades sociales, promover políticas
de distribución del ingreso y políticas sociales por la vía
de buscar un mayor peso del estado, y promoviendo estos objetivos dentro del
marco del propio sistema capitalista.
La política revolucionaria en cambio tiene métodos de lucha distintos
al reformismo: acción extraparlamentaria, creación de nuevas formas
de organización popular, de doble poder. Pero no se trata de una diferencia
metodológica que se justifique por sí misma. La razón de
ser de esta metodología es la búsqueda sistemática, por
parte de los revolucionarios, de la posibilidad de transferir a estas organizaciones
populares el control de las relaciones de producción y de las formas
de gestión de la producción social.
Viendo la realidad actual, podemos decir que hay un error muy grande, a veces,
por parte de los revolucionarios, de seguir calificando de reformistas referirse
a corrientes políticas con las que disputan en seno del movimiento popular
y la izquierda. Porque, de hecho, si nos atenemos a la caracterización
anterior, vemos que estas organizaciones llamadas reformistas, o que provienen
del reformismo clásico que conocimos, ya no lo son. Podemos ejemplificar
esto gráficamente citando Milton Friedman, el papá del neoliberalismo,
quién llegó a decir la vez que conoció a Felipe González,
que si él hubiese sabido que los socialistas eran así, se hubiese
hecho socialista.
Pero para actuar sobre esta realidad no alcanza con repetir definiciones sobre
las diferencias entre reformistas y revolucionarios a partir de los textos clásicos,
porque si nos limitamos a tachar de reformistas a quienes no comparten la política
revolucionaria, perdemos la oportunidad de actuar en el escenario político
real.
De lo que se trata, en cambio, es de partir de un análisis de la realidad.
Veremos inmediatamente que las condiciones que existían en los momentos
históricos de auge del reformismo clásico, ya no existen más.
Y eso nos permite explicarnos entonces el por qué del fenómeno
de que ese reformismo clásico ya no funcione. Porque la Historia nos
muestra que el reformismo avanza en determinadas condiciones: cuando hay crecimiento
de la economía capitalista, cuando hay posibilidades de ampliar el mercado
interno, cuando hay una situación internacional favorable, cuando puede
existir un sistema político más abierto. Tal es el caso, por ejemplo,
de la coyuntura de las guerras de los países imperialistas entre ellos.
En esa situación los países del Tercer Mundo encontraban condiciones
favorables para las ventas de sus materias primas, y al mismo tiempo no podían
importar productos industriales del Primer Mundo porque la industria de estos
últimos estaba volcada a la producción militar. Debieron entonces
llevar adelante la sustitución de importaciones, desarrollar su propia
industria para atender el mercado interno. Y eso generó las condiciones
en las que fueron posibles los casos de reformismo en el Tercer Mundo, cuyos
ejemplos veremos.
La revoluciones surgieron en cambio en otras situaciones, a partir de los desastres
producidos por las guerras, de colapso del mercado capitalista, y cuando el
capital imperialista había logrado copar nuevamente los mercados interiores
de los países del Tercer Mundo, cuando las burguesías de estos
países pasan entonces a ser lo que llamamos burguesías compradoras
, simples intermediarias del capital imperialista sin ninguna autonomía
productiva. Pero aclaremos que el colapso del capital por sí mismo no
crea las revoluciones. Capital quebrado no significa el fin del capitalismo,
o la etapa final del capitalismo. No hay una etapa final del capitalismo, el
capitalismo sólo se termina cuando la gente decide tirarlo.
Y si miramos las experiencias políticas de los últimos veinte
años, podemos decir que no hay ni un sólo ejemplo de reformismo
real, salvo alguna excepción parcial.
El peronismo de la década del cuarenta fue un ejemplo de reformismo en
el Tercer Mundo (de tipo populista). Pero el gobierno de Menem desarrolla una
política ultra-neoliberal.
El partido socialista chileno, el partido de Allende, podría ser tomado
como un caso de reformismo en otra época, pero hoy es el partido más
liberal de América Latina. Y en todo el continente vemos casos de movimientos
nacionalistas que se han transformado en liberales.
Como excepción, podemos contar apenas con pequeños episodios de
reformismo, por tiempos muy limitados. Alán García en Perú
tuvo una muy breve política reformista (nacionalización de la
banca), pero muy pronto claudicó. Jospin impulsó primero la reducción
de la jornada laboral a 35 horas, pero de inmediato comenzó la mayor
ola de privatizaciones en Francia, superando aún a la de Chirac. Y debemos
decir que no se trata exclusivamente de Jospin y los socialistas, porque los
verdes y el PCF van a cola, discrepando, es cierto, pero conservan sus ministerios.
Y Chávez en Venezuela es otro de esos casos. Y la tragedia es precisamente
que cuenta con un gran apoyo popular. Más allá de su discurso,
y hablo porque tuve oportunidad de conocerlo personalmente en París y
hablar extensamente con él, se trata de un nacionalista liberal de rasgos
populistas. En tres años no ha realizado ninguna reforma profunda en
Venezuela, no ha invertido ni siquiera en programas sociales de envergadura,
no ha hecho obras para atender a las necesidades de las masas gastando grandes
sumas de dinero en ello como sí lo hicieron los reformistas populistas
de hace décadas. Tiene sí una política externa de confrontación
con el imperialismo, pero al mismo tiempo, impulsa una apertura económica
de Venezuela de corte liberal. Su ley de tierras es más conservadora
incluso que la reforma agraria del 61, pagando las expropiaciones en efectivo
y de inmediato. Pero incluso en ese contexto, su política externa es
ya demasiado para el imperialismo, y ha provocado la ira de EE.UU. Los aspectos
de su política internacional que chocan con el extremismo actual de EE.UU.
son: su rechazo a la agresión a Irak, su rechazo al Plan Colombia, no
permitir los vuelos militares por sobre el territorio venezolano, y, sobre todo,
su rechazo a la cruzada antiterrorista de EE.UU. Por este punto, los funcionarios
del gobierno norteamericano fueron expresamente a Venezuela a advertirle que
le iban a hacer pagar un alto precio. Por eso ahora han alentado una campaña
abierta contra Chávez por parte de la derecha. Chávez no tiene
base orgánica, y no tiene tiempo para crearla. La gente está cansándose
de haber esperado seis años sin resultados. En estas condiciones, si
no radicaliza en forma inmediata su política social interna, no va a
tener posibilidades de sustentar su política exterior independiente,
y no terminará este año.
Esto que estamos diciendo no es un argumento deducido de los textos clásicos,
las limitaciones actuales que hacen imposible estos tipos de reformismo surgen
de la propia realidad.
Lo que ha ocurrido hoy a escala mundial es un viraje del neoliberalismo a un
neomercantilismo. El colapso del neoliberalismo no significa su final, por el
contrario, hoy van a apretar más, significa su combinación dentro
de una nueva política, que llamamos neomercantilismo, y que esta caracterizada
por muros de contención para los sectores no competitivos de los EE.UU.,
que reciben subsidios y créditos, al mismo tiempo que el Estado imperialista
trabaja para abrir los mercados en el sur. Y vemos que se cierran las posibilidades
de exportación a EE.UU. en un sector tras otro, autos, cítricos,
azúcar, en el caso de Brasil. Si aún pueden exportar café
es porque EE.UU. no produce café, de modo todos Uds pueden transformarse
todos en cafetaleros sin molestar a EE.UU. El neoliberalismo ya pasó,
hoy es el neomercantilismo, que se impone por la fuerza de la misma forma que
el mercantilismo clásico que conoció la Historia. Y esta nueva
estrategia imperialista provoca la liquidación de los mercados internos
de los países del Tercer Mundo, y de esta forma, es una sentencia de
muerte para la pequeña y mediana industria y la pequeña y mediana
propiedad que fueron la base material del reformismo de otrora. Hoy se extrae
el excedente a la fuerza.
A su vez, la burguesía en América Latina se ha transnacionalizado.
Gran parte de sus ingresos están depositados en bancos internacionales.
500 mil millones son transferidos por año del Tercer Mundo a los bancos
internacionales.
En estas condiciones, el proyecto reformista de Lula, de las democracias cristianas,
del Polo Social, y de tantos otros ejemplos en el continente, no tiene posibilidades
de ser realizado. Esto lo saben estos líderes políticos, y ya
tienen decidido que los programas que sus organizaciones esgrimen no se van
a poner en práctica, se van a dejar de lado. Si llegan al gobierno, por
el contrario, van a profundizar el proyecto liberal.
Además el neomercantilismo viene sustentado en la guerra. Esto significa
la militarización de América Latina, el llamado pacto antiterrorista
impuesto por EE.UU. y firmado de inmediato por todos los presidentes del continente
menos Castro y Chávez, que significa abrir las puertas de todo tipo de
represión y el Congreso deja las manos libres a la CIA a texto expreso,
algo nunca visto anteriormente.
Con la nueva política belicista, EE.UU. busca matar dos pájaros
con una sola piedra. Al involucrar a sus aliados en ella, los usan para destrozar
la resistencia del Tercer Mundo, y al mismo tiempo crearles problemas a sus
competidores entre las potencias imperialistas. Estados Unidos difícilmente
tenga problemas de abastecimiento de petróleo a causa de la guerra en
Medio Oriente, pero Europa sí puede llegar a tenerlos. Esta política
belicista tiene entonces un gran impacto en América Latina.
Y en este continente se dice desde hace unos años que vivimos una transición,
pero ¿transición a qué? Uno de los grandes errores de la izquierda
latinoamericana es hablar de una transición democrática luego
de las dictaduras militares. Lo que en realidad hubo es una transición
de un autoritarismo militar a un autoritarismo cívico-militar, donde
se conservan todos los resortes del autoritarismo tradicional, donde las decisiones
son tomadas por políticos no elegidos e impuestas por la intimidación
y el chantage. Algunos hablan de democracia, pero no la hay. Claro que hay diferencias,
ahora que estamos reunidos, no nos están golpeando, aunque ayer mismo
invadieron diez hombres armados el local de la CUT en São Paulo. Hay
una tensión permanente entre estas dos tendencias, como un paisaje híbrido
autoritariosmo-democracia.
Pero esto tiene un nuevo giro a partir del 6 y 7 de octubre (creo que hay que
tomar esta fecha y no el 11 de setiembre como fecha clave) como masacre a Afganistan,
Y no guerra, porque no hay realmente una guerra si hubo 20000 muertos afganos
y un soldado norteamericano. Un nuevo viraje que trae una ola de invasiones
generalizadas, aunque en general se trata de una invasión de funcionarios
de cuello blanco del FMI, siempre es una invasión militarizada porque
los marines son el soporte de esos funcionarios.
En esta nueva situación represiva, muchos políticos de izquierda
pensaron que no hay más remedio que acomodarse a la nueva realidad. Es
un error, cuanto más se acomoden, más golpes recibirán.
La política de presión usada en los tiempos del viejo reformismo
debe ahora dejar paso a una política de vocación de poder.
Y para definir esta debemos prestar atención a las nuevas situaciones,
como la de Argentina, en que aparecen nuevas formas de lucha y nuevos protagonistas.
Los desocupados cortan las rutas, y al cortar el proceso de circulación
de las mercancías cortan el circuito de valorización del capital,
en una forma equivalente a las huelgas de los trabajadores que interrumpen la
producción. Ahora, el desocupado es muchas veces un ex-sindicalista que
aporta su experiencia organizativa en las nuevas organizaciones barriales. Aparecen
también otros actores, luchas de los cocacoleros en Bolivia y campesinos
en otros países, los Sem Terra de Brasil, etc. Y en las luchas de los
indígenas en Ecuador, vemos entrar en escena a los explotados de los
explotados.
Ante estas situaciones debemos tratar de comprender la nueva realidad. Lenin
esperaba la revolución en Alemania y no ocurrió, entonces volvió
su mirada a otros lados. Estas otras luchas tenían formas distintas.
Mao fue criticado en su momento por quienes argumentaban que organizar un ejército
de campesinos no es el camino para realizar una revolución socialista.
Se equivocaron, por más que aquella revolución que Mao llevó
al triunfo tuviese sus limitaciones. Fue una auténtica revolución
de inspiración socialista. Lo mismo Cuba donde la izquierda se automarginó
de la lucha hasta último momento. Y por último, el gran líder
Manuel Marulanda en Colombia, despreciado por la izquierda por tratarse de un
campesino que no tiene producción escrita, pero que ha logrado formar
un ejército de veinte mil hombres que controla el 40% del territorio
de Colombia y se mantiene por treinta años, superando en esto al Che,
y lo digo con el mayor de los respetos hacia el Che.
Debemos aprender de todas estas nuevas experiencias. Y si no entendemos
esta realidad, terminamos quedándonos debajo de la cama.