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4 de febrero
de 2002
El movimiento
de desempleados en Argentina
James Petras
Traducido para Rebelión por Juan Antonio Julián
Ya desde la presidencia del general Juan Domingo Perón DE 1946 A 1955,
la provincia argentina de Jujuy, en el noroeste del país, disponía
de empresas estatales e industrias protegidas, como las del tabaco y el azúcar.
Un símbolo de la visión que Perón tenía del país
era la empresa Aceros Zapla, una explotación minera y siderúrgica
de propiedad estatal, situada a una hora de camino al Este de la capital provincial,
San Salvador de Jujuy. La empresa pagaba a sus empleados salarios de clase media.
Pero la vida en Jujuy empezó a deteriorarse a finales de los 80, a medida
que Argentina comenzaba a reducir sus aranceles aduaneros y a privatizar las
empresas del Estado. Jujuy perdió miles de empleos, en beneficio de países
como China e India, en donde los trabajadores tenían unos salarios mucho
menores. El peor golpe lo sufrió en 1992, cuando la acería de
Aceros Zapla redujo su mano de obra radicalmente, de 5 000 a alrededor de 700
personas. El nuevo dueño de la empresa, un consorcio que incluía
a Citicorp, de Nueva York, decidió que podía alcanzar mayores
beneficios dedicándose a una producción de aceros de gama alta
para usos específicos. El Gobierno, mientras tanto, recortaba el sistema
de bienestar de la nación y hacía poco por crear empleo. El índice
oficial de pobreza entre los 600 000 habitantes de Jujuy se elevó de
un 35% en 1991 a 55% en 1999.
Después de recurrir a la militancia sindical, presentar peticiones al
Gobierno y realizar manifestaciones pacíficas ?todo ello sin resultado?
los residentes de Jujuy fueron de los primeros de entre el creciente grupo de
los desempleados argentinos en desarrollar una nueva táctica: el bloqueo
de carreteras. Uno de sus primeros bloqueos cortó el puente internacional
de Horacio Guzmán, enlace principal entre Argentina y Bolivia, la noche
del 7 de mayo de 1997. Durante los siguientes cuatro días, las barricadas
se extendieron a toda la provincia. La primera respuesta del Gobierno fue la
violencia: el 20 de mayo, centenares de trabajadores del azúcar resultaron
heridos por las balas de goma y las granadas lacrimógenas del Ejército.
Pero cuando los manifestantes resistieron, los funcionarios provinciales acordaron
crear más de 12 500 empleos y aumentar la ayuda al desempleo.
El bloqueo de carreteras se extendió rápidamente de Jujuy y otras
provincias septentrionales a los suburbios empobrecidos de ciudades industriales,
como Córdoba, Rosario, Neuquén y Buenos Aires. Los "piqueteros",
nombre con el que se conocen los parados manifestantes, se organizan por barrios
y municipios. Para evitar las manipulaciones, la mayor parte de los grupos mantienen
su autonomía e insisten en que todos los "piqueteros" participen en las
decisiones.
Las principales barricadas se han montado alrededor de La Matanza, un suburbio
al oeste de la capital, donde viven 2 millones de pobres en medio de centenares
de fábricas ociosas de donde en otros tiempos salía todo tipo
de productos, de automóviles a textiles. Los "piqueteros" de La Matanza
forman el núcleo central de una agitación que no muestra ningún
signo de amainar, después de haber acabado con dos Gobiernos argentinos
en diciembre.
Con unas demandas que van desde paquetes de comida a la renacionalización
de industrias, los "piqueteros" son más radicales que los jóvenes
de clase media que asaltaron las sucursales de Citibank y Bank of Boston en
enero, cuando se hizo público que el bloqueo de los ahorros se mantendría
durante meses. Además, sus barricadas son más estratégicas
que las frecuentes huelgas generales argentinas, con las que las federaciones
sindicales dan salida al descontento de la clase obrera sin desafiar el orden
económico de la nación.
Mostrando el poder de los trabajadores "marginales", los parados de Argentina
están zarandeando ese orden económico, considerado una vez la
joya de corona de la élite económica global. Están promoviendo
tácticas contra las políticas de mercado libre que pueden emular
los pobres de todo el mundo. Están mostrando que el cambio fundamental
no viene de los políticos y burócratas, sino de la democracia
de base y de la acción directa.
LA PRIMERA PRESIDENCIA de PERÓN fue seguida por tres décadas de
dictadura militar, con solo breves interrupciones de gobierno civil, incluida
la vuelta de Perón en los años 70. Después del último
régimen militar, los gobiernos de los presidentes Raúl Alfonsín
(1983-1989), Carlos Menem (1989-1999) y Fernando de la Rúa (1999-2001)
fueron fieles a la línea marcada por los organismos de crédito
multilaterales dominados por el Departamento del Tesoro de EE UU. La "liberalización"
del comercio y las privatizaciones que devastaron Jujuy y La Matanza crearon
ciudades fantasma en todo el país, y los drásticos cortes en los
gastos sociales perjudicaron a todos aquellos que no podían permitirse
una enseñanza y una atención sanitaria privadas.
Para empeorar las cosas, el Gobierno adoptó políticas monetarias
que llevaron a una especulación desenfrenada y a la fuga masiva de capitales.
Una recesión que venía gestándose desde 1997, se convirtió
en el año pasado en una auténtica depresión, creando la
mayor concentración mundial de trabajadores industriales parados. La
tasa de desempleo oficial del país alcanzó el 18,3%, una cifra
que los economistas independientes consideran que está muy por debajo
de la real. En algunas ciudades, cuatro de cada cinco trabajadores carecen de
trabajo decente. El índice oficial de la pobreza de la nación
ha alcanzado una cifra record de 44%, el doble que en 1991. En un país
de entre los mayores productores de ganado y cereales del mundo, la mayor parte
de los argentinos no pueden permitirse comer carne o pasta: los trenes transportan
esos productos a los puertos para exportarlos a Europa.
Algunos "piqueteros" han pasado toda su vida en la economía sumergida,
como vendedores callejeros, trabajadores eventuales, trabajadores domésticos,
etc. Pero muchos otros tuvieron hasta hace poco con salarios decentes en la
industria ?metalúrgica, de la energía , de la confección,
etc.? y muchos de ellos tienen experiencia sindical. Una mayoría de "piqueteros"
son en realidad "piqueteras", mujeres cuyos maridos están desalentados
como resultado del paro de larga duración.
Los sindicatos argentinos, como sus homólogos norteamericanos, culpan
de su creciente pérdida de protagonismo a la desaparición de empleos
industriales. La más antigua de las tres federaciones sindicales principales
del país ?la Confederación General de Trabajadores (CGT), liderada
por Rodolfo Daer? colaboró con la última dictadura y se ha aliado
desde entonces con cada uno de los gobiernos en el poder. Una federación
disidente toma su nombre de su líder, Hugo Moyano: la CGT-Moyano organiza
huelgas generales y utiliza una retórica populista, pero sólo
presiona al Gobierno en asuntos de escasa importancia, y negocia a espaldas
de los trabajadores.
La tercera federación, la Central de Trabajadores Argentinos (CTA), es
más progresista. Liderada por la Asociación de Trabajadores del
Estado (ATE), un sindicato de funcionarios, la CTA se ha comprometido con los
parados y plantea cuestiones estructurales, pero tiende a iniciar acciones militantes
para luego retroceder y entrar en negociaciones a puerta cerrada. Durante las
protestas de los días 19 y 20 de diciembre, que acabaron con el gobierno
de de la Rúa, los militantes sindicales aseguran que su principal dirigente,
Víctor de Gennaro, estaba ausente.
Las tres federaciones tienen una trayectoria basada en lealtades personales
hacia sus burócratas de más alto rango, muchos de los cuales cobran
sueldos comparables a los de los altos funcionarios argentinos. Las tres se
concentran en sus miembros cotizantes, no en la clase obrera en su conjunto;
todas mantienen lazos estrechos con los dos partidos principales: el Partido
Justicialista de Menem (peronistas) y la Unión Cívica Radical
(UCR) de Alfonsín y de la Rúa. Estos intereses explican porqué
las huelgas generales, más comunes en Argentina que en cualquier otro
país, siguen siendo asuntos de un solo día, sin ocupación
de empresas o cualquier otra movilización estratégica. Los funcionarios
corporativos y del Gobierno han aprendido a no moverse hasta tanto todo vuelve
a la normalidad, a la mañana siguiente.
Estos intereses explican porqué los escasos sindicatos que intentan organizar
a los parados tienden a la indiferencia. Ningún jefazo sindical está
dispuesto a chapotear en el barro de una "villa miseria"; ninguno está
dispuesto a asistir a reuniones improvisadas en lugares inhóspitos, en
el viento helado o el calor bochornoso, entre niños que lloran, mujeres
que exigen alimentos para sus familias y jóvenes a los que las conferencias
económicas aburren. Ninguno está dispuesto a colocarse con un
tirachinas detrás de una barricada de neumáticos ardiendo, bloqueando
carreteras y enfrentándose a disparos de munición real. Los jefes
sindicales prefieren una cita de media horita en el Ministerio de Trabajo, un
comité tripartito de apoyo a las empresas y los programas de austeridad,
que amortiguan la situación garantizan la "gobernabilidad".
La organización militante a partir de los barrios está en auge
en toda América Latina. En la República Dominicana, los pobres
urbanos luchan por seguir teniendo electricidad; en Venezuela, están
impulsando la agenda populista de Presidente Hugo Chávez; en Bolivia,
están trabajando con los sindicatos contra la privatización del
agua potable, etc. Esa organización de barrio se entrelaza con los fuertes
movimientos rurales de Bolivia, Brasil, Colombia, Ecuador, México y Paraguay.
En muchos países, la táctica más efectiva es la barricada.
El tráfico se acumula, los camiones no pueden moverse, las fábricas
no pueden obtener suministros, y las grandes explotaciones agrícolas
no pueden mover su grano. Una barricada bloquea tanto los insumos como los productos
acabados. Como una huelga debilitante, impide a la élite la acumulación
de beneficios, ralentiza el cambio de divisas, recorta los ingresos por impuestos
que permiten que el Gobierno pague su deuda.
Con esta potente táctica, los "piqueteros" argentinos han impulsado una
agenda amplia. En una barricada típica, se exige la liberación
de militantes encarcelados y la retirada de la policía, se piden paquetes
de comida, empleos con subsidios estatales, salarios decentes, subsidios de
desempleo, financiación de siembras, e inversiones públicas en
agua, electricidad, calles pavimentadas e instalaciones sanitarias.
Los parados argentinos practican una democracia desde la base. Todas las decisiones,
desde formular demandas a erigir una barricada, se toman colectivamente en asambleas
abiertas a nivel de barrio o a nivel municipal. Una vez que se elige una carretera,
la asamblea organiza el apoyo en la vecindad de la carretera. Centenares e incluso
miles de gente participan: montan tiendas y organizan ollas populares. La amenaza
de intervención de la policía atrae a una muchedumbre incluso
más amplia.
El Gobierno, por miedo a que se desencadene una batalla, generalmente decide
negociar. Los trabajadores desempleados exigen que las negociaciones se desarrollen
en el lugar de la barricada, de modo que todos los "piqueteros" puedan participar.
Si el Gobierno se aviene a proporcionar empleo, los parados distribuyen los
puestos de trabajo de acuerdo con la necesidad familiar y la participación
en el bloqueo. Los "piqueteros" han aprendido por experiencia que el envío
de representantes para negociar a una oficina del Estado en el centro de la
ciudad da como resultado que las personas asistentes a la negociación,
sus parientes y amigos, obtienen trabajo, pero no necesariamente los demás.
Las movilizaciones de "piqueteros" en algunas zonas han quitado el poder de
las manos de los funcionarios locales, creando zonas cuasi liberadas. En una
ciudad del noroeste, General Mosconi, los trabajadores parados han elaborado
una "economía paralela" de más de 300 proyectos, que incluye una
panadería, huertos biológicos, plantas de depuración del
agua y centros de atención médica primaria. Una parte de los proyectos
están ya en funcionamiento, con pleno éxito.
La primavera pasada, cuando las fuerzas de seguridad del Estado comenzaron a
responder con más violencia, el movimiento de desempleados se radicalizó.
En los meses que siguieron al 17 de junio, día en que un ataque de las
fuerzas de seguridad mató a dos manifestantes e hirió a alrededor
de 40, en una barricada cerca de General Mosconi, muchos "piqueteros" ingresaron
en los sindicatos más militantes y coordinaron a decenas de miles de
argentinos en protestas a nivel nacional, bloqueando más de 300 carreteras
y paralizando la economía. En septiembre, los "piqueteros" organizaron
bloqueos masivos de carretera en la capital y colaboraron con los sindicatos
militantes en el cierre de las empresas públicas y privadas más
importantes. Las acciones contaron con la significativa participación
de las clases medias: tenderos, pensionistas, trabajadores de la sanidad, maestros
y activistas de los derechos humanos, especialmente las Madres de la Plaza de
Mayo.
Cuando el Gobierno congeló las cuentas de ahorros, el 3 de diciembre,
en una virtual confiscación de miles de millones de dólares de
las clases medias argentinas, el número de manifestantes aumentó
masivamente. En las dos semanas siguientes se realizaron manifestaciones masivas
y se organizó el saqueo de supermercados, seguido por días de
saqueo desorganizado y de choques mortales con las fuerzas de seguridad. En
una intervención televisada, el 19 de diciembre, de la Rúa anunció
un estado de sitio durante 30 días, que decenas de miles de residentes
de Buenos Aires desafiaron, saliendo a las calles apenas unos minutos después
de su discurso. Muchos de ellos llevaron la cacerolada a las puertas de la residencia
del ministro de economía, Domingo Cavallo, obligándolo a dimitir
esa misma noche. Otros manifestantes sufrieron ataques de la policía,
que produjeron muertos y que obligaron a de la Rúa a dimitir al día
siguiente. La agitación dio paso a una rueda de presidentes, hasta que
el Congreso nombró presidente, el 1 de enero, al peronista Eduardo Duhalde.
LAS DEMANDAS DE LOS "PIQUETEROS" que hace apenas dos meses se consideraban exigencias
izquierdistas ?desde obras públicas masivas a la denuncia de una deuda
de 140 000 millones de dólares? se han convertido en gritos de batalla
de la clase media argentina.
Una lista de tales demandas surgió en septiembre de dos reuniones nacionales,
una en La Matanza, un suburbio de Buenos Aires, y la otra en la ciudad de La
Plata, a una hora al sudeste de la capital. Convocadas por los comités
de parados, las reuniones contaron con más de 2 000 representantes de
los "piqueteros", sindicatos militantes, grupos de derechos humanos, partidos
de izquierda, grupos de estudiantes, colectivos de artistas, etc.
A medida que se profundiza la depresión en Argentina y que el Gobierno
responde a las protestas con una represión más dura, no hay aún
ningún liderazgo reconocido que transforme el movimiento de los barrios
en un gobierno de los trabajadores. Al darse cuenta de que la resistencia del
movimiento proviene de la autonomía local, algunos de los grupos más
exitosos de "piqueteros" se oponen a una organización a escala nacional.
General Mosconi, por ejemplo, no envió delegados a las reuniones de La
Matanza y La Plata.
Los partidos de izquierda y de centro-izquierda, por su parte, se han limitado
a la venta de sus publicaciones y a elegir sus representantes a un Parlamento
impotente. Mientras que algunos "piqueteros" han aceptado puestos en partidos
izquierdistas, incluida una nueva formación llamada Polo Social, la mayoría
del movimiento de parados evita la política electoral, temiendo que los
partidos sometan a los "piqueteros" a una agenda reformista.
Un miedo similar surge de las relaciones tácticas con los sindicatos.
Algunos "piqueteros", influenciados por la ATE, el sindicato de los funcionarios,
han permitido el paso por carreteras alternativas, en una clara concesión
dirigida a "ganarse" a los que deben desplazarse cada día al trabajo
y al Ministerio de Trabajo.
Desde la derecha, entretanto, algunos peronistas oportunistas dan respaldo a
las demandas de los "piqueteros" y ofrecen negociar los puestos de trabajo con
el Gobierno. Su objetivo es atraer a parte de los parados para reconstruir el
partido. Los "piqueteros" han resistido hasta ahora estos acercamientos, pero
si la represión se intensifica y las necesidades básicas siguen
sin cubrirse, tendrán que elegir entre radicalizarse más o cooperar
con los jefes políticos.
Duhalde conoce este juego. Su mandato de ocho años (1991-1999) como gobernador
de la provincia Buenos Aires, debió mucho a un aparato patrocinador que
distribuyó cestas de comida y empleos. Y cuando los favores no funcionaron,
envió a sus escuadras fascistas. Incluso durante la ceremonia de toma
de posesión de Duhalde, estos escuadristas hicieron su aparición
y apalearon a los manifestantes que protestaban. La policía dio su apoyo
a los ultras.
El Gobierno de EE.UU. convenció rápidamente a Duhalde para que
negociase nuevos préstamos, condicionados a un presupuesto austero, lo
que solamente añadirá leña al fuego del levantamiento y
conducirá a un régimen más represivo o a la revolución
popular. Con el apoyo tácito de EE UU, como mínimo, la dictadura
argentina de 1976-1983 enterró el movimiento izquierdista, asesinando
a 30 000 personas.
Pero los "piqueteros" no ceden. En Jujuy, los trabajadores parados bloquearon
las carreteras el 15 de enero bajo una bandera en que se leía "Movimiento
de lucha de clases". Al día siguiente, a medida que las protestas se
extendían de nuevo a todo el país, miles de personas en la capital
lanzaban el slogan: "Queremos 100 000 puestos de trabajo, ya".