Documentos de James Petras
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¿De quién es la violencia
en Palestina?
Por
James Petras
Los
medios de comunicación y los sectores políticos pro
israelíes no dejan de hablar y de escribir machaconamente acerca
de la violencia en Gaza o en Cisjordania. Ariel Sharon, el recientemente
elegido primer ministro de Israel, proclama que no negociará
con Arafat hasta que los palestinos renuncien a la violencia. La prensa
respetable de Estados Unidos, The New York Times y Washington Post,
se hacen eco de los argumentos de Sharon, como era de esperar.
Lo que los medios de comunicación de Israel y de Estados Unidos
cuentan de la violencia palestina guarda resabios de las prácticas
de esos regímenes totalitarios y autoritarios que acusan a
sus víctimas de los crímenes que cometen contra ellas.
En esta lucha unilateral entre David y Goliat, las pedradas de unos
honderos adolescentes se miden con carros blindados, fusiles automáticos
y helicópteros de combate. Los resultados de este desigual
enfrentamiento ponen de manifiesto las mentiras de la propaganda mediática
de israelíes y norteamericanos sobre la violencia de los palestinos.
Desde que empezó la Intifada el 28 de septiembre del año
pasado, los palestinos han sido mayoría entre los muertos habidos
en enfrentamientos. Casi un tercio son niños, casi la mitad
no habían tenido participación en los enfrentamientos
y cerca del 90% eran civiles. Ni uno solo de estos asesinatos a cargo
de las fuerzas armadas israelíes o de colonos paramilitares
ha sido objeto de investigación, lo que ha otorgado a los asesinos
una inmunidad absoluta. La afirmación de los israelíes
en el sentido de que fueron atacados en controles tumultuarios se
ve desmentida por el hecho de que cerca de las tres cuartas partes
de los palestinos heridos de bala presentaban impactos en la parte
superior del torso (pecho, estómago, cabeza).
Los asesinatos y las mutilaciones a manos de militares y colonos israelíes
se pueden comparar con la violencia de las fuerzas militares y paramilitares
colombianas. La violencia en los territorios ocupados es manifiesta
y abrumadoramente una violencia agresiva de los israelíes contra
los palestinos: tiene por escenario ciudades y poblaciones de los
palestinos y las víctimas son palestinas.
Según los medios de comunicación estadounidenses y los
propagandistas israelíes, la violencia de los judíos
está guiada exclusivamente por razones de seguridad nacional.
Los datos históricos, sin embargo, revelan algo diferente.
Las fuerzas israelíes han asesinado a 89 trabajadores médicos,
han acribillado a tiros, como mínimo, seis hospitales palestinos
y han disparado contra 40 periodistas. Estos ataques contra objetivos
civiles en misiones humanitarias violan las leyes y acuerdos internacionales,
pero el pueblo elegido nunca se ha sentido constreñido dentro
de los límites de unas leyes que, a fin de cuentas, no dejan
de ser terrenales.
Los ataques a los periodistas no son por casualidad: no se ha disparado
ni un solo tiro a ninguno de los periodistas que escriben opiniones
apologéticas en favor del Estado de Israel, sino que tan sólo
se ha abierto fuego contra los periodistas que son neutrales o que
han facilitado amplios reportajes y fotografías sobre las víctimas
palestinas.
El punto clave de esta confusión que tienen los israelíes
entre los que es un objetivo militar y lo que es un objetivo civil
es que no se trata de una acción policial; se trata de una
guerra abierta en la que todos los palestinos son objetivos reales
o potenciales.
La verdad de este conflicto es que los palestinos están librando
una guerra de supervivencia con el objeto de evitar que los echen
al mar. La lógica de la política israelí, incluso
bajo el ex primer ministro Barak o especialmente bajo él, era
la construcción de nuevos asentamientos judíos, el desplazamiento
de todavía más palestinos y el socavamiento de su economía
por el procedimiento de destruir sus medios de producción y
de intercambio de mercancías. La solución final de Sharon
consiste en que la población árabe abandone por completo
los territorios ocupados.
¿Una conclusión exagerada? Los antecedentes históricos
nos dicen lo contrario. A lo largo de los dos años de negociaciones
de paz de Barak, se construyeron más asentamientos judío
israelíes que en cualquier otro periodo anterior de dos años.
Los datos desmienten la retórica de Barak, la de tierra por
paz, en las ruedas de prensa. En segundo lugar, los israelíes
cerraron de forma premeditada todas las carreteras, aeropuertos y
puertos, lo que obligó a los productores palestinos a buscar
mercados dentro de los territorios ocupados y en el mundo exterior,
lo que ha acabado con el comercio, el empleo y la producción
(el PIB ha caído un 15%).
El desempleo ha aumentado hasta cerca del 50% y muchas empresas han
tenido que echar el cierre. Cerca de 3.000 edificios han resultado
dañados o destruidos y más de 25.000 olivos y otros
árboles frutales han quedado arrasados. Miles de hectáreas
de tierras han sido ocupadas al haber aplicado los israelíes
la práctica de la denominada responsabilidad colectiva, que,
irónicamente, fue puesta en marcha por primera vez por la Gestapo
en represalia contra la Resistencia durante la II Guerra Mundial.
La ocupación armada de los israelíes ha llevado al cierre
de escuelas, ha desarraigado a 20.000 estudiantes, ha convertido escuelas
árabes en acuartelamientos militares, ha bombardeado o causado
daños en decenas de centros educativos y ha acabado con la
vida de medio centenar de estudiantes que regresaban desde la escuela
a su casa.
La política de tierra quemada de los israelíes, el estrangulamiento
de la economía y de los servicios sanitarios y educativos,
la ocupación de tierras y el uso indiscriminado del terror
de Estado tienen un objetivo político: se trata de no dejar
ni un sólo momento de acorralar y de aislar a los palestinos
en islas de pobreza y desolación sin los recursos necesarios
y, por último, forzar su éxodo total.
La elección de Sharon es representativa de esta política.
Su simbólica invasión, el 28 de septiembre del año
2000, de un lugar religioso islámico constituyó toda
una declaración de principios, una manera de decir a los palestinos
que no hay nada sagrado, que no hay un sólo lugar que sea de
los palestinos y que los judíos israelíes pueden entrar
por las bravas donde les apetezca con total impunidad. Ese es el mensaje
que Sharon, con el respaldo de Barak y la clase dirigente israelí,
dirigió a los palestinos, y así es como lo entendió
el mundo árabe. Barak habría preferido el doble lenguaje,
hablar de paz y ocupar tierras, en lugar de la abierta y provocadora
ostentación de poder e impunidad que hizo Sharon.
La elección de Sharon no fue consecuencia de una falta de seguridad
de los israelíes; es la búsqueda de un hombre fuerte
que sea capaz de echar mano de toda la firmeza que haga falta para
profundizar y ampliar la política de Barak de expansión
de los judíos en tierras árabes. Tal y como Sharon se
ha hartado de proclamar, «lo único que entienden los palestinos
es la fuerza».
Sharon y todos los políticos israelíes han ignorado
todas las resoluciones y acuerdos internacionales, todas las condenas
de las Naciones Unidas y todas las críticas de la Unión
Europea, porque cuentan con el respaldo económico y militar
de Washington.
Eso quedó puesto de manifiesto hasta la saciedad bajo el presidente
Clinton, que era conocido entre los diplomáticos occidentales
como el presidente de Tel Aviv. Nunca ha estado ningún presidente
norteamericano tan estrechamente ligado al estado de Israel, tan influido
por los políticos israelíes y por el poder financiero
judío americano. Su Gobierno contaba con mayoría judía
(Defensa, Asesoría de Seguridad Nacional, Política Exterior,
Agricultura, el banco central); el principal receptor de ayuda exterior
fue Israel y él mismo tuvo una intervención decisiva
en el indulto de uno de los más conocidos estafadores financieros
judíos y fugitivos de la Justicia de la historia de los Estados
Unidos (Marc Rich), en respuesta a «las recomendaciones» de los más
destacados dirigentes israelíes (Barak, entre ellos), lo cual
hizo que montara en cólera todo el espectro político
de Estados Unidos.
El apoyo de los israelíes a Marc Rich se basaba en sus donativos
de 200 millones de dólares a organizaciones benéficas
israelíes, dinero que ese hombre había estafado a los
ciudadanos norteamericanos.
El nuevo presidente Bush no tiene los mismos lazos políticos
y no está influido por los grupos israelíes de presión.
Su Gobierno se compone fundamentalmente de capitalistas de los sectores
extractivos (minería, petróleo) del Oeste. No están
presentes Wall Street y los capitalistas financieros. Su vicepresidente,
Cheney, mantiene buenas relaciones con los conservadores gobernantes
árabes de Oriente Medio.
No va resultar tan probable que los grupos israelíes de presión
tengan al régimen de Bush en el bolsillo. Es posible que Bush
no acabe siendo tan fanáticamente pro israelí como Clinton.
Todo va a depender de si los intereses económicos de Estados
Unidos en Oriente Medio se ven amenazados por la belicosa actitud
de Sharon, pues a Bush y Powell les trae sin cuidado la violencia
de los israelíes contra los palestinos. Lo que les preocupa
es de qué forma va a afectar el terrorismo de Estado de Sharon
a los intereses petroleros en Oriente Medio y a las alianzas estratégicas
con los estados árabes del Golfo Pérsico. El tiempo
lo dirá.