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Documentos de James Petras

2 de abril de 2003

Ayuda humanitaria y medios de comunicación
Guerra total: Resistencia

James Petras
Rebelión

A medida que se prolonga la guerra contra Irak, que crece la resistencia iraquí civil y militar, que los ataques de la guerrilla y las milicias se hacen más audaces, y que las bajas británico-estadounidenses aumentan y las líneas de suministro pierden consistencia, el mando civil y militar estadounidense desarrolla su escalada bélica. De una ofensiva rápida basada en las fuerzas terrestres, ideada por Donald Rumsfeld, se pasa a la campaña de bombardeos aéreos sostenidos desarrollada durante la primera guerra del Golfo y conocida como "doctrina Powell". El bombardeo terrorista de blancos civiles se ha hecho rutinario y sus objetivos son las grandes concentraciones de civiles, especialmente a la luz del día, y los populosos mercados. Se ordena al ejército realizar misiones de "búsqueda y destrucción" (search and destroy), de infame recuerdo en Vietnam, centradas en la localización y destrucción de hogares, escuelas, hospitales y de cualquier habitante de zonas en las que se sospeche que puedan albergarse "fuerzas enemigas". En un país en el que se ha demostrado que más del 90% de la población es hostil a la invasión norteamericana, la política de "búsqueda y destrucción" hace explícita la naturaleza genocida de la guerra. Las consecuencias del bombardeo británico-estadounidense de blancos civiles desde el aire serán más atentados con coches bomba iraquíes en tierra. La guerra total de los EE UU contra la decidida resistencia de todo el pueblo iraquí ha convertido este conflicto en una "guerra popular" internacional contra la conquista imperialista. Su expresión más llamativa es el resurgimiento masivo de la solidaridad panárabe en todo el mundo árabe, y más allá de éste. Desde los días del líder egipcio Gamal Abdel Nasser no había habido tantos millones de ciudadanos árabes en las calles, expresando su solidaridad e inspirándose en la heroica resistencia popular iraquí. El surgimiento de este panarabismo ha producido un profundo movimiento democratizador de las naciones árabes: han surgido en toda la región emisoras independientes de televisión, y periódicos semioficiales egipcios y de otros países se han desvinculado de los gobiernos y han denunciado la agresión norteamericana y a los gobiernos colaboradores árabes. El plan imperial de George Bush de colonización del Oriente Próximo ha tenido el efecto opuesto: el poderoso, creciente e independiente movimiento panárabe amenaza con cimentar una vibrante sociedad civil, compuesta de ciudadanos antiimperialistas activos y capaces de derrocar a sus corruptos regímenes pro estadounidenses y cerrar las bases militares norteamericanas. A medida que se extiende y profundiza el movimiento panárabe, los gobiernos árabes clientes de Washington y aliados encubiertos suyos comienzan a sufrir divisiones. Siria permite la entrada de alimentos y armas ligeras en Irak; Jordania, Arabia Saudí y los Emiratos Árabes Unidos, amenazados por protestas masivas y por la hostilidad activa de toda su población, reprimen y retroceden. Miles de voluntarios árabes, exilados y emigrantes iraquíes, y ciudadanos no iraquíes forman brigadas internacionales y cruzan las fronteras para unirse a la resistencia iraquí. En los países occidentales, a medida que los movimientos masivos manifiestan su oposición a gran escala, los enfrentamientos cotidianos y la desobediencia civil, la división comienza a manifestarse entre las élites gobernantes. En Gran Bretaña, el ex ministro laborista de Asuntos Exteriores Robin Cook ha presentado su dimisión; en España, uno de los protectores políticos más antiguos de Aznar, Félix Pastor Ridruejo, rompe con el Gobierno, y le sigue un buen número de cargos locales; en los EE UU, el sólido apoyo a la guerra de los líderes religiosos y las organizaciones judías se cuartea, y los judíos contrarios a la guerra cuestionan las posiciones de los principales mecenas del grupo de Bush y del influyente lobby judío que lo apoya. El 27 de marzo, un grupo de líderes de negocios formado por europeos y norteamericanos, reunido en Bruselas, denunció el unilateralismo de EE UU y sometieron a Alan Larson, alto asesor económico de Colin Powell, a un severo interrogatorio en el European Policy Center. Los líderes empresariales europeos se sentían particularmente ofendidos por la decisión de otorgar a empresas estadounidenses los jugosos contratos multimillonarios de reconstrucción de Irak y excluir de los mismos a las empresas europeas. Incluso empresarios norteamericanos se unieron a las críticas, quejándose de que solo se habían seleccionado empresas pertenecientes a la camarilla del vicepresidente Cheney y del secretario de Defensa, Rumsfeld. Mientras las élites empresariales occidentales se disputan los despojos de la guerra, los gobiernos europeos opuestos a la guerra unilateral estadounidense han vuelto, parcialmente, a su posición subalterna. El 27 de marzo, Francia, Alemania y Bélgica se unieron a otros 22 países en el rechazo a una moción de convocatoria de una sesión especial del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, con el fin de examinar la situación humanitaria y de derechos humanos del pueblo de Irak bajo el salvaje ataque de las fuerzas de EE UU. En la Asamblea General y el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas no se adoptó ninguna resolución concreta de condena sobre el homicidio de civiles iraquíes, a pesar de las demandas de 80 representantes nacionales, el primer día de sesiones. Mientras millones de personas fuera de la ONU condenan la guerra, la ONU guarda silencio, lo cual demuestra que la lucha contra la guerra es básicamente un asunto extraparlamentario. El giro a la derecha del gobierno francés es totalmente evidente en lo relativo a la cuestión de la ayuda humanitaria. El 27 de marzo, Dominique de Villepin, ministro de Asuntos Exteriores, pidió una rápida reanudación del programa de las Naciones Unidas de "petróleo por alimentos", con el fin de proporcionar ayuda humanitaria a Irak, y añadió que los EE UU podrían administrar un Irak ocupado "bajo el paraguas legitimador de la ONU". Afirmó que la ONU debería aprobar, aunque no las gestionase, las operaciones humanitarias en el Irak de la posguerra. Resulta evidente que los gobiernos europeos aceptan la conquista de Irak, si bien esperan poder asegurarse una parte de sus riquezas en petróleo tras haber hecho ostentación de su oposición. A primera vista, el asunto de la ayuda humanitaria parece sencillo; se trata de proporcionar alimentos, agua y cobijo a 23 millones de iraquíes cuyos medios de vida, y sus propias vidas, han sido destruidas por la guerra de EE UU. Sin embargo, las políticas de la ayuda humanitaria tienen un alcance mucho mayor y plantean varias preguntas fundamentales. Por ejemplo, si la ayuda humanitaria ha de ser un instrumento de guerra y conquista o bien una ayuda a las víctimas de una guerra criminal. O si la ayuda humanitaria es realmente una ayuda. Y también, quién ha de administrarla y cuál será el destino final de la ayuda y en qué condiciones se distribuirá. En primer lugar, no es realmente una "ayuda". Su origen son los ingresos que proporciona la explotación y venta del crudo iraquí que ha sido confiscado por la ONU y los EE UU. No es aceptable calificar de acto "humanitario" lo que no es sino la devolución de una parte de la riqueza robada a un país victimizado. La ayuda humanitaria durante y después de la guerra solo está destinada a los territorios ocupados por los EE UU, y se les ofrece a las ciudades controladas por los iraquíes a condición de que se rindan. Eso no es ayuda, es chantaje. En las actuales circunstancias, la ayuda humanitaria forma parte de la estrategia de sitio de los EE UU: matar de hambre y bombas a la población civil. El cerco militar y el bombardeo de mercados e instalaciones depuradoras provoca hambre, sed y la muerte lenta de millones de personas. La ayuda humanitaria es pues un modo de quebrar la resistencia de los sectores más vulnerables y debilitados de la población. En la posguerra, la ayuda humanitaria será un medio de legitimación de lo que Villepin llama la "solidaridad transatlántica" y del dominio colonial de EE UU. Una auténtica política de ayuda humanitaria debería incluir contribuciones de la ONU, además del programa de "petróleo por alimentos"; debería incluir un alto el fuego que permitiera que la ayuda humanitaria llegase a la población civil, especialmente a la población cercada en pueblos y ciudades. La ayuda humanitaria debería entregarse a los funcionarios iraquíes, la Media Luna Roja y las organizaciones de la sociedad civil para su distribución, y no debería ir "etiquetada" con fines propagandísticos. Bush ha aprobado la iniciativa de la ONU en materia de ayuda humanitaria, pero la ONU no se ha puesto en contacto con ninguno de los programas que se ocupan de las víctimas en las ciudades controladas por la resistencia iraquí. Una de las razones principales de que el asunto de la ayuda humanitaria no se comprenda cabalmente se debe al papel que desempeñan los controlados medios de comunicación británico-estadounidenses, y sus equivalentes europeos, japoneses y latinoamericanos. La clave que permite comprender el papel de dichos medios en la guerra de propaganda es el análisis de lo que Washington llama "periodistas incrustados" (embedded reporters), es decir, profesionales integrados en las unidades británico-estadounidenses que atacan las ciudades iraquíes, y que están sujetos a la censura del mando militar. A los periodistas independientes que trabajan por cuenta propia no se les permite acompañar a las fuerzas invasoras. El resultado es la exclusión de toda información relativa a las matanzas perpetradas por las fuerzas estadounidenses y de las fotos de civiles mutilados y muertos en las calles y hospitales de Bagdad y Basora. Lo que se publica es propaganda británico-estadounidense: noticias de inexistentes ciudades capturadas; levantamientos populares que no han tenido lugar, como el supuesto de Basora; y niños iraquíes que reciben dulces de manos de los soldados estadounidenses. El Daily Mirror, de Londres, fue el único diario británico o estadounidense que publicó la foto de dos soldados iraquíes decapitados, junto a una bandera blanca de rendición desgarrada, mientras soldados "aliados" observaban a sus víctimas. Los militares estadounidenses celebran el éxito de los "periodistas incrustados", que refuerzan la fe de los que están a favor de la guerra en EE UU y Gran Bretaña, y cuyos "reportajes en directo desde la zona de guerra" son utilizados como propaganda destinada a convencer a los indecisos sobre la "autenticidad" de la guerra... tal como la entienden los generales conquistadores y los oficiales con mando de tropa. Estos medios de comunicación amplifican y difunden la propaganda de Bush/Blair sobre malos tratos a los prisioneros entrevistados en la televisión iraquí, olvidando los miles de prisioneros afganos y árabes que murieron sofocados y fueron asesinados en contenedores metálicos tras su rendición a las fuerzas de EE UU y la Alianza del Norte, o a los cientos de prisioneros que mantienen en Guantánamo esposados, con los ojos vendados y recluidos en jaulas. Los periodistas que acompañan a las unidades repiten como cotorras la propaganda estadounidense sobre prisioneros maltratados, pero callan todo sobre las recientes órdenes de "búsqueda y destrucción", que tienen por blanco los civiles iraquíes, y las de "no hacer prisioneros". La noción de "periodistas incrustados" –es decir, la incorporación formal de los periodistas como parte integrante de la maquinaria de propaganda militar— representa un ataque a la libertad de presa en las sociedades de EE UU y el Reino Unido. La guerra imperialista ha encontrado en Irak una resistencia masiva, y los costes políticos y económicos de la guerra han incrementado la oposición interior a la misma. El presidente Bush declara que la guerra continuará indefinidamente y los señores de la guerra estadounidenses admiten que no hay un final próximo a la vista. Los gobiernos de España y Gran Bretaña sufren un aislamiento terrible en sus propios países. Algunos de los medios de comunicación favorables a la guerra se pasan a la oposición (El País, en España; el Daily Mirror, en Gran Bretaña; y hasta, por primera vez, el New York Times ha publicado algunos artículos críticos). Sin embargo, la guerra está poniendo de manifiesto el aumento del autoritarismo en los países que apoyan a EE UU. Los medios ignoran a la gran mayoría de los ciudadanos que están contra la guerra, y Bush limita sus apariciones en público a las bases militares. Los aliados euroamericanos se reúnen en una remota isla del Atlántico, temerosos del rechazo masivo de la población. Las decisiones se adoptan en el seno de camarillas de confianza y se excluye a los parlamentarios, las cámaras de diputados y la sociedad civil. El espacio civil se militariza. A medida que la resistencia iraquí continúa y que la campaña terrestre se encalla; a medida que la oposición nacional crece y el panarabismo cobra vida, los extremistas descontrolados de la Casa Blanca preparan una "solución final" --en consulta con los expertos militares israelíes sobre una solución como en Jenin— a base de la destrucción masiva con bulldozers, el uso de helicópteros artillados y bombardeos de saturación de toda la población de Bagdad. Sin embargo, la resistencia iraquí es mayor y tiene más armamento que los palestinos, y, además de contar con el apoyo de decenas de millones de manifestantes en Europa y América del Norte, cuentan con la "calle árabe", que ha comenzado a agitarse. ¿Qué va a llegar primero: la caída de Bagdad, el derrocamiento popular de los gobiernos clientes o el colapso de la democracia occidental? ¿Traerán las nuevas guerras nuevos movimientos revolucionarios? Luchemos contra aquéllas para hacer posibles éstos. 2003 es un año para vivir peligrosamente, un año de crímenes contra la humanidad y de resistencia heroica; es una ocasión de rechazar la guerra y ampliar nuestra solidaridad con el pueblo iraquí en ésta su hora de la verdad