24 de enero de 2004
Discurso de Bush sobre el Estado del Imperio
James Petras
Traducido para Rebelión por Marina Trillo
El discurso de Bush sobre el “Estado de la Nación” no fue un elogio a “América”
como declaró – versó acerca del fascismo en casa y el imperialismo en el
exterior. Fue un discurso exaltando las conquistas de países del Tercer Mundo
(Afganistán e Irak), celebrando la fuerza como instrumento del chantaje
político (Libia) y una declaración de nuevas imposiciones imperiales en todo el
Oriente Medio. El discurso reiteró los elementos más retrógrados de la doctrina
de Bush: El uso unilateral de la fuerza, la guerra preventiva, la supremacía de
los dictados imperiales estadounidenses por encima de la soberanía nacional de
enemigos y aliados. El Presidente sonriente glorificando las conquistas
imperiales estadounidenses mientras sus aduladores y partidarios, que
abarrotaban el Congreso, le jaleaban, fue una versión de un ‘Nüremberg ligero’:
Un guión coreografiado para exaltar los logros del presidente imperial.
El emperador negó las intenciones imperiales aún cuando defendió las conquistas
imperiales y los proyectos de nuevas expediciones imperiales. El discurso de
Bush fue más allá del ‘triunfalismo’ y la mendacidad: Fue una visión
surrealista que colocó a los EEUU en el centro de un universo divino, en el
cual el Pueblo Elegido exterminará a sus enemigos e iluminará por la fuerza a
sus aliados reacios.
Bush habló como un milenario, matando demonios (terroristas) con una espada
justiciera (o bombas de racimo), un instituido y ungido discípulo de Dios.
Entre el triunfalismo y la celebración, el emperador sembró sin embargo el
temor a la violencia enemiga, para sustentar la misión imperialista.
La paranoia complementó la misión divina. El “terrorismo” estaba por todas
partes, escondido y disfrazado, la fuerza maligna que, en cualquier momento,
podría reproducir el 11 de septiembre de 2001.
La ideología imperial de triunfalismo fue yuxtapuesta con la vulnerabilidad
permanente, la celebración con el temor. Este discurso ilógico y contradictorio
no importa, sin embargo, lo que importa es el poder. Se utilizó la retórica
triunfalista para capturar los recursos domésticos (inflados presupuestos
militares y soldados) para proseguir una guerra colonial y la paranoia para
justificar la concentración de poderes dictatoriales (por medio de la Patriot
Act) para reprimir, silenciar y acoquinar a la oposición antibelicista.
No se permitió que nada mundano o basado en hechos interfiriera en la
construcción de esta visión gloriosa del Imperio Mundial. Ninguna mención a los
centenares de soldados estadounidenses muertos, miles de mutilados y
desmembrados, veintenas de suicidios y millares de mentalmente perturbados.
Bush no mencionó a los muertos y heridos estadounidenses, no tan sólo porque no
servían al propósito de exaltar el imperio, sinó porque eran la prueba de que
los soldados estadounidenses son vulnerables (no eran los ‘superhombres’
elegidos y protegidos por Dios) y que el pueblo colonizado estaba resistiendo
de modo efectivo contra la ‘invencible máquina militar’.
Como saben muy bien Bush y su círculo de allegados, en sus momentos menos
exaltados, cada victoria de la resistencia Iraquí, cada baja estadounidense
erosionan su apoyo electoral, socavan el ‘Deseo de Poder’ de Rumsfeld. Las
derrotas en Irak se mofan de la visión de los Militaristas-Sionistas del
Pentágono sobre guerras sin fin en el Oriente Medio. La visión milenaria
militarista-sionista de conquistas militares sucesivas (después de Irak, Siria,
Irán y otros) ha sido quebrantada por las batallas en los suburbios de Bagdad,
los centenares de miles de manifestantes de Basora, las minas en las carreteras
por todas partes.
La resistencia Iraquí ha señalado la mentira de la imagen racista de los
aborrecedores de Arabes del Pentágono y sus colegas de Israel: Los Arabes ni
están acoquinados por el poder militar estadounidense ni son incapaces de
organizar la resistencia; son los soldados estadounidenses los que a centenares
están dándose de baja del ejército, es el gobierno estadounidense el que
desesperadamente implora mercenarios de América Central para que reemplacen a
las desmoralizadas tropas de EEUU.
El informe de Bush sobre el estado del Imperio, incluyó necesariamente un
panegírico general acerca de los éxitos domésticos sociales y económicos de su
régimen. El imperio se construyó con “fusiles y mantequilla”, o algo así se
suponía que transmitiera su mensaje. Pero aquí, el cuento resultó menos creíble
incluso para el sector más reaccionario y chovinista del público
estadounidense.
La mayoría de la gente sabe que 3 millones de trabajadores estadounidenses han
perdido sus trabajos en los pasados 3 años. Más de dos tercios de la población
saben que los planes sanitarios y farmacéuticos fallan y que las políticas de
Bush han aumentado la vulnerabilidad de todos, excepto la de los muy ricos. Es
precisamente porque Bush sabe que más 60% del público estadounidense rechaza su
política social, por lo que acentuó la necesidad de prorrogar la fascista y
represiva Patriot Act, con sus cláusulas que facultan al Presidente para
suspender todos los derechos democráticos.
Como su predecesor Nazi, Bush declaró la guerra a las familias no
tradicionales, al sexo, a los homosexuales, a los inmigrantes ilegales (no hay
amnistía para 10 millones de Mexicanos) al objeto de movilizar a su principal
base de masas de cristianos fundamentalistas.
Oculto bajo la retórica de “defender al pueblo Americano” Bush acentúa el papel
central de la policía, la legislación represiva, el ejército – no hubo alusión
al 80% de desempleados iraquíes, al bombardeo de aldeas en Afganistán, a la
matanza diaria de Palestinos, al tratamiento abusivo del estado policial
respecto a los no europeos que visitan los EEUU – considerados presuntos
culpables (fotografiados y tomadas sus huellas dactilares) que deben demostrar
su inocencia.
Como los Nazis, Bush deniega por completo las frágiles bases domésticas del
imperio; la transferencia masiva de fondos estatales que forman la “república”
(economía doméstica) para financiar el imperio que genera déficit
presupuestarios enormes sobrepasando los $400 mil millones en 2003. Cegado por
la expansión económica imperial se niega a ver que el flujo de salida de
capital y exportaciones de filiales estadounidenses en el extranjero está
creando un monstruoso déficit comercial y socavando la credibilidad del
dólar.
Como su predecesor en el Tercer Reich, Bush cree que el “pueblo Americano” debe
sacrificarse por el mayor bien de su virtuoso imperio. Con el apoyo total de
los cuasi-estatales medios de comunicación, el mensaje se esparce en los EEUU y
por todo el mundo, pero la recepción en el mundo es diferente de la de los
EEUU. Le Monde informa que después del discurso de Bush, el 67% de sus lectores
sintió que los EEUU representan una grave amenaza para la paz mundial.
Idénticas opiniones fueron expresadas en el resto del mundo (con la excepción
de Israel). En los EEUU escuchó el discurso menos del 15% de la población y,
aparte de los convencidos, pocos expresaron algún tipo de apoyo. Al día
siguiente del discurso había más interés en partido del campeonato de fútbol
Superbowl que se celebrará dentro de dos semanas, que en la oratoria de
Bush.
La versión estadounidense del fascismo es en algunos aspectos bastante distinta
de la de su predecesor Alemán: Compra los votos con centenares de millones de
dólares en propaganda en los medios de comunicación; no obliga a la aprobación,
no aterroriza abiertamente a la población, simplemente siembra paranoia respecto
a los “otros”. No hay organización de masas y espectáculos de masas para
mesmerizar a la población; en su lugar hay frivolidad y mentiras banales para
enajenar a los votantes y producir una tasa de abstención de más del 50%. El
próximo Presidente de EEUU será elegido por menos del 20% del electorado
potencial, dado el 50% de abstención, la exclusión de inmigrantes “ilegales”
(10 millones) y antiguos presidiarios (4 millones). Si este proceso electoral
excluyente no basta para asegurar el resultado apropiado, puede haber fraude
electoral, exclusión e interferencia judicial.
Esto es ‘fascismo blando’ pero lleva en sí el potencial para el otro, la
versión dura. El comandante anterior de la fuerza de invasión estadounidense en
Irak, General Tommy Frank (asesor de Bush muy allegado) declaró recientemente
que si hay otro “ataque importante” en los EEUU, deberá suspenderse la
Constitución y deberá declararse la ley marcial, y establecer tribunales
militares para juzgar a los sospechosos. La reiterada defensa de Bush de la
“Patriot Act” se hace eco de los pronunciamientos abiertamente fascistas del
General Frank. En otras palabras, cualquier provocación instigada por el
régimen puede cambiar el frágil equilibrio hacia el fascismo.
El autoritarismo en pos del imperialismo se enfrenta a dos obstáculos
fundamentales – la resistencia democrática y armada en Irak y el declinar de la
república estadounidense. La reunión de las élites gobernantes en Davos está
perturbada por el descenso del dólar, el déficit de la balanza comercial
estadounidense y su déficit fiscal, pero apoyó y apoya todavía la invasión
estadounidense de Irak, negándose a reconocer la interrelación entre la
expansión imperialista y el declive republicano. Los dilemas de la élite de
Davos son, la oportunidad de la izquierda: Cuanto mayor sea nuestra solidaridad
con la resistencia Iraquí, que debilita al ejército colonial, mayor
probabilidad de éxito tendremos para construir movimientos sociales y
‘refundar’ la república democrática en los EEUU y fortalecer los movimientos
revolucionarios de masas en el Tercer Mundo.