El debate entre socialismo y capitalismo sigue en pie. De hecho, la batalla de las ideas se está intensificando. Las agencias internacionales, incluidas las Naciones Unidas, la Organización Internacional de Trabajo (OIT), la Organización para la Agricultura y la Alimentación (FAO), la Organización Mundial de la Salud (OMS) y los informes de organizaciones no gubernamentales, de la UNESCO y de expertos económicos independientes, regionales y nacionales, son una buena prueba de que es necesario comparar las ventajas del capitalismo y del socialismo.
Las comparaciones entre países y regiones, antes y después del advenimiento del capitalismo en la Europa del Este, Rusia y la Europa Central, así como una comparación de Cuba con los antiguos países comunistas, nos proporcionan una base adecuada para sacar algunas conclusiones definitivas. Quince años de «transición al capitalismo» son un tiempo más que adecuado para juzgar el funcionamiento y el impacto de los políticos capitalistas, las privatizaciones, la política de libre mercado y otras medidas destinadas a restaurar la economía, la sociedad y el bienestar general de la población.
Resultados económicos: crecimiento, empleo y pobreza
Bajo el comunismo, las decisiones económicas y la propiedad eran nacionales y de dominio público. Durante los pasados quince años de transición al capitalismo, casi todas las industrias básicas, la energía, la minería, las comunicaciones, las infraestructuras y las industrias comerciales pasaron a las manos de compañías multinacionales europeas y estadounidenses y de multimillonarios mafiosos, o bien cesaron de existir. Esto ha llevado al paro masivo y al empleo temporal, a un estancamiento relativo, una enorme emigración y una descapitalización de la economía a través de transferencias ilegales, lavado de dinero y pillaje de recursos.
En Polonia, los antiguos astilleros de Gdansk, el punto de origen del sindicato Solidaridad, están cerrados y ahora son una pieza de museo. Más del 20% de la mano de obra se encuentra oficialmente en paro (Financial Times, 21/22 de febrero de 2004) y así ha sido durante la mayor parte de la década. Otro 30% está «empleado» en trabajos marginales y mal pagados (prostitución, contrabando, drogas, mercados callejeros, vendedores ambulantes y economía sumergida). En Bulgaria, Rumania, Letonia y la antigua Alemania del Este prevalecen condiciones similares o peores: el verdadero promedio per cápita del crecimiento durante los pasados quince años es muy inferior al de los quince años precedentes bajo el comunismo (sobre todo si incluimos las ventajas de la asistencia médica, la educación, la vivienda subvencionada y las pensiones). Además, las desigualdades económicas han crecido de manera exponencial y el 1% de la población que disfruta de los ingresos superiores controla el 80% de los activos privados y más del 50% de los ingresos, mientras que los niveles de pobreza sobrepasan con creces el 50%. En la antigua URSS, sobre todo en las repúblicas asiáticas más meridionales, como Armenia, Georgia y Uzbekistán, el nivel de vida ha caído en un 80%, casi un cuarto de la población ha emigrado o se ha convertido en indigente y las industrias y el tesoro público y las fuentes de energía han sido objeto de latrocinio. Los sistemas científico, sanitario y educativo han sido casi destruidos. En Armenia, el número de investigadores científicos disminuyó desde 20 000 en 1990 a 5 000 en 1995, y sigue bajando (National Geographic, marzo de 2004). Armenia, de ser un centro de alta tecnología soviética ha pasado a ser un país controlado por bandas criminales en el que la mayoría de la gente vive sin calefacción ni electricidad.
En Rusia, el pillaje ha sido aún peor y el declive económico mucho más grave. A mediados de los años noventa, más del 5 % de la población (e incluso más en el exterior de Moscú y San Petersburgo, la antigua Leningrado) vive en la pobreza, ha aumentado el número de personas sin hogar y los servicios sanitarios y educativos universales ya no existen. Nunca en tiempos de paz de la historia moderna hubo un país que cayera tan bajo y con tanta rapidez y profundidad como la Rusia capitalista. La economía fue «privatizada», es decir, fue asumida por gángsteres rusos, dirigidos por los ocho oligarcas multimillonarios que sacaron fuera del país más de doscientos mil millones de dólares, sobre todo a bancos de Nueva York, Tel Aviv, Londres y Suiza. El asesinato y el terror han sido las armas escogidas para la «competitividad económica», conforme cada sector de la economía y de la ciencia quedaba diezmado y los científicos de clase mundial mejor entrenados se veían privados de recursos, de instalaciones básicas y de ingresos. Los principales beneficiarios fueron los antiguos burócratas soviéticos, los capos mafiosos, los bancos estadounidenses e israelíes, los especuladores inmobiliarios europeos, los constructores del imperio estadounidense, los militaristas y las compañías multinacionales. Los presidentes Bush (padre) y Clinton proporcionaron apoyo político y económico a Gorbachov y a los regímenes de Yeltsin que supervisaron el pillaje de Rusia, ayudados e incitados por la Unión Europea e Israel. El resultado del robo masivo –el paro, la pobreza y la desesperación– ha contribuido a un enorme aumento de suicidios, trastornos psicológicos, alcoholismo, drogadicción y enfermedades raramente padecidas en los tiempos soviéticos. La esperanza de vida entre los rusos de sexo masculino cayó desde 64 años al final del socialismo a 58 años en 2003 (Wall Street Journal, 2 de abril de 2004), por debajo del nivel de Bangladesh y 16 años por debajo de los 74 años de Cuba (Estadística Nacional Cubana 2002). La transición al capitalismo en Rusia, por sí sola, ha dado lugar a más de 15 millones de muertes prematuras (que no habrían ocurrido si las tasas de esperanza de vida hubieran permanecido en los niveles del socialismo). Estas muertes socialmente inducidas bajo el nuevo capitalismo son comparables a las del peor periodo de las purgas de los años treinta del pasado siglo. Los expertos demográficos predicen que la población de Rusia disminuirá en un 30% a lo largo de las próximas décadas (WSJ, 4 de febrero de 2004).
Las peores consecuencias de la «transición» al capitalismo apoyada por Occidente todavía están por venir durante próximos años. La introducción del capitalismo ha minado por completo el sistema de salud pública, lo que ha conducido a una explosión de enfermedades infecciosas mortales, antes bien controladas. El Programa Conjunto de las Naciones Unidas el sobre el VIH/SIDA (UNAIDS) publicó un informe general en el que se decía que en Europa del Este y en Asia Central «…los niveles de infección crecen con mayor rapidez que en otras partes, más de 1,5 millones de personas en la región están hoy infectadas (2004), en comparación con los 30 000 casos en 1995» (y menos de 10 000 en el período socialista). Las tasas de infección son todavía más elevadas en la Federación Rusa, donde la tasa de aumento de la infección por el virus del sida entre los jóvenes que llegaron a la mayoría de edad bajo los regímenes «capitalistas» apoyados por Occidente entre 1998 y 2004 se encuentra entre las más elevadas del mundo.
Las bandas criminales de Rusia, Europa del Este, los Balcanes y los países bálticos contribuyen enormemente a la epidemia de sida a través del tráfico de heroína y de las 200 000 «esclavas sexuales» que cada año distribuyen por los burdeles de todo el mundo. La violenta mafia albanesa, que opera en el recién «liberado» Kosovo, controla una parte significativa del tráfico de heroína y de la prostitución en toda la Europa Occidental y en Norteamérica. Las enormes cantidades de heroína producidas por los señores de guerra del «liberado» Afganistán –aliados de EE UU– pasan a través de los miniestados de la antigua Yugoslavia e inundan los países de la Europa Occidental. Los recién «emancipados» oligarcas de la mafia judía rusa controlan una parte importante del tráfico de drogas, armas ilegales, mujeres y niñas destinadas a la industria sexual y del blanqueo de dinero en todos los países de EE UU, Europa y Canadá (Robert Friedman, Red Mafiya, 2000). Los multimillonarios de la mafia han comprado y han vendido prácticamente a todos los principales políticos electorales y partidos políticos de las «democracias del Este», siempre en alianza informal o formal con los servicios de inteligencia estadounidenses y europeos.
Los indicadores económicos y sociales demuestran de manera concluyente que el «auténtico capitalismo existente» es muchísimo peor que el pleno empleo y el crecimiento moderado de los estados del bienestar que existían durante el anterior periodo socialista. Desde el punto de vista personal –en lo relativo a la seguridad pública y privada, el empleo, las pensiones y los ahorros– el sistema socialista fue un lugar mucho más seguro para vivir que las sociedades controladas por bandas capitalistas que las substituyeron. Desde el punto de vista político, los estados comunistas fueron mucho más sensible a las demandas sociales de los trabajadores, pusieron límites a las desigualdades económicas e, incluso adaptándose a los intereses de la política exterior soviética, diversificaron, industrializaron y fueron propietarios de todos los principales sectores de la economía. Bajo el capitalismo, los políticos electorales de los antiguos estados comunistas vendieron a precio de rebaja todas las industrias principales a monopolios extranjeros o locales, crearon monstruosas desigualdades y dejaron de ocuparse de la salud y de los intereses de los trabajadores. Con respeto a la propiedad de los medios de comunicación, el monopolio estatal ha sido sustituido por monopolios extranjeros o nacionales, con similares efectos de homogenización. No hay duda de que si se analizan de manera objetiva los datos comparativos entre los quince años de «transición» capitalista y los quince años anteriores de socialismo, el período socialista es superior en casi todos los indicadores de la calidad de la vida.
Comparemos ahora el socialismo cubano con los nuevos países capitalistas surgidos de Rusia, Europa del Este y el Asia meridional.
El socialismo cubano sufrió el duro golpe del giro al capitalismo en la URSS y Europa del Este. La producción industrial y el comercio disminuyeron un 60% y la ingesta calórica diaria de cada cubano cayó a la mitad. No obstante, la mortalidad infantil en Cuba siguió disminuyendo desde 11 casos por cada 1000 nacimientos vivos en 1989 a 6 en 2003 (cifras que se comparan favorablemente con las de EE UU). Mientras que Rusia dedica sólo el 3,8% de su PNB al gasto sanitario público y el 1,5% al privado, el presupuesto cubano asciende al 16,7%. Mientras que la esperanza de vida entre los varones bajó a 58 años en la Rusia capitalista, en la socialista Cuba se elevó a 74 años. Mientras que el paro creció hasta el 21% en la capitalista Polonia, disminuyó al 3% en Cuba. Mientras que las drogas y las bandas criminales campan por sus respetos entre los nuevos países capitalistas, Cuba ha iniciado programas educativos y de formación para la juventud en paro y paga salarios mientras se aprende un oficio y se obtiene un empleo. Los continuos avances científicos de Cuba en biotecnología y medicina son de categoría mundial, mientras que las infraestructuras científicas de los antiguos países comunistas se han derrumbado y sus científicos han emigrado o viven sin recursos. Cuba conserva su independencia política y económica, mientras que los nuevos países capitalistas se han convertido en clientes militares de EE UU y proporcionan mercenarios al servicio del imperio en los Balcanes, Afganistán e Irak. Al contrario de los europeos orientales, que trabajan como soldados mercenarios para los EE UU en el Tercer Mundo, 14 000 médicos cubanos trabajan en algunas de las regiones más pobres en América Latina y África en cooperación con diversos gobiernos nacionales que han solicitado sus habilidades. Hay más de 500 médicos cubanos en Haití. En Cuba, la mayor parte de las industrias son nacionales y públicas, con enclaves de mercados privados y empresas conjuntas con capital extranjero. En los antiguos países comunistas, casi todas las industrias básicas son de propiedad extranjera, como lo son la mayor parte de los medios de comunicación y las «industrias de la cultura». Mientras que Cuba conserva una red social de seguridad para los alimentos básicos, la vivienda, la salud, la educación y los deportes, en los nuevos países capitalistas el «mercado» excluye del acceso a muchos de estos bienes y servicios a sectores sustanciales de los desempleados y de los trabajadores mal pagados.
Los datos comparativos sobre la economía y la sociedad demuestran que el «socialismo reformado» en Cuba ha sobrepasado enormemente el funcionamiento de los nuevos países capitalistas de Europa del Este y Rusia, por no hablar del Asia Central. Incluso con las consecuencias negativas de la crisis de principios de los noventa y del creciente sector del turismo, el clima moral y cultural de Cuba es mucho más sano que el de cualquiera de los regímenes corruptos dirigidos por mafias electorales, cómplices del tráfico de drogas, de las redes de prostitución y de subordinación al imperio estadounidense. De igual importancia es el hecho de que, mientras el sida infecta a millones de personas en Europa del Este y Rusia, Cuba tiene los mejores y más humanitarios programas de tratamiento y prevención del mundo para hacer frente al sida. Fármacos antivirales gratuitos, tratamiento médico sin coste alguno, programas de salud pública bien organizados y educación sanitaria explican a la perfección por qué Cuba tiene la incidencia más baja de sida de los estados en vías de desarrollo, a pesar de la presencia de una prostitución en pequeña escala, relacionada con el turismo y los bajos ingresos.
El debate sobre la superioridad del socialismo y el capitalismo sigue en pie, porque lo que ha sustituido al socialismo tras el derrumbamiento de la URSS es mucho peor en todos los índices de importancia. El debate sigue en pie porque los logros de Cuba sobrepasan los de los nuevos países capitalistas y porque en América Latina los nuevos movimientos sociales han llevado a cabo cambios en el autogobierno (los zapatistas), en la democratización de la propiedad de la tierra (el MST de Brasil) y en el control de los recursos naturales (Bolivia) muy superiores a cualquier cosa que el imperialismo estadounidense y el capitalismo local puedan ofrecer.
El socialismo actual es una nueva configuración que combina el estado del bienestar del pasado, los programas humanos sociales y las medidas de seguridad de Cuba con los experimentos de autonomía del EZLN y del MST. ¡Ojalá nos vaya bien!