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Documentos de James Petras

2 de abril de 2003

Manifiesto para un boicot económico global contra el imperio

James Petras y Manuel Talens

Por fin, con la predestinación inevitable de una tragedia griega, los guerreros homicidas de Washington han sembrado de muerte la tierra milenaria de Irak. Nada parece detenerlos en su sed de venganza, ni el enérgico antagonismo de algunos gobiernos europeos ni la oposición del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas ni, menos aún, el espectacular despliegue de manifestaciones pacifistas en todo el planeta. Se ha hablado mucho durante las últimas semanas del carácter ilegal de esta guerra obscena, que contraviene explícitamente el derecho internacional, pero tal argumento, por muy innegable que sea, sólo sirve para dejar al descubierto de manera expresa el principio histórico inamovible de que la gestión de los asuntos del mundo no se ha guiado nunca por la ley, sino por el poder del más fuerte. Lo demás, las sociedades de naciones, los tribunales internacionales, las declaraciones de derechos humanos, en suma, las bellas palabras, son sólo la retórica que envuelve la realidad con una cortina de humo, pues cada vez que se invocan tales principios para frenar acciones contrarias al bien común la respuesta es invariable: la violencia. Es un hecho conocido que los imperios nacen, florecen y terminan por declinar. Le sucedió a Roma, a España y a Inglaterra. Hoy, los Estados Unidos de América ocupan el lugar que éstos dejaron vacío. Su manera de gobernar no ha cambiado. Sí, en cambio, la retórica. Ahora ya no se trata de civilizar naciones salvajes ni de convertirlas a la fe de Dios, sino de imponerles a sangre y fuego su peculiar sentido de la democracia o liberarlas del dictador de turno, argucias que dejan como botín el control de recursos naturales ajenos que Washington necesita para sobrevivir. Con tales fines, el imperio actual se ha dotado del arsenal armamentista más descomunal de todos los tiempos y no duda en emplearlo cada vez que le conviene. La agresión contra Irak es el último ejemplo. Las armas, sin embargo, son sólo la vanguardia que desbroza el camino para que las tropas civiles avancen sin dificultad y ocupen posiciones estratégicas, ya que el objetivo final de este imperio no es la violencia en sí misma, sino el dominio absoluto de la economía global. Dichas tropas civiles son las compañías multinacionales estadounidenses –la industria ideológica de lo audiovisual, con Hollywood a la cabeza, ocupa un lugar especial–, más mortíferas a la larga que las bombas, pues producen poco a poco un insidioso cambio cultural en los países colonizados y los convierten en lacayos inconscientes y serviles del poder. Rebelión ya ha lanzado al ciberespacio la idea de un boicot económico global contra los Estados Unidos (
www.rebelion.org/economia/030325boicot.htm ). Estas líneas nacen con la voluntad explícita de convertirse en el manifiesto de dicha idea y apelan a las gentes de bien –que son la mayoría de la humanidad– a boicotear de forma selectiva y en la medida de sus posibilidades los productos estadounidenses de carácter imperialista, desde los restaurantes de comida rápida a las bebidas en lata, desde las películas que difunden la propaganda imperial a los automóviles que enriquecen la industria de Detroit, desde las tarjetas de crédito a los electrodomésticos, desde las poderosas y dictatoriales discográficas a las petroleras que venden gasolina manchada de sangre. Los Estados Unidos obtienen un enorme porcentaje de beneficios en los mercados situados fuera de su territorio. A largo plazo, la mejor manera de hacer mella en su economía parasitaria y de contribuir a la paz consiste en negarse a comprar productos del imperio. El cambio en los hábitos de consumo no ha de ser circunstancial, sino mantenido, definitivo. A partir de ahora, les corresponde a los esforzados militantes antiimperialistas de cualquier cultura la difusión de este manifiesto, su traducción a las diversas lenguas, la elección cuidadosa de los productos estadounidenses considerados como objetivo de boicot y la difusión de la consigna por los cuatro puntos cardinales. ˇA trabajar, compañeros!