|
James Petras
Paradojas de la injusticia:
guerra y crisis
El colapso de grandes empresas trasnacionales de la energía y las comunicaciones
-Enron, WorldCom, Adelphi y otras- ha perjudicado a numerosos pensionistas y
pequeños inversionistas. Pero también ha producido pérdidas
enormes a muchos políticos corruptos, narcotraficantes e individuos acaudalados
de América Latina que transfirieron ilegalmente e invirtieron miles de
millones de dólares en el mercado estadunidense de valores. Los latinoamericanos
adinerados que confiaron con fervor en el consejo de los bancos de inversión
de Estados Unidos estaban seguros de que el mercado de valores de este país,
y en particular las mayores y mejor conectadas de las trasnacionales, eran dignos
de su confianza. Esos mismos inversionistas tenían profunda desconfianza
en la economía y la gente de sus países. Los megaestafadores estadunidenses
tomaron sus fondos y los dejaron con papeles sin valor: WorldCom pasó
de 96 dólares a 6 centavos por acción. Típico caso del
pez grande que se come al chico. Un ejemplo, quizá, de perversa justicia,
pero que para las víctimas finales en América Latina apenas si
representa cierta satisfacción emocional.
El vasto y trascendental esquema de corrupción, encubrimientos y fraude
en las más altas esferas del mundo empresarial estadunidense tiene profundas
raíces culturales y políticas y consecuencias económicas
de largo alcance. En Estados Unidos es dogma aceptado la idea de que "lo que
es bueno para los negocios es bueno para el país": las figuras más
prestigiadas e influyentes en los ámbitos de la cultura, la política,
la academia y los medios de comunicación provienen del mundo empresarial.
Su posición dominante no se pone en duda, incluso si sectores del público
llegan a criticar sus excesos.
Políticos de los dos partidos principales buscan el apoyo financiero
de esas figuras en las campañas electorales, y después de los
comicios, banqueros, financieros y abogados de empresa dominan el gabinete y
el banco central. Muchos funcionarios de alto nivel entran al mundo de los negocios
cuando dejan sus cargos públicos.
El hecho de que los reguladores gubernamentales no hayan detectado los fraudes
que se fraguaban en los más altos niveles empresariales obedece en parte
a la creencia de que los hombres de negocios son incapaces de actuar mal. Y
si cometen delitos, es mejor que los investigadores miren al otro lado, por
miedo de poner en tela de juicio la confianza esencial de la gente en el sistema
empresarial. Sólo cuando la corrupción de los grandes consorcios
condujo a un descenso considerable en la confianza de los inversionistas se
decidió el gobierno a intervenir, en un intento por restaurar el sistema.
El temor en Wall Street es que los estafadores capitalistas provoquen el retiro
de inversiones y el colapso del sistema. Otro caso de perversa moralidad: la
injusticia conduce a una justicia de naturaleza onerosa y limitada.
El tercer ejemplo de la paradoja de la injusticia en Estados Unidos se refiere
al refugio que proporciona a notorios torturadores. El Centro de Justicia y
Responsabilidad ante la Ley, organización de abogados estadunidenses
que defiende a víctimas de tortura, señala que más de mil
torturadores y ex dictadores extranjeros viven en Estados Unidos, de los cuales
más de 300 están en Florida. En forma selectiva Washington brinda
un santuario a terroristas de ex estados clientes en todo el mundo. Entre ellos
se cuentan el oficial militar que organizó el asesinato del arzobispo
Oscar Arnulfo Romero, el oficial de la policía secreta chilena que asesinó
al general constitucionalista Carlos Pratts, el notorio torturador haitiano
Emmanuel Constant y muchos más.
Estos terroristas viven en libertad en Estados Unidos porque colaboraron estrechamente
con las agencias de inteligencia de Washington hasta que se les amenazó
con la persecución judicial. Washington no puede permitir que sean extraditados
porque eso socavaría su relación con los regímenes represivos
y torturadores de hoy.
El gobierno de este país brinda refugio a conocidos torturadores-terroristas
por más que ese hecho debilite considerablemente la actual campaña
mundial contra el "terrorismo". ¿Qué autoridad moral tiene Estados Unidos
para perseguir terroristas más allá de sus fronteras si los resguarda
en su territorio? La paradoja de la injusticia (proteger a clientes terroristas)
conduce a la justicia (el desenmascaramiento de la campaña antiterrorista
de Washington como subterfugio para dominar el mundo).
Existe, sin embargo, una paradoja aún mayor. La creciente crisis moral,
política y económica del país no propicia ningún
movimiento de reforma o renovación política ni ningún desafío
serio a la estructura económica del mundo empresarial estadunidense.
En cambio el régimen de Bush planea metódicamente otra guerra,
una invasión militar de Irak. Una guerra contra Irak se percibe como
una forma de distraer la atención de la profunda corrupción empresarial
y los estrechos vínculos entre los altos ejecutivos de los consorcios
y el gobierno de Bush. La guerra sirve para inducir al público a enfocar
su atención en la "moralidad de una guerra justa" y no en la inmoralidad
de los altos círculos. Puede utilizarse para provocar inestabilidad en
Medio Oriente y Europa y atemorizar a los inversionistas para que compren dólares
e inviertan sus capitales en el mercado estadunidense de valores.
La guerra contra Irak y otros países llamados "terroristas" puede emplearse
para silenciar las críticas a la doble moral de Washington hacia el terrorismo.
La guerra, en otras palabras, se considera en Washington un medio necesario
para resolver favorablemente los efectos debilitadores de las perversas paradojas
domésticas.
Con una agenda bélica, el gobierno de Bush puede contar con que los medios
masivos cambiarán su enfoque de la inmoralidad de la elite empresarial
a historias terribles sobre Saddam Hussein, y del derrumbe del sistema económico
a noticias sobre victorias militares de las fuerzas armadas estadunidenses.
Con una guerra los medios dejarán de comentar la decadencia moral de
los negocios y elogiarán las virtudes de la "intervención humanitaria".
La idea de Washington es que la única forma de evitar la opción
de una reforma política como mal menor ante el descrédito es mediante
un mal mayor: la conquista de Irak. La guerra permite a Washington continuar
protegiendo a directivos empresariales corruptos, y a terroristas clientes del
pasado y el presente en nombre del antiterrorismo. La conquista de Irak, que
cuenta con la segunda reserva petrolera en importancia en Medio Oriente, se
ve en el Pentágono como un medio de recobrar inversiones extranjeras
y fortalecer el dólar.
Toda la historia del gobierno de Bush está basada en la construcción
fantasiosa, desde el 11 de septiembre hasta ahora. Ahora sabemos que Al Qaeda
no era una organización mundial: cuando mucho tenía 200 miembros.
Pese a las declaraciones diarias o semanales del gobierno sobre nuevas amenazas
terroristas, ninguna se ha materializado. Los dos "terroristas" detenidos eran
ex convictos analfabetos que apenas si saben amarrarse las agujetas. Los 150
mil millones de dólares gastados en el antiterrorismo han llevado casi
a la bancarrota a la industria aérea, al derrumbe masivo del turismo
y al asesinato de cientos de afganos inocentes que celebraban bodas. El gasto
gubernamental en el ejército y la policía ha conducido a una disminución
de la inversión pública que podría estimular el crecimiento
y revivir la confianza en el mercado estadunidense. Todo esto conduce a la última
y mayor paradoja: el uso de la guerra por el gobierno de Bush para resolver
la crisis nacional puede ni más ni menos que exacerbar todas las contradicciones
internas: los bribones empresariales seguirán actuando con impunidad;
nuevas y mayores estafas ocurrirán, y ello puede propiciar más
fugas de inversionistas del mercado estadunidense y nuevas caídas del
dólar. La guerra puede elevar temporalmente la menguante popularidad
de Bush, pero la exaltación militar de Rumsfeld y Cheney no evitará
una caída profunda de la economía y la inseguridad general que
será consecuencia del desempleo masivo.
© James Petras
Traducción: Jorge Anaya