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28 de agosto de 2002
Un mundo libre de guerra
Noam Chomsky
Znet - Charla en el Foro Social Mundial, febrero de 2002
Traducido por Leónidas Leipzig y revisado por Tatiana de la O
Espero que no les moleste que comience esta charla refiriéndome a algunos
hechos evidentes. No es ninguna novedad que vivimos en un mundo de conflictos
y confrontaciones. Si bien existe una multiplicidad de facetas a la hora de
analizar un tema tan complejo, en los últimos años se ha demarcado
con extrema claridad una línea divisoria. Si se me permite simplificar
un poco, aunque no demasiado, las partes en conflicto son, por un lado, los
centros de poder concentrado, estatales y privados, en estrecha interrelación;
por el otro, la población mundial en general. En términos anticuados,
diríamos una "lucha de clases".
El poder concentrado continúa la guerra sin dar el brazo a torcer, y
con plena conciencia de sus actos. Los documentos gubernamentales y las publicaciones
del mundo empresario revelan que en su mayoría son marxistas vulgares,
aunque por supuesto con los valores invertidos. También están
asustados -desde la Inglaterra del siglo XVII, a decir verdad-. Son conscientes
de que el sistema de dominación es frágil, de que se basa en el
disciplinamiento de la población mediante un medio u otro. Hay una búsqueda
desesperada de enemigos: en los últimos años, entre otros, lo
fueron el comunismo, el crimen, las drogas y el terrorismo. Los pretextos cambian
pero las políticas se mantienen estables. A veces el cambio de pretexto
y la continuidad de la política es evidente y difícil de pasar
por alto: por ejemplo, después de la caída de la Unión
Soviética. Naturalmente aprovechan todas las oportunidades que encuentran
para llevar adelante su programa: el 11 de septiembre es un caso típico.
Las crisis permiten aprovecharse del miedo y la preocupación para aturdir
al adversario y exigirle que sea sumiso, obediente y silencioso, mientras el
poderoso aprovecha la oportunidad para continuar con su programa, incluso con
mayor intensidad. Estos programas varían según el tipo de sociedad:
en los Estados más brutales, consiste en un aumento de la represión
y del terror; en las sociedades en las que la población ha alcanzado
un mayor grado de libertad, en medidas para imponer la disciplina mientras se
efectúa un traspaso aun mayor del poder y la riqueza a sus propias manos.
En los últimos meses se produjeron situaciones que lo ejemplifican en
distintas partes del mundo.
Sus víctimas ciertamente deberían oponer resistencia a la previsible
explotación de la crisis y concentrar sus esfuerzos, sin dar el brazo
a torcer, en los asuntos primordiales, que siguen siendo los mismos: entre otros,
la militarización creciente, la destrucción del medio ambiente
y el ataque a gran escala contra la democracia y la libertad, el corazón
mismo de los programas "neoliberales".
El conflicto continuo está simbolizado ahora mismo por este Foro Social
Mundial (FSM) y por el Foro Económico Mundial (FEM) en Nueva York. El
FEM reúne a "los que mueven los hilos", los "ricos y famosos", los "genios
de todo el mundo", "los líderes del gobierno y los ejecutivos de las
empresas, ministros de Estado y de Dios, políticos y expertos" que se
reúnen para "pensar con detenimiento" y enfrentar "los grandes problemas
que afectan a la humanidad". Algunos ejemplos: "cómo inyectar valores
morales a lo que hacemos". O un panel llamado "Dime lo que comes", liderado
por "el príncipe actual de la escena gastronómica", cuyos elegantes
restaurantes serán "invadidos por los participantes del foro". También
se menciona un "anti-foro" en Brasil donde se espera a 50.000 participantes.
Se trata de "los anormales que se reúnen para protestar contra las reuniones
de la Organización Mundial de Comercio". Uno puede interiorizarse más
en las actividades de los anormales por una foto de un joven de aspecto desaliñado,
con la cara cubierta, que escribe "asesinos mundiales" en una pared.
En su "carnaval", como se lo describe, los anormales tiran piedras, escriben
graffitis, bailan y cantan mientras tratan una serie de temas aburridos que
no vale la pena mencionar, al menos en EE.UU.: inversión, comercio, arquitectura
financiera, derechos humanos, democracia, desarrollo sustentable, relaciones
brasilero-africanas, GATS (Acuerdo General sobre el Comercio de Servicios) y
otros temas marginales. No están "pensando con detenimiento" acerca de
"grandes problemas"; eso está limitado a los genios de Davos en Nueva
York.
La retórica infantil, supongo, es un signo de inseguridad bien merecida.
A los anormales de este "anti-foro" se los define como "opositores a la globalización",
un arma de propaganda que deberíamos rechazar con desdén. La "globalización"
sólo significa integración universal. Ninguna persona cuerda se
opone a la globalización. Esto debería resultar obvio para el
movimiento obrero y la izquierda; el término "internacional" no es precisamente
desconocido en su historia. De hecho, el FSM es uno de los logros más
emocionantes y promisorios de las esperanzas de la izquierda y de los movimientos
populares desde sus orígenes modernos de llevar a cabo una verdadera
internacional, que aspire a un programa globalizador sobre la base de las necesidades
e intereses de las personas más que de las concentraciones ilegítimas
de poder. Éstas, por supuesto, quieren apropiarse del término
"globalización" para restringirlo a su peculiar visión de la integración
internacional, basada en sus propios intereses, para los que los seres humanos
son un accidente. Con la implementación de esta terminología ridícula,
aquellos que busquen una forma sana y justa de globalización pueden ser
considerados miembros de un movimiento "anti-globalización", ridiculizados
como primitivistas que quieren un retorno a la Edad de Piedra, hacer daño
a los pobres, y otros improperios a los que estamos acostumbrados.
Los genios de Davos se autodenominan con modestia "la comunidad internacional",
pero personalmente prefiero el término utilizado por el principal diario
de negocios del mundo, el Financial Times, que los llama "los amos del universo".
Como los amos dicen ser admiradores de Adam Smith, podríamos esperar
que se atengan a la explicación que éste dio de su comportamiento,
aunque Smith sólo los consideró "amos de la humanidad" (por supuesto,
antes de la era espacial).
Smith se refería a los "arquitectos principales de la política"
de su época, los comerciantes y fabricantes de Inglaterra, que cuidaban
que "se atendiera muy especialmente" sus propios intereses, sin importar la
"gravedad" del impacto que esto pudiera tener sobre los demás, incluida
la población inglesa. La "máxima vil de los amos de la humanidad"
que regía su política interna y exterior era "todo para nosotros
y nada para los demás". No debería sorprendernos que los amos
actuales se rijan por la misma "máxima vil". Al menos lo intentan, aunque
a veces se lo dificulten los anormales, esa "gran bestia", para tomar prestado
el término que utilizaban los Padres Fundadores de la democracia estadounidense
al referirse a la población rebelde que no comprendía que el principal
objetivo del gobierno era "proteger a la minoría opulenta de la mayoría
de la población", como explicó el principal artífice de
la Constitución de EE.UU. en los debates de la Convención Constituyente.
Retomaré luego este asunto, pero primero querría referirme al
tema que da título a esta sesión, "un mundo libre de guerra",
con el que está estrechamente relacionado. Por lo general, resulta difícil
predecir el futuro de la humanidad. Pero podemos estar muy seguros, por ejemplo,
de que o bien existirá un mundo libre de guerra, o no existirá
mundo alguno (o por lo menos, no un mundo habitado por criaturas que no sean
bacterias y escarabajos, o alguna otra especie dispersa). Conocemos el porqué:
los seres humanos han desarrollado medios capaces de destruir el mundo y a toda
su población, y durante medio siglo se han acercado peligrosamente a
su utilización. Además, en la actualidad los líderes del
mundo civilizado están abocados a arriesgar cada vez más la supervivencia
de la especie, con plena conciencia de lo que hacen, al menos si leen los informes
de sus propios servicios de inteligencia y de los analistas estratégicos
respetados, incluidos muchos que favorecen plenamente la vía de la destrucción.
Lo que no presagia nada bueno es que los planes se desarrollan e implementan
basándose en argumentos que se encuentran dentro de la lógica
de los valores y la ideología dominantes, que ubican a la supervivencia
bien por debajo de la "hegemonía", el objetivo principal de los defensores
de estos programas, como insisten con franqueza.
Es probable que en el futuro seamos testigos de guerras por agua, energía
y otros recursos naturales, con consecuencias que podrían ser devastadoras.
Sin embargo, en su mayoría, las guerras han sido la consecuencia de la
imposición del sistema del estado-nación, una formación
social antinatural que suele establecerse por medios violentos. Esta es una
de las principales razones por la cual, durante siglos, mientras conquistaba
la mayor parte del mundo, Europa fue la zona más salvaje y brutal del
planeta. El origen de la mayoría de los conflictos actuales desde la
caída del sistema colonial formal se encuentra en los esfuerzos europeos
por imponer sistemas estatales en los territorios conquistados. La masacre mutua,
deporte favorito de Europa, debió detenerse en 1945, cuando se tomó
conciencia de que la próxima vez que se produjera sería también
la última. Otra predicción que podemos realizar con plena seguridad
es que no habrá guerras entre grandes potencias; la razón es que
si la predicción fuera incorrecta, no habrá nadie para corroborarlo.
Además, el activismo popular dentro de las sociedades ricas y poderosas
ha tenido un efecto civilizador. Como resultado de las movilizaciones populares
de protesta, los "que mueven los hilos" ya no pueden realizar agresiones prolongadas,
como cuando EE.UU. atacó Vietnam del Sur hace 40 años y destruyó
gran parte del país. Entre los muchos efectos civilizadores del fermento
de los años ?60 está la oposición general a la agresión
y a la masacre a gran escala, reformulada en el sistema ideológico dominante
como la negativa a aceptar bajas dentro de las fuerzas armadas ("el síndrome
de Vietnam"). Este es el motivo por el cual la administración Reagan
tuvo que recurrir al terrorismo internacional en lugar de invadir Centroamérica
directamente, según el modelo Kennedy-Johnson, en su guerra para derrotar
la teología de la liberación, como describe orgullosamente su
logro la Escuela de las Américas. Los mismos cambios explican el informe
de inteligencia de la primera administración Bush en 1989, advirtiendo
que en guerras contra "enemigos mucho más débiles" -el único
tipo que tiene sentido enfrentar- EE.UU. debe "derrotarlos de forma terminante
y con rapidez" o la campaña perderá el "apoyo político",
que se sabe escaso. Las guerras, desde entonces, han seguido este patrón,
y la magnitud de las protestas y del disenso ha aumentado a un ritmo constante.
Por lo tanto, existen cambios de una naturaleza mixta.
Cuando los pretextos desaparecen, se deben buscar nuevos pretextos para controlar
a la gran bestia y continuar con las políticas tradicionales adaptadas
a las nuevas circunstancias. Esto ya resultaba evidente 20 años atrás.
Era difícil no reconocer que el enemigo soviético se estaba enfrentando
a problemas internos y pronto dejaría de ser una amenaza creíble.
Éste fue en parte el motivo por el cual la administración Reagan,
hace 20 años, declaró que la "guerra contra el terrorismo" sería
el eje de la política exterior de EE.UU., especialmente en Centroamérica
y Oriente Medio, las fuentes principales de esa plaga diseminada por los "depravados
oponentes de la civilización misma" en un "retorno a la barbarie en la
edad moderna", como explicó George Shultz, miembro moderado de la administración,
quién advirtió también que la solución era la violencia
y que deberían evitarse los "medios legistas y utópicos como la
mediación externa, la Corte Mundial y las Naciones Unidas". No necesitamos
detenernos en cómo se luchó en estas dos regiones, y en otros
lugares, mediante una red extraordinaria de estados apoderados y mercenarios;
un "eje del mal" si tomamos prestado un término más actual.
Es interesante notar que en los meses posteriores a la guerra que EE.UU. volvió
a declarar después del 11 de septiembre, que repite muchos de los mismos
elementos retóricos, todo esto se ha hecho desaparecer por completo,
incluso el hecho de que la Corte Mundial y el Consejo de Seguridad hayan condenado
a EE.UU. por terrorismo internacional (vetado) y que éste haya respondido
intensificando el ataque terrorista que se le obligó a detener; o el
hecho de que las mismas personas que están dirigiendo las misiones diplomáticas
y militares de la nueva guerra contra el terrorismo fueran personas clave en
la ejecución de atrocidades terroristas en Centroamérica y Oriente
Medio durante la primer fase de la guerra. El silencio que cubre estos asuntos
es un verdadero homenaje a la disciplina y a la obediencia de las clases educadas
en las sociedades democráticas y libres.
No está equivocado quien piense que la "guerra contra el terrorismo"
servirá nuevamente como pretexto para la intervención y las atrocidades
en los años por venir, y no sólo a manos de EE.UU.; Chechenia
es sólo uno entre numerosos ejemplos. No hay necesidad de pensar demasiado
en lo que esto augura para Latinoamérica; al menos en Brasil, el primer
objetivo de la ola de represión que invadió Latinoamérica
después de que la administración Kennedy, en una decisión
de importancia histórica, cambió la misión del ejército
latinoamericano de "defensa hemisférica" a "seguridad interior", un eufemismo
por terrorismo de estado dirigido contra la población nacional. Esto
continúa aun, a gran escala, en especial en Colombia, que lidera en la
década del 90 las violaciones a los derechos humanos dentro del hemisferio,
y por lejos es el principal destinatario de armas y entrenamiento militar estadounidense,
según un patrón coherente documentado incluso en la bibliografía
convencional.
Por supuesto, una vasta literatura se ha concentrado en la "guerra contra el
terrorismo" durante la primera fase en la década del ?80 y desde que
se volvió a declarar en los últimos meses. Una característica
interesante de la avalancha de análisis, tanto entonces como ahora, es
que no se nos explica en qué consiste el "terrorismo". Lo que se nos
dice en su lugar es que ésta es una cuestión compleja y desconcertante.
Es curioso, porque existen definiciones concretas en documentos oficiales de
EE.UU. Una definición sencilla describe el terrorismo como "el uso deliberado
de violencia o de la amenaza de violencia para alcanzar objetivos de naturaleza
política, religiosa o ideológica". Ésta parece ser bastante
apropiada, pero no puede utilizarse, por dos motivos. El primero es que también
define la política oficial, llamada "contrainteligencia" o "conflicto
de baja intensidad". El otro es que pone en evidencia todas las respuestas equivocadas,
los hechos demasiado obvios para revisar pero que sin embargo fueron suprimidos
con una eficiencia sorprendente.
El problema de encontrar una definición de "terrorismo" que excluya los
casos más notables es realmente complejo y desconcertante. Pero, afortunadamente,
existe una solución sencilla: definir "terrorismo" como los actos terroristas
que los demás realizan contra nosotros. Al pasar revista a la bibliografía
académica sobre el terrorismo, a los medios y las publicaciones intelectuales,
uno puede percibir que casi no existe excepción a este uso, y que todo
alejamiento del mismo provoca una furia impresionante. Además, la práctica
probablemente sea universal: los generales en Sudamérica estaban protegiendo
a la población del "terror dirigido desde afuera", de la misma forma
en que los japoneses lo hacían en Manchuria y los nazis en la Europa
de la ocupación. Si existe una excepción, no la he podido encontrar.
Volvamos a la noción de "globalización" y a la relación
que establece con la amenaza de guerra, tal vez de guerra terminal.
La versión de la "globalización" diseñada por los amos
del universo tiene un amplio apoyo de las elites, lo que no debe sorprendernos,
del mismo modo que brindan apoyo a los denominados "tratados de libre comercio",
que el Wall Street Journal , más honestamente, ha llamado "tratados de
libre inversión". Se informa muy poco acerca de estos temas, y simplemente
se suprime la información crucial; por ejemplo, después de una
década, excepto en fuentes disidentes, todavía no se ha informado
sobre la postura del movimiento obrero de EE.UU. ni sobre las conclusiones a
las que llegó la Oficina de Investigación del Congreso (la Oficina
de Evaluación de Tecnologías) sobre el NAFTA (Tratado de Libre
Comercio de Norteamérica). Y el tema no forma parte de la agenda política
electoral. Hay buenos motivos. Los amos saben bien que el público manifestará
su oposición si obtiene la información. Sin embargo, son francos
al tratar entre ellos. Hace un par de años, bajo una enorme presión
pública, el Congreso rechazó la legislación de "vía
rápida" que otorga al presidente la autoridad para promulgar acuerdos
económicos internacionales permitiendo al Congreso votar por "Si" (o,
teóricamente, "No") sin debate ni información al público.
Como otros sectores de la opinión de elite, el Wall Street Journal se
mostró consternado por el fracaso del socavamiento de la democracia.
Pero explicó el problema: los opositores de estas medidas estalinistas
tienen un "arma fundamental", la población en general, que por lo tanto
debe permanecer a oscuras. Esto es muy importante, especialmente en las sociedades
más democráticas, donde no se puede sencillamente encarcelar o
asesinar a los disidentes, como sucede en los países que reciben la mayor
parte de la ayuda militar de EE.UU., como El Salvador, Turquía y Colombia,
para enumerar a los campeones mundiales actuales y recientes (dejando de lado
a Israel y Egipto).
Uno podría preguntarse por qué la oposición pública
a la "globalización" ha sido tan intensa durante tantos años.
Esto parece extraño en una era en que ha llevado a una prosperidad sin
precedentes, según se nos informa constantemente, en especial en EE.UU.,
con su "economía de cuento de hadas". Durante la década de 1990,
EE.UU. vivió "el crecimiento económico más grande de la
historia del país, y del mundo", escribió Anthony Lewis en el
New York Times hace un año, repitiendo el estribillo estándar
desde el espectro admisible de la extrema izquierda. Se concede la existencia
de imperfecciones: algunos han quedado atrás en el milagro económico,
y nosotros, las personas de buen corazón, tenemos que hacer algo al respecto.
Las imperfecciones reflejan un dilema profundo y problemático: el rápido
crecimiento y la prosperidad producidos como consecuencia de la "globalización"
trajeron aparejada una desigualdad creciente, ya que algunos carecen de las
habilidades para disfrutar de los maravillosos regalos y oportunidades.
La imagen es tan habitual que es difícil notar lo poco que se parece
a la realidad. Antes del breve boom de finales de los años 90 (que no
compensaron ni mucho menos el estancamiento o el deterioro previos de la mayoría
de la población), el crecimiento per capita durante los "locos años
90" fue aproximadamente igual al del resto del mundo industrializado, mucho
menor que durante los primeros 25 años de posguerra antes de la así
llamada "globalización" y extremadamente menor que durante los años
de guerra, el boom económico más grande en la historia de EE.UU.
bajo una economía semicontrolada. ¿Cómo puede ser entonces que
la imagen convencional sea tan distinta de los hechos? La respuesta es muy simple:
para un pequeño sector de la sociedad, la década del 90 fue realmente
un gran boom económico. Da la casualidad que este sector incluye a aquellos
que dan a los demás las felices noticias. Y no se los puede acusar de
deshonestidad. No tienen motivo para dudar de lo que dicen. Lo leen constantemente
en las publicaciones para las que escriben, y está de acuerdo con su
experiencia personal: es cierto sobre las personas con las que se reúnen
en las oficinas de las redacciones, los clubes de las facultades, las conferencias
de elite como a la que ahora asisten los genios y los elegantes restaurantes
donde cenan. Es sólo que el mundo es distinto.
Echemos un rápido vistazo al asunto desde un punto de vista más
amplio. La integración económica internacional -una de las facetas
de la "globalización" en su sentido neutro- aumentó con rapidez
antes de la Primera Guerra Mundial, se detuvo o disminuyó durante el
período de entreguerras y continuó después de la Segunda
Guerra Mundial, alcanzando ahora los niveles de hace un siglo debido a medidas
negligentes; en detalle, la estructura es más compleja. Desde cierto
punto de vista, la globalización era mayor antes de la Primera Guerra
Mundial: un ejemplo es la "libre circulación de trabajadores", la base
del libre mercado según Adam Smith, aunque no de sus admiradores contemporáneos.
Desde otro punto de vista, la globalización es mucho mayor actualmente:
un ejemplo terrible -y no es el único- es el flujo de capitales especulativos
de corto plazo, muy superior a cualquier valor precedente. La distinción
refleja algunas de las características centrales de la versión
de la globalización preferida por los amos del universo: en una medida
que excede toda norma, el capital es prioritario y las personas son incidentales.
La frontera mexicana es un ejemplo interesante. Como la mayoría de las
fronteras, es artificial, se trata del resultado de una conquista y ha permitido
el flujo en ambas direcciones por una variedad de motivos socioeconómicos.
Clinton la militarizó después de que se firmara el NAFTA para
impedir "la libre circulación de trabajadores". Esto fue necesario debido
a los efectos anticipados que el NAFTA tuvo en México: un "milagro económico"
que resultó ser un desastre para gran parte de la población, que
tenía la intención de escapar. En esos años, el flujo de
capitales, ya de un alto nivel de libertad, fue acelerado aun más, junto
a lo que se denomina "comercio", alrededor de 2/3 del cual está administrado
hoy por tiranías privadas, que antes del NAFTA dominaban la mitad del
mismo. Denominarlo "comercio" es sólo una decisión de tipo doctrinaria.
Hasta donde yo sé, nadie ha analizado los efectos del NAFTA sobre el
comercio real.
Una medida más técnica de la globalización es la convergencia
en un mercado global, con precios y salarios únicos. Esto no ha sucedido
en absoluto. En relación con los ingresos, al menos, lo contrario está
más cerca de la verdad. Aunque mucho depende de cómo se lo mida
exactamente, hay buenos motivos para creer que la desigualdad ha aumentado dentro
de los países y entre ellos. Se espera que esto continúe. Los
servicios de inteligencia de EE.UU., con la participación de especialistas
de universidades y del sector privado, dieron a conocer recientemente un informe
sobre las expectativas para el año 2015. Esperan que la "globalización"
continúe su curso: "Su evolución será inestable y estará
marcada por una volatilidad financiera crónica y una ampliación
de la brecha económica". Esto significa menor convergencia, menor globalización
en el sentido técnico, pero más globalización en el sentido
doctrinario. La volatilidad financiera implica aun un menor crecimiento y mayores
crisis y pobreza.
Es en este punto que se establece una conexión clara entre la "globalización"
en el sentido que le dan los amos del universo y el aumento de las posibilidades
de que ocurra una guerra. Los planificadores militares hacen las mismas proyecciones
y han explicado abiertamente que estas expectativas se basan en la amplia expansión
del poderío militar. Incluso antes del 11 de septiembre, el presupuesto
militar de EE.UU. superó al de los aliados y los adversarios combinados.
Se han explotado los ataques terroristas para aumentar tremendamente el presupuesto
militar, deleitando a elementos clave de la economía privada. El programa
más amenazante es la militarización del espacio, que también
se encuentra en proceso de ampliación con la excusa de la "lucha contra
el terrorismo".
Documentos de la era Clinton explican públicamente el razonamiento en
el que se basan estos programas. Uno de los motivos principales es la brecha
creciente entre los ricos y los desposeídos, que se espera que siga creciendo,
en contra de la teoría económica pero en concordancia con la realidad.
Los desposeídos -la "gran bestia" del mundo- pueden provocar trastornos
y deben ser controlados en aras de lo que en la jerga técnica se denomina
"estabilidad", lo que significa subordinación a los dictámenes
de los amos. Esto requiere de medios de violencia, y habiendo "asumido, para
la defensa del propio interés, la responsabilidad del bienestar del sistema
capitalista mundial", EE.UU. debe llevar la delantera; estoy citando al historiador
diplomático Gerald Haines, también historiador de la CIA, cuando
describía los planes de EE.UU. en la década de 1940 en un estudio
académico. El dominio aplastante sobre las armas y las fuerzas de destrucción
masiva convencionales no es suficiente. Se debe atravesar la siguiente frontera:
la militarización del espacio, que desafía el Tratado sobre el
Espacio Exterior de 1967, cumplido hasta ahora. Al reconocer el propósito,
la Asamblea General de la ONU volvió a ratificar el tratado muchas veces;
EE.UU., prácticamente aislado, se negó a hacerlo. Y Washington
ha interrumpido las negociaciones en la Conferencia sobre Desarme de la ONU
acerca de este tema el último año; se trata de hechos apenas mencionados,
por los motivos de siempre. No es prudente permitir a los ciudadanos conocer
los planes que pueden llevar a su fin el único experimento de la biología
con una "inteligencia superior".
Como se ha notado, estos programas benefician a la industria militar, pero no
debemos olvidar que el término puede inducir a error. A lo largo de la
historia moderna, y con un incremento enorme después de la Segunda Guerra
Mundial, se ha utilizado el sistema militar como un instrumento para socializar
el costo y el riesgo mientras se privatizan las ganancias. La "nueva economía"
es en gran medida un producto del sector estatal innovador y dinámico
de la economía de EE.UU. El motivo principal por el cual el gasto público
en ciencias biológicas ha estado aumentando con rapidez es que los miembros
inteligentes de la derecha comprenden que la vanguardia de la economía
se basa en estas iniciativas públicas. Se ha planificado un aumento impresionante
con el pretexto del "bioterrorismo", de la misma forma en que se engañó
a la población para que pagara por la nueva economía con el pretexto
de que los rusos estaban llegando. O, después de que cayó la URSS,
debido a la amenaza que representaba la "sofisticación tecnológica"
de los países del tercer mundo, como indicó el cambio en la línea
del Partido en los años 90, de forma instantánea, sin que a nadie
le diera un vuelco el corazón y casi sin ningún comentario. Este
es también un motivo por el cual las exenciones a la seguridad nacional
tienen que ser parte de acuerdos económicos internacionales: no ayudará
a Haití, pero permite a la economía de EE.UU. crecer bajo el principio
tradicional de una dura disciplina de mercado para los pobres y un estado niñera
para los ricos. Lo que se denomina "neoliberalismo", aunque no es un término
apropiado: la doctrina tiene cientos de años y escandalizaría
a los liberales clásicos.
Uno podría argumentar que estos gastos públicos en muchos casos
valieron la pena. Tal vez, tal vez no. Pero es evidente que los amos temían
la opción democrática. Al público general se le oculta
todo esto, aunque sus participantes lo comprenden muy bien.
Mediante la militarización del espacio con la noción de la "defensa
misilística", se disfrazan los planes para cruzar la última frontera
de la violencia; pero cualquiera que preste atención a la historia sabe
que cuando oímos la palabra "defensa" tenemos que pensar en "ataque".
En este caso, no nos encontramos ante una excepción. Se ha declarado
con mucha franqueza el objetivo: asegurar el "dominio global", la "hegemonía".
Los documentos oficiales hacen hincapié en que el objetivo es "proteger
los intereses y las inversiones de EE.UU." y controlar a los pobres. Hoy en
día, esto requiere del dominio del espacio, de la misma forma que en
épocas anteriores los estados más poderosos creaban ejércitos
y armadas "para proteger y ampliar sus intereses comerciales". Se reconoce que
estas nuevas iniciativas, en las que EE.UU. lleva ampliamente la delantera,
plantean una amenaza seria a la supervivencia. Y también se reconoce
que se podrían prevenir mediante tratados internacionales. Pero como
mencioné antes, la hegemonía es un valor que está por encima
de la supervivencia, un cálculo de dudosa moral que ha prevalecido entre
los poderosos a lo largo de la historia. La única diferencia es que lo
que está en riesgo en este caso es mucho más importante.
Lo importante es que el esperado éxito de la "globalización" en
el sentido doctrinal es uno de los principales motivos que se da para justificar
la utilización del espacio como arma ofensiva de destrucción masiva
instantánea.
Volvamos ahora a la "globalización" y al " boom económico más
grande de la historia del país y del mundo" de la década del 90.
Desde la II Guerra Mundial, la economía internacional atravesó
dos fases: la fase de Bretton Woods, hasta principios de los 70, y el período
posterior, con el desmantelamiento del sistema de control de divisas y de movimiento
de capital de Bretton Woods. Es la segunda fase a la que se la denomina "globalización"
y se asocia a las políticas neoliberales del "consenso de Washington".
Las dos fases son muy distintas. A la primera se la suele llamar la "era dorada"
del capitalismo (de estado). La segunda fase llegó acompañada
por un marcado deterioro en las medidas macroeconómicas estándar:
índice de crecimiento de la economía, productividad, inversión
de capital, incluso comercio mundial; tasas de interés mucho más
altas (lo que ha hecho daño a las economías); gran acumulación
de reservas improductivas para proteger las monedas; mayor volatilidad financiera;
y otras consecuencias nocivas. Hubo excepciones, en particular en los países
del este asiático, que no siguieron las reglas: no adoraron la "religión"
según la cual "el mercado tiene la solución", como describió
Joseph Stiglitz en un trabajo de investigación publicado por el Banco
Mundial poco antes de que fuera designado economista en jefe, luego destituido
(y ganado el Premio Nobel). En cambio, los peores resultados se obtuvieron en
los países donde se aplicaron las reglas a rajatabla, como en América
Latina, hechos bien conocidos y documentados, entre otros, por José Antonio
Ocampo, director de la Comisión Económica para América
Latina y el Caribe (CEALC) en una conferencia ante la Asociación Económica
Americana hace un año. "La tierra prometida es un espejismo", dijo, el
crecimiento en la década del 90 fue mucho menor que el de las tres décadas
de "desarrollo conducido por el Estado" de la Fase I. También observó
que la relación directa existente entre seguir las reglas y las consecuencias
económicas nefastas se aplica a todo el mundo.
Volvamos, entonces, al profundo y problemático dilema: el rápido
crecimiento y la gran prosperidad que trajo consigo la globalización
trajo desigualdad porque algunos carecen de habilidades. No hay dilema aquí,
porque el crecimiento y la prosperidad rápidas son un mito.
Muchos economistas internacionales consideran a la liberalización del
capital como un factor importante en los pobres resultados de la fase II. La
economía es un asunto complejo, tan poco comprendido que debemos ser
cautelosos con las conexiones causales. Pero una de las consecuencias de la
liberalización del capital es evidente: debilita la democracia. Esto
lo comprendieron los artífices de Bretton Woods: uno de los motivos por
el cual los acuerdos se basaron en la regulación de capital fue permitir
a los gobiernos que desarrollaran políticas sociales democráticas,
que contaban con un enorme apoyo popular. El movimiento libre de capitales crea
lo que ha sido llamado un "Senado virtual" con "derecho a veto" sobre las decisiones
del gobierno, lo que restringe de forma pronunciada las opciones políticas.
Los gobiernos se enfrentan a un "doble electorado": los votantes por un lado
y los especuladores por otro, quienes "a cada instante someten a plebiscito"
las políticas del gobierno (citando un estudio técnico del sistema
financiero). Incluso en los países ricos, prevalece el electorado privado.
Otros componentes de la "globalización" beneficiosa para los inversores
tienen consecuencias similares. Cada vez más, las decisiones socioeconómicas
llevan a incomprensibles concentraciones de poder, un rasgo esencial de las
"reformas" (un término de propaganda, no técnico) neoliberales.
Es de suponer que se esté planeando la ampliación del ataque a
la democracia sin un debate público en las negociaciones para un Acuerdo
General sobre el Comercio en Servicios (GATS). El término "servicios",
como sabrán, se refiere a todo lo que forma parte de las opciones dentro
de una escena democrática: salud, educación, bienestar, servicios
postales y de comunicación, agua y otros recursos, etc. No tiene sentido
referirse al traspaso de estos servicios a manos privadas como "comercio", pero
el término ha perdido tanto de su sentido que bien puede extenderse a
esta farsa.
Las multitudinarias manifestaciones públicas de protesta en Quebec de
abril del año pasado en la Cumbre de las Américas, llevada a cabo
por los anormales de Porto Alegre, estuvieron dirigidas en parte en contra del
intento de imponer los principios del GATS en secreto dentro del plan del Area
de Libre Comercio de las Americas (ALCA). Esas protestas reunieron una gran
cantidad de personas, del Norte y del Sur, que se opuso a los planes ideados
por ministros de economía y ejecutivos de corporaciones a escondidas.
Las protestas recibieron la cobertura a la que estamos acostumbrados: los anormales
arrojan piedras y perturban a los genios que piensan en los grandes problemas.
La invisibilidad de sus verdaderas preocupaciones es digna de mención.
Por ejemplo, el corresponsal económico del New York Times Anthony DePalma
escribió que el acuerdo del GATS "no ha generado la controversia pública
que se produjo [en la OMC] con los intentos de promover la venta de mercadería",
incluso después de Seattle. De hecho, ha sido una preocupación
principal durante años. Como en otros casos, esto no es un caso de engaño.
El conocimiento que DePalma tiene de los anormales se limita a lo que deja ver
el filtro de los medios, y es una ley de hierro del periodismo que se debe prohibir
el ingreso a las preocupaciones serias de los activistas para permitir que la
atención se concentre en alguien que arroja una piedra, tal vez un provocador
de la policía.
La importancia de proteger al público de la información fue revelada
de manera espectacular en la Cumbre de abril. Toda redacción de EE.UU.
tenía sobre su escritorio dos estudios importantes, preparados para su
publicación justo antes de la Cumbre. Uno era de Human Rights Watch,
el otro del Instituto de Política Económica de Washington; ninguna
de las dos organizaciones es particularmente poco conocida. Ambos estudios investigaban
en profundidad los efectos del NAFTA, que fue aclamado en la cumbre como un
gran triunfo y un modelo para el ALCA, con titulares que anunciaban con bombos
y platillos los elogios de George Bush y otros líderes, todos aceptados
como palabra santa. Ambos estudios fueron ocultados con casi total unanimidad.
Es fácil entender el porqué. HRW analizó los efectos del
NAFTA sobre los derechos de los trabajadores, los que, descubrió, se
vieron perjudicados en los tres países participantes. El informe de IPE
era más exhaustivo: consiste en el análisis detallado de los efectos
del NAFTA en la población de trabajadores, escrito por especialistas
de los tres países. La conclusión a la que llegaban es que es
uno de los pocos acuerdos que perjudicó a la mayoría de la población
en todos los países participantes.
Los efectos sobre México fueron especialmente graves, en particular en
el Sur. Los salarios disminuyeron bruscamente con la imposición de los
programas neoliberales en la década de 1980. Esto continuó después
del NAFTA, con una disminución del 24% en los ingresos de los trabajadores
asalariados, y del 40% entre los autónomos, un efecto amplificado por
el rápido incremento de trabajadores no remunerados. Aunque la inversión
extranjera aumentó, el total de inversiones disminuyó y se transfirió
la economía a las manos de multinacionales extranjeras. El salario mínimo
perdió el 50% de su poder adquisitivo. La actividad industrial disminuyó
y el desarrollo se estancó o pudo haber retrocedido. Un pequeño
sector se hizo extremadamente rico y los inversores extranjeros prosperaron.
Estos estudios confirman lo que han informado la prensa empresarial y los estudios
académicos. El Wall Street Journal informó que, a pesar de que
la economía mexicana creció a fines de los 90 después de
una brusca caída posterior al NAFTA, los consumidores padecieron una
disminución del 40% en su poder adquisitivo, la cantidad de personas
que viven en extrema pobreza aumentó con un ritmo que dobla al crecimiento
de la población y que incluso aquellos que trabajan en plantas de montaje
que pertenecen a empresas extranjeras vieron afectado su poder adquisitivo.
El área de estudios latinoamericanos del Centro Woodrow Wilson también
llegó a una conclusión similar y resaltó la concentración
de poder económico en un país en el que las pequeñas empresas
no pueden obtener financiamiento, el cultivo tradicional despide trabajadores
y los sectores de trabajo intensivo (agricultura, industria ligera) no puede
competir internacionalmente con lo que se llama "la libre empresa" en el sistema
doctrinario. La agricultura sufrió por los motivos de siempre: los pequeños
agricultores no pueden competir con las empresas agrícolas de los Estados
Unidos que reciben un amplio subsidio, con efectos similares en todo el mundo.
Críticos del NAFTA, incluida la desaparecida OTA y los estudios del movimiento
obrero, predijeron la mayoría de estos efectos. Pero se equivocaban en
un aspecto: la mayoría predijo un gran aumento en el crecimiento urbano,
ya que cientos de miles de campesinos fueron echados de las tierras. Esto no
sucedió. El motivo, parece, es que las condiciones de vida en las ciudades
están tan deterioradas que hubo una enorme fuga incluso desde las ciudades
hacia EE.UU. Aquellos que sobreviven al cruce de fronteras -muchos no lo hacen-
trabajan por salarios muy bajos, sin beneficios, en condiciones deplorables.
El efecto es la destrucción de vidas y comunidades en México y
el mejoramiento de la economía de EE.UU., donde "el consumo de la clase
media urbana continúa siendo subsidiado por el empobrecimiento de los
trabajadores campesinos, tanto estadounidenses como mejicanos", señala
el estudio del Centro Woodrow Wilson.
Estos son algunos de los costos del NAFTA, y de la globalización neoliberal
en general, que los economistas tienden a pasar por alto. Pero incluso al nivel
de los medidores estándar fuertemente ideológicos, los costos
han sido severos.
No se permitió que nada de esto manchara la celebración del NAFTA
y del ALCA en la cumbre. A menos que entren en contacto con organizaciones activistas,
la mayoría de las personas sólo conoce estos hechos por su propia
vida. Y cuidadosamente protegidos de la realidad por la Prensa Libre, muchos
se creen fracasados, incapaces de participar en la celebración del mayor
boom económico de la historia.
Los datos del país más rico del mundo son instructivos, pero no
voy a entrar en detalles. El panorama es similar, con algunas variantes por
supuesto, y excepciones del tipo ya descrito. El panorama es mucho peor cuando
nos alejamos de los medidores económicos estándar. Uno de los
costos es la amenaza a la supervivencia implícita en el razonamiento
de los planificadores militares, ya tratado. Hay muchos otros. Para tomar uno,
la OIT informó acerca de un crecimiento "epidémico mundial" de
los trastornos mentales, por lo general relacionados con el estrés en
el trabajo, con un costo fiscal sustancial en los países industrializados.
Un factor determinante, concluyen, es la "globalización", que trae aparejada
la "desaparición de la seguridad laboral" que produce tensión
y una mayor carga horaria laboral, en particular en EE.UU. ¿Es este uno de los
costos de la "globalización"? Desde un punto de vista, es uno de sus
rasgos más interesantes. Cuando Alan Greenspan calificó el desempeño
económico de EE.UU. como "extraordinario", hizo particular hincapié
en el incremento de la sensación de inseguridad laboral, lo que supone
una reducción en los costos para los empleadores. El Banco Mundial está
de acuerdo. Reconoce que "la flexibilización del mercado laboral" ha
adquirido "un mal renombre... como si se tratara de un eufemismo para la poda
de salarios y empleados" pero, sin embargo, "es esencial en todas las regiones
del mundo... Las reformas más importantes suponen promover la movilidad
laboral y la flexibilidad salarial, así como la ruptura del vínculo
entre servicio social y contratos de trabajo".
En pocas palabras, para la ideología dominante, echar trabajadores, reducir
salarios y disminuir los beneficios son contribuciones cruciales para la salud
económica.
El comercio desregulado trae mayores beneficios a las corporaciones. Gran parte
del "comercio", probablemente la mayoría, está administrado desde
una sede central mediante distintos estratagemas: transferencias internas, alianzas
estratégicas y tercerización, entre otras. Amplias áreas
del comercio benefician a las corporaciones al hacerlas menos responsables ante
las comunidades locales y nacionales. Esto agrava los efectos de los programas
neoliberales, que con frecuencia han reducido el nivel de ingresos laborales.
En los Estados Unidos, la década del 90 fue el primer período
de posguerra en el que la división de ingresos se inclinó hacia
los dueños del capital, alejándose de los trabajadores. El comercio
tiene una variedad de costos no medidos: energía subvencionada, el agotamiento
de recursos y otros efectos no contabilizados. También trae ventajas,
aunque aquí también hay que andar con cuidado. La más aclamada
es que el comercio aumenta el nivel de especialización, pero sin aclarar
que reduce las posibilidades, incluso la de modificar la ventaja comparativa,
conocida en otros casos como "desarrollo". Opción y desarrollo son valores
en sí mismos: debilitarlos tiene un costo grave. Si se hubiese obligado
a las colonias norteamericanas a aceptar el régimen de la OMC hace 200
años, Nueva Inglaterra estaría persiguiendo su ventaja comparativa
en la exportación de pescado, y seguramente no con la industria textil,
que sobrevivió gracias a aranceles aduaneros exorbitantes para bloquear
el ingreso de productos británicos (imitando el trato que Gran Bretaña
tenía con India). Lo mismo sucedió con el acero y otras industrias
hasta el día de hoy, en especial en los años proteccionistas de
Reagan, incluso dejando de lado el sector estatal de la economía. Hay
mucho para decir acerca de todo esto. Gran parte de la historia se esconde detrás
de métodos de medición económica selectivos, aunque es
bien conocido por historiadores de la economía y la tecnología.
Como todos los que están aquí presenten saben, es probable que
las reglas de juego incrementen los efectos perjudiciales para los pobres. Las
reglas de la OMC impiden el funcionamiento de los mecanismos utilizados por
todo país rico para alcanzar su nivel actual de desarrollo y a la vez
proveen un nivel de proteccionismo sin precedentes para los ricos, incluido
el régimen de patentes que impide la innovación y el crecimiento
creativos pero sí permite a las entidades corporativas amasar enormes
ganancias mediante la fijación de precios monopólicos, por lo
general desarrollada con un considerable aporte del público.
Bajo las versiones contemporáneas de los mecanismos tradicionales, la
mitad de la población mundial se encuentra en las manos de un grupo de
síndicos y su política económica administrada por expertos
en Washington. Pero la democracia se encuentra en peligro incluso en los países
ricos, porque las decisiones ya no las toma el gobierno, que podía ser
en parte receptivo a la población, sino tiranías privadas, que
no tienen ese defecto. Eslóganes cínicos como "confíe en
la gente" o "reduzca el Estado", bajo las actuales circunstancias, no implican
un aumento en el control por parte de la población. Llevan la toma de
decisiones de los gobiernos a otras manos, pero no a la "gente": por lo general,
a la gerencia de entes de existencia jurídica colectivistas, en gran
medida sin responsabilidad ante el público, y en los hechos, totalitarias
en su estructura interna, tal como los conservadores acusaban hace un siglo
cuando se oponían a "la corporativización de EE.UU.".
Los especialistas y las instituciones que realizan encuestas de opinión
han observado desde hace algunos años que la extensión de la democracia
formal en Latinoamérica ha estado acompañada por una creciente
desilusión acerca del sistema democrático. Esta "tendencia alarmante"
persiste, señalan los analistas, y hacen hincapié en el vínculo
existente entre "problemas económicos" y "falta de confianza" en las
instituciones democráticas ( Financial Times ). Como señaló
Atilio Borón hace algunos años, la nueva ola de democratización
en Latinoamérica coincidió con las "reformas" económicas
neoliberales que debilitan a la democracia real, un fenómeno que se extiende
en todo el mundo, a través de distintas formas.
Incluso en los Estados Unidos. Ha habido mucho clamor público acerca
de la "elección robada" de noviembre de 2000 y sorpresa ante el hecho
de que a la gente no parece importarle. Los estudios de opinión pública
sugieren posibles motivos, que revelan que en vísperas de las elecciones,
el 75% de la población consideraba el proceso electoral casi como una
farsa: un juego en el que participaban los contribuyentes financieros, los dirigentes
de los partidos y la industria de las relaciones públicas, que construyó
a los candidatos para decir "lo que sea, con tal de ser elegidos", por lo que
era poco lo que uno podía creerles incluso cuando su mensaje era comprensible.
Los ciudadanos no podían identificar la posición de los candidatos
acerca de la mayoría de los temas, no porque fueran estúpidos
o no lo intentaran, sino debido a los esfuerzos deliberados de la industria
de las relaciones públicas. Un proyecto de la Universidad de Harvard
que monitorea las actitudes ante la política señaló que
"la sensación de impotencia ha alcanzado un pico alarmante". Más
de la mitad de la población considera que tiene poca o ninguna influencia
en las acciones del gobierno, con un incremento marcado durante el período
neoliberal.
Los asuntos económicos, políticos e intelectuales en los que el
público discrepa con las elites se encuentran prácticamente ausentes
de la agenda, en especial la política económica. El mundo de los
negocios, no sorprendentemente, se encuentra en su inmensa mayoría a
favor de una "globalización" guiada por las corporaciones, los "tratados
de libre inversión" llamados "tratados de libre comercio", el NAFTA y
el ALCA, el GATS y otros mecanismos que concentran la riqueza y el poder en
manos que no son responsables ante el público. Tampoco debe sorprendernos
que la gran bestia tienda a oponerse, casi por instinto, incluso sin saber los
hechos cruciales que se ocultan con cuidado. Se deduce que estos asuntos no
son apropiados para las campañas políticas y que no salieron a
la luz durante las elecciones de noviembre del 2000. Uno se hubiera visto en
aprietos, por ejemplo, para encontrar un debate sobre la próxima Cumbre
de las Américas y el ALCA, y otros tópicos que involucran asuntos
de primera necesidad para el público. Se dirigió a los votantes
a lo que la industria de las RR.PP. llama "cualidades personales" y se evitaron
los "temas". Entre la mitad de la población que vota, ampliamente sesgada
hacia los ricos, aquellos que reconocen que sus intereses de clase se encuentran
en juego votan por esos intereses: en su inmensa mayoría, por el más
reaccionario de los dos partidos de negocios. Pero el público general
divide su voto de otras maneras, lo que lleva a un nudo estadístico.
Entre los trabajadores, los temas no económicos como la propiedad de
armas y la "religiosidad" fueron factores fundamentales, de forma tal que a
menudo las personas votaron contra sus propios intereses principales, en apariencia
basándose en la suposición de que no tenían muchas opciones.
Lo que queda de la democracia tiene que interpretarse como el derecho a elegir
entre productos. Los líderes de las empresas hace tiempo explicaron su
necesidad de imponer sobre la población una "filosofía de lo inútil"
y de "falta de objetivos en la vida" para "concentrar la atención de
los seres humanos en las cosas más superficiales en las que consisten
gran parte del consumo de moda". Abrumados por este tipo de propaganda desde
la infancia, es posible que las personas lleguen a aceptar unas vidas sin sentido
y subordinadas y a olvidar las ideas ridículas acerca del control sobre
sus propios asuntos. Es posible que dejen su destino librado a los genios y
en el ámbito político, a las que se denominan a sí mismas
"minorías inteligentes" que sirven y administran el poder.
Desde esta perspectiva, ortodoxa entre la opinión de elite, en especial
durante el último siglo, las elecciones de noviembre de 2000 no revelan
una falla en la democracia de EE.UU. sino su triunfo. Y si generalizamos, es
justo aclamar el triunfo de la democracia en todo el hemisferio, y en otros
lados, a pesar de que las poblaciones no lo vean de esa forma.
La lucha para imponer este régimen tiene muchas formas, pero nunca termina
y nunca terminará mientras el poder real de toma de decisiones permanezca
en el lugar en que se encuentra. Es razonable esperar que los amos aprovechen
toda oportunidad que encuentren -en este momento, el miedo y la angustia de
la población frente a los ataques terroristas, un asunto serio para Occidente
ahora que, con la disponibilidad de nuevas tecnologías, ha perdido prácticamente
el monopolio de la violencia, del que retiene sólo un inmenso predominio-.
Pero no hay por qué aceptar estas reglas y aquellos a quienes interese
el destino del mundo y su población seguramente seguirán un camino
distinto. Las luchas populares contra la "globalización" de los derechos
de los inversores, especialmente en el Sur, han influido sobre la retórica,
y hasta cierto punto en las prácticas, de los amos del universo, que
están preocupados y a la defensiva. Estos movimientos populares no tiene
precedente en cuanto a su magnitud, amplitud de sus miembros y solidaridad internacional;
estos encuentros son una ilustración de importancia crucial. El futuro,
en gran medida, está en sus manos. Es difícil exagerar lo que
está en juego.