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29 de abril de 2002
Michael Albert entrevista a Noam Chomsky
Extendiendo el dominio de EE.UU. por todos los medios posibles
Noam Chomsky y Michael Albert
Origen: ZNet
Traducido por Manuel Talens y revisado por Germán
Leyens
Descripción: Una lúcida entrevista en la que el célebre
semiótico ofrece su análisis despiadado de la superchería
que se ha dado en llamar "guerra contra el terrorismo".
MICHAEL ALBERT: ¿Por qué cree usted que Estados Unidos se lanzó
a una guerra en vez de seguir el camino del Tribunal Internacional o los canales
de las Naciones Unidas, o incluso de examinar la oferta que hicieron los talibanes
de extraditar a Ben Laden?
NOAM CHOMSKY: En el ámbito legal y en otros círculos intelectuales
se sigue debatiendo sobre si las acciones llevadas a cabo por EE.UU. han sido
autorizadas por las ambiguas resoluciones del Consejo de Seguridad. En mi opinión,
se trata de una pérdida absoluta de tiempo. EE.UU. podía obtener
una clara autorización del Consejo de Seguridad para cualquier cosa que
hubiera deseado y, desde luego, no por su bella cara: Rusia está ansiosa
por que la acepten en la "coalición contra el terror" para poder recibir
apoyo estadounidense por su atroz terrorismo de Estado en Chechenia; los chinos
tienen las mismas preocupaciones con respecto a su represión de los "separatistas"
en el Oeste de ese país; Inglaterra se pliega de manera refleja y Francia
posee una herencia lo bastante colonial como para no plantear problemas. De
manera más general, los Estados represores y violentos del mundo ven
aquí una oportunidad de obtener el apoyo del poder hegemónico
a sus atrocidades terroristas y, por lo tanto, no han tenido inconveniente alguno
en unirse a la "guerra contra el terror".
Pero EE.UU. se negó claramente a obtener la autorización del Consejo
de Seguridad, de la misma manera que se negó a indagar la posibilidad
quizá real- de extraditar a Ben Laden y a sus compinches.
Es fácil de comprender. Cuando un capo mafioso quiere cobrar dinero a
cambio de protección, no solicita antes permiso a los tribunales, incluso
si sabe que lo va a obtener, pues al hacerlo estaría indicando que existe
una autoridad a la que debe plegarse y ése es un principio inaceptable.
Al contrario, para que la gente se sienta intimidada, EE.UU. sabe que ha de
dejar claro que no tiene a nadie por encima. Así funcionan los asuntos
internacionales. Existe incluso un término que define tal actitud: hay
que mantener la "credibilidad". Ésa fue la razón oficial que dieron
Clinton, Blair y otros cuando los bombardeos de Serbia y que ha sido invocada
en otras muchas oportunidades. Una de las tareas de los intelectuales consiste
en encontrar motivos más elevados, pero las razones oficiales son a menudo
bastante francas y realistas: lo importante es dejar claro quién es el
que manda.
Los dirigentes de EE.UU. no dudan en absoluto, tanto de palabra como en la práctica,
en utilizar unilateralmente el poder militar para defender sus intereses, tal
como repitió a menudo la Administración Clinton, haciéndose
eco de administraciones precedentes. Es una postura muy natural entre quienes
poseen un poder desmesurado y están convencidos por el momento con toda
la razón de que pueden utilizarlo con impunidad.
Si una parte de la política estadounidense consiste en quebrantar
las leyes internacionales, ¿acaso no mantiene eso la reputación de EE.UU.
como promotor de violencia internacional?
A mí me parece que quebrantar las leyes internacionales y mantener
la credibilidad son dos cosas que van de la mano. Por razones similares, en
su principal estudio sobre la "disuasión posterior a la guerra fría",
el Estado Mayor estratégico de Clinton señaló que "no es
bueno que parezcamos demasiado racionales y fríos... Un aspecto de la
imagen nacional que proyectamos debería de ser que EE.UU. pueda reaccionar
de manera irracional y vengativa si se atacan sus intereses vitales". Resulta
"útil" para nuestra posición estratégica si "algunos elementos
parecen capaces de perder el control". La política actual concuerda bastante
bien con los preceptos de los documentos internos y resulta fácil rastrear
la historia anterior, no sólo en EE.UU., por supuesto, porque hay muchos
precedentes. Se trata de unos atributos muy naturales del poder desmesurado.
Una "guerra contra el terrorismo" es muy útil, como lo fue la guerra
fría, para los presupuestos militares, la distribución interna
de la riqueza, la justificación de leyes represivas y la racionalización
de la violencia contra los disidentes de todo el mundo. ¿Estamos bombardeando
en parte para poder obtener mayores beneficios, tanto interiores como internacionales,
de una guerra contra el terrorismo?
Ésa es una alegación razonable. El Wall Street Journal
subrayó de forma precisa que los programas armamentistas se han hecho
"inmunes" a los recortes presupuestarios. Antes del 11 de septiembre EE.UU.
ya dedicaba más dinero que los 15 países que le van a la zaga
en "defensa" -lo que quiere decir "ofensa"- y, desde entonces, la diferencia
ha aumentado. De manera particularmente cruda y vulgar, la administración
ha explotado el miedo y la angustia de la población para imponer una
amplia panoplia de medidas difíciles de tragar, que en otras circunstancias
se hubieran enfrentado a la oposición popular y que van desde la baja
de impuestos corporativos a la aprobación de negociaciones de tipo estalinista
("negociaciones para la mejora del comercio", lo que antes se llamaba "vía
rápida"), pasando por la propuesta de tribunales militares y otras medidas
para reforzar la autoridad del muy poderoso Estado que tanto gusta a los "conservadores".
No es nada sorprendente: todos lo hemos estado advirtiendo, de manera muy explícita,
desde poco después del 11 de septiembre.
Pero le repito que es natural. Esta gente trataría de explotar un terremoto
con fines parecidos. Los sistemas de poder siempre buscan extender su dominio
y su control por todos los medios posibles. En la lucha de clases o en otros
enfrentamientos entre un poder concentrado y la población general, uno
de los lados persigue sus fines sin descanso, utilizando todas las herramientas
a su alcance -apelaciones al "patriotismo", diatribas histéricas contra
quienes no siguen las consignas, etc.- para reducir a sus oponentes a la pasividad
y a la sumisión. ¿Por qué habría que esperar algo diferente?
Bien es verdad que dentro de la actual administración hay un individuo
bastante inusual en sus planteamientos casi fascistas y que ahora posee una
influencia considerable, pero eso no es más que una cuestión de
grado. Por supuesto, tenemos toda la razón del mundo para oponernos a
esas tentativas y negarnos a ser intimidados y silenciados, como siempre. Y
existen muchas oportunidades. La opinión general, me parece a mí,
es mucho menos uniformemente patriotera de lo que uno podría deducir
observando a las elites, que -lo repito: de manera muy natural y con multitud
de precedentes históricos- quieren domar a la "gran bestia", por parafrasear
el término con que Alexander Hamilton denominaba al siempre peligroso
público.
Háblenos del petróleo. Dados nuestros argumentos sobre la
importancia del petróleo para la política de EE.UU. en la región,
¿por qué niega usted que el petróleo sea un factor central de
esta guerra?
El petróleo suele ser el telón de fondo de todas las acciones
que se toman en esa parte del mundo. La región del Golfo posee, con mucho,
las mayores reservas y las más fáciles de explotar. El Asia Central
es también importante en potencia, pero no en la misma escala. Sin embargo,
esos factores son estables: no cambiaron con el 11 de septiembre. Con respecto
al oleoducto a través de Afganistán, sin duda existen intereses,
pero se trata de un asunto secundario. Es mucho más significativo el
control estadounidense sobre las fuentes primarias de energía, con el
papel de Iraq por el momento en suspenso, si bien es seguro que algún
día será muy importante, porque sólo le gana en reservas
conocidas la Arabia Saudita. Y las relaciones de EE.UU. con la Arabia Saudita
y los Emiratos se han visto afectadas por la guerra en Afganistán. Incluso
los elementos más pro estadounidenses por ejemplo, Qatar, que acaba de
albergar la Conferencia del Comercio Mundial- se han negado a apoyar la guerra
de EE.UU. y la población general parece serles bastante hostil, lo cual
es bastante visible en los países más libres. Por esas razones,
parece poco probable que el petróleo sea un factor motivador de importancia.
En sentido contrario, ¿por qué EE.UU. sigue políticas que
pueden poner en peligro tanto su acceso al petróleo como la geopolítica
de éste, tales como arriesgarse a que se incremente la disidencia interna
en el régimen saudita?
Ésa es una pregunta muy sagaz. Como no tenemos acceso a documentos
internos, sólo podemos teorizar. Pero parece que las fuerzas dominantes
en la administración confían en que su control absoluto de la
violencia bastará para mantener las cosas bajo control. Esto es también
lo que sugiere el enorme incremento del presupuesto militar, en especial la
militarización de los programas del espacio, enmascarados como "defensa
antimisiles" y descritos con bastante franqueza y sin tapujos como destinados
a crear una capacidad militar ofensiva sin precedentes, que pueda ser utilizada
para intimidar y subyugar al número cada vez mayor de desheredados producidos
por el proceso de globalización corporativa, así como para proteger
los intereses comerciales y las inversiones, de la misma manera que hacían
las flotas de barcos en épocas anteriores. No hay ningún secreto
en esto. Si no está en las primeras páginas de los periódicos,
como debería de estar, se debe a que las instituciones doctrinarias no
lo desean.
Si pasamos ahora de las causas a los efectos, algunos informes han señalado
durante las últimas semanas que unos 7,5 millones de afganos corren el
peligro de morirse de hambre si se interrumpe el flujo de las ayudas urgentes
que les llegan. ¿Se trata acaso de exageraciones de las organizaciones humanitarias
o estamos en presencia de lo que podría convertirse en una de las mayores
violaciones de los derechos humanos de los últimos cien años?
¿Qué se puede hacer para evitarlo?
Los envíos más desesperadamente necesarios han sido interrumpidos
o cancelados durante los últimos tres meses, en un momento crucial, justo
antes del comienzo del crudo invierno, que impide seriamente la distribución
de ayudas. Los informes relativos a las condiciones entre los refugiados en
especial en la prensa británica y en otros medios extranjeros son devastadores.
Hasta dónde llega esto no se sabe, pero si el precedente de la historia
sirve para algo, nunca lo sabremos. Entre quienes controlan el poder existe
dos importantes principios operativos con respecto a estos asuntos:
(1) Los crímenes de los enemigos oficiales deben ser investigados con
minuciosidad, de acuerdo con el principio (muy razonable) de que no se debe
incluir solamente a quienes fueron literalmente asesinados, sino también
al número mucho mayor de personas que mueren como consecuencia de las
políticas escogidas.
(2) Dicha táctica debe ser escrupulosamente evitada en el caso de nuestros
propios crímenes y responsabilidades.
La aplicación de estos principios guías está muy bien documentada
hasta el presente, a veces de forma especialmente trágica. Para mencionar
solamente uno de los innumerables ejemplos, si los 80,000 kosovares que habían
sido expulsados violentamente de sus hogares hubieran estado pudriéndose
en campos de concentración de Serbia, lo hubiéramos sabido, de
hecho, nos hubiéramos implicado en la guerra. Pero este problema no existe
si se trata de campos de concentración en Timor Oriental o en Indonesia,
porque la responsabilidad apunta en línea recta hacia Washington y Londres.
Kosovo hervía de investigadores forenses que buscaban desenterrar cualquier
rastro de pruebas criminales del enemigo oficial. A pesar de las peticiones
de las Naciones Unidas, de las organizaciones humanitarias, de los timoreses
y de otros, no hubo investigadores forenses en Timor Oriental, y eso a pesar
de que los crímenes cometidos allí al mismo tiempo fueron mucho
más graves, de acuerdo con cualquier comparación racional o moral.
Resulta deprimentemente fácil añadir más ejemplos.
Tampoco debemos olvidar que las personas no se mueren de hambre y de exposición
al frío en un momento, no es como si a uno le vuelan la cabeza. Pueden
sobrevivir durante largo tiempo comiendo hierba o raíces. Sus niños
desnutridos pueden morir de enfermedades, pero no resulta fácil identificar
la causa exacta. Por tales razones, todo consiste en no hacer caso de los propios
crímenes y en hacer todos los esfuerzos posibles por señalar los
de los enemigos oficiales.
¿Qué es lo que puede hacer la gente? Lo primero sería ejercer
el máximo de presión sobre el gobierno para que envíe -en
realidad para que permita que se envíe- ayuda humanitaria masiva, que
llegue al mayor número posible de personas en peligro. Lo segundo sería
tratar de comprender y divulgar los factores escondidos que han llevado a esta
situación, aunque sólo sea para reducir las posibilidades de que
se repita de nuevo.
Si ya ha destruido ampliamente lo que quedaba de Afganistán y ha
instalado a la Alianza del Norte, que antes todo el mundo consideraba infame,
¿por qué EE.UU. todavía obstruye el flujo de alimentos hacia los
famélicos ciudadanos afganos?
Dudo que esté literalmente obstruyendo" el flujo. Lo más
probable es que considere que el asunto no tiene importancia. He de añadir
que entre todas las cosas que he dicho y escrito sobre este asunto durante los
últimos meses, hubo un comentario mío informal que fue mal citado
y que ahora deseo aclarar: se me atribuyó haber afirmado que EE.UU. estaba
"tratando" de crear una catástrofe humanitaria. Esto sería atribuir
demasiada humanidad a los planificadores estadounidenses y al coro que canta
sus bondades. Si voy andando y piso una hormiga, sería incorrecto decir
que "traté" de matarla; lo correcto consiste en decir que consideré
dicha posibilidades tan insignificante que no le presté atención.
Lo mismo se puede decir en este caso. Simplemente no importa, en particular
cuando los planificadores están lo bastante seguros de que las consecuencias
no serán publicadas o investigadas con seriedad, si es que el pasado
sirve de ejemplo.
¿Es probable un ataque contra Iraq o lo es más contra otros objetivos,
como Somalia, Sudán, etc.?
La utilización de un poder colosal contra enemigos indefensos tiene
un efecto negativo sobre la gente; es demasiado fácil encontrar referentes
históricos. En mi opinión, el éxito militar era predecible
por razones que ya discutimos hace meses y que están publicadas; lo que
me sorprendió fue que los talibanes resistieran durante tanto tiempo
bajo bombardeos increíbles. Resulta interesante, y ominoso, comprobar
de qué manera el éxito del uso de la fuerza desproporcionada ha
sido considerado como una justificación de dicha fuerza, lo cual tampoco
es nuevo.
En la administración, y también entre los comentaristas de elite,
hay individuos más que dispuestos a aprovechar cualquier oportunidad
para atacar a otros, siempre que estén indefensos y que el ataque pueda
ser llevado a cabo desde lejos y con impunidad. Los gobiernos europeos han tratado
de frenar dichos impulsos, y buena parte del mundo les teme (con toda la razón).
Lo que suceda dependerá en gran medida del clima interior y, para aquellos
que se oponen a nuevos ejercicios de violencia, la tarea consiste en la acción,
no en teorizar, que como mucho es algo banal, debido a la complejidad de los
factores implicados.
De la misma manera que el 11 de septiembre fue un regalo para la agenda
política de Bush y compañía, ¿acaso los recientes ataques
terroristas en Israel no le han servido al gobierno israelí para incrementar
sus ataques contra los palestinos? ¿Cómo explica usted las bombas terroristas?
¿Qué se puede hacer para tratar de limitar y voltear la horrible trayectoria
que se está desplegando en Israel?
En todo el mundo, los Estados represores lo cual equivale a decir los Estados
se han dado cuenta de que ellos también tienen la oportunidad de incrementar
la represión y el terror bajo la rúbrica de guerra contra el terrorismo.
Israel no es una excepción, tal como hemos observado desde el 11 de septiembre.
El terrorismo de la población hunde sus raíces en la desesperación,
pero explicarlo no es justificarlo. Aparte de ser horribles, esos actos terroristas
son al mismo tiempo un regalo que se les hace a los elementos más duros
y brutales del poder de ocupación y de sus aliados estadounidenses. Tiene
usted razón en lo relativo a la horrible trayectoria, que se está
convirtiendo en una guerra tribal con efectos devastadores para ambas sociedades.
Dicho lo cual, está claro que no debemos olvidar la enorme asimetría
de poder y de capacidad. No son los palestinos quienes ocupan Israel de manera
dura y brutal desde hace 35 años, con la ayuda decisiva de EE.UU.
Hay mucho que podemos hacer. Cuando leemos sobre los asesinatos políticos
y de civiles perpetrados por los helicópteros israelíes, debemos
comprender, al igual que las víctimas, que son helicópteros estadounidenses
con pilotos israelíes, proporcionados a sabiendas de que serían
utilizados de esa manera. Para darle un ejemplo, considere la Cuarta Convención
de Ginebra, establecida inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial
para criminalizar las atrocidades de los nazis. EE.UU. se encuentra entre los
primeros signatarios obligados por las solemnes disposiciones del tratado a
hacer que se respete la Convención. Aparte de EE.UU. y de Israel, el
mundo ha repetido con insistencia que la Convención se aplica a los territorios
que Israel ocupa con el apoyo de EE.UU. La misma conclusión ha sido enunciada
por el Comité Internacional de la Cruz Roja, que tiene la responsabilidad
de velar por la aplicación de la Convención. El gobierno de Suiza
es la autoridad estatal responsable y, en tal capacidad, organizó una
conferencia sobre este asunto el pasado 5 de diciembre. La conferencia fue boicoteada
por EE.UU., Israel y -lo que resulta más sorprendente- Australia, bajo
la presión estadounidense, según la prensa australiana. El informe
de la conferencia en el Financial Times de Londres se iniciaba así:
"Los 15 estados miembros de la Unión Europea aprobaron ayer una declaración
sin precedentes que reafirma la ilegalidad de las implantaciones judías
en los territorios ocupados y apela a Israel para que respete las leyes humanitarias
internacionales". Una búsqueda exhaustiva en la base de datos llevada
cabo al día siguiente no encontró informe alguno en los medios
de comunicación estadounidenses (gracias a David Peterson). Sólo
de manera ocasional uno puede encontrar algún artículo haciéndose
eco de que "los palestinos reclaman" que las Convenciones se apliquen a los
territorios ocupados. Los hechos reales sólo pueden ser desenterrados
si uno se aleja de los medios de comunicación más importantes,
lo cual nos muestra la amplia variedad de acciones que podemos y debemos llevar
a cabo.
En tales situaciones suele suceder que cada uno de los oponentes se centra en
los crímenes del otro y las acusaciones suelen ser correctas. Lo que
se puede hacer desde fuera, siempre que sea posible, es tratar de que cada una
de las partes reconozca la justicia de las acusaciones de su adversario; ésta
es la condición previa para invertir la escalada del ciclo de violencia.
Por supuesto, no existe la menor simetría en este caso y aquí
no vemos las cosas desde fuera, dado el papel fundamental y decisivo que tiene
EE.UU. en la implementación de unos crímenes que, de nuevo, fueron
condenados en la nunca publicada declaración del 5 de diciembre.
Los medios han celebrado de manera masiva el vídeo en que Ben Laden
se refería al 11 de septiembre. Los comentaristas afirman que esta cinta
legitima de algún modo el bombardeo de Afganistán, como si el
descubrir que el linchamiento de un criminal, que al mismo tiempo se llevó
por delante a muchos mirones de manera "colateral", estuviera legitimado al
descubrir que el criminal era culpable, más o menos como se decía.
Otros afirman que el vídeo es falso.
Yo creo que la cinta es auténtica y que añade alguna fuerza
a la suposición de que la organización de Ben Laden estaba directamente
implicada en los ataques terroristas del 11 de septiembre, pero deja sin respuesta
la cuestión (no muy importante) de si fue él quien dirigió
en persona tales ataques.
Según lo que ha sido publicado, el 9 de noviembre, dos meses después
de los ataques, Ben Laden aprobó de nuevo de manera firme las atrocidades
y se jactó ante un jeque saudita de que había estado al tanto
de ellos antes de que ocurriesen, ya que era responsable de su organización.
No sabemos si esto es cierto, de la misma manera que tampoco sabemos si lo fue
que Brzezinski fanfarroneara de haber hecho que los rusos cayeran en la "trampa
afgana" en diciembre de 1979, con las terribles consecuencias que aquello tuvo
para el pueblo de Afganistán y para las víctimas de las redes
terroristas establecidas por la CIA y sus socios, incluidos estos del 11 de
septiembre. La fanfarronada de Brzezinski no sería suficiente para condenarlo
por los crímenes de los que tan orgullosamente se jacta. Es posible que
tales fanfarronadas sean ciertas, pero también que no lo sean. En ambos
casos, nos dicen algo sobre la gente que las lanza, pero se necesitan pruebas
para determinar la cuestión de la veracidad.
Ben Laden también utiliza el "nosotros" -supuestamente hablando de sí
mismo- para explicar que a los kamikazes les notificaron la operación
"justo antes de que subieran a los aviones." No está muy claro de qué
manera hubiera podido hacer esto desde una cueva en Afganistán, y esta
afirmación tan poco plausible levanta dudas sobre la certeza del resto
de sus afirmaciones. Pero en realidad no tiene importancia. Si EE.UU. cree que
Ben Laden es culpable, debería de buscar por todos medios la autorización
-que obtendría con facilidad- de capturarlo para llevarlo ante un tribunal
creíble, que podría ser el Tribunal Internacional de Justicia,
si bien sería probablemente excluido, ya que EE.UU. rechaza su jurisdicción.
Quizá sería posible establecer algún tribunal especial
que se ocupara de este caso. De qué manera un tribunal serio se podría
ocupar de estas pruebas es otro asunto. Sea cual sea la respuesta, no tiene
nada que ver con la decisión de atacar Afganistán buscando vengarse
de Ben Laden y sus socios, sin haber tenido en cuenta las consecuencias para
la población, que eran bastante malas. Para evaluar aquella decisión,
hay que considerar las pruebas disponibles y los objetivos proclamados en aquel
momento, es un simple asunto de lógica.
Vale también la pena recordar que el objetivo de derrocar el régimen
talibán por medios violentos vino después, ya que fue proclamado
oficialmente a finales de octubre, si mi memoria es buena. No tengo noticias
de ninguna discusión sobre las posiciones de los sectores afganos contrarios
a los talibanes, muy importantes en aquel período, que incluían
su oposición declarada a los bombardeos y sus llamadas a que EE.UU.,
en vez de atacar su país, debería apoyarlos en sus esfuerzos para
derrocar el régimen desde dentro, algo que ellos consideraban más
factible.
En pocas palabras, las nuevas pruebas descubiertas ahora, una vez evaluadas,
dejan las cuestiones importantes tal como estaban.
Dicho lo cual, ¿debería de sorprender en Occidente la reacción
de Ben Laden? Al fin y al cabo, sabemos perfectamente que los vítores
a las grandes atrocidades y las fanfarronadas con respecto a las responsabilidades
son moneda corriente. Consideremos, por ejemplo, la euforia ilimitada que despertaron
las matanzas de 1965 en Indonesia, descritas con razonable fidelidad en los
periódicos, junto con los elogios de los "moderados indonesios" responsables
de las "asombrosas matanzas masivas" (NY Times) y del "baño de
sangre" (Time), y de los líderes de Washington que, sabiamente,
quitaron importancia a su responsabilidad fundamental en algunos crímenes,
comparados por la CIA a los de Hitler, Stalin y Mao, a pesar de que los reivindicaron
de manera bastante explícita y pública, incluso con orgullosos
testimonios de congresistas. ¿Acaso el asesinato de quizá un millón
de indonesios, la mayor parte de ellos campesinos sin tierra, es un crimen menor
que el 11 de septiembre? O consideremos la respuesta no menos eufórica
a la victoria en las elecciones nicaragüenses de 1990 del candidato apoyado
por EE.UU. Aquellas elecciones fueron llevadas a cabo bajo la muy clara amenaza
de que la elección de cualquier otro candidato conduciría a la
continuación del estrangulamiento económico y de la guerra terrorista
que había devastado el país, con terribles consecuencias que,
de nuevo, fueron descritas con aprobación, ya que estábamos "unidos
en la alegría" ante esta "victoria del juego limpio estadounidense" (NY
Times). En noviembre de 2001 la historia volvió a repetirse cuando
estuvimos "unidos en la alegría" ante la victoria del candidato de EE.UU.
en Nicaragua, tras advertencias explícitas de terribles consecuencias
si los votantes se equivocaban al elegir en un país que ahora ocupa el
segundo lugar del hemisferio en cuanto a pobreza, después de Haití.
Sólo son dos ejemplos, pero hay más.
¿Por qué, entonces, deberíamos de sorprendernos de que un gángster
en una cueva de Afganistán reaccione ante los crímenes de la misma
manera que las elites occidentales y se responsabilice de ellos? El día
que estas cuestiones sean estudiadas con seriedad podremos tomarnos en serio
las celebraciones de los medios, no antes.
Muchos izquierdistas se han visto paralizados por la idea de que se trata
de una guerra justa o de que no hay posibilidad alguna de cambiar las cosas.
Usted, por supuesto, no ha sucumbido a tales opiniones. Sigue tratando de prevenir
la catástrofe y de impedir las injusticias. ¿Tiene algo más que
decir para aclarar estas dos confusiones o cualquier otra?
Creo que no tengo nada que decir más allá de lo obvio. Que
yo sepa, nadie ha expuesto nunca un caso de guerra justa que no adolezca de
graves defectos. Para que ese argumento se pueda tomar en serio deberíamos
de estar dispuestos a aceptar que esos mismos principios se aplicasen a nuestras
propias acciones, lo cual es una perogrullada moral. No veo por ninguna parte
que se esté hablando ni siquiera de acercarse a esas normas mínimas.
Como suele suceder, cada persona se encuentra ante el dilema de sucumbir a las
exigencias del más poderoso o de sopesar cuidadosamente las circunstancias
y decidir cuál es la mejor posición. Si la conclusión es
que ésa no es la mejor posición -raramente lo es-, entonces tenemos
ante nosotros muchas opciones, como todo el mundo sabe.
Título original: Extending U.S. Dominance By Any Means Possible