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Cegados por la verdad
15
de noviembre de 2000
Después
de tres semanas de virtual situación de guerra en los territorios
ocupados por Israel, el primer ministro, Ehud Barak, anunció
un nuevo plan destinado a definir el estatuto final de la región.
Durante esas tres semanas, más de 100 palestinos, 30 de ellos
niños, resultaron muertos, a menudo debido al "uso excesivo
de la fuerza, con resultado de muerte, en circunstancias en que
ni las vidas de las fuerzas de seguridad ni las de otras personas
se hallaban en peligro inminente, lo que dio como resultado las
criminales muertes", según afirma Amnistía Internacional
en un detallado informe que apenas ha sido mencionado en los Estados
Unidos. La proporción ha sido de 15 palestinos muertos por
cada baja mortal israelí, lo cual refleja los recursos bélicos
en juego.
El
plan de Barak no se conoce en detalle, pero las líneas generales
resultan familiares: se ajusta al "mapa de situación final"
presentado conjuntamente por Estados Unidos e Israel como base de
las negociaciones de Camp David que fracasaron en julio pasado.
Este plan, que prolonga las propuestas que niegan los derechos del
pueblo palestino presentadas por EE UU e Israel en anteriores años,
exigía la cantonalización de los territorios que Israel
conquistó en 1967, con mecanismos que han de permitir que
la tierra cultivable y los recursos (en particular, el agua) sigan
en gran parte en manos de Israel, mientras que la población
queda bajo la administración de una corrupta y brutal Autoridad
Palestina (AP) que desempeña el papel tradicionalmente asignado
a los colaboradores indígenas dentro de las diferentes variantes
del gobierno imperial, ejemplificado más concretamente por
las autoridades negras de los bantustanes sudafricanos.
Cisjordania comprendería un cantón al norte que incluye
Nablus y otras ciudades palestinas, un cantón central con
base en Ramala, y un cantón al sur en torno a Belén.
Jericó quedaría aislada y los palestinos sin acceso
a Jerusalén, centro de la vida palestina. Acuerdos similares
afectarían a Gaza, donde Israel mantendría la región
costera meridional y un pequeño emplazamiento en Netzarim
(escenario de muchas de las recientes atrocidades), apenas un pretexto
para justificar una amplia presencia militar y la partición
de la franja al sur de Ciudad de Gaza.
Estas propuestas formalizan los vastos programas de asentamientos
y construcciones que Israel ha seguido llevando a cabo con creciente
ímpetu, con la generosa ayuda de Estados Unidos, una vez
que este país poner en práctica su versión
del proceso de paz tras la Guerra del Golfo. El objeto de las negociaciones
era el de asegurar la adhesión oficial de la AP a este proyecto.
Dos meses después de que las negociaciones fracasasen comenzó
la actual fase de violencia. La alta tensión existente se
exacerbó cuando el gobierno de Barak autorizó la visita
de Ariel Sharon, acompañado por 1.000 agentes de policía
a la Explanada de las Mezquitas (Al-Aqsa) el jueves 28 de septiembre.
Sharon constituye el símbolo mismo del terror estatal y la
agresión israelíes, gracias a un cúmulo de
atrocidades que se remonta a 1953. El propósito anunciado
de Sharon era el de demostrar la "soberanía judía"
sobre el complejo religioso de Al Aqsa, aunque, como bien señala
el veterano corresponsal Graham Usher, la nueva Intifada no se inició
con la visita de Sharon sino más bien con la masiva e intimidadora
presencia policial y militar que Barak impuso al día siguiente,
día de la oración. Como era de esperar, esta actitud
condujo a enfrentamientos a medida que miles de personas salían
de la mezquita, y produjo la muerte de siete palestinos y heridas
a otros doscientos. Sea cual fuera el objetivo de Barak, es difícil
imaginar una manera más eficaz de preparar las tremendas
atrocidades de las semanas siguientes. Y otro tanto cabe decir de
las fallidas negociaciones, centradas en Jerusalén, aspecto
observado estrictamente en los comentarios estadounidenses. Probablemente
exageraba el sociólogo israelí Baruch Kimmerling cuando
escribió que la solución a este problema "se hubiera
podido alcanzar en cinco minutos", aunque sí estaba en lo
cierto cuando afirmó que "dentro de una estricta lógica
diplomática, hubiera sido el asunto de más fácil
resolución" (Ha'aretz, 4.10.2000).
Resulta comprensible que la pareja Clinton-Barak deseen que no se
sepa lo que están llevando a cabo en los territorios ocupados,
asunto mucho más importante. ¿Por qué dio su acuerdo
Arafat? Probablemente porque sabe que los gobiernos de los países
árabes consideran a los palestinos como una molestia y no
les preocupa una solución tipo bantustán. Sin embargo,
no pueden hacer la vista gorda en lo que respecta a la administración
de los lugares sagrados por temor a la reacción de sus respectivos
pueblos. Nada resultaría más efectivo para provocar
un enfrentamiento con contenido religioso, el más ominoso,
como indica la experiencia secular. La primera innovación
del nuevo Plan Barak consiste en que las exigencias de EE UU e Israel
deben imponerse por medio de la fuerza, en lugar de utilizar la
diplomacia coactiva, a la vez que, con carácter más
drástico, castigue a las víctimas más reticentes.
Las líneas generales se ajustan a la política establecida
informalmente en 1968 (Plan Allon), y algunas variantes de las mismas
han sido propuestas por los dos grupos políticos: el Plan
Sharon, los planes del gobierno laborista, etc. Es importante recordar
que dicha política no sólo fue propuesta, sino que
fue también llevada a la práctica, con el apoyo de
los EE UU. Dicho apoyo ha sido decisivo desde 1971, cuando Washington
abandonó el marco diplomático básico que había
iniciado (la Resolución 242 del Consejo de Seguridad de la
ONU) y optó por el rechazo unilateral de los derechos palestinos
en los años siguientes, que culminó en el "proceso
de Oslo".
Dado que todo esto ha sido vetado con éxito de la Historia
en EE UU, resulta un tanto trabajoso descubrir los datos esenciales.
No son datos controvertidos, son simplemente datos omitidos. Como
indicamos, el Plan Barak constituye una versión particularmente
dura de la tradicional negación que de los derechos del pueblo
palestino hacen EE UU e Israel. En él se exige el corte del
suministro de electricidad y agua y las telecomunicaciones y otros
servicios que se ofrecen con cuentagotas a una población
palestina que vive prácticamente en estado de sitio. Merece
recordarse que todo tipo de desarrollo independiente ha sido drásticamente
frenado por el gobierno militar desde 1967, dejando al pueblo palestino
en una situación de postración y dependencia, y que
esta situación ha empeorado considerablemente a lo largo
del "proceso de Oslo", gestionado por los EE UU. Una razón
son los "cercamientos", regularmente creados y con mayor brutalidad
por los gobiernos laboristas, considerados menos beligerantes. Tal
como escribe otro destacado periodista, Amira Hass, esta política
la inició el gobierno Rabin "años antes de que Hamas
planease sus ataques suicidas, y ha sido perfeccionada con los años,
especialmente desde el establecimiento de la Autoridad Nacional
Palestina." Los "cercamientos" son eficaces mecanismos de estrangulamiento
y control, que han ido acompañados por la importación
de una mercancía esencial que reemplaza a la barata y explotada
mano de obra palestina, sobre la que descansa gran parte de la economía:
cientos de miles de inmigrantes ilegales de todo el mundo, víctimas
muchos de ellos de las reformas neoliberales llevadas a cabo en
los recientes años de globalización. Sobreviviendo
en la miseria y privados de derechos, la prensa israelí describe
con frecuencia a estas personas como una fuerza de trabajo en estado
de virtual esclavitud. La actual propuesta de Barak consiste en
ampliar este programa y reducir con ello aún más las
perspectivas de simple supervivencia de los palestinos. Un obstáculo
importante al programa es la oposición de la comunidad empresarial
israelí, que cuenta con un mercado cautivo palestino al que
exporta por valor anual de cerca de 2.500 millones de dólares.
Dicha comunidad habría "establecido relaciones con oficiales
de las fuerzas de seguridad palestinas" y con el "asesor económico
de Arafat, lo que les ha permitido crear monopolios con el consentimiento
oficial de la AP" (Financial Times, 22.10.2000; New York Times,
ídem.) Asimismo, espera establecer zonas francas industriales
en los territorios ocupados, trasladando allí la contaminación
y explotando una mano de obra barata en instalaciones tipo maquila
propiedad de empresarios israelíes y de la élite palestina,
quien se está enriqueciendo con estos probados procedimientos.
Las nuevas propuestas de Barak parecen ser más una advertencia
que un plan, si bien se trata de una extensión natural de
políticas anteriores. En la medida en que sean llevadas a
la práctica, prolongarán el proyecto de "transferencia
invisible" que ha estado funcionando desde hace muchos años,
y que resulta mas efectivo que la limpieza étnica (que es
como nuestros países denominan estos procesos cuando los
realizan nuestros enemigos oficiales). Un pueblo obligado a abandonar
toda esperanza y al que no se le ofrece ninguna posibilidad de una
existencia digna emigrará a otro lugar, a poco que se les
ofrezca la oportunidad.
Estos planes, que se enraízan en los objetivos tradicionales
del movimiento sionista desde sus orígenes y en todas sus
variantes, se articuló en un debate interno de los arabistas
del gobierno israelí en 1948, en un momento en que se estaba
llevando a cabo la operación de limpieza étnica. Sus
autores esperaban que los refugiados resultasen aplastados y muriesen,
a la vez que "la mayor parte de ellos se convirtiesen en desechos
humanos y se uniesen a las clases pobres de los países árabes."
Los actuales planes, tanto en su vertiente de diplomacia coactiva
como en la de empleo de la fuerza, tienen unos objetivos similares,
y no están faltos de realismo, en la medida en que puedan
contar con el apoyo de la superpotencia mundial y sus clases intelectuales.
Amira Hass describe correctamente la actual situación en
el más prestigioso diario israelí -Ha'aretz- en su
edición del 18 de octubre pasado. Siete años después
de la Declaración de Principios de septiembre de 1993, -que
permitía prever la actual situación a poco que se
quisiese abrir los ojos- Israel ejerce el control policial y administrativo
de la mayor parte de Cisjordania y del 20% de la franja de Gaza;
Israel ha podido "doblar el número de colonos en diez años,
ampliar los asentamientos, continuar su política discriminatoria
consistente en suprimir las cuotas de agua de tres millones de palestinos,
impedir el desarrollo palestino en la mayor parte de Cisjordania,
y encerrar a toda una nación en zonas restringidas, aprisionados
por una red de vías de comunicación de uso exclusivamente
judío. Durante estos días de estricta restricción
interna de movimientos en Cisjordania, se puede observar el modo
escrupuloso en que fue diseñada cada una de las carreteras:
para que 200.000 judíos puedan tener libertad de movimientos,
cerca de tres millones de palestinos están encerrados en
sus bantustanes hasta que se sometan a las exigencias israelíes.
El baño de sangre que se ha desarrollado durante tres semanas
ha sido la continuación natural de siete años de engaños
y mentiras, del mismo modo que la anterior Intifada fue el resultado
natural de la ocupación directa israelí."
Los programas de asentamientos y urbanización continúan,
con el apoyo de los EE UU y con independencia de quién forme
gobierno. El 18 de agosto, Ha'aretz indicaba que dos gobiernos -Rabin
y Barak- habían declarado que se había "congelado"
el programa de asentamientos, a fin de presentar una favorable imagen
de "palomas" en EE UU y ante la mayor parte de la izquierda israelí.
Dichos gobiernos utilizaron la "congelación " para intensificar
los asentamientos, incluyendo estímulos económicos
para atraer población secular, créditos automáticos
para los colonos ultrarreligiosos y otros mecanismos aplicables
sin apenas protestas mientras el "menos malo" toma las decisiones,
un esquema que no deja de ser familiar en otros lugares. "De un
lado está la congelación y de otro la realidad", observa
cáusticamente el informe. La realidad es que los asentamientos
en los territorios ocupados han crecido cuatro veces más
rápido que en los centros urbanos israelíes, y dicho
crecimiento -incluso quizás acelerado- ha continuado con
el gobierno Barak. Los asentamientos van acompañados de grandes
proyectos de infraestructuras destinados a integrar gran parte de
la región en Israel, a la vez que mantienen aislados a los
palestinos, alejados de las "carreteras palestinas" por las que
circulan a su propio riesgo. Otro distinguido periodista, Dan Rubinstein,
destaca que "los lectores de la prensa palestina tienen la impresión
(correcta, por otra parte) de que la actividad en los asentamientos
no se detiene. Israel continúa construyendo, expandiéndose
y reforzando sin reposo los asentamientos judíos en Cisjordania
y Gaza. Israel ocupa constantemente casas y tierras en zonas más
allá de las divisorias de 1967, por supuesto a expensas de
los palestinos y con el fin de limitarlos, arrinconarlos y finalmente
expulsarlos. En otras palabras, el objetivo último es desposeerlos
de su propia tierra y de su capital, Jerusalén" (Ha'aretz,
23.10.2000).
A los lectores de la prensa israelí, continúa Rubinstein,
se les protege de estos desagradables datos, aunque no completamente.
En EE UU es mucho más importante que la población
continúe en la ignorancia, por razones obvias: los programas
económicos y militares dependen crucialmente del apoyo de
EE UU, lo que resulta impopular para el pueblo norteamericano y
lo sería aún más si conociese sus objetivos.
Por ejemplo, el 3 de octubre, tras una semana de luchas encarnizadas
y muertes, el corresponsal de defensa de Ha'aretz informaba sobre
"la adquisición más importante de helicópteros
militares por las fuerzas aéreas israelíes en una
década", un acuerdo con los EE UU para suministrar a Israel
35 helicópteros militares Blackhawk y sus repuestos, con
un coste de 525 millones de dólares. Todo ello acompañado
de la compra de combustible para aviones a reacción y, poco
después, de aviones de observación y helicópteros
de ataque Apache. Se trata de "los helicópteros de ataque
más modernos y avanzados de que disponen las fuerzas armadas
estadounidenses", añade el Jerusalem Post.
Sería falso afirmar que los que hacen estos regalos desconocen
los hechos. Mediante una búsqueda en Internet, David Peterson
descubrió que se había informado de ello en la prensa
de Raleigh (Carolina del Norte, EE UU). La venta de helicópteros
militares fue además condenada por Amnistía Internacional
(19.10.2000) porque "estos helicópteros que suministran los
estadounidenses han sido utilizados para violar los derechos humanos
de los palestinos y los árabes israelíes durante los
recientes conflictos en la región." Lo que era de prever,
a poco que seamos capaces de reflexionar.
Israel ha sido condenado internacionalmente (con la abstención
de EE UU) por el "uso excesivo de la fuerza", en una "reacción
desproporcionada" a la violencia palestina. Esa condena incluye
también una de las raras denuncias del Comité Internacional
de la Cruz Roja, concretamente, por los ataques a al menos 18 ambulancias
de la Cruz Roja (New York Times, 4.10.2000). La respuesta de Israel
es que está siendo objeto injustamente de críticas
unilaterales, respuesta totalmente acertada, por otra parte. Israel
emplea la doctrina oficial estadounidense, conocida en EE UU como
"Doctrina Powell" aunque su origen se remonta a siglos atrás
y que consiste en el uso masivo de la fuerza ante cualquier amenaza.
La doctrina militar israelí permite "el uso ilimitado de
las armas contra todo aquél que ponga en peligro las vidas
de nuestras fuerzas, y en particular que abra fuego contra ellas
o contra israelíes" (asesor militar israelí Daniel
Reisner, Financial Times, 6. 10.2000). El uso ilimitado de las armas
por parte de un ejército moderno incluye tanques, helicópteros
artillados, francotiradores que disparan sobre civiles (a menudo
niños), etc. Las ventas de armamento de EE UU "no incluyen
la estipulación de que no podrán ser usadas contra
civiles", afirma un oficial del Pentágono. Dicho oficial,
no obstante, "admitió que los misiles antitanque y los helicópteros
de ataque no se consideran tradicionalmente medios de control de
multitudes" -excepto por aquellos que pueden utilizarlo de este
modo sin trabas, bajo la tutela de la única superpotencia
actual. "No podemos adivinar las intenciones de un oficial israelí
que solicite la intervención de un helicóptero Cobra
cuando sus hombres están siendo atacados", afirmó
otro oficial estadounidense (Deutsche Presse-Agentur, 3.10.2000)
Por consiguiente, este tipo de armamento debe seguir suministrándose
sin limitación alguna.
No resulta sorprendente que un Estado cliente de los EE UU adopte
patrones pertenecientes a la doctrina militar estadounidense, doctrina
de un alto coste humano, incluso en años recientes. Los EE
UU e Israel no son, por supuesto, los únicos en haber adoptado
dicha doctrina, que por otra parte a veces se condena, en particular
cuando la utilizan enemigos etiquetados como tales y a los que se
quiere destruir. Un ejemplo reciente es la respuesta de Serbia cuando
su territorio (tal como EE UU insiste que es) fue atacado por fuerzas
guerrilleras con base en Albania, matando a policías y civiles
serbios y secuestrando a civiles (incluidos civiles albaneses) con
la intención, anunciada abiertamente, de provocar una "respuesta
desproporcionada" que provocase la indignación de los países
occidentales y, en una etapa posterior, el ataque militar de la
OTAN. En la actualidad se dispone de documentación muy interesante
proveniente de los EE UU, la OTAN y otras fuentes occidentales,
producida en su mayor parte para intentar justificar los bombardeos.
Dando por creíbles dichas fuentes, tenemos que la respuesta
serbia -si bien "desproporcionada" y criminal, como se pretende-
no admite comparación con el uso corriente que hacen de la
misma doctrina los EE UU y sus clientes, incluido Israel.
En la prensa general británica, puede, por fin, leerse que
"si los palestinos fueran negros, Israel sería considerado
un Estado paria y estaría sujeto a sanciones económicas,
empezando por Estados Unidos (lo que afortunadamente no es el caso).
Los asentamientos de Cisjordania serían considerados una
forma de apartheid, en el que se permite la instalación de
la población en una ínfima fracción de su propio
territorio, en bantustanes autónomos, y con el monopolio
del agua y la electricidad por parte de los blancos. Y del mismo
modo que se permitía el acceso de la población negra
a las zonas blancas de África del Sur dentro de unos townships
infradotados, asimismo el trato que Israel proporciona a los árabes
israelíes -flagrantemente discriminados en materia de vivienda
y educación- sería considerado también escandaloso"
(The Observer, The Guardian, 15.10.2000).
Estas conclusiones no resultarán sorprendentes a aquéllos
cuya visión no haya perdido agudeza por el uso de las anteojeras
ideológicas impuestas durante muchos años. Sigue siendo
una tarea de gran importancia arrancar dichas anteojeras en el país
más importante del mundo. Es éste un requisito previo
a cualquier tipo de reacción constructiva al creciente caos
y destrucción, a los terribles hechos que suceden ante nuestros
ojos y cuyas implicaciones a largo plazo no resultan agradables
de contemplar.
Autor:
Noam Chomsky
Fuente:
Al-Ahram Weekly On-line
Traducción para Rebelión: J.A. Julián