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Soy
un ciudadano de Estados Unidos y tengo mi cuota
de responsabilidad por lo que hace mi país.
"No
importa el triunfo de Bush,
porque
la gente no decidió nada"
26
de enero de 2001
.
El
disidente número uno de Estados Unidos, Noam Chomsky, no
está ni sorprendido ni desilusionado por la reñida
elección que puso en funciones al presidente George W. Bush.
Fue el triunfo de la democracia norteamericana, dice, con una ironía
tersa que puede confundirse con cinismo. Los temas sobre los cuales
el mundo empresarial está de acuerdo no surgen en las elecciones,
de manera que la gente vota por temas periféricos en los
que se concentran los medios: la personalidad, el estilo, ¿se acordará
George Bush dónde queda Canadá? Esa es la manera de
mantener el poder cuando no se puede controlar a la gente por la
fuerza.
Chomsky, de 72 años, pasó gran parte de su vida despojando
a Estados Unidos de sus más preciadas ilusiones. Atacando
un sistema político de cuatro años de dictadura y
una intelligentzia servil al poder, él no ve una prensa libre,
sino una situación paradójica de lavado de cerebro
bajo libertad. Un permanente flagelo para la política exterior
de Estados Unidos, desde su patio trasero latinoamericano a Israel
e Indonesia, Chomsky acomete contra la autoimagen elogiosa de benevolencia
de Estados Unidos. Las libertades domésticas en la sociedad
más libre del mundo coexisten, insiste él, con una
dinámica imperial que, al convertir al mundo en seguro para
el capital de Estados Unidos, deja la sangre de las atrocidades
en las manos norteamericanas.
Edward Said, profesor de Literatura Comparada de la Universidad
de Columbia, ve el trabajo de Chomsky como una guerra prolongada
entre hechos y una serie de mitos. Para él, Noam es una de
las personas que con más entereza desafía la injusticia
del poder; está en contra de cualquier presunción
sobre el altruismo y el humanitarismo norteamericano. Otro amigo,
el periodista australiano John Pilger, acuerda en que el tema permanente
de Chomsky es el poder, que el poder siempre debe examinarse y nunca
debe ser aceptado de primera intención. Quita las capas de
propaganda no reconocidas como propaganda, filtra brillantemente
sus críticas a través de los discursos políticos.
A menudo, recurre a los documentos públicos, revelando la
verdad en las palabras del mismo poder.
El título del último libro de Chomsky, A New Generation
Draws The Line, (Una nueva generación marca el límite),
repite las palabras del primer ministro británico Tony Blair
durante la guerra de Kosovo de 1999. Para Chomsky, la doctrina oficial
del amanecer de un nuevo mundo feliz de intervención militar
para salvaguardar los derechos humanos es tan falsa como el Nuevo
Orden Mundial proclamado durante la guerra del Golfo. Contrastando
la admitida preocupación de Estados Unidos por Kosovo con
la indiferencia por los kurdos de Turquía, el socio de la
OTAN, o con las atrocidades provocadas por Estados Unidos en Colombia
y Timor Oriental, él niega que la incongruencia entre hechos
y planteos pueda ser vista benignamente. En Kosovo, añade
Chomsky, después de las peores atrocidades serbias vinieron
los ataques aéreos de la OTAN, justificados en esas atrocidades.
En el camino entre los dos hechos, ni la protección de los
derechos humanos fue ni un motivo ni un resultado.
Chomsky hizo un nombre originalmente en la lingüística,
donde la revolución chomskyana en el estudio del lenguaje
como una facultad de la mente fue fundamental en el cambio radical
en la ciencia cognitiva de las décadas de 1950 y 1960; la
era anterior a él era conocida como Lingüística
a.C. (antes de Chomsky). Aunque ha modificado su teoría lingüística
a través de los años su última modificación
fue el Programa Minimalista, esbozado el año pasado en su
libro Nuevos Horizontes en el Estudio del Lenguaje y la Mente, su
impacto en el campo ha sido equiparado al de Einstein o Freud. Acercó
las ciencias y las humanidades. Hizo por la ciencia cognitiva lo
que Galileo hizo por la física, dice Neil Smith, profesor
de Lingüística en el University College, London. Ahora
estudiamos la mente como parte del mundo físico. Chomsky
figura junto con Marx, Shakespeare y la Biblia como una de las diez
fuentes más citadas en la literatura humanística anglosajona,
y es el único escritor entre ellos todavía vivo. Hasta
uno de sus más fieles críticos, el filósofo
Hilary Putnam reconoció que leer a Chomsky era leer a alguien
con un gran poder intelectual; uno sabe que se está encontrando
con una mente extraordinaria, cuyas virtudes incluían originalidad
y desprecio por lo caprichoso y lo superficial. Su destreza dual,
en lingüística y política en algunos de los 70
libros, han despertado sospechas de que debe haber dos Chomskys.
Sin embargo, la relación entre estos dos Chomskys sigue siendo
un enigma. Por un lado, The New York Times lo llamó quizás,
el intelectual vivo más importante. Por el otro, el autor
de esa nota se preguntaba ,¿(Entonces) cómo puede escribir
cosas tan terribles sobre la política exterior de Estados
Unidos?
Es profesor titular de Lingüística y Filosofía
en el mítico MIT (Massachusetts Institute of Technology)
,en Cambridge, cruzando el río Charles de Boston. Su contextura
delgada y espigada ahora parece más llena (aunque sigue siendo
un hábil nadador) y su voz suave y grave desmiente su reputación
de feroz pendenciero.
La seriedad da lugar a una esperanza radiante que se le dibuja cuando
recuerda la visita que este fin de semana le hará su hija
Diane, que trabaja para agencias de desarrollo junto a su marido
nicaragüense en Managua, y sus dos hijos, Ema y Inti. Chomsky
y su mujer Carol tienen otra hija, Avi, que enseña historia
latinoamericana y un hijo, Harry, ingeniero de software en California.
Chomsky nació en 1928 en Filadelfia, Pennsylvania, el mayor
de dos varones. Su padre William, un hombre de letras judío,
había huido de Rusia en 1913 para evitar ser reclutado en
el ejército zarista. Su madre Elsie, que llegó siendo
una niña desde Lituania, también enseñaba en
una escuela hebrea. Chomsky dice que el debate sobre los inmigrantes
forma parte central de su educación política. Anarquista
de toda la vida o socialista libertario no lo reconoce como una
doctrina sino una tendencia en el pensamiento humano, cree que la
violencia, el engaño y el desorden son funciones naturales
del Estado.
Para John Pilger, que dice que Chomsky, prácticamente en
soledad, fue quien expuso por primera vez las atrocidades de Indonesia
en Timor Oriental, el lingüista es un genuino héroe
del pueblo; una inspiración para todas las luchas en el mundo
por esa decencia básica conocida como libertad. Para mucha
gente que lucha marginal y desconocidamente, es un defensor y un
ejemplo incansable. Con un cierto sentido del cinismo (una narración
realista de la forma en que funciona el mundo sonará siempre
cínica), Chomsky favorece el pesimismo del intelecto y el
optimismo de la voluntad del pensador italiano Antonio Gramsci.
Algunos ven una embestida teológica en ese rol único
que se asignó de ser la conciencia moral del país
más poderoso del mundo, en esa insistencia en que los privilegios
del mundo libre no deberían descansar en cadáveres
de otros lados. Pero en todo caso es él quien levanta bien
alto la antorcha moral en Estados Unidos.
Hay una verdad en eso, dice. Soy un ciudadano de Estados Unidos
y tengo mi cuota de responsabilidad por lo que hace mi país.
Me gustaría verlo actuar de manera que cumpla con los niveles
de decencia moral. Es un regreso al altruismo moral: se trata de
tener un mínimo de valor moral para criticar los crímenes
cometidos contra otros. La verdad es que no tengo ninguna influencia
sobre la política de Sudán, pero sí tengo un
cierto grado de influencia sobre las políticas de Estados
Unidos. No es una cuestión de esperanza sino de aspiración.
Por Maya Jaggi
De The Guardian de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
Traducción: Celita Doyhambéhère.