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Noam Chomsky


Sadam Husein y los crímenes de estado  

• Un juicio justo del dictador debe incluir los testimonios de los gobernantes de EEUU por el apoyo que ofrecieron al expresidente iraquí incluso cuando cometía las peores atrocidades  

Noam Chomsky *

El Periódico de Catalunya

Los prolongados y tortuosos lazos entre Sadam Husein y Occidente plantean interrogantes acerca de qué temas y situaciones embarazosas podrían emerger en un tribunal. En un proceso justo a Sadam (algo imposible de imaginar), un abogado defensor podría llamar a prestar testimonio a Colin Powell, Dick Cheney, Donald Rumsfeld, Bush padre y otros altos funcionarios de los gobiernos de Ronald Reagan y George Bush, que ofrecieron destacado apoyo al dictador, inclusive en sus peores atrocidades.
Un proceso justo debería al menos aceptar el elemental principio moral de universalidad: los acusadores y el acusador deben ser sometidos a las mismas normas. En tribunales de crímenes de guerra, los precedentes son turbios. Inclusive en Nuremberg, el menos defectuoso de ese tipo de tribunales (y con la peor colección de gánsters procesados nunca), la definición de "crimen" fue algo que los alemanes cometieron, y los aliados no.
"Husein, como Milosevic, tratará de avergonzar a Occidente hablando del anterior respaldo que recibió su régimen. Tal vez sea irrelevante desde el punto de vista legal, pero es algo que crispará los rostros de Jacques Chirac y de Donald Rumsfeld", señaló hace poco en The Boston Globe Gary J. Bass, profesor de la Universidad de Princeton y autor de Stay the Hand of Vengeance: The Politics of War Crimes Tribunals.  
UN PROCESO justo demostrará, como lo indican abundantes registros del Congreso y de otras fuentes, que Washington hizo un sacrílego matrimonio de conveniencia con Sadam durante la década de los 80. El pretexto inicial fue que Irak podía conjurar el peligro de Irán, país al que atacó con respaldo norteamericano, pero el mismo apoyo continuó después de concluir la guerra. Ahora, aquellos que fueron responsables por la política de compromiso están llevando a Sadam ante los estrados de la justicia.
Rumsfeld, como enviado especial de Reagan a Oriente Próximo, visitó Irak en 1983 y 1984 para establecer relaciones más firmes con Sadam (al mismo tiempo que el Gobierno criticaba a Irak por usar armas químicas).
Powell fue asesor nacional de seguridad de Bush padre entre diciembre de 1987 y enero de 1989, y algunos meses más tarde se convirtió en jefe del estado mayor conjunto de las fuerzas armadas. Cheney fue secretario de Defensa de Bush padre. Por lo tanto, Powell y Cheney ocupaban altos cargos en la época en que Sadam cometió sus peores atrocidades, la matanza con gases letales de los kurdos en 1988 y el aplastamiento de la rebelión shií de 1991 que podría haberle derrocado.
En la actualidad, bajo Bush hijo, Powell, Cheney y otros mencionan de manera constante esas atrocidades para justificar la destrucción del demonio. Y eso está bien, aunque no se habla del elemento crucial del respaldo estadounidense a Sadam durante ese periodo. En octubre de 1989, Bush padre emitió una directiva de seguridad nacional declarando que "las relaciones normales entre Estados Unidos e Irak servirán a nuestros intereses a largo plazo y promoverán la estabilidad en el golfo Pérsico y en Oriente Próximo".
Estados Unidos ofreció subsidiar el envío de alimentos que el régimen de Sadam necesitaba tras la destrucción de la producción agrícola kurda, junto con tecnología avanzada y agentes biológicos destinados a armas de destrucción masiva. Después de que Sadam se pasase de la raya e invadiese Kuwait en agosto de 1990, la política y los pretextos variaron, pero un elemento permaneció constante: el pueblo de Irak no debía controlar su propio país.
En 1990 las Naciones Unidas impusieron sanciones económicas a Irak, que fueron administradas en buena parte por Estados Unidos y Gran Bretaña. Esas sanciones, que continuaron durante la época del presidente Bill Clinton y siguieron con Bush hijo, son tal vez el legado más lamentable de la política norteamericana hacia Irak.  
NO HAY occidentales que conozcan a Irak mejor que Denis Halliday y Hans von Sponeck, que sirvieron de manera sucesiva como coordinadores de ayuda humanitaria de la ONU entre 1997 y el 2000. Ambos renunciaron en protesta por las sanciones, que Halliday calificó de "genocidas". Tal como Halliday, Von Sponeck y otros han señalado, durante años, que las sanciones devastaron a la población iraquí y fortalecieron al régimen de Sadam y a sus secuaces, aumentando la dependencia del pueblo del tirano, como única forma de sobrevivir. "Nosotros amparamos (el régimen de Sadam) y negamos toda posibilidad de cambio", dijo Halliday en el 2002. "Creo que si los iraquís hubiesen recuperado su economía y restablecido su forma de vida, se hubieran encargado del tipo de gobierno que consideran adecuado para su país".
No sabemos si se permitirá que esta historia sea divulgada en un tribunal. Pero el tema de quien se hará cargo de Irak en el futuro sigue siendo crucial, y es muy disputado en los actuales momentos.
Además de este asunto central, aquellos a los que preocupaba la tragedia de Irak tenían tres objetivos básicos: primero, derrocar al tirano; segundo, poner fin a las sanciones que afectaron al pueblo, pero no a los gobernantes; y tercero, preservar cierta apariencia de orden mundial.
No puede haber desacuerdo entre la gente decente sobre los dos primeros objetivos. Haberlos conseguido es motivo de celebración, especialmente por parte de aquellos que se opusieron al apoyo de Estados Unidos a Sadam y luego al régimen de letales sanciones. Esas personas pueden aplaudir sin hipocresía. El segundo objetivo podría haberse alcanzado, y posiblemente también el primero, sin socavar el tercero.
El Gobierno de Bush ha declarado de manera abierta su intención de desmantelar lo que queda del orden mundial y gobernar al mundo por la fuerza. En ese sentido, Irak es un proyecto de exhibición. Esa intención ha causado miedo y con frecuencia odio en todo el mundo, así como desesperación entre aquellos a quienes les preocupan las posibles consecuencias de ser cómplices de la actual política estadounidense de agresión a voluntad. Por supuesto, la alternativa a esa política es una opción que descansa en gran parte en las manos del pueblo estadounidense.  


* Profesor de Lingüística en el Massachusetts Institute of Technology. Autor de '11-09-2001' y 'Poder y terror'.  
Distributed by The New York Times Syndicate.
Traducción de Xavier Nerín.