Noam Chomsky
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Noam Chomsky*
Mucho antes de los nuevos brotes de violencia en Irak, las evaluaciones de inteligencia de agencias estadunidenses admitían que "el más formidable enemigo (de Washington) en Irak en los próximos meses podría ser el rencor de los iraquíes que se muestran cada vez más hostiles ante la ocupación militar estadunidense", señalaron Douglas Jehl y David E. Sanger en septiembre en The New York Times.
El fracaso en entender las raíces de esa hostilidad (no sólo de la resistencia armada que atrae los titulares y las secuencias filmadas en televisión) puede sólo conducir a más derramamiento de sangre y a un impasse.
El prolongado conflicto, incluidas las horribles demostraciones en Fallujah y otras partes, tal vez no hubiera ocurrido si la ocupación encabezada por Estados Unidos hubiera sido menos arrogante, ignorante e incompetente.
Conquistadores dispuestos a transferir una soberanía auténtica, como exigen los iraquíes, habrían escogido un curso diferente.
El gobierno de George W. Bush, entre sus numerosos pretextos para la invasión a Irak, ha patrocinado la visión de una revolución democrática a través del mundo árabe. Pero la más plausible razón para la invasión ha sido eludida: el emplazamiento de seguras bases militares en un estado cliente situado en el centro de los mayores recursos energéticos del mundo.
Los iraquíes no soslayan este tema crucial. En una encuesta de Gallup realizada en Bagdad y divulgada en octubre, cuando se preguntó a un grupo de personas por qué Estados Unidos había invadido Irak, uno por ciento dijo que era para establecer una democracia, y cinco por ciento, que era para ayudar a los iraquíes. El resto señaló que el motivo de Washington era controlar los recursos de Irak y reorganizar el Medio Oriente para satisfacer los intereses estadunidenses.
Otra encuesta de opinión en Irak divulgada en diciembre por la firma encuestadora Oxford Research International también es reveladora: cuando se formuló la pregunta sobre qué era lo que necesitaba Irak, más de 70 por ciento dijo "democracia". Otro 10 por ciento mencionó a la Autoridad Provisional de Ocupación, y 15 por ciento, al Consejo de Gobierno Interino iraquí. Por "democracia" los iraquíes querían decir democracia, no la soberanía nominal que el gobierno de Bush ha estado planteando.
En general, "la gente no tiene confianza en las fuerzas de Estados Unidos y Gran Bretaña (79 por ciento) o en la autoridad provisional (73 por ciento)", según la encuesta. El favorito del Pentágono, Ahmed Chalabi, no tenía respaldo alguno.
El conflicto entre los estadunidenses y los iraquíes en materia de soberanía fue altamente visible en el primer aniversario de la invasión. Paul Wolfowitz y su personal en el Pentágono señalaron que "estaban en favor de una estable, prolongada presencia de soldados estadunidenses y de un ejército iraquí relativamente débil como la mejor forma de alimentar la democracia", escribió Stephen Glain en The Boston Globe.
Esa no es democracia, tal como la entienden los iraquíes. O como la entenderían los estadunidenses, si estuviesen sometidos a una ocupación extranjera.
No tenía sentido invadir Irak si eso no conducía a estables bases militares en un estado dependiente del tipo tradicional.
La Organización de Naciones Unidas puede ser convocada, pero Washington está pidiendo que "respalde un futuro gobierno iraquí de soberanía sólo nominal y de dudosa legitimidad, bajo cuya invitación las potencias ocupantes podrán quedarse en el lugar", comentó The Financial Times en enero.
Mas allá de los temas de control militar, los iraquíes también entienden que las medidas impuestas intentan reducir la soberanía económica, incluyendo una serie de órdenes para abrir las industrias y los bancos al efectivo control de Estados Unidos.
No resulta sorprendente que los planes estadunidenses hayan sido criticados por empresarios iraquíes que denunciaron que eso destruirá la industria local.
En cuanto a los obreros iraquíes, el gremialista David Bacon dice que las fuerzas ocupantes allanaron oficinas de sindicatos, arrestaron dirigentes, están haciendo cumplir las leyes antilaborales de Hussein y han entregado concesiones a empresarios estadunidenses conocidos por su inquina hacia los sindicatos.
El resentimiento iraquí y el fracaso de la ocupación militar han hecho que Washington tuviese que dar marcha atrás de cierta manera en sus medidas más extremas.
Las propuestas para abrir la economía al capital extranjero han excluido el petróleo. Al parecer, eso hubiera sido demasiado osado. Sin embargo, los iraquíes no necesitan leer The Wall Street Journal para descubrir que "el conocimiento en detalle de la destruida industria petrolera de Irak", gracias a lucrativos contratos proporcionados por contribuyentes estadunidenses, "eventualmente podría ayudar a Halliburton a obtener grandes contratos de energía" en la nación árabe, junto con otras corporaciones multinacionales respaldadas por gobiernos.
Falta aún saber si los iraquíes pueden ser obligados a aceptar la soberanía nominal que les ha sido ofrecida por las potencias ocupantes.
Otra pregunta es aún más importante para los privilegiados occidentales: ¿permitirán sus gobiernos "alimentar la democracia" y favorecer los intereses de esos estrechos sectores del poder a los que sirven esas administraciones, pese a la vigorosa oposición iraquí?
© Noam Chomsky, 2004
Distribuido por
The New York Times Syndicate
* Noam Chomsky es profesor de lingüística en el Instituto Tecnológico de Massachusetts, en Cambridge, y autor del libro Hegemony or Survival: America's Quest for Global Dominance (Hegemonía o sobrevivencia: la búsqueda estadunidense de dominio global), publicado recientemente